Por Emir Sader
11 de diciembre de 2020
Imagen: EFE
En Brasil se dice que hay un racismo estructural. Esa nación es el modelo de país esclavista en el mundo. Durante por lo menos tres siglos, los trabajadores brasileños fueron millones de negros traídos de África para ser esclavos. Se degradaba así, a la vez, tanto el negro, cuanto el trabajo, considerado actividad menor, desarrollada por negros en calidad de esclavos.
En Senegal se encuentra una isla donde se concentraba a los negros, clasificados entre hombes, mujeres, niños, enfermos, como si fuera una carnicería, antes de que pasaran por una puerta –la puerta del adiós–, cuando tenían su última visión de su país, antes que ingresaran en los navíos negreros para un viaje de mucho tiempo hacia Brasil, en el cual gran parte moriría.
Trabajaban en promedio nueve años, era más fácil y barato traer más esclavos que cuidar de los enfermos. Eran traídos por mercaderes europeos para trabajar como raza inferior, como esclavos, para producir riquezas para los europeos.
Brasil fue el último país de América en terminar con la esclavitud. En otros países del continente, cuando se proclamaba la independencia, se introducía la república, donde, legalmente, todos son iguales frente a la ley y, por tanto, se terminaba con la esclavitud.
Brasil pasó de colonia a monarquía y no a república. El monarca portugués puso la corona en la cabeza de su hijo, diciendo: Mi hijo, pon la corona en tu cabeza, antes de que algún aventurero lo haga. Aventurero era Tiradentes, que había intentado la independencia de Brasil algunos años antes. Aventureros eran San Martín, Bolívar y otros de los próceres de la independencia en otros países latinoamericanos.
A mitad del siglo XIX hubo una ley que legalizó todas las tierras del país. Así, cuando a finales del siglo XIX terminó oficialmente la esclavitud en Brasil, los esclavos se volvieron hombres libres, pero sin tierras. Libres, pero pobres.
La cuestión colonial se engarza así, en Brasil, con otros dos problemas: el racial y el social. Ello da la particularidad a la historia brasileña frente a los países del continente. Ello propició el racismo como fenómeno estructural en Brasil. Por lo menos por tres siglos los negros fueron oficialmente una raza inferior, sin libertad, que trabajaban para los otros, para los blancos.
El fin oficial de la esclavitud no ha terminado con el racismo. Al contrario, se fue la esclavitud, pero dejó el racismo, la discriminación, la segregación, la exclusión social. Los negros son la mayoría de la población brasileña –alrededor de 54 por ciento–. Son, en su gran mayoría, pobres.
Recientemente un juez consideró que las ofensas raciales no debieron caracterizar el racismo. Esto es, las expresiones cotidianas que descalifican a los negros, de las cuales Internet presenta ejemplos abiertos de mujeres u hombres blancos ofendiendo a los negros, no deberían ser calificados de racismo, un crimen inafianzable por la Constitución brasileña.
Cuando es, no solamente en el trato que se da a los negros, sino también en la forma en que son llamados, como son ofendidos, descalificados, que se expresa en Brasil el racismo estrutural, cotidiano. Hay un sinnúmero de palabras, de expresiones, de formas de dirigirse despectivamente a ellos, que reitera, refuerza, el racismo profundamente arraigado en la sociedad brasileña.
Es algo constitutivo de Brasil como país. Viene de su historia, de su configuración social. Echa raíces en su práctica cotidiana. La lucha en contra de la desigualdad en Brasil es, ante todo, la lucha en contra del racismo.
En Senegal se encuentra una isla donde se concentraba a los negros, clasificados entre hombes, mujeres, niños, enfermos, como si fuera una carnicería, antes de que pasaran por una puerta –la puerta del adiós–, cuando tenían su última visión de su país, antes que ingresaran en los navíos negreros para un viaje de mucho tiempo hacia Brasil, en el cual gran parte moriría.
Trabajaban en promedio nueve años, era más fácil y barato traer más esclavos que cuidar de los enfermos. Eran traídos por mercaderes europeos para trabajar como raza inferior, como esclavos, para producir riquezas para los europeos.
Brasil fue el último país de América en terminar con la esclavitud. En otros países del continente, cuando se proclamaba la independencia, se introducía la república, donde, legalmente, todos son iguales frente a la ley y, por tanto, se terminaba con la esclavitud.
Brasil pasó de colonia a monarquía y no a república. El monarca portugués puso la corona en la cabeza de su hijo, diciendo: Mi hijo, pon la corona en tu cabeza, antes de que algún aventurero lo haga. Aventurero era Tiradentes, que había intentado la independencia de Brasil algunos años antes. Aventureros eran San Martín, Bolívar y otros de los próceres de la independencia en otros países latinoamericanos.
A mitad del siglo XIX hubo una ley que legalizó todas las tierras del país. Así, cuando a finales del siglo XIX terminó oficialmente la esclavitud en Brasil, los esclavos se volvieron hombres libres, pero sin tierras. Libres, pero pobres.
La cuestión colonial se engarza así, en Brasil, con otros dos problemas: el racial y el social. Ello da la particularidad a la historia brasileña frente a los países del continente. Ello propició el racismo como fenómeno estructural en Brasil. Por lo menos por tres siglos los negros fueron oficialmente una raza inferior, sin libertad, que trabajaban para los otros, para los blancos.
El fin oficial de la esclavitud no ha terminado con el racismo. Al contrario, se fue la esclavitud, pero dejó el racismo, la discriminación, la segregación, la exclusión social. Los negros son la mayoría de la población brasileña –alrededor de 54 por ciento–. Son, en su gran mayoría, pobres.
Recientemente un juez consideró que las ofensas raciales no debieron caracterizar el racismo. Esto es, las expresiones cotidianas que descalifican a los negros, de las cuales Internet presenta ejemplos abiertos de mujeres u hombres blancos ofendiendo a los negros, no deberían ser calificados de racismo, un crimen inafianzable por la Constitución brasileña.
Cuando es, no solamente en el trato que se da a los negros, sino también en la forma en que son llamados, como son ofendidos, descalificados, que se expresa en Brasil el racismo estrutural, cotidiano. Hay un sinnúmero de palabras, de expresiones, de formas de dirigirse despectivamente a ellos, que reitera, refuerza, el racismo profundamente arraigado en la sociedad brasileña.
Es algo constitutivo de Brasil como país. Viene de su historia, de su configuración social. Echa raíces en su práctica cotidiana. La lucha en contra de la desigualdad en Brasil es, ante todo, la lucha en contra del racismo.