ESPAÑA
La nostalgia de El País04 May 2016
Por José Antequera | Viñeta: El Koko Parrilla
Cumple El País cuarenta años, un día que debería ser dulce y feliz para el periodismo español pero que nos deja, en cierto modo, un poso de amargura. La profesión está hecha unos zorros, hay más periodistas en el paro que destapando escándalos políticos en las redacciones y la credibilidad internacional de nuestro periodismo está por los suelos, ya lo han dicho los catedráticos de Oxford. A todo esto se ha abierto una batalla sin cuartel entre los pequeños diarios digitales, que hacen un periodismo alegre, valiente y barato, contra los poderosos grupos mediáticos en papel, millonarios arruinados que viven anclados en las viejas portadas del pasado que ya nadie lee. Los barquitos virtuales de Infolibre, Diario.es, El Confidencial y otros muchos, formados en buena medida por veteranos lobos de mar del periodismo que fueron injustamente despedidos, pese a sus hojas de servicio intachables, le están haciendo la guerra de guerrillas a los oxidados portaaviones de papel, cuyos almirantes y contables aún no se han dado cuenta de que su tiempo ya pasó, de que el casco tiene demasiadas grietas y que hace aguas por todas partes. Es una guerra todavía desigual entre mundos completamente distintos: por un lado la era digital con su nuevo lenguaje, sus tuits, sus hashtags y sus noticias virales de vértigo, y por otro el viejo y romántico titular en tinta negra del día siguiente, que solo lo leen cuatro jubilatas de barra y bar, y ya ni eso, que ahora los yayoflautas están muy puestos y le hacen la jodienda cibernética a Rajoy con una tablet bajo el brazo. Asistimos pues a una lucha sin cuartel entre el periodista hacker y el antiguo régimen de las grasientas rotativas imperiales, entre los pequeños medios digitales que surgen como setas por doquier y los holdings mediáticos que tanto daño han hecho a la profesión. Buena parte de culpa de la crisis del periodismo la tienen ellos, los yupis de cabellos engominados medio analfabetos que han aplicado sus asquerosos balances contables sacados de la Escuela de Empresariales a un oficio tan bello y noble como es el periodismo. Esos diablos de traje y corbata que son tan corruptos como Bárcenas y sus amigos genoveses han llevado a la prensa libre a la ruina al venderse al poder financiero, a la publicidad y a los políticos que les cierran el pico con el chupito de las subvenciones.
Pero no todo está perdido porque hay un puñado de reporteros que han vuelto a la calle, a las libretas de gusanillo, a los cuarteles y comisarías y a los juzgados para hacer periodismo del bueno y servírselo a diario a Ferreras, en bandeja de plata cocinada al rojo vivo, mientras los directores de los anticuados pergaminos, funcionarios adocenados que bostezan en las redacciones de los rotativos convencionales (cada día más frías y desoladas por tanto despido) no son capaces de ver lo que se les viene encima. Son como ciegos dinosaurios de papel que entonan el último canto de cisne antes de su extinción total. Uno, que ya no recuerda la última exclusiva que dio El País (me dice un compañero informado que fue la del juez Dívar y sus viajes sonrojantes, ya ha llovido) asiste atónito a los coqueteos del rotativo madrileño con la banca, el poder monetario y hasta con el Gobierno del PP, al que ya le compra sin rubor los engaños económicos para venderlos a cinco columnas. Ha sido El País, durante décadas, nuestro periódico, el periódico que nos sacó de la cueva del golpismo y nos dio de mamar la leche fértil de la democracia, el periódico que alumbró aquella portada mítica del 23F. La Biblia de toda una generación que ha crecido en libertad. Siempre estaremos agradecidos a aquellos periodistas barbudos y gafapastas de chaquetas de pana (los hipsters de la Transición) que empapelaron la historia de España con las páginas del diario independiente de la mañana. Pero aquellos tiempos dorados de independencia y rigor se perdieron sin remedio y ahora El País ha pasado de ser el periódico del PSOE al periódico de una parte del PSOE, mayormente los jerarcas adinerados (lo cual es todavía peor) mientras Cebrián, el rey de Prisa que va deprisa para no llegar a ninguna parte, se dedica a despedir a los periodistas que cuentan la verdad sobre sus negocios y a desacreditar a la izquierda real, Podemos mayormente. Este País, aunque nos duela reconocerlo, ya no es nuestro País. Tan triste como cierto.
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