No son pocos los que, dos días después de las elecciones, lamentaron su decisión de apoyar al presidente electo Tabaré Vázquez tras conocerse la integración del gabinete que asumirá funciones a partir del primero de marzo.
SAMUEL BLIXEN
Los resultados de la votación del domingo 30 dieron al presidente electo Tabaré Vázquez un respaldo electoral como nunca antes había acumulado otro presidente uruguayo.
Desde ese punto de vista, la legitimidad de su administración será incuestionable; en este sistema, esa legitimidad deriva del voto popular y respalda todo lo que se haga en el futuro que se despliega después de depositar el sobre en la urna.
Sin embargo, no son pocos –aunque es imposible decir si son muchos– los que, dos días después de las elecciones, lamentaron su decisión, tras conocerse la integración del gabinete que asumirá funciones a partir del primero de marzo.
Esa decisión, que formalmente las autoridades del Frente Amplio conocieron por la prensa, también reafirmó las características del “estilo Vázquez”, en especial la capacidad de instalar una ambigüedad planificada.
Las primeras especulaciones giraron en torno al criterio personal del presidente electo, que contrariamente al aplicado por el presidente José Mujica hace cinco años, descarta la “cuotificación” de cargos en función del peso parlamentario de los distintos sectores del Frente.
Tal especulación parte del supuesto ingenuo de que la elección de los ministros responde a un criterio exclusivo de “confianza personal”, como si esa confianza estuviera divorciada de criterios políticos e ideológicos. En todo caso, la “confianza” es resultado de la coincidencia política e ideológica.
La segunda especulación advierte que la composición del futuro gabinete llevó “tranquilidad” a la oposición política y a las corporaciones empresariales, pero que es probable que su integración sea “renovada” a mitad de la gestión, sugiriendo que tal cambio de peones implicaría un cambio de estrategia.
La tercera especulación refiere al grado de descontento que los anuncios provocaron en ciertos sectores del Frente, en especial en el Mpp, que tenía nombres para “sugerir”. Vázquez no recibió a los emisarios, que llegaron tarde. Eso alimentó la conjetura de que el arranque estaría signado por un descontento y una especie de “enfrentamiento”, que para algunos observadores (una calificación de matices respecto de analistas y politólogos), dibujó la imagen de “dos presidentes”, uno en la Torre Ejecutiva y otro en el Palacio Legislativo.
Si hubo malestar –la senadora Lucía Topolansky reveló que el Mpp tenía expectativas para el Ministerio de Educación y que no comprendía la elección de María Julia Muñoz– éste se reduce a aspiraciones por cargos. La senadora se cuidó de recordar, atajando especulaciones sobre “confrontaciones”, que el Mpp siempre ha otorgado una generosa “gobernabilidad” en los dos períodos anteriores. Lo cual es cierto, y ese aporte de “gobernabilidad” se expresó con crudeza cuando el “episodio Gonzalo Fernández-Peirano”. La senadora Topolansky fue enfática, en aquel momento, en la necesidad de respaldar de cualquier manera a Fernández, porque Tabaré Vázquez era el único que podía asegurar el triunfo para un tercer gobierno. No hay entonces sorpresas ni desconciertos sobre las líneas políticas e ideológicas que serán apoyadas.
Está claro que el anunciado gabinete de economía, de la mano de Danilo Astori, promoverá un alejamiento del Mercosur –“mayor independencia de los socios menores”– y un acercamiento al bloque del Pacífico. Rodolfo Nin Novoa, en Cancillería, seguramente resucitará el proyecto de Tratado de Libre Comercio, profundizará la “carnalidad” con Estados Unidos y enfriará las relaciones con la Unasur, en especial con Venezuela y Ecuador. Eleuterio Fernández Huidobro seguirá apañando la impunidad de los terroristas de Estado.
A diferencia del domingo 30, los resultados del domingo 26 de octubre generaron una falsa sensación de “giro a la izquierda”, que los mismos observadores-analistas-politólogos apuntaron a partir del crecimiento del Mpp y sus aliados, más la presencia en el Parlamento de Constanza Moreira y Eduardo Rubio.
En lo que respecta al Mpp, cabe preguntarse si sus votantes acunaban esperanzas de un giro a la izquierda, o si, en realidad, votaron a conciencia la política desplegada hasta ahora, que no sugiere ningún cambio en profundidad; es seguro que entre los votantes hay “despistados” y “realistas”, quién sabe en qué proporción.
Sobre lo que sí se puede especular es que: no habrá cambios sustanciales para reducir la desigual e injusta distribución de la riqueza por la vía de una transformación de la estructura impositiva; no habrá intervención estatal para evitar la especulación sobre los precios al consumo, que afecta a la inflación; no habrá alteración del esquema productivo agroexportador; no habrá políticas de reducción del daño ecológico por la aplicación de pesticidas y fertilizantes; no habrá limitaciones a la forma de invertir los capitales que aterricen en la economía nacional; no habrá modificación de la política de endeudamiento externo. Habrá sí, continuidad en la administración del sistema, con los éxitos conocidos, esos que aseguraron el tercer triunfo.
Como dice Maná: “Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda”; la otra va a soltar las riendas.
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