Los últimos acontecimientos en este país centroamericano, nos enfrentan a un tema sin resolver para la sociedad hondureña: ¿existe la institucionalidad en Honduras?.
22 mayo 2015
Ricardo Arturo Salgado Bonilla
Los últimos acontecimientos en este país centroamericano, nos enfrentan a un tema sin resolver para la sociedad hondureña: ¿existe la institucionalidad en Honduras?. Sin contexto, el asunto del saqueo al Instituto Hondureño de Seguridad Social podría lucir como un simple hecho de corrupción, con la conclusión de que, poco a poco, la codicia de los políticos ha quedado fuera de control, lo que eventualmente produce focos de inestabilidad social debido al descontento que produce este fenómeno; esta respuesta, muy simple, puede ser un grave error.
En primer lugar, históricamente no se producen crisis en América Latina por cuestiones de corrupción. Normalmente, las contradicciones que llevan a este tipo de circunstancias se dan entre grupos económicos de poder (que siempre son parte activa de la corrupción) asociados con grupos políticos específicos.
La presión de uno de esos grupos filtra convenientemente datos de los hechos, de modo que la opinión publica pueda instrumentalizarse para desbalancear las disputas. En Guatemala acabamos de presenciar un proceso que bien ilustra este análisis. La vicepresidenta renunció, para dejar a salvo a todos los cabecillas del gran fraude fiscal, incluido el mismo Presidente Otto Pérez Molina, pero, lo más importante, se evitó la prolongación de una discusión que fácilmente podía llegar hasta los vínculos paramilitares del mandatario, asi como al narcotráfico y el crimen organizado.
El pueblo indignado se movilizó, descargando mucha de la presión que recibe de la voraz maquinaria neoliberal, y las fuerzas en pugna resolvieron, al menos de momento, un problema que necesitaba una pausa.
Aquí conviene reflexionar sobre algunos hechos que van desde el individuo, Juan Orlando Hernández, hasta la posición de control que ejerce el Comando Sur en Honduras, país en el que hoy está incrementando su presencia militar.
Curiosamente, las actividades de esas tropas, están programadas para el departamento de Gracias a Dios, el más despoblado del país, y el que ocupa una posición privilegiada hacia el sur del continente.
Juan Orlando Hernández no es un político normal; aquel que llamaríamos “natural”. Proviene de una familia de más de 15 hermanos, uno de los que ocupo la secretaria del Congreso Nacional en 1990, Marco Augusto Hernández. Desde aquel entonces, JOH, como le decimos los hondureños, sacó provecho de la estructura estatal, estudiando en Estados Unidos, y luego graduándose de abogado con salario del poder legislativo.
De una familia que nace vinculada al Estado, por una u otra vía, JOH llega a ser diputado, en la primera década de este siglo, a pesar de una disposición constitucional que prohibía su postulación expresamente por tener relación familiar con una Magistrada de la Corte de Suprema de Justicia, quien es su cuñada.
La famosa constitución es burlada, como siempre, gracias a la intervención del ex presidente Carlos Flores Facussé. Flores Facussé se revela desde aquel entonces como el patrocinador de la carrera política de Juan Orlando Hernández, quien llega a dirigir la bancada de su Partido Nacional de Honduras (de extrema derecha) hacia finales de la década pasada, lo que le convierte en actor principal del Golpe de Estado Militar del 28 de junio de 2009, que derrocó al Presidente José Manuel Zelaya.
Ese año Hernández, voto dos veces en favor del Golpe de Estado, no existía en el ninguna vocación constitucionalista (en realidad es difícil imaginar algo que le importara menos toda su vida, que la constitución de 1982).
Con el Golpe de Estado consumado, Hernández sigue en ascenso, y alcanza la presidencia del Congreso Nacional, durante el periodo de gobierno de Porfirio Lobo Sosa.
En este momento, ya podemos decir que Carlos Flores Facusse, controla el bipartidismo en Honduras, incluyendo, por supuesto toda la estructura que eso implica, y sobre todo, las decisiones de los dos partidos de la derecha que han jugado con el país, gracias a la tristemente célebre alternabilidad en el poder.
Ahora bien, ningún hondureño alcanza la presidencia de la república sin el visto bueno del Comando Sur, la NSA, y, a veces, del Departamento de Estado.
Para JOH, vuelve a ser importante su padrino Flores Facusse, quien desde hace dos décadas es conocido como “el hombre de los gringos en Honduras”.
Su entreguismo sin límites a las políticas de Estados Unidos le permitió a Flores F. acumular un extraordinario poder sobre todas las esferas de la vida nacional.
Juan Orlando Hernández pues, es la cara visible de un proyecto de la seguridad nacional de Estados Unidos, destinado a por lo menos tres cosas:
a) Destruir todo tipo de resistencia a las políticas neoliberales y neutralizar toda forma de organización social y popular,
b) Infiltrar la incipiente estructura de integración regional latinoamericana, donde negocia posiciones y compromete Estados y
c) Ser parte activa de la remilitarización del continente, y la política hegemónica de Estados Unidos contra las democracias populares de la región.
Hoy más que nunca se siente el control norteamericano en este país; no es casual que John Kelly, jefe del Comando Sur visite constantemente a Honduras y haga públicas sus visiones, además de su endoso a las acciones del militarizado régimen que dirige JOH.
Seguramente no existe ningún hecho en el país que desconozcan los norteamericanos.
Todo esto, nos lleva a pensar que el saqueo del Instituto Hondureño de Seguridad Social no es un simple acto de bandoleros, sino, por el contrario, un esquema conspirativo que lleva deliberadamente hasta la crisis que hoy vemos, y que ahora provoca un rechazo amplio de la sociedad hondureña, y ha hecho crecer la expectativa internacional.
El año 2014, pocas semanas después del ascenso de JOH a la presidencia de Honduras, estalló el escándalo del fraude en el IHSS, el que de inmediato fue tratado por los medios como el caso de una pandilla de delincuentes al mando del Director del Instituto durante la administración de Lobo Sosa.
La matriz de opinión mostraba un grupo de malvivientes comprando favores sexuales, y derrochando dinero como “nuevos ricos”, eliminando cualquier factor de carácter político o estratégico.
En general, la sociedad hondureña debía aceptar esto como un acto de corrupción desproporcionado de gente ambiciosa. Más tarde, ese mismo año, Porfirio Lobo Sosa, declaró a los medios de comunicación, que él sabía lo que sestaba sucediendo en el Seguro Social durante su administración, pero que se había llamado a silencio para evitar influenciar el resultado de las elecciones.
Esta simple confesión convierte a Lobo Sosa en cómplice del saqueo, pero la administración de justicia en Honduras dejo de existir hace mucho tiempo.
Como mencionamos, ninguna hoja se mueve en el ambiente político nacional, sin que lo sepan los gringos (los militares gringos y su “inteligencia”).
A partir de las confesiones de Lobo Sosa, podemos estar seguros de que es imposible que el presidente del congreso en aquel momento, Juan Orlando Hernández, ignorara los hechos.
Y, por consiguiente, es menos probable que el asunto constituya un hecho aislado.
Juan Orlando Hernández se hace de la presidencia del país mediante un fraude electoral sin precedentes, y aun así, recibe el rechazo de cerca del 65% de los votantes.
Lo que a todas luces debería ser un gobierno de muchas negociaciones, se viabilizó mediante la compra de votos, el chantaje, el soborno, y la militarización del país, que comenzó al momento del Golpe de Estado de 2009 con la traída de paramilitares colombianos y adiestradores israelíes.
Esa estructura ha llevado a un régimen autoritario, que es muy conveniente para el momento actual de la geoestrategia norteamericana en América Latina.
Es muy conveniente disponer de condiciones tan favorables para la profundización del neoliberalismo (no en Honduras que es un mercado pobre, exportador de materias primas), y apuntar a la desestabilización de regímenes democráticos en la región.
Ahora parece que la cacareada “alternabilidad en el poder” ya no satisface las necesidades globales de dominación. De ahí que se haya abierto la discusión de la reelección presidencial en este país, justo el mismo argumento que esgrimieron para derrocar al presidente constitucional en 2009.
Así las cosas, el fraude del Seguro Social es parte de la estrategia para América Latina, que comienza con el Golpe de Estado de 2009 (dirigido contra el ALBA), y el momento de paroxismo que vive como escandalo a nivel de la opinión pública, está asociado con el tema de la reelección que pretende JOH, que no significa otra cosa que la consolidación de una base militar de agresión y un polo de practica neoliberal.
El caso Honduras está vinculado así a toda la América Latina y el Caribe, y su gobierno actual es una amenaza dentro de la CELAC y Petrocaribe.
Ahora el tema reelección, muy difundido en Honduras, antes del actual escándalo en el que se prueba la participación del Partido Nacional en el poder en el desmantelamiento y quiebra del Instituto Hondureño de Seguridad Social, permite a JOH aspirar a continuar en el poder, y facilita la continuidad en la implementación de la estrategia de dominación regional.
Sin embargo, existen factores que dificultan ese camino, siendo el más importante la figura del derrocado presidente José Manuel Zelaya que sigue siendo abrumadoramente popular, a pesar de la campaña permanente de desprestigio y desgaste que ha mantenido el régimen sobre su persona y sobre las fuerzas que le apoyan (Partido LIBRE y Frente Nacional de Resistencia Popular).
Una elección abierta para Hernández, podría resultar en una derrota catastrófica, con el agravante de que una victoria de Zelaya, resultaría exactamente en el resultado inverso al esperado.
Además, JOH encuentra mucha oposición dentro de su propio partido político, acostumbrado a la “alternabilidad”, mientras Zelaya cuenta con un apoyo cuasi unánime en las fuerzas progresistas.
Cualquier tercer candidato, solo serviría para debilitar a Juan Orlando Hernández, incluso si se trata de su benefactor Carlos Flores Facusse.
El escenario en la práctica, se ha convertido en una ecuación complicada para la derecha y para el Comando Sur, por lo que una crisis sería muy conveniente, para lograr en última instancia, imponer una “salida conveniente” que implique lograr lo que no pueden en las urnas; en el bien del interés nacional, lograr la continuidad de todo, incluido JOH.
Además, con tintes variados, en un golpe de timón como este nunca deben descartarse otras variable, como un “tercero útil” o, incluso, el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente, o el magnicidio contra Zelaya que se sabe es una carta siempre a mano de los que piensan la política hondureña.
La escalada de la indignación corre el peligro de convertirse en un arma letal en contra de los indignados mismos. Hace falta mucho criterio político en la conducción del movimiento, no solo de los partidos de oposición, sino, especialmente, en los movimientos sociales, que muchas veces son instrumentalizados, y sin darse cuenta se convierten en enemigos involuntarios de los procesos de avance.
La quiebra del IHSS fue llevada a cabo intencionalmente, en el camino fue sirviendo como herramienta para que el régimen y la oligarquía locales alcanzaran otras metas, de paso ha costado un enorme sacrificio para el pueblo hondureño que ya pago con muchas vidas la frivolidad gringa para conquistar sus propósitos, así como la doblez infinita de la oligarquía local y su clase política que viven felices comiendo de la mano de su amo.
Este mismo caso, podría convertirse en el arma que propicie la coyuntura para la imposición de una dictadura de extrema derecha, la intensificación de la represión, y la aceleración del proceso de limpieza de clase que se vive en el país. La violencia, es un fenómeno vinculado necesariamente al poder que emana las directrices o la complicidad del estado.
Una dictadura que amenaza directamente la democracia en muchos países latinoamericanos. Un régimen, que muchas personas en Honduras, a veces pavorosa ingenuidad, comparan con los gobiernos de Nicaragua, de Ecuador, Bolivia o Venezuela. No se debe nunca comparar la sombra que se cierne en Honduras, con la lucha permanente de estos países hermanos por salir justamente de esa vorágine de miseria, exclusión y violencia contra los que son más.