Por Paul Walder
23 marzo, 2017
23 marzo, 2017
La Ley de Pesca, aquel engendro pergeñado durante el gobierno de Piñera por el entonces ministro de Economía Pablo Longueira, ha sido una peste que ha contaminado a todo el ya enfermo sistema político. Esa norma financiada por las empresas pesqueras a la medida de sus intereses para apropiarse y depredar los pocos recursos que aún quedan en los mares, ha transparentado de forma obscena a una clase política que exhibe toda su incontinencia financiera, venga de donde venga.
Durante la tramitación de esta ley la cohabitación entre la clase empresarial y política nos ha permitido comprobar que en Chile la ambición de poder es tan profunda e insondable como la impudicia y la inmoralidad. La infame ley ha sellado como una marca imborrable la miseria de las elites.
La filtración en las últimas semanas de nuevos aportes financieros de las pesqueras a parlamentarios y políticos, sean éstos legales o tramposos (a estas alturas no constituye un dato relevante), apunta y consolida un fenómeno de mayor magnitud. Asistimos a la muerte del modelo de democracia representativa. La clase política ha realizado una carrera corporativa, una aventura personal para mantener cargos y gozar de las prebendas y privilegios del poder.
En este ejercicio la mentira a sus votantes, la evasión fiscal, la estafa o la traición a su palabra son prácticas habituales que gozan de plena impunidad. Ni corruptos ni corruptores, a diferencia de otros países latinoamericanos, han pagado en Chile sus delitos con penas efectivas de prisión.
Esta es la condición actual del sistema político. Un club, un circo patético, una organización delictiva para obtener recursos financieros a cambio de favores legislativos. Si este es el estado del duopolio, su otra cara, la caja pagadora de las empresas, no logra obtener ningún atenuante. En el caso de la Ley de Pesca, se trata de una bien organizada pandilla de maleantes que no ha escatimado métodos para la obtención de sus objetivos.
Los delitos de estas dos bandas han extinguido en el presente y futuro los recursos marinos a cuenta de altas rentabilidades en el corto plazo y del reforzamiento de sus lazos de poder. Ambos grupos, políticos y mercachifles, están unidos por la misma inspiración: la mantención del poder y los privilegios a cualquier costo.
En esta trenza otros organismos y poderes del Estado caen bajo la misma rueda. El Poder Judicial, desde la Fiscalía a los tribunales ordinarios, tampoco se salva al observar la parsimonia y la lenidad de los procesos, como tampoco el mismo gobierno, que observa con desesperante indiferencia la corrupción. Ante la evidencia de una ley viciada, ante los registros y documentos de una abierta corrupción durante la tramitación de dicha norma, el gobierno a través de sus ministros se ha mostrado contrario a una anulación de esta aberración parlamentaria, trucados en cómplices pasivos para mantener relaciones con quienes les han alimentado durante las largas últimas dos décadas.
El vínculo con las pesqueras, con el ubicuo poder económico, tiene atado a todo el sistema político en un proceso de descomposición que se expande por todos y cada uno de los poderes y organismos del Estado. Al caso nominado “milicogate”, esa maniobra para desviar los recursos del fondo reservado del cobre a cuentas corrientes y a la compra de autos de lujo, caballos pura sangre y juergas en casinos, se le agrega ahora un complot en las filas de Carabineros para apropiarse de recursos públicos.
Más de ocho mil millones de pesos (unos doce millones de dólares) han sido canalizados hacia cuentas privadas de oficiales. Si éstas son algunas muestras de la corrupción en el sector público, el privado ha hecho de estas artimañas su condición. Masivas estafas financieras bajo la fachada de emprendimientos, carteles y colusión en artículos de primera necesidad, desde el papel tissue a los medicamentos, forman parte de los modelos de negocios.
El país que se ha vanagloriado desde décadas pasadas de haber llevado el modelo neoliberal de mercado desregulado a alturas nunca exploradas, hoy sufre su precipitación y desplome. No sólo en su economía, que se mueve por inercia, sino en la misma base de toda su institucionalidad. Chile en caída libre.
(*) Periodista, articulista y analista chileno, licenciado en la Universidad Autónoma de Barcelona.