PAUL KRUGMAN
21 nov 2016
21 nov 2016
Foto: AFP
Sin embargo, ¿será evidente de inmediato la magnitud del desastre? Es natural y, uno debe admitir, tentador pronosticar que se llevaría su merecido rápidamente; y yo mismo caí en esa tentación, brevemente, esa horrible noche de las elecciones, y sugerí que era inminente una recesión mundial.De hecho, no hay que sorprenderse si, en realidad, se acelera el crecimiento económico por un par de años.
¿Por qué, tras reflexionar, soy relativamente optimista sobre los efectos en el corto plazo de poner a un hombre tan terrible, con un equipo tan terrible, en el poder? La respuesta es una mezcla de principios generales y los detalles de nuestra situación económica actual.
Primero, los principios generales: siempre hay una desconexión entre lo que es bueno para la sociedad, o incluso la economía, en el largo plazo y lo que es bueno para el desempeño económico en los siguientes trimestres. Es posible que al no actuar en relación al clima, se condene a la civilización, pero no hay claridad en cuanto a por qué debería deprimir el gasto del consumidor en el siguiente año.
O, tomemos por ejemplo el tema distintivo de Trump de la política comercial. Un retorno al proteccionismo y a las guerras comerciales haría que la economía mundial se haga más pobre con el tiempo, y, en particular, paralizaría a los países más pobres que necesitan desesperadamente mercados abiertos para sus productos. Sin embargo, las predicciones de que los aranceles trumpistas causarían una recesión nunca tuvieron sentido: sí, vamos a exportar menos, pero también vamos a importar menos, y el efecto de conjunto en el empleo será más o menos una pérdida.
Además de estos principios generales, los detalles de nuestra situación económica significan que, por lo menos durante algún tiempo, un gobierno de Trump podría, de hecho, terminar haciendo lo correcto por las razones equivocadas.
Hace ocho años, mientras el mundo se estaba hundiendo en la crisis financiera, argumenté que habíamos entrado en un reino económico en el que "la virtud es vicio, la precaución es riesgo y la prudencia es una locura". Específicamente, nos habíamos topado con una situación en la que los grandes déficit y una mayor inflación eran cosas buenas, no malas. Y seguimos en esa situación; no con tanta fuerza como estuvimos, pero todavía podríamos usar bastante el déficit en el gasto.
Muchos economistas han sabido esto todo el tiempo. Sin embargo, los han ignorado, en cierta forma, porque un amplio sector de la elite política ha estado obsesionada con los males de la deuda, en parte porque los republicanos han estado en contra de cualquier cosa que propone el gobierno de Obama.
Ahora, no obstante, el poder ha caído en manos de un hombre que definitivamente no sufre de un exceso ni de virtud ni de prudencia. Donald Trump no está proponiendo grandes recortes fiscales para los acaudalados y las corporaciones que destruyan el presupuesto porque entiende la macroeconomía. Sin embargo, esos recortes tributarios añadirían 4.500 billones de dólares a la deuda estadounidense en la siguiente década, cerca de cinco veces el estímulo de los primeros años de Obama.
Cierto, distribuirle dinero caído del cielo a los ricos y las compañías que probablemente tendrían mucho dinero es una forma negativa, del menor beneficio por una gran inversión de reforzar la economía, y tengo mis dudas sobre si el aumento prometido en el gasto en infraestructura realmente va a suceder. Sin embargo, un estímulo accidental, mal diseñado, sería, con todo, mejor en el corto plazo que ninguno.
En resumen, no hay que esperar una depresión inmediata por Trump. Ahora, en el largo plazo, el trumpismo será algo muy malo para la economía, en un par de formas. Para empezar, aun si no enfrentamos una recesión en este momento, las cosas pasan, y mucho depende de la efectividad de la respuesta política. No obstante, estamos a punto de ver una importante degradación, tanto en la calidad como en la independencia de los servidores públicos. Si encaramos una nueva crisis económica —quizá como resultado del desmantelamiento de la reforma financiera—, es difícil pensar en personas menos preparadas para lidiar con ella.
Y las políticas trumpistas, en particular, van a dañar a la clase trabajadora estadounidense y no a ayudarla; al final, las promesas de hacer que retornen los viejos tiempos —sí, hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande— se revelarán como la broma cruel que son. Habrá más al respecto en columnas futuras.
Sin embargo, es probable que todo ello se lleve tiempo; las consecuencias del nuevo y terrible régimen no serán aparentes de inmediato. Los oponentes a ese régimen necesitan estar preparados para la posibilidad real de que sucederán cosas buenas a malas personas, al menos por algún tiempo.