El mandatario plantea la reducción del número de diputados, la supresión de la Corte de Justicia de la República, la introducción de una dosis de proporcionalidad en la estructura electoral y el levantamiento del estado de urgencia.
Por Eduardo Febbro
PáginaI12
04 de julio de 2017
Macron cuenta con un doble respaldo en las urnas: el de las presidenciales y el de las legislativas. Imagen: AFP
La era de Emmanuel Macron como presidente empezó ayer tres de julio con una escenografía de gran ópera democrática que le valieron al jefe del Estado acusaciones de “monarquismo”. Dueño de un poder absoluto, Emmanuel Macron reunió en el Palacio de Versalles a los senadores y diputados, a quienes les presentó sus prioridades para los próximos cinco años. La solemnidad del gesto y el peso acumulado de la historia en un lugar como Versalles contrastan con la juventud del presidente y su aura de tecnócrata del nuevo mundo. Pero nadie escapa al poder de los símbolos y Macron recurrió a ellos en un calculado espectáculo que, además de excluir las preguntas de la prensa y las impugnaciones de la oposición, se llevó a cabo un día antes de que el primer ministro, Édouard Philippe, presente ante la Asamblea Nacional la declaración de política general y se someta al voto de confianza de la Cámara. Versalles es distinto: es la morada del poder absoluto que remite al reinado de Luis XIV, el Rey Sol. A largo de su extenso discurso, el presidente planteó un paquete de reformas que van desde la reducción de un tercio del número de diputados, la introducción de una dosis de proporcionalidad en la estructura electoral, la supresión de la Corte de Justicia de la República, una instancia encargada de juzgar las infracciones y delitos cometidos por los miembros del gobierno, hasta el levantamiento, a partir de septiembre, del estado de urgencia instaurado en 2015.
Respaldado por la doble e indiscutible legitimidad que le dieron las elecciones presidenciales y luego la mayoría absoluta que conquistó en las legislativas, Emmanuel Macron se presentó como un “Yo el Supremo” a quien los franceses eligieron para dirigir un país “que vaya hacia delante, que recupere el optimismo y la esperanza”. Ir rápido y actuar eficazmente fue el credo desplegado en Versalles. Por ello, según el jefe del Estado, reducir la cantidad de parlamentarios (577 en la Asamblea Nacional y 345 senadores) significa que “el trabajo se vuelve más fluido” y los procesos de adopción de las leyes más “simplificados”. De todos los anuncios, el más importante fue la introducción de un porcentaje de proporcionalidad en el sistema electoral. Esta iniciativa lleva décadas sin aplicarse y su ausencia siempre ha frenado la representación real de pequeños partidos como el ultraderechista Frente Nacional. El FN contó con 11 millones de votos en las elecciones presidenciales pero luego, en las legislativas, debido al sistema mayoritario de dos vueltas, apenas obtuvo 8 diputados. El presidente explicó que “la representatividad sigue siendo un combate inconcluso en nuestro país”. El otro anuncio esperado fue el del levantamiento del estado de urgencia en vigor desde los atentados de noviembre de 2015. Macron dijo que les “devolverá a los franceses sus libertades, las cuales son la condición de la existencia de una democracia fuerte”. Esta decisión es menos real de lo que su enunciado deja interpretar porque el gobierno, a través de la ley contra el terrorismo, hizo pasar bajo el paraguas del “derecho común” las medidas necesarias para la lucha contra el terrorismo.
El marco monárquico de la intervención presidencial fue más espectacular que las propuestas. En una hora y media, con un estilo a menudo grandilocuente, el jefe del Estado se paseó por la historia intelectual francesa, citó a Charles Péguy, George Bataille, Fernand Braudel, Simone Weil y buscó rediseñar la imagen de tecnócrata frío y calculador que se le pegó como una etiqueta. Macron apareció como una suerte de presidente evangelista inspirado por la misión de devolverle la energía y el entusiasmo al país y reformar las instituciones para que estas sean “eficaces, representativas y responsables”. Y si ello no ocurriera, el presidente estaría dispuesto a consultar al pueblo mediante un referéndum. Los esplendorosos salones de Versalles deben haber temblado de asombro al escuchar al mandatario decir 19 veces la palabra “Pueblo” y frases como “devolverle al pueblo esa dignidad colectiva que no acarrea ninguna exclusión. Devolverle al pueblo su plena soberanía”. Pueblo es el término preferido de un ausente que boicoteó la actuación presidencial, Jean-Luc Mélenchon, el líder y hoy diputado de la izquierda radical de Francia Insumisa. “Al haberlos elegido en esta novedad radical, el pueblo francés manifestó su impaciencia ante un mundo político hecho de disputas y ambiciones vacías en el que hemos vivido hasta hoy”, dijo Macron. Marine Le Pen, la patrona y ahora diputada de la extrema derecha, exultaba de felicidad mientras Mélenchon, a distancia, en Facebook, calificaba el discurso de “aburrimiento mortal”.
No todos los parlamentarios se plegaron a la convocatoria en Versalles. Los diputados comunistas y los de Francia Insumisa manifestaron en las calles de Versalles al tiempo que Jean-Luc Mélenchon lo hacia en la Plaza de la República, en París. A ambos, en una alusión directa, Macron los retrató como sectarios y dogmáticos. Los centristas y la izquierda radical se atragantaron con la cita de Versalles, a la que juzgaron como una representación “faraónica de la monarquía presidencial”. Durante estos casi dos meses de mandato, Emmanuel Macron fue comparado por los medios con el ex “súper presidente” Nicolas Sarkozy, quien cumplía a la vez las funciones de jefe del Estado, primer ministro, ministro de Economía, de Medio Ambiente, de asuntos sociales o portavoz. Precisamente, si Macron pudo dirigirse al Congreso es gracias a la reforma adoptada por Sarkozy en 2008. Antes, los presidentes no estaban autorizados a hacerlo y sólo se podían dirigir a los legisladores mediante un mensaje leído por otra persona. Sarkozy reunió al Congreso en 2009 y François Hollande en 2015. Macron es el tercero que recurre a este escenografía política. El semanario satírico Le Canard Enchaîné contó en una de sus ediciones que Nicolas Sarkozy dijo: “con la edad, me volví más modesto. Macron es como yo, pero mejor”. Ya hubo Nicolas Primero. Ahora entró en escena Emmanuel Primero.
efebbro@pagina12.com.ar
04 de julio de 2017
Macron cuenta con un doble respaldo en las urnas: el de las presidenciales y el de las legislativas. Imagen: AFP
La era de Emmanuel Macron como presidente empezó ayer tres de julio con una escenografía de gran ópera democrática que le valieron al jefe del Estado acusaciones de “monarquismo”. Dueño de un poder absoluto, Emmanuel Macron reunió en el Palacio de Versalles a los senadores y diputados, a quienes les presentó sus prioridades para los próximos cinco años. La solemnidad del gesto y el peso acumulado de la historia en un lugar como Versalles contrastan con la juventud del presidente y su aura de tecnócrata del nuevo mundo. Pero nadie escapa al poder de los símbolos y Macron recurrió a ellos en un calculado espectáculo que, además de excluir las preguntas de la prensa y las impugnaciones de la oposición, se llevó a cabo un día antes de que el primer ministro, Édouard Philippe, presente ante la Asamblea Nacional la declaración de política general y se someta al voto de confianza de la Cámara. Versalles es distinto: es la morada del poder absoluto que remite al reinado de Luis XIV, el Rey Sol. A largo de su extenso discurso, el presidente planteó un paquete de reformas que van desde la reducción de un tercio del número de diputados, la introducción de una dosis de proporcionalidad en la estructura electoral, la supresión de la Corte de Justicia de la República, una instancia encargada de juzgar las infracciones y delitos cometidos por los miembros del gobierno, hasta el levantamiento, a partir de septiembre, del estado de urgencia instaurado en 2015.
Respaldado por la doble e indiscutible legitimidad que le dieron las elecciones presidenciales y luego la mayoría absoluta que conquistó en las legislativas, Emmanuel Macron se presentó como un “Yo el Supremo” a quien los franceses eligieron para dirigir un país “que vaya hacia delante, que recupere el optimismo y la esperanza”. Ir rápido y actuar eficazmente fue el credo desplegado en Versalles. Por ello, según el jefe del Estado, reducir la cantidad de parlamentarios (577 en la Asamblea Nacional y 345 senadores) significa que “el trabajo se vuelve más fluido” y los procesos de adopción de las leyes más “simplificados”. De todos los anuncios, el más importante fue la introducción de un porcentaje de proporcionalidad en el sistema electoral. Esta iniciativa lleva décadas sin aplicarse y su ausencia siempre ha frenado la representación real de pequeños partidos como el ultraderechista Frente Nacional. El FN contó con 11 millones de votos en las elecciones presidenciales pero luego, en las legislativas, debido al sistema mayoritario de dos vueltas, apenas obtuvo 8 diputados. El presidente explicó que “la representatividad sigue siendo un combate inconcluso en nuestro país”. El otro anuncio esperado fue el del levantamiento del estado de urgencia en vigor desde los atentados de noviembre de 2015. Macron dijo que les “devolverá a los franceses sus libertades, las cuales son la condición de la existencia de una democracia fuerte”. Esta decisión es menos real de lo que su enunciado deja interpretar porque el gobierno, a través de la ley contra el terrorismo, hizo pasar bajo el paraguas del “derecho común” las medidas necesarias para la lucha contra el terrorismo.
El marco monárquico de la intervención presidencial fue más espectacular que las propuestas. En una hora y media, con un estilo a menudo grandilocuente, el jefe del Estado se paseó por la historia intelectual francesa, citó a Charles Péguy, George Bataille, Fernand Braudel, Simone Weil y buscó rediseñar la imagen de tecnócrata frío y calculador que se le pegó como una etiqueta. Macron apareció como una suerte de presidente evangelista inspirado por la misión de devolverle la energía y el entusiasmo al país y reformar las instituciones para que estas sean “eficaces, representativas y responsables”. Y si ello no ocurriera, el presidente estaría dispuesto a consultar al pueblo mediante un referéndum. Los esplendorosos salones de Versalles deben haber temblado de asombro al escuchar al mandatario decir 19 veces la palabra “Pueblo” y frases como “devolverle al pueblo esa dignidad colectiva que no acarrea ninguna exclusión. Devolverle al pueblo su plena soberanía”. Pueblo es el término preferido de un ausente que boicoteó la actuación presidencial, Jean-Luc Mélenchon, el líder y hoy diputado de la izquierda radical de Francia Insumisa. “Al haberlos elegido en esta novedad radical, el pueblo francés manifestó su impaciencia ante un mundo político hecho de disputas y ambiciones vacías en el que hemos vivido hasta hoy”, dijo Macron. Marine Le Pen, la patrona y ahora diputada de la extrema derecha, exultaba de felicidad mientras Mélenchon, a distancia, en Facebook, calificaba el discurso de “aburrimiento mortal”.
No todos los parlamentarios se plegaron a la convocatoria en Versalles. Los diputados comunistas y los de Francia Insumisa manifestaron en las calles de Versalles al tiempo que Jean-Luc Mélenchon lo hacia en la Plaza de la República, en París. A ambos, en una alusión directa, Macron los retrató como sectarios y dogmáticos. Los centristas y la izquierda radical se atragantaron con la cita de Versalles, a la que juzgaron como una representación “faraónica de la monarquía presidencial”. Durante estos casi dos meses de mandato, Emmanuel Macron fue comparado por los medios con el ex “súper presidente” Nicolas Sarkozy, quien cumplía a la vez las funciones de jefe del Estado, primer ministro, ministro de Economía, de Medio Ambiente, de asuntos sociales o portavoz. Precisamente, si Macron pudo dirigirse al Congreso es gracias a la reforma adoptada por Sarkozy en 2008. Antes, los presidentes no estaban autorizados a hacerlo y sólo se podían dirigir a los legisladores mediante un mensaje leído por otra persona. Sarkozy reunió al Congreso en 2009 y François Hollande en 2015. Macron es el tercero que recurre a este escenografía política. El semanario satírico Le Canard Enchaîné contó en una de sus ediciones que Nicolas Sarkozy dijo: “con la edad, me volví más modesto. Macron es como yo, pero mejor”. Ya hubo Nicolas Primero. Ahora entró en escena Emmanuel Primero.
efebbro@pagina12.com.ar