El xenófobo y antieuropeo Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders quedó relegado, aunque incrementó levemente su presencia en el Parlamento. Será excluido de cualquier posible coalición.
EMILIA REBOLLOEspecial desde Berlín
16 de Marzo de 2017
Estabilidad. Los electores respaldaron al premier Mark Rutte porque mantuvo la prosperidad económica en un momento de crisis en Europa.
A contramano de lo que habían anunciado algunas encuestas, el partido del líder xenófobo Geert Wilders sufrió ayer una derrota en las elecciones de Holanda, un resultado que da oxígeno al proyecto europeo y que, al menos por el momento, pone un límite a la ebullición de la ultraderecha en el continente.
De acuerdo con los sondeos a boca de urna conocidos al cierre de esta edición, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) del actual premier liberal-conservador Mark Rutte conseguía 31 escaños, seguido por la Llamada Democristiana (CDA), los Demócratas 66 (liberales) y el Partido por la Libertad (PVV) de Wilders, empatados con 19 bancas cada uno. Los xenófobos ganaban tres bancas con respecto a la legislatura saliente.
¿Qué sigue ahora? Los resultados preliminares anticipaban que ninguna de las 13 formaciones -de un total de 28- que hasta anoche lograban ingresar al Parlamento contaba con los suficientes votos como para alcanzar la mayoría de 76 escaños, por lo que sus principales representantes se verán obligados a negociar. Esta fragmentación, aunque histórica por la proliferación de agrupaciones, es usual en Holanda, donde en los últimos cien años todos los Gobiernos surgieron de una coalición.
Frente a este panorama, los comentaristas apostaban por dos opciones: la primera, una alianza entre el oficialista VVD, los socialdemócratas del PdvA -que se derrumbaban de 41 bancas a 9-, la CDA y Demócratas 66. La segunda, un acuerdo difícil pero no imposible, entre el actual Gobierno y la GroenLinks (GL, izquierda verde), cuyo candidato Jesse Klaver, de 30 años, fue comparado por su carisma con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Pero necesitaría de por lo menos otras dos formaciones para armar el combo.
Lo central es que en cualquiera de esas opciones dejaría afuera al partido del islamófobo Wilders.
Pocas veces las elecciones en los Países Bajos (tal el nombre oficial del país) había acaparado tanto la atención europea y mundial. Y no era para menos, ya que estaba en juego una guerra entre modelos, proteccionista y xenófono uno, liberal y de puertas abiertas el otro.
Esas pasiones explican que la participación en las urnas haya llegado a un 55% -pese a que el voto no era obligatorio-, algo notable si se tiene en cuenta que en 2012 había sido del 37%. La afluencia llegó a ser tal que en ciudades como Ámsterdam se imprimieron boletas con urgencia y en La Haya se extendió el horario de cierre.
Para la Unión Europea, estas elecciones eran una medida sobre las posibilidades de la extrema derecha en un año vital para el bloque, prueba que seguirá el mes que viene en las presidenciales de Francia. La candidata de la extrema derecha Marine Le Pen lidera por ahora las intenciones de voto para la primera vuelta.
Luego será el turno de Alemania, país que registra el corrimiento de votantes hacia formaciones ultras más importante desde sus años más oscuros. Es por eso que el proyecto comunitario está en busca de anticuerpos que aseguren su supervivencia frente a los euroescépticos, que encarnaron una ola de disconformidad que los líderes políticos no supieron interpretar y que tuvo el año pasado su gran batacazo con la votación del "brexit", la salida del Reino Unido de la UE.
"Estamos asistiendo a la aparición de una nueva línea de conflicto en la política europea que planta a los globalistas -que están a favor de las instituciones internacionales, la inmigración, la UE- contra los nacionalistas, que abogan por la soberanía nacional y la primacía de los valores occidentales", le dijo a Ámbito Financiero el doctor Markus Jachtenfuchs, profesor de Gobernanza Europea y Global en la Escuela Hertie de Gobierno de Berlín.
"Este ha sido un patrón estable durante los últimos 30 o 40 años y ahora se está estabilizando electoralmente. Por lo menos en un futuro previsible, una década o más, no veo que (los nacionalistas) desaparezcan, también porque muchas de sus creencias no están basadas en hechos, sino en la identidad, lo que significa que es difícil discutir con ellas", alertó el especialista.
Además de esta simbología, Holanda es un país de peso dentro del bloque, con una de las economías más estables de la región, y sede de empresas de renombre como Unilever o Philips.
"Después del 'brexit' y la elección de Donald Trump, los comentaristas parecen haber caído en un paradigma exagerado, incluso histérico, sobre el surgimiento del populismo y otros desafíos a las democracias liberales en Occidente", resaltó Geerten Waling, investigador de la Universidad de Leidan, a este diario.
"Las elecciones generales holandesas también se percibieron desde esa perspectiva. La gente olvida que los Países Bajos han experimentado esta rama de la política desde que el radical Pim Fortuyn fue asesinado en 2002 y que hasta Wilders ya es un factor influyente en nuestro Parlamento desde 2004 (y su PVV fue elegido por primera vez en 2006)", agregó. "Así que no hay muchas noticias, aunque el PVV seguirá creciendo debido a la crisis del euro y la amenaza persistente del terrorismo", añadió.
Si Wilders, el excéntrico personaje que ha prometido "desislamizar" el país y volver a una "Holanda para los holandeses", mantiene la posición que adelantaban los sondeos a boca de urna, las agrupaciones tradicionales recobrarán el aliento. Sin embargo, la amenaza de la extrema derecha permanecerá latente y se consolidará como un actor más de la política europea.
(*) Especial desde Alemania