5 jul 2020

METAMORFOSIS

¿El coronavirus está enviando a terapia intensiva al capitalismo.? La pandemia es el inicio de un ciclo revolucionario o es la profundización de los peores rasgos del capitalismo neoliberal

Por Andrés Musacchio *
05 de julio de 2020


"El coronavirus tiene el aspecto positivo de clarificar los debates y las pugnas que estaban planteadas veladamente", afirma Andrés Musacchio. Imagen: EFE

Quienes ven el tránsito hacia un mundo mejor insisten en que la crisis impulsó una recuperación parcial de las funciones del Estado. Destacan el regreso del Estado de Bienestar en términos de acción y de consenso social y político. Por otro lado, mientras buena parte de la economía mundial se hunde, los gigantes de la economía digital se expanden aceleradamente con dos tendencia muy firmes: ganancias extraordinarias de corto plazo y concentración monopólica. Ademas se consolida el desarrollo de un capitalismo de vigilancia.
Un interesante artículo publicó Página/12 reseñando algunos debates desatados por el coronavirus. En foros virtuales, como el recomendable Social Europe, o en revistas especializadas, como la francesa Alternatives Economiques, se multiplican encarnizadas discusiones acerca de la pandemia y los eventuales cambios que se producirían en la sociedad.

Filósofos, cientistas sociales y futurólogos intentan desentrañar los profundos efectos que la covid-19 y las políticas para combatirla están causando sobre las sociedades.


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Las polémicas tratan de descubrir algunos cambios trascendentales que la pandemia dejará cuando sea sólo un triste recuerdo. Las interpretaciones no pueden ser mas disímiles. Algunos creen ver el inicio de un nuevo ciclo revolucionario hacia una sociedad mejor. Otros, en cambio, ya observan la profundización de los rasgos más cuestionables y asociales del capitalismo neoliberal, imposibles de domesticar.

La profusión de argumentos para fundar las apreciaciones contrasta con una perspectiva mayormente pobre en estructuras analíticas, así como una curiosa falta de perspectiva histórica. No se pretende en pocas líneas cubrir ese vacío, aunque sí dar algunas pistas para un análisis más profundo. Para ello, es recomendable partir de los fundamentos básicos de las ciencias sociales.

Hace ya mucho tiempo, algunos autores clásicos insistían en que la buena práctica académica obligaba a distinguir e integrar dos niveles igualmente relevantes: el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Del juego entre ambos emana la dinámica social. La precisión en esos dos procesos es la que más se echa de menos en los análisis.

¿Cómo influyen en lo que vendrá? La pista se encuentra en algunas de las actuales tendencias.
Ganadores

La mayoría de los países afectados por la pandemia reaccionó, con mas o menos radicalidad, de manera similar. Decretaron una cuarentena, que mantiene funcionando los servicios escenciales y confinaron a la mayor parte de la población en sus hogares. El coronavirus entonces ha provocado una inmediata recesión con una dramática caída de la producción y pérdidas de empleos. Las pérdidas económicas ascienden a cifras astronómicas y condenan al colapso de 2008 a ser reducido a una caricatura de crisis.

Sin embargo, no todos están perdiendo. Para algunas empresas y para algunos sectores, la crisis está resultando una enorme fuente de ganancias y crecimiento. Piense usted conmigo: ¿Que hace la población en cuarentena? En primer lugar, se deprimen un poco. Y luego recurre a alguna plataforma de Internet: Facebook, TipTop, Zoom, Skype u otra red social. La vida sigue y hay que limpiar la casa, comer, arreglar el depósito del baño. Como lo mejor es no salir, se pide la comida con la app, se compra por Internet lo que se necesita en el hogar. Repasemos: Google, Amazon, Facebook, Apple. Las dominantes GAFA y otras plataformas se expanden.

Los reportes económicos muestran que mientras buena parte de la economía mundial se hunde, los gigantes de la economía digital trabajan como nunca. Aunque las cifras no son coincidentes, desde la aparición del coronavirus las ventas de plataformas como Amazon subieron constantemente. Google o Facebook se expande con su negocio menos visible: la venta de datos de usuarios y publicidad. Lo mismo ocurre con las app de delivery de comidas, de medicamentos y de otros bieneso.

También se encuentran bien posicionadas las empresas que pueden operar con home-office. Quienes trabajan bajo esa modalidad saben que la jornada de trabajo resulta más larga y más intensa que en la “office-office”.
Mundo del trabajo

En un artículo académico reciente , presenté algunos cambios que la economía digital está introduciendo en el mundo del trabajo. Estos cambios no auguran un futuro mejor, debido a los siguientes factores:

* La economía digital impulsa una creciente precarización del empleo.

* Explotación de trabajo gratuito, cuando Facebook o Google venden sus datos para campañas publicitarias, es usted mismo el encargado de cargarlos.

* Explotación creciente de la psiquis.

* Difuminación del límite entre trabajo y ocio, extendiendo imperceptiblemente la jornada de trabajo.

* Descalificación del trabajo creativo.

La hipótesis del documento es que se estaría en un potencial sendero de salida del neoliberalismo hacia una variante del capitalismo mucho peor.
Concentración

Un elemento adicional es, como lo bautizara el bestseller de Shoshana Zuboff, el desarrollo de un capitalismo de vigilancia. Las plataformas de comunicación, la captura de los datos de las personas y hasta la penetración en mecanismos de pensamiento de las población, someten a las sociedades a una vigilancia cada día más fuerte y perceptible, que comienza en la publicidad para que alentar el consumismo de determinados productos y termina, Cambridge Analytica mediante, en el control político.

No sólo eso. Las plataformas digitales suelen sustentarse en dos tendencias muy firmes. Por un lado, una perspectiva de ganancias extraordinarias de corto plazo, al mejor estilo del capital financiero especulativo. Por el otro, una tendencia a la concentración monopólica.

El sociólogo alemán Philipp Staab observa que parte de las empresas digitales son, simplemente, intermediarias entre el productor de un bien o servicio y el consumidor. Su carácter monopólico las convierte en el mercado. Es decir, ya no existe una economía en la que el mercado como concepto abstracto (el martillero walrasiano, dirían los economistas) arbitra entre empresas y familias. Esa función es asumida por una empresa-mercado capaz de imponer sus condiciones a oferentes y demandantes, y juntar a ambos.

Las economías de plataforma necesitan individuos fragmentados, escindidos de la sociedad y anclados al mundo virtual; justo lo que provoca el aislamiento social.

Por ende, no es extraño que los ganadores sean ellas. El problema es que la nueva situación, aunque temporaria, genera cambios en los comportamientos sociales, en las relaciones de poder, en la acumulación de capital y en la matriz de negocios que consolida el modelo en ciernes.
Contradicciones

El nuevo desarrollo de las fuerzas productivas tiene un impacto económico-social claramente negativo. La trama de relaciones se vuelve cada día más favorable a un pequeño grupo de conglomerados. Grupos que tienen débiles vínculos territoriales. En general, su presencia etérea les permite escapar a muchas regulaciones nacionales, especialmente en campos como el laboral o en el manejo de datos e información. Además, les facilita la elusión de las cargas impositivas. Por eso, el panorama de ganadores y perdedores con la crisis sanitaria también golpea a los Estados en su capacidad de recaudación.

¿Entonces no quedan ya esperanzas?

En general, el mundo nunca es tan lineal. La correlación de fuerzas se está desequilibrando, por supuesto. Pero también surgen algunos contrapoderes.

Quienes ven el tránsito hacia un mundo mejor insisten en que la crisis impulsó una recuperación parcial de las funciones del Estado, que se venían deshilachando desde hace décadas. En la emergencia, los sistemas sanitarios privados no pudieron reaccionar adecuadamente y la atención y prevención quedó a cargo de los Estados.

También descubrió el velo sobre los grupos más vulnerables de la población que, curiosamente, eran muchísimo más grandes de lo que los formadores de opinión pública contaban, incluso en los países más desarrollados. Los Estados debieron también actuar para evitar una crisis social sin precedentes.

Los sistemas de investigación científica y tecnológica pública resultan una pieza clave: cómo manejar una pandemia desde el punto de vista médico-sanitaro, pero también como sostener psiquica y socialmente a grandes grupos de personas en cuarentena (las ciencias sociales tenían una utilidad a fin de cuentas) y cómo reorganizar los sistemas educativos de manera virtual.

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Una conclusión inmediata es que los sistemas coordinados y organizados por el sector público, el llamado “Estado de Bienestar”, regresó en términos de acción y en términos de consenso. Pocas voces se animan hoy a denostarlo como un actor central en la estructuración y el sostenimiento de las sociedades.
Regulaciones

En ese contexto, se puede formular la pregunta que quienes analizan críticamente los avances de una digitalización a ultranza se vienen haciendo desde hace tiempo: ¿cómo regular a los conglomerados digitales?

Algunos de los campos que necesitan regulación están claros:

* En las relaciones/condiciones laborales.

* En una carga impositiva similar a la del resto de la sociedad.

* En el control en el manejo de los datos y la información, incluyendo aspectos vinculados a la seguridad.

* En el control del abuso de posiciones monopólicas u oligopólicas.

* En el control de normas sanitarias, incluyendo en cuidado de la psiquis.

* En la regulación de los flujos comerciales bajo normativas nacionales, cuidado del medioambiente y de las necesidades emergentes de políticas del desarrollo.

El impacto del coronavirus deja en evidencia, pues, la existencia y profundización de un campo de tensión entre la dinámica técnica-económica y las necesidades y el desarrollo social.

El tamaño y la difuminación de la presencia geográfica de uno de los polos en pugna pone en el centro, además, la cuestión de las relaciones internacionales. Difícilmente un país pueda moverle el amperímetro a los consorcios digitales. Una regulación efectiva sólo es posible a partir de acuerdos mínimos entre Estados a nivel regional y mundial.

Esos acuerdos deberían articular las necesidades y las recuperadas atribuciones de los Estados, una perspectiva internacional más consistente con el desarrollo social y la competencia que aún persiste en el campo de la digitalización. Un caso para analizar en el comercio digital es el de la firma estadounidense Amazon. Otros conglomerados, como la china Alibaba, le disputan la presencia territorial. La competencia es diferente a la de los manuales, igual que el rol que en ella juegan los Estados. Pero deja espacios para regularla.

La confrontación plantea así desafíos no sólo económicos, sino también estratégicos. Pero, como toda confrontación, abre brechas por las que pueden filtrarse acciones y reacciones de sectores con menor poder relativo. Existen caminos de ripio por los que las sociedades aún pueden influir en un tiempo de marcadas transformaciones.

El coronavirus tiene el aspecto positivo de clarificar los debates y las pugnas que estaban planteadas veladamente. Queda, sin embargo, sacar las conclusiones adecuadas y aprovechar el contexto para actuar rápidamente. La condición es hacer una lectura pertinente de las tendencias en desarrollo.

* Profesor de la UBA e investigador del Idehesi-UBA/Conicet.