14 nov 2015

RESUMEN LERÚ DE LA DEVALUACIÓN EN ARGENTINA

A una semana del balotaje, no vendría mal refrescar la memoria acerca de la íntima relación de causalidad que existe entre devaluación e inflación en la economía argentina.

Alejandro Robba 14 de Noviembre de 2015

En este sentido, recordemos que la última megadevaluación fue en 2002 y la última hiperinflación –atada a otra fuerte devaluación del peso- ocurrió en 1990. Es decir, hoy un argentino de 32 años, empleado en una pyme que fabrica jeans con una antigüedad laboral de diez años, nacido en plena primavera alfonsinista de 1983, tenía dulces siete añitos en 1990 y adolescentes 19 en 2002, lo que indica un bajo registro acerca de esos traumáticos hechos que sin duda, sí afectaron a sus padres.

A su vez, nuestro hipotético joven todavía no había nacido en 1975 cuando se produjo otra dura experiencia en términos de alta inflación a partir de la devaluación del 100% del ministro de Economía de esos años, Celestino "Rodrigazo" Rodrigo, que al mismo tiempo liberó precios máximos, subió las tarifas de servicios públicos y quiso –sin éxito- congelar los salarios. Son estos episodios extremos, ya que existieron otros de menor intensidad (1958, 1962, 1981) donde también el impacto de la devaluación sobre la inflación y el deterioro distributivo han sido insoslayables.
Con estos antecedentes, las expresiones de los referentes económicos y políticos del PRO acerca de la desregulación total del mercado de cambios el día 11 de diciembre –ergo una devaluación del orden del 50/60%- suena a sincericidio, irresponsabilidad o impericia en el manejo de la información económica y en la formación de expectativas. También pueden existir otras razones. Que quieran provocar un caos inflacionario e imputárselo al actual gobierno –ya han existido varios incrementos de precios "preventivos", como en la harina- o que desconozcan la particularidad argentina, donde las devaluaciones conllevan incrementos de precios del mismo orden de variación.
El último informe de coyuntura de la Universidad Nacional de Moreno, corrobora el elevado traslado a precios de las devaluaciones argentinas en relación a otros países. Si se toma en cuenta la depreciación de cada moneda respecto al dólar en los últimos cuatro años, se observa que mientras en Argentina ese traslado fue del 96%, en Brasil 55%, Japón 48%, Rusia 66% y Sudáfrica 73 por ciento.
Esto indica que, por lo menos en Argentina, una devaluación no mejora el tipo de cambio real sino que, sobre todo, implica un formidable traspaso de ingresos entre quienes obtienen sus ingresos en divisas (exportadores y tenedores de dólares) y quienes los obtienen en pesos (trabajadores, jubilados, desocupados, empresas pymes, entre otros). Cabe mencionar que en esta columna no se está haciendo apología de los sistemas de tipo de cambio fijo –vimos donde nos llevó la Convertibilidad- sino que se está argumentando sobre que el precio del dólar debe ser administrado por el BCRA y no por el mercado, atendiendo los objetivos que la nueva (2012) carta orgánica del Banco le impone: promover la estabilidad monetaria y financiera, pero al mismo tiempo motorizar el empleo y el desarrollo económico con equidad social.

Expliquemos como ocurre esa transferencia. Supongamos que llega un gobierno bien PRO y cumple su promesa de campaña de una fuerte devaluación puntual que lleve el dólar oficial de $ 10 a 16 por ciento. Al actual nivel de demanda interna, con bajo nivel de desempleo, salarios reales creciendo y con sindicatos fortalecidos, el primer efecto será un encarecimiento del 60% en todos los bienes industriales importados (insumos, bienes de capital y de consumo). Pero al mismo tiempo se incrementan los alimentos en el mercado interno. ¿Por qué? Como nuestra canasta exportadora está en gran medida conformada por alimentos, si ahora se pueden exportar un 60% más caro, la única forma que tiene el empresario de poder destinarlos al mercado internos sin perder plata, es subir sus precios también un 60%, de otra forma todo sería destinado a la exportación.

En este escenario, nuestro joven empleado de 32 años, va a pagar más caro tanto si quiere cambiar su auto como si quiere seguir llenando su changuito como antes de la devaluación. Esto significa una caída de su salario real –suponiendo un traslado a precios de corto plazo del 33%- del 20%, que se suma a los niveles de inflación previos a la devaluación. A su vez, los textiles negocian paritarias en marzo, mes donde se define la puja distributiva anual y donde –salvo el 2014- en todos estos años los trabajadores vienen obteniendo subas salariales por arriba de la inflación. Veremos si un supuesto gobierno PRO convoca a paritarias o deja que "el mercado" es decir los trabajadores y empleadores diriman sus cuitas sin la mediación estatal.

Pero puede haber otras malas noticias. En efecto, si por la caída de salarios reales en el conjunto de la economía o porque ahora es "el mercado" el que manda y se eliminan las medidas que protegen al sector textil de la competencia china –llámense Declaraciones Juradas Anticipadas Importación (DJAI), medidas antidumping, cupos de importación, subsidios a la energía, créditos a tasas blandas, etc.- nuestro laburante es suspendido o despedido, le será imposible cambiar el auto, comprará sólo lo mínimo e indispensable y comenzará a gastarse sus ahorros. Este círculo vicioso, que podría llegar hasta al cierre de la pyme textil, impacta también sobre los que reciben ingresos desde el estado nacional, desde jubilaciones, hasta subsidios, la AUH, los programas sociales, empleados estatales, docentes, médicos, enfermeras, policías, etc. Así, ni nuestro empleado, ni nuestro empresario pyme seguirán pagando impuestos, se cae la recaudación tributaria deteriorando las cuentas fiscales.

Es así como la inflación es la que genera el déficit fiscal y no a la inversa como nos dicen desde las tribunas neoliberales los economistas, entre otros, los del PRO.
Este "relato" como el otro, no es una fábula o una invención, es una descripción de lo que nos pasó y para no repetir la historia no hay dos opciones, hay sólo una.