5 dic 2016

PATEANDO EL TABLERO

EL FIN PARA MÁS DE 35 AÑOS DE SILENCIO EN LAS RELACIONES ENTRE EE.UU. Y TAIWAN

La diplomacia telefónica de Trump. La conversación entre el presidente electo y la mandataria taiwanesa pone en suspenso el vínculo de la primera potencia mundial con China y manda un mensaje hacia adentro: para bien o para mal, con su estilo, será él quien marque el rumbo.
Por: Nicolás Lantos
Desde Nueva York


Tsai Ing-wen recibió la primera llamada de un presidente norteamericano en más de 35 años.

Un llamado telefónico fuera de protocolo habla más sobre el futuro gobierno de Donald Trump que todos los anuncios sobre su gabinete. La conversación, entre el presidente electo de los Estados Unidos y la mandataria de Taiwan, Tsai Ing-wen, rompió más de 35 años de silencio en las relaciones entre Washington y Taipei, puso en suspenso el vínculo de la primera potencia mundial con China y además envió un claro mensaje hacia adentro: para bien o para mal, siempre con su estilo, será Trump el que lleve las riendas.

La movida diplomática, llevada a cabo antes de que se conozca el nombre del próximo secretario de Estado, muestra que el magnate que llegará en enero a la Casa Blanca no cederá el ejercicio del poder a su gabinete, como algunos especulaban que sucedería; bien por el contrario, parece dispuesto a conducir personalmente los asuntos más delicados de la administración, como son las relaciones exteriores, incluso cuando sus decisiones desafíen antiguas tradiciones bipartidarias.

En ese contexto, los nombres ya confirmados en el equipo muestran una búsqueda de equilibrio entre figuras de su círculo de mayor confianza, miembros del establishment republicano (e incluso algún demócrata) y otros personajes sin experiencia política pero destacados en los ámbitos financieros, empresariales y militares. Así, Trump conforma un curioso mandala que lo tiene a él conduciendo y coordinando desde un centro inequívoco. Justo donde le gusta estar.

Luego de que en la última semana se conocieran los nombramientos del mandatario electo para las estratégicas secretarías de Tesoro y Defensa, quién ocupará el cargo de secretario de Estado es el principal misterio remanente en el gabinete que tomará funciones a partir de enero. Según fuentes del entorno de Trump, son cuatro los hombres evaluados para ese puesto: el ex candidato presidencial Mitt Romney, el ex director de la CIA Michael Petraus, el titular del comité de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Corker, y el general John Kelly.

De todas formas, la decisión de Trump de hablar por teléfono con la presidente Tsai Ing-wen, país al que Estados Unidos no reconoce como tal desde 1979, demuestra que más allá de quién ocupe esa posición sensible, el presidente electo, sin experiencia en política internacional, no piensa delegar las principales decisiones, sin importar que impliquen un giro de ciento ochenta grados para la diplomacia de Washington y pongan en peligro cuestiones tan sensibles como las relaciones bilaterales con Beijing, que desconoce al gobierno taiwanés.

Esa señal de Trump también alcanza al resto de su gabinete, que deberá gestionar en los márgenes que el propio jefe de Estado establezca, cuando muchos analistas políticos aquí se preguntaban hasta qué punto se involucraría el presidente en el gobierno día a día. La particular conformación del gabinete, que tiende a un equilibrio entre varios grupos que buscan influir desde el día uno en la nueva administración, maximizará el poder el jefe de Estado si logra hacer que sus funcionarios le respondan y sigan las líneas que él marque desde el Despacho Oval.

En ese sentido, a primera vista el equipo que formó hasta ahora el presidente electo parece un gabinete más convencional de lo que indicaba su mensaje durante la carrera a la Casa Blanca, aunque con un sesgo conservador duro. Los outsiders que lo acompañaron este año tuvieron su recompensa pero en lugares subsidiarios: los casos más notorios son los del ex jefe de campaña Stephen Bannon (nombrado jefe de asesores) y el ex general Michael Flynn (que será asesor presidencial en materia de Seguridad Nacional). Un detalle: estos nombramientos, a diferencia de los secretarios, no requieren aprobación del Congreso.

Eso no significa que las políticas de Trump vayan a alejarse mucho de su mensaje proselitista. El futuro fiscal general, Jeff Sessions, es un conservador que podrá, desde ese cargo, garantizar que se endurezcan las políticas de persecución a los inmigrantes ilegales, uno de los principales compromisos del presidente electo con sus bases. El legislador Tom Price, apuntado para la Secretaría de Salud, es uno de los principales enemigos públicos del Obamacare, el sistema de asistencia médica que los republicanos quieren desmantelar desde antes de que existiera.

En otras áreas, la distancia entre lo discursivo y los hechos parece más amplia. El caso más evidente es el del sector económico del gobierno. Luego de haber criticado al establishment y a Wall Street durante todo el año, Trump le ofreció la Secretaría del Tesoro al ex Goldman Sachs Steven Mnuchin, un hombre profundamente vinculado con el sistema financiero norteamericano, aunque sin experiencia gubernamental. Mnuchin, sin embargo, no es un extraño: fue el director financiero de su campaña presidencial y cuenta con estrecha confianza del presidente electo.

A pesar de la retórica virulenta durante la campaña, podría haber lugar para uno o dos miembros del Partido Demócrata en este gabinete republicano: la senadora Heidi Heitkamp (North Dakota) podría ser la próxima ministra de Agricultura y su par Joe Manchin (West Virginia) iría a Energía. De confirmarse, estos nombramientos además le abrirían las puertas al oficialismo para aumentar su mayoría en la Cámara alta en dos años, en las próximas elecciones: tanto Heitkamp como Manchin son figuras populares demócratas en estados eminentemente republicanos y sin ellos en la boleta el GOP tendría allanado el camino a quedarse con ambos asientos.

Otra novedad que trajo Trump es el regreso de militares al Poder Ejecutivo en los Estados Unidos, una larga tradición en la historia de este país pero que se interrumpió poco después de la Segunda Guerra Mundial. Además de Flynn como asesor en Seguridad Nacional (y del posible nombramiento de Petraus en la secretaría de Estado) se sumó el nombramiento como secretario de Defensa de James “Perro Rabioso” Mattis, un general de Marines que construyó su fama en base a una conducta monacal (no tiene mujer ni hijos y se lo considera uno de los principales estudiosos de historia militar del país) y una destacada labor en el frente de batalla. Será el primer militar en más de medio siglo en ocupar un cargo de primer nivel en el gabinete presidencial.

En el centro de este esquema de propios y extraños, republicanos y demócratas, nuevos y experimentados, militares y civiles, aparece el propio Trump, que parece dispuesto a tomar por sí mismo todas las decisiones que pasen por la Casa Blanca. Lejos de los rumores y las especulaciones que lo imaginaban en un rol más protocolar, cediendo la gestión cotidiana a sus colaboradores, hoy el presidente electo se erige, a través de su elecciones para el gabinete, como una pieza clave de su propia administración, el único capaz de hacer funcionar esta variopinta maquinaria. Y con las decisiones que tomó hasta ahora da una señal clara: que no tendrá problema en dejar su impronta desde el primer día.