El decreto que permitió al padre del presidente Macri -y otros familiares de funcionarios- blanquear capitales tiene un antecedente: Martínez de Hoz, ministro de la dictadura, impulsó la derogación de la ley que gravaba las herencias
Por RICARDO RAGENDORFER | 13 de diciembre de 2016
Eso fue después de la muerte de su padre, el 29 de marzo de 1976, argumentando que así se “fortalecerá la unidad de la familia, espina dorsal del cuerpo social”. Ya en democracia, Martínez de Hoz intercedió por Franco y Mauricio Macri ante Rockefeller para reflotar un negocio inmobiliario en Nueva York junto a Donald Trump, hoy presidente de los EE.UU.
“Estoy retirado. Yo no soy nadie”, soltó Franco Macri, con voz quejumbrosa.
Una frase digna de Shakespeare, pero destinada a una puesta en escena de bajo presupuesto. De hecho, resultó muy pintoresco que fuera pronunciada en una entrevista con el cura Juan Carlos Molina –secretario de la Sedronar durante el kirchnerismo– para el programaDerribando Muros, de Radio Rebelde, una emisora vinculada al piquetero Luis D’Elía.
El anciano patriarca del Grupo Socma replicó así las insidiosas afirmaciones que lo describían como principal beneficiario del decreto suscrito por su hijo, el Presidente de la Nación, para habilitar el blanqueo de capitales a familiares de funcionarios, algo expresamente vedado por la ley de Sinceramiento Fiscal, votada cuatro meses antes. Ya se sabe que don Franco tiene algunos asuntos offshore en Bahamas y Panamá.
De modo que el FpV y Libres del Sur hicieron sendas denuncias penales contra Mauricio Macri, Marcos Peña Braun y Alfonso Prat Gay por “abuso de autoridad” y presentaron una cautelar para declarar la “inconstitucionalidad” de esa modificación: A su vez, el massismo propuso una comisión bicameral en el Congreso y el resto del arco opositor salió a repudiar el decreto. Mientras tanto, se desataba una grave crisis en la alianza gobernante por diferencias con la UCR y la Coalición Cívica, puesto que la exclusión de los parientes había sido condicionada precisamente por sus líderes.
Esa es la primera cuota que Macri tuvo que pagar por su notable innovación institucional: haber convertido la fortuna del papá en una política de Estado. Una osadía casi monárquica que, por cierto, reconoce un único antecedente en la historia argentina. Su hacedor: José Alfredo Martínez de Hoz.
La herencia recibida
En el verano de 1976, “Josecito” –tal como sus allegados llamaban a Martínez de Hoz– participaba de un safari en África. El tipo era un cultor de la cacería a cuchillo; es decir, solía degollar a sus presas. En tales circunstancias, supo de su nombramiento como ministro de Economía del régimen dictatorial a punto de instaurarse. Y voló con urgencia a Buenos Aires. Pero su debut en el cargo se vio empañado por una inesperada desdicha: la muerte de su padre.
El viejo José Alfredo –todos los primogénitos de la estirpe se llaman así– exhaló su último suspiro el 26 de marzo de ese año, a solo semanas de cumplir 80 primaveras. Y al día siguiente, fue inhumado en la Recoleta ante una sobria concurrencia en cuya indumentaria prevalecían trajes negros, tapados de piel, uniformes y sotanas. El hondo pesar por semejante pérdida quedó plasmado en la kilométrica lista de condolencias que publicó aquel miércoles el diario La Nación. No era para menos.
Ese hombre de linaje patricio era bisnieto de don José (a secas) Martínez de Hoz –el ganadero esclavista que inició la dinastía–, nieto del fundador de la Sociedad Rural Argentina (SRA) e hijo del José Alfredo que alternó el manejo de aquella central agropecuaria con la presidencia del Banco Provincia. Y él, formado en el prestigioso Eton College, de Londres, era propietario del haras Chapadmalal y administrador de los campos familiares, además de integrar el directorio de La Forestal, entre otras grandes empresas. Al mismo tiempo fue vicepresidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap), luego, titular de la Asociación de Criadores Argentinos y, finalmente –al igual que sus antepasados–, presidió la SRA. De su unión con la señora Carola Cárcano, nació en 1925 su único hijo, el futuro ministro.
Éste, graduado en derecho con las mejores calificaciones –y con posgrados en Cambridge y Florencia–, se volcó a los negocios familiares, diversificando el rubro terrateniente con empresas eléctricas, de acero, petróleo y seguros. A la vez, incursionó en la función pública como ministro de Economía de Salta durante la Revolución Libertadora y, en 1962, ocupó ese mismo cargo a nivel nacional en la presidencia de José María Guido. Ya a mediados de los ’70, fue la cara visible del Consejo Empresario Argentino, desde donde diseñó el plan económico de la dictadura.
Ahora, ante el ataúd de don José Alfredo, un devastado Josecito ideó a modo de homenaje una medida de gobierno que “fortalecerá la unidad de la familia, espina dorsal del cuerpo social”. Tales fueron las palabras que utilizó el 29 de marzo de 1976 para fundamentar la derogación de la ley 11.287 –sancionada durante el gobierno de Alvear–, que estipulaba un canon al “enriquecimiento patrimonial gratuito” y destinado al “tesoro escolar”. En otras palabras, a solo 48 horas de la muerte de su padre –cuyo testamento fue muy generoso con él–, Martínez de Hoz no dudó en borrar de un plumazo el impuesto a la herencia. El momento, claro, no pudo ser más oportuno.
Desde entonces transcurrieron cuatro décadas. Al respecto, un interrogante: ¿Macri habrá tenido en mente tal historia al estampar su rúbrica en ese decreto tan a la medida su propio padre? Sólo él lo sabe.
Al maestro con cariño
“Nuestro programa económico consiste en manejar la inflación, el endeudamiento externo y la recesión. Esa base apunta a reinsertar al país en la economía internacional, según las ventajas que ofrece el campo y la minería. En ese marco no favorable a la industrialización como núcleo dinámico de la economía, las inversiones extranjeras son un elemento esencial para reducir el costo social del proceso de capitalización y acelerar su tasa de crecimiento”. No sería extraño que Macri lo hubiera dicho.
Aquellas palabras fueron en realidad pronunciadas por Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976, al dar a conocer su plan de gestión por cadena nacional.
Es posible que tales definiciones agradaran de sobremanera a un ascendente empresario de 46 años. Su nombre: Franco Macri.
Su historia es conocida, y también, el motor de su éxito: los negocios con el Estado –en especial, los referidos a la obra pública– durante la dictadura. Fue cuando, además, entabló una provechosa relación personal con Martínez de Hoz. Y a pesar de que ambos eran –desde el punto de vista cultural y social– como el agua y el aceite, tenían intereses en común. Tanto es así que aquella amistad perduró a través del tiempo
Prueba de ello es una vieja trama que circuló profusamente en estos días, a propósito del triunfo electoral de Donald Trump: las extravagantes peripecias neoyorkinas del joven Mauricio en 1983, al ser enviado a la Gran Manzana por su padre para enderezar un complicado emprendimiento inmobiliario con el ahora presidente electo de Estados Unidos. Un negocio que también incluía –en calidad de inversionista– al poderosísimo zar del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller, quien, de pronto, se echó atrás. Fue entonces cuando entró a tallar la figura de Martínez de Hoz, por pedido de Franco, a sabiendas de su vínculo amistoso con el banquero.
Ya había vuelto la democracia cuando el ex ministro de Economía viajo de incógnito a Nueva York para destrabar el acuerdo. A tal efecto, se alojó en la residencia campestre de Rockefeller, y por días enteros lo instó a reconsiderar la cuestión. Pero su único logro fue que Mr. David se comunicara por teléfono con Franco para decir que no podía reflotar el proyecto.
El asunto saltó a la luz en 1991 a través del libro Trump: The Greatest Show on Earth, de Wayne Barrett. En 2005, el propio Mauricio reveló su rol en las negociaciones durante una entrevista con TyC Sports. Y tres años más tarde amplió ese relato ante Gabriela Cerruti, durante su investigación biográfica titulada El Pibe.
El ex ministro de la dictadura murió el 16 de marzo de 2013.
Tal vez para homenajearlo, el presidente Macri tuvo la gentileza de nombrar a su hijo –también llamado José Alfredo– como asesor jerárquico del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial. Al parecer, aún continúa en su puesto.
En tanto, todo indica que –desde diciembre de 2015– el espectro de su padre atraviesa los pasillos de la Casa Rosada como una ráfaga apenas disimulada.
Los efectos están a la vista.
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