19 nov 2016

Colombia, Trump y una vuelta de tuerca

Por Alfredo Molano Bravo



Trump surge con violencia de un poderoso sector de población que come perros calientes y palomitas de maíz pira mirando series de televisión donde abundan la sangre, los choques de carros y los ponqués en la cara del pendejo de la película.



Es elemental —no sé si sano en su vida privada—, ávido de consumo y tosco. Lo seducen el espectáculo ruidoso, los chistes flojos y la guerra. Y así es él: un bobo peligroso, fascinado por los escenarios, las luces y el confeti. Fue elegido contra gran parte de los republicanos y contra todos los demócratas, gracias al retén interpuesto por el Colegio Electoral —nido del puro y duro clientelismo gringo— que derrota usualmente el voto directo, con el que ganó Hillary.

Nadie sabe a ciencia cierta qué hará Trump. Es posible que, dado que no adquirió muchos compromisos para llegar a la Casa Blanca, el vacío sea llenado por el llamado “complejo industrial militar” —el poder real en EE. UU.—, que representa los intereses de esa población ultraconservadora conocida como WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) y muy cercana a la National Rifle Association, el poder civil armado.

En lo que a los colombianos nos toca, es evidente que el triunfo de Trump afianza las tesis guerreristas del uribismo y debilitará el “mejor acuerdo posible”, firmado entre el gobierno de Santos y la guerrilla de las Farc.

Después de felicitar a Trump, el Gobierno encargó al general Rosso José Serrano, el “mejor policía del mundo”, de husmear el rumbo que puede tomar la nueva administración en materia de seguridad. Y Serrano, con esa desenvoltura campesina que tiene, dijo, de entrada, que volverá la fumigación con glifosato contra los cultivos ilícitos. A primera vista es un anuncio esperado que ya había hecho el fiscal Néstor Humberto y que Uribe ha exigido siempre como arma de guerra. La fumigación es un gran negocio para los contratistas norteamericanos; para Monsanto —es decir, Bayer—, que los produce, y sobre todo para el guerrerismo criollo: las “manzanas podridas” dentro de la fuerza pública.

La fumigación aérea alborotará el avispero de nuevo y pondrá en serio peligro el cada día más frágil cese bilateral de los fuegos. Los colonos que tienen su chagra al día volverán a moverse hacia otras regiones donde también los fumigarán, y se reiniciará así el siniestro juego del ratón y el gato en detrimento de las selvas y de sus aguas. Los campesinos no se van a dejar sitiar por las necesidades en el confín, la guerrilla no va a dejarlos solos a merced de los bombardeos con veneno. Más claro: los colonos les exigirán a las Farc una posición y las Farc no van a dejar tirada a su gente, los colonos.

No me cabe duda de que los cultivos de coca han aumentado por razones bastante obvias: primero, porque el contrabando de combustible tanto de Venezuela como de Ecuador ha disminuido y muchos pimpineros podrían haberse dedicado a cultivar la matica; segundo, porque el Gobierno no ha impulsado ningún programa de sustitución, y tercero, porque el consumo doméstico ha aumentado y la comercialización se ha democratizado. Golpear esa economía tendrá consecuencias de orden público y en ese río revuelto, los tratantes de la guerra meterán la reversa a la brava.

Uribe utilizará la revoltura como prueba fehaciente de la conexidad del narcotráfico con la rebelión, una de sus estrategias de saboteo; los programas sociales que EE. UU. estaba diseñando para apoyar el llamado posconflicto terminarán siendo reorientados por la embajada norteamericana hacia la “guerra contra las drogas”, cuyo resultado perverso, como se sabe, es sostener viva y activa la economía del narcotráfico.

La fumigación es la llave con la que se abre o se cierra el conflicto en las zonas de apoyo social de las Farc. En pocos días tendremos a la administración Trump, según el general Rosso José, imponiendo la medida con el aplauso fervoroso del fiscal, de Uribe y de los oficiales interesados en seguir siendo ascendidos en el Congreso pese a estar incursos en delitos atroces como son los falsos positivos.

La cuestión de la fumigación aérea es una prueba de fuego para Santos y pondrá a prueba la existencia del mejor acuerdo posible.

(*) Sociólogo, periodista y escritor colombiano.