Por: Marco Teruggi, analista
Jul 23, 2017
Estamos en semanas claves. La derecha evidenció que aún con una cifra inventada no tiene esa aplastante mayoría que dice ser. El chavismo por su parte peleó con inteligencia.
Largas colas hasta entrada la noche. Esas fueron algunas de las imágenes que más se difundieron. Las vimos en Catia, en El Valle, Petare, La Pastora, en la Universidad Bolivariana de Venezuela, en Apure, Yaracuy, Barinas, en cada punto recorrido, en cuanto reporte de situación que llegó a los grupos de watsap, en las imágenes de Twitter. El chavismo mostró, una vez más, que posee una consciencia del momento histórico, del lugar que ocupa, de la importancia del ejercicio democrático como forma de resolución de los conflictos.
Fue necesario verlo. A veces, de tanto aguantar ante los ataques, de tanto medir las respuestas, puede desdibujarse la capacidad propia. Dicho de otra manera, el que grita más fuerte puede parecer mayor de lo que es. La realidad es otra, la vimos, la protagonizamos: el chavismo está de pie.
La derecha niega y negará que haya sido así. Según ellos el simulacro fue una derrota absoluta, y en su plebiscito votaron, dicen, 7.676.894 personas. No existe ninguna forma de confirmarlo: quemaron cuadernos, y la capacidad instalada de mesas no permitía recibir esa cantidad de votantes. Además, se vio en el terreno cómo la importante movilización de las primeras horas de la mañana se desinfló ya al mediodía. No hablo de zonas como El Hatillo, donde parecía un desfile de moda en actitud épica libertaria ‒nunca se sabe, al verlos, si van a jugar al golf o a intentar tumbar un gobierno‒. En sus zonas fueron la mayoría que allí son. No podría ser de otra manera. El problema es que sus zonas, como su clase social, no son mayoría. Por eso insistieron en sus redes en querer posicionar territorios populares como base propia. Saben que ahí está su dificultad histórica. Movilizaron gente allí, pero no la que dicen y necesitan.
Dijeron, como se preveía, que el plebiscito fue un triunfo indiscutible. El objetivo era el acto para, una vez anunciado y reconocido internacionalmente, presentarlo como un mandato popular para llevar adelante las nuevas oleadas de violencia en ascenso. Legitimar la violencia, para decirlo de manera sintética. Por eso los expresidentes -corruptos y repudiados en sus respectivos países-, el llamado a la comunidad internacional, los cantos de pacifismo de toda la dirigencia. Tenían que portarse bien y lo hicieron, así se venían mostrando desde días anteriores. Habían mantenido el escenario en una tranquilidad táctica luego de las acciones del pasado lunes con una bomba a distancia contra la Guardia Nacional Bolivariana, dos efectivos heridos con bala, y un candidato a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) asesinado ante su comunidad.
Ya tienen el plebiscito que necesitaban, la matriz instalada en el exterior, sus seguidores absolutamente convencidos de ser la mayoría indiscutible y arrasadora. Sigue la pregunta que su misma base social y su prensa se hacen: ¿y ahora qué?
La respuesta vino este lunes, y confirmó una hipótesis ya expuesta: irán por el intento del doble gobierno, con el nombramiento de un “gobierno de unidad nacional” y de nuevos magistrados para el Tribunal Supremo de Justicia. Para sostener eso profundizarán dos elementos. En primer lugar, la presión internacional que les permitirá legitimarse y maniobrar diplomáticamente ‒aunque ninguna victoria les está asegurada‒. Y, en segundo lugar, la violencia: profundizarán sus dimensiones y agudizarán los métodos.
¿Tienen posibilidad para hacerlo? Si el frente internacional parece relativamente sólido, no sucede lo mismo al interior del país: sostener un esquema de esa envergadura demanda más que lo que hasta el momento desplegaron en las calles, más que jóvenes de clase media convencidos de su épica, y grupos de encapuchados con armas en mano, droga y alcohol en el cuerpo. Poseen fuerzas paramilitares también, que ya actuaron en varias ciudades y corredores. ¿Suficientes para liberar territorios, instalar un nuevo gobierno con capacidad de dictar órdenes? El poder no se anuncia como una posesión, el poder -entre otras cosas- se ejerce. Nombrarán a los magistrados, ¿y luego qué?
La fuerza podría venir de afuera. Un seguimiento de los movimientos internacionales muestra operaciones militares planificadas por Estados Unidos en Colombia, en el sur de Amazonía, y la profundización de la presión económica internacional para asfixiar. ¿Qué forma y cuándo podría tomar un avance directo? Está por verse, en caso hipotético de darse. Aunque pensar la intervención como una acción abierta e identificada puede ser un modelo anticuado. Se puede intervenir sin mostrarse, algo que, de hecho, ya sucede.
Jul 23, 2017
Estamos en semanas claves. La derecha evidenció que aún con una cifra inventada no tiene esa aplastante mayoría que dice ser. El chavismo por su parte peleó con inteligencia.
Largas colas hasta entrada la noche. Esas fueron algunas de las imágenes que más se difundieron. Las vimos en Catia, en El Valle, Petare, La Pastora, en la Universidad Bolivariana de Venezuela, en Apure, Yaracuy, Barinas, en cada punto recorrido, en cuanto reporte de situación que llegó a los grupos de watsap, en las imágenes de Twitter. El chavismo mostró, una vez más, que posee una consciencia del momento histórico, del lugar que ocupa, de la importancia del ejercicio democrático como forma de resolución de los conflictos.
Fue necesario verlo. A veces, de tanto aguantar ante los ataques, de tanto medir las respuestas, puede desdibujarse la capacidad propia. Dicho de otra manera, el que grita más fuerte puede parecer mayor de lo que es. La realidad es otra, la vimos, la protagonizamos: el chavismo está de pie.
La derecha niega y negará que haya sido así. Según ellos el simulacro fue una derrota absoluta, y en su plebiscito votaron, dicen, 7.676.894 personas. No existe ninguna forma de confirmarlo: quemaron cuadernos, y la capacidad instalada de mesas no permitía recibir esa cantidad de votantes. Además, se vio en el terreno cómo la importante movilización de las primeras horas de la mañana se desinfló ya al mediodía. No hablo de zonas como El Hatillo, donde parecía un desfile de moda en actitud épica libertaria ‒nunca se sabe, al verlos, si van a jugar al golf o a intentar tumbar un gobierno‒. En sus zonas fueron la mayoría que allí son. No podría ser de otra manera. El problema es que sus zonas, como su clase social, no son mayoría. Por eso insistieron en sus redes en querer posicionar territorios populares como base propia. Saben que ahí está su dificultad histórica. Movilizaron gente allí, pero no la que dicen y necesitan.
Dijeron, como se preveía, que el plebiscito fue un triunfo indiscutible. El objetivo era el acto para, una vez anunciado y reconocido internacionalmente, presentarlo como un mandato popular para llevar adelante las nuevas oleadas de violencia en ascenso. Legitimar la violencia, para decirlo de manera sintética. Por eso los expresidentes -corruptos y repudiados en sus respectivos países-, el llamado a la comunidad internacional, los cantos de pacifismo de toda la dirigencia. Tenían que portarse bien y lo hicieron, así se venían mostrando desde días anteriores. Habían mantenido el escenario en una tranquilidad táctica luego de las acciones del pasado lunes con una bomba a distancia contra la Guardia Nacional Bolivariana, dos efectivos heridos con bala, y un candidato a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) asesinado ante su comunidad.
Ya tienen el plebiscito que necesitaban, la matriz instalada en el exterior, sus seguidores absolutamente convencidos de ser la mayoría indiscutible y arrasadora. Sigue la pregunta que su misma base social y su prensa se hacen: ¿y ahora qué?
La respuesta vino este lunes, y confirmó una hipótesis ya expuesta: irán por el intento del doble gobierno, con el nombramiento de un “gobierno de unidad nacional” y de nuevos magistrados para el Tribunal Supremo de Justicia. Para sostener eso profundizarán dos elementos. En primer lugar, la presión internacional que les permitirá legitimarse y maniobrar diplomáticamente ‒aunque ninguna victoria les está asegurada‒. Y, en segundo lugar, la violencia: profundizarán sus dimensiones y agudizarán los métodos.
¿Tienen posibilidad para hacerlo? Si el frente internacional parece relativamente sólido, no sucede lo mismo al interior del país: sostener un esquema de esa envergadura demanda más que lo que hasta el momento desplegaron en las calles, más que jóvenes de clase media convencidos de su épica, y grupos de encapuchados con armas en mano, droga y alcohol en el cuerpo. Poseen fuerzas paramilitares también, que ya actuaron en varias ciudades y corredores. ¿Suficientes para liberar territorios, instalar un nuevo gobierno con capacidad de dictar órdenes? El poder no se anuncia como una posesión, el poder -entre otras cosas- se ejerce. Nombrarán a los magistrados, ¿y luego qué?
La fuerza podría venir de afuera. Un seguimiento de los movimientos internacionales muestra operaciones militares planificadas por Estados Unidos en Colombia, en el sur de Amazonía, y la profundización de la presión económica internacional para asfixiar. ¿Qué forma y cuándo podría tomar un avance directo? Está por verse, en caso hipotético de darse. Aunque pensar la intervención como una acción abierta e identificada puede ser un modelo anticuado. Se puede intervenir sin mostrarse, algo que, de hecho, ya sucede.