Políticas que socavan la democracia
Paul Walder
30 junio, 2017
A finales de mayo, distintos actores y organizaciones pertenecientes a la Plataforma Chile Mejor sin TPP hicieron circular por las redes sociales un texto en el cual llaman a los candidatos presidenciales a una moratoria, no sólo del Tratado Transpacífico (TPP) -que los miembros del Apec intentan revivir pese al abandono de Estados Unidos de este acuerdo desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca-, sino de otras negociaciones en agenda y a una revisión de los tratados de libre comercio.
Las organizaciones firmantes de la declaración, ampliadas a una Plataforma Chile Mejor sin TLC, reclaman a las diferentes candidaturas el hermetismo en los procesos de negociación y aprobación parlamentaria de estos acuerdos comerciales durante los últimos veinte años.
Bajo el discurso y la propaganda, los distintos gobiernos de la transición promovieron los profusos TLC como beneficiosos para la economía y el bienestar de la población. Con incidencia no medida, en cuanto habrían tenido distintos y muy variados efectos sobre la calidad de vida de la ciudadanía. Ante la falta de estudios acabados en esta materia y ante otros perjuicios evidentes en los cuales ha derivado la instalación de un orden de mercado desregulado basado en el lucro de las grandes corporaciones, las organizaciones llaman a los candidatos a esta moratoria.
La Plataforma, que está integrada por organizaciones ambientales, sociales y territoriales, entre otras, hacen este llamado público desde sus respectivos espacios y territorios, los cuales han presentado evidentes efectos perjudiciales derivados de la expansión de las actividades de las grandes corporaciones y, eventualmente, desde la puesta en marcha de los tratados de libre comercio e inversiones.
Ha sido a partir de esos espacios que se inició el rechazo a aquella iniciativa hoy congelada llamada TPP. La experiencia previa de los TLC, y la ampliación de sus consecuencias en un tratado como el TPP, alertó a múltiples organizaciones a levantar la Plataforma. En abril de 2016, incluso cinco relatores y dos expertos internacionales de la ONU enviaron una carta a la Cancillería chilena donde advierten que el TPP impactaría en los derechos de los pueblos indígenas, derechos digitales, de acceso a la salud, civiles, políticos y de libertad de expresión, entre otros aspectos.
El TPP no se frenó por la Plataforma. Tampoco por organizaciones latinoamericanas, ni como uno más de los caprichos de Donald Trump. Ha sido por la emergencia de un rechazo elevado desde los trabajadores y la ciudadanía ante los perjuicios que ha traído sobre sus vidas la globalización neoliberal. Un proceso involutivo en los derechos de la población global cuya reacción se ha canalizado de forma peligrosa en discursos populistas que en apariencia han prometido un freno a la globalización como defensa de los intereses de los trabajadores. El caso de Trump no es el único, el Brexit fue también una respuesta de los británicos ante los efectos desfavorables sobre sus vidas a raíz de las políticas de la Unión Europea.
Políticas que socavan la democracia
Al respecto, Paulina Acevedo, del Observatorio Ciudadano y miembro de la Plataforma, considera que la influencia negativa que tienen los tratados de libre comercio en materia de derechos humanos es clara, por lo que debe ser atendida por las candidaturas que hoy aspiran a la Presidencia de la República. “Es por eso que pedimos no solamente un pronunciamiento, sino también una moratoria, en el sentido de revisar lo que se ha hecho y que estos acuerdos comerciales, de aquí en adelante, se negocien y se adopten con participación incidente de la sociedad civil y también con informes, tanto de sus impactos en derechos humanos como económicos”, afirma.
En tanto, Lucía Sepúlveda, de la Red de Acción en Plaguicidas, destaca que es importante que los candidatos a la Presidencia tengan una opinión formada sobre los tratados de libre comercio, y que se la comuniquen a la gente. Sepúlveda agregó que “ya sabemos qué pasó con el Tratado Transpacífico y ahora tienen que decirnos su opinión respecto de lo que estamos proponiendo, que es una moratoria a los tratados de libre comercio mientras no haya una evaluación integral de sus efectos sociales, ambientales y económicos. Pero teniendo en consideración a todos los sectores de la sociedad, porque hasta el momento solo se habla de la balanza de pagos y de la ganancia de los empresarios y de los grandes exportadores por la vía de estos tratados, pero no de los sectores productivos que han desaparecido ni de aquellos que deben actuar en condiciones desfavorables”.
Herramienta global para proteger a las corporaciones
UNi Global Union, la asociación europea de trabajadores del sector servicios, advierte sobre los peligros en la calidad de vida de los ciudadanos que conlleva la proliferación de los TLC como herramienta expansiva del orden neoliberal. “El contenido y alcance de estos acuerdos pueden variar, pero todos ellos tienen algo en común: representan una amenaza para la democracia y para la capacidad de los gobiernos para regular en nombre de los bienes públicos; por ejemplo, para garantizar la estabilidad financiera, un clima de seguridad, el acceso universal a los servicios públicos o a la salud pública”.
Los más de 60 acuerdos comerciales suscritos por Chile durante las décadas pasadas han sido finalmente herramientas suscritas por los Estados para proteger al sector privado. Más desregulaciones, menos aranceles, desmantelamiento de los aparatos estatales, que los deja atados de manos para legislar en favor de sus ciudadanos o para la protección del medioambiente. En suma, más poder para las compañías y creciente vulnerabilidad a los consumidores y trabajadores. En el proceso, se consolida el modelo de desregulación neoliberal, el lucro a todo evento en todos los sectores y aumenta la concentración extrema de la riqueza. Si ello ha sido con los TLC, el TPP podría aumentar todas estas tendencias.
Hay mecanismos que quieren reescribir las reglas del comercio y las inversiones para impulsar la liberalización y la agenda de privatización de la llamada economía de servicios “del siglo XXI”, después de haberse agotado el proceso multilateral de la OMC. La mayoría de estos acuerdos se están negociando a puertas cerradas, lejos del escrutinio público, lo que da oportunidad a poderosos grupos de presión corporativos para avanzar su agenda sin ser objeto de un debate democrático y un proceso transparente de negociación. No sólo el dormido TPP, que pese a la renuncia de Estados Unidos las economías adscritas al Apec han acordado seguir pergeñando a puertas cerradas. La reciente visita de Michelle Bachelet a China ha traído, como consecuencia buscada, la profundización del TLC con este país.
Pese a las decenas de acuerdos comerciales en pleno vigor, Chile insiste en ampliar y profundizar más las políticas comerciales, de servicios y de inversiones con otros Estados en favor de las grandes corporaciones, las únicas verdaderamente beneficiadas con estos tratados negociados cual traje a la medida de ellas. Están en negociación nuevos acuerdos con Argentina, Indonesia y Brasil y la profundización de los tratados ya firmados con China, Corea del Sur, Unión Europea y el TISA, que es la variante europea del TPP.
El capital no tiene patria
Junto a los múltiples efectos nocivos en las economías locales y formas de vida, consecuencias registradas por la Plataforma y atribuibles a los TLC, hay otros aspectos en el área financiera y de inversiones que debilitan a las economías locales ante los flujos especulativos de capital. La firma del tratado con Estados Unidos en 2003 incluyó la completa eliminación del encaje al ingreso de capitales foráneos, mecanismo que obligaba a los inversionistas extranjeros a depositar un determinado monto en el Banco Central chileno por un periodo mínimo de un año, medida que inhibía las inversiones especulativas y las salidas masivas de capitales en momentos de inestabilidad. Con la eliminación de esta cláusula, se incentivan las inversiones especulativas en tanto que la economía chilena queda en una situación de mayor vulnerabilidad ante las crisis financieras externas. Las constantes oscilaciones en el precio del dólar es un efecto de esas políticas: cada día pueden ingresar y salir ingentes cantidades de divisas, las que circulan por los mercados chilenos en busca de ganancias de corto o mediano plazo.
Uno de los fenómenos que registra en estos días la economía chilena es una caída en los niveles de inversión, tanto nacional como extranjera. En esta misma línea las cúpulas del sector privado levantan como explicación la ausencia de políticas públicas que incentiven tales inversiones. Un argumento que no apunta a una falta de capital, sino a la falta de condiciones que garanticen una alta rentabilidad.
Los capitales chilenos han hecho un uso intensivo de los acuerdos internacionales de inversión y han salido en busca de negocios. Bien se conoce la inversión extranjera en Chile, en prácticamente todos los sectores de la producción y los servicios, desde telecomunicaciones, educación, banca a autopistas concesionadas, pero no lo suficiente las inversiones de capitales chilenos en el exterior. Según cifras de la Direcom, hasta 2015 la inversión materializada en el exterior alcanzó la suma de 106 mil millones de dólares, distribuida en más de sesenta países de América, Europa, Oceanía, Asia y Africa. Por países, Brasil concentra el 26 por ciento del total invertido, con casi 28 mil millones de dólares.
El misterioso escenario del neoliberalismo chileno
La economía chilena exhibe señales disímiles y contradictorias. Arrastra un crecimiento virtualmente nulo desde hace más de un año, en tanto la producción y las ventas de las grandes corporaciones están planas. Un escenario en ningún caso pálido para sus accionistas: las principales sociedades anónimas lograron el año pasado aumentos históricos en sus ganancias. ¿Explicación?: Aplicaron mecanismos para reducir costos, como masivos recortes laborales. Una estrategia de corto plazo, no sustentable en el tiempo, que ya nos está pasando la cuenta.
“A mí no me interesa para nada un crecimiento económico brutal por sí solo; el crecimiento económico tiene que expresarse en una mejora en la vida de las personas”, dijo la presidenta Michelle Bachelet durante una entrevista el 7 de abril, tras conocerse las estadísticas de actividad económica de febrero. Una frase lanzada en el terreno económico con profundo subtexto político.
Bachelet de este modo salía al paso de las fuertes presiones que ha tenido que enfrentar desde las cúpulas empresariales y sus representantes políticos desde que gobierno puso en marcha una serie de reformas, principalmente la tributaria, que supuestamente tuvieron efectos en la economía. Una mirada más amplia al escenario económico local, regional y global nos conduce por otros derroteros, bastante alejados de la cerrada discusión en torno a las reformas. Los problemas de la economía chilena tienen otras causas y expresan muy diferentes fenómenos.
El retroceso de la economía chilena en febrero pasado cumple un vaticinio de inicios del año pasado que, muy probablemente, conducirá la actividad económica a nuevos escenarios. El Imacec (Indice Mensual de Actividad Económica) de febrero se contrajo 1,3 puntos, una marca sólo comparable a los peores registros de finales de la década pasada. Esta comparación estadística no establece relaciones causales, en cuanto se trata de dos momentos muy diferentes. En 2009, base de la comparación, la economía chilena sufría los efectos de la mega crisis global de las hipotecas subprimes, con violentas caídas bursátiles y consecuencias en los precios de los principalescommodities.
En el momento presente, aun cuando hay factores coyunturales como la larga huelga de Minera Escondida, de BHP Billiton, la debilidad de la economía chilena no responde a motivos directamente atribuibles. Febrero arrastra un proceso de largos meses y años de virtual estancamiento, con un PIB que en 2016 aumentó escasos 1,6 puntos, guarismo que también nos remite a finales de la década pasada bajo los efectos de la crisis global.
Si esta es la descripción del momento, las proyecciones han ingresado en un terreno sombrío. El Banco Central redujo a inicios de abril su proyección de crecimiento para el año en curso a un rango entre uno y dos por ciento, comparable al año pasado. La construcción, que es el sector que expresa mejor los cambios económicos, prevé un retroceso en la actividad respecto a 2016, con una caída en las inversiones y fuertes efectos en el empleo. El sector estima que el desempleo en la construcción se elevará este año por encima del diez por ciento.
Al observar otros indicadores económicos, vemos que en el freno en el crecimiento, expresado con inusual fuerza en el retroceso de febrero pasado, hay una serie de otros elementos, ninguno de ellos asociado a los programas políticos del actual gobierno, y menos relacionado a un alza tributaria. La mermada actividad económica, que arrastra a prácticamente todos los sectores de la economía, está anclada en parte en un comercio exterior más acotado. Durante 2016 las exportaciones, que sumaron casi 60 mil millones de dólares, se estrecharon un 3,7 por ciento respecto al año anterior, en tanto las importaciones, que llegaron a cerca de 59 mil millones de dólares, también cayeron en un guarismo similar. En ambos casos la minería ha sido el sector más afectado.
De regreso a la crisis
Aun cuando la comparación con 2015 parece mínima, una mirada de largo plazo entrega otros resultados. Los 60 mil millones de dólares de 2016 expresan sin duda una caída fuerte respecto a las exportaciones de inicios de la década: en 2012 el total exportado alcanzó a 78 mil millones, y en 2011 a 81 mil millones. Una cifra más o menos similar a las exportaciones del año pasado la podemos hallar en 2009, tras la crisis global de las subprimes. Al revisar las importaciones observamos una escena muy similar: estas han caído durante la década desde un techo de 80 mil millones a la cifra citada del año pasado. El comercio exterior expresa una merma clara y general en la producción y las ventas.
Hay dos variables clave para la economía neoliberal que desde hace un tiempo están si no en contracción, estancadas. Consumo e inversión, que durante décadas pasadas, en pleno auge y fruición de los mercado alcanzaban diariamente nuevas marcas, hoy palidecen. Cifras de inversión del Banco Central confirman que no se trata de una coyuntura, sino de un proceso de contracción que se arrastra desde los últimos tres años. Este retroceso estuvo matizado durante ese periodo por el auge en la construcción, sector que hoy sufre un evidente freno.
La inversión extranjera (IED), bandera neoliberal para los gobiernos de la transición, hoy muestra también una contracción. Si en 2015 bajó cerca de un diez por ciento respecto al año precedente, en 2016 la caída ha sido intensa. Según cifras preliminares del Banco Central, la IED del año pasado habría sido un 40 por ciento menor que en 2015.
El consumo, caballo de batalla del retail y otras actividades orientadas a los mercados internos, pasa un mal momento. Desde 2012 este indicador marca un claro declive, en una tendencia concordante con la baja de la actividad en general.
Durante la primera semana de abril emergieron estudios sobre la economía chilena que no iluminan este panorama. De acuerdo al informe “Monitor de deuda global”, del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, su sigla en inglés), los créditos tomados por empresas de mercados emergentes han aumentado más de siete veces durante los últimos años, pasando de 7,4 billones de dólares (millones de millones) en 2006 a 56 billones el año pasado. El análisis afirma que “las firmas en China, Turquía, Chile y Arabia Saudita han visto los mayores incrementos en sus niveles de deuda durante la última década”. En este poco auspicioso ranking, las empresas chilenas aparecen en el cuarto puesto mundial, con una deuda corporativa del 107 por ciento del PIB. En este espacio crediticio, surge otro dato no menos complejo. La deuda de los hogares chilenos llegó a 41 por ciento del PIB, frente al promedio de 35 por ciento de los emergentes y de 20% en América Latina. Los chilenos son, de lejos, los más endeudados de la región.
Pese a este oscuro escenario que nos muestra una economía estancada, las grandes corporaciones festejan. Mientras la sociedad en su conjunto se debate entre la sobrevivencia y el endeudamiento, en movilizaciones, dramas y tragedias más o menos cotidianas y en circunstancias en que el país y sus estructuras sociales y políticas peleaban unas reformas, el gran capital, que había pronosticado el apocalipsis económico como consecuencia de esos debates políticos, exhibe sus flamantes resultados financieros. Como en los mejores tiempos de la transición y del auge neoliberal, las grandes empresas internacionales ancladas en Chile y las nacionales transregionales lograron el año pasado aumentar sus ganancias en torno a un 25 por ciento respecto al año anterior.
Ganancias contra todo evento
Ni crisis china, ni caída de los precios de los commodities ni recesiones en la región. Ni corrupción generalizada, manifestaciones y huelgas. Tampoco menores ventas y consumo. Pese al escenario económico descrito, el corporativo sigue por su propio y rentable camino. Los informes publicados en marzo por las sociedades anónimas revelaron que las empresas que cotizan en el mercado bursátil nacional registraron un alza superior al 25 por ciento en sus utilidades, las que sumaron un total de 18.025 millones de dólares de ganancias en 2016.
Estos números no tendrían mayor interés en tiempos de alto crecimiento económico, de profusas inversiones y consumo. Pero sí lo concitan al ser la expresión de una escena estancada con muy bajos ingresos operacionales para estas compañías. Aumentaron un 25 por ciento sus ganancias, pero los ingresos o ventas tuvieron una mínima expansión del 2,3 por ciento.
Al observar con más detalle las utilidades, vemos la panoplia conocida: aunque el liderazgo en las ganancias lo tiene el sector industrial, con un aumento superior al 800 por ciento, tras este anormal dato aparece el retail, con un aumento del 55 por ciento en las ganancias, commodities, 17 por ciento, y utilities (gas, agua, electricidad), con un 15 por ciento. La banca, en tanto, fue el único sector que tuvo una rebaja en sus utilidades, con una caída del 4,4 por ciento.
¿Cuál es el factor clave en este crecimiento de las utilidades? ¿Cómo se explica que pese a menores ventas las empresas ganen más? Desde la industria la versión canalizada a través de la prensa empresarial apunta a una supuesta “buena gestión”, operaciones cambiarias y a la reducción general de costos. Ante la desaceleración, la caída de los precios internacionales y las menores ventas, la solución ha sido recortar gastos. En palabras más claras: reducir personal, externalizar y recortar salarios. Es por ello que los efectos de tales medidas, puestas en marcha desde comienzos del año pasado, han comenzado a sentirse sólo a partir de ahora.
Este contexto de clara desaceleración ya tiene sus efectos en el empleo, de modo que es posible observar que el número de trabajadores ocupados ha disminuido, no con fuerza, pero de manera sensible. Para ello es necesario observar de cerca la cifra gruesa del desempleo nacional, en este momento de 6,4 por ciento. Tras este número se esconde una caída de los trabajos asalariados y un aumento de las actividades por cuenta propia. Un proceso que conduce a una mayor desprotección y precarización laboral, a una expansión fuerte de la informalidad económica.
Un estudio sobre el empleo asalariado publicado a finales de marzo por el centro de estudios Cenda confirma que este tipo de trabajo no ha crecido durante los últimos meses. “Ello ha venido sucediendo en cuatro de los cinco meses transcurridos desde agosto pasado. En el caso de los hombres, dicha proporción se ha estancado o decrecido por quinto mes consecutivo. Todo ello confirma que la economía viene entrando en recesión desde agosto de 2016”, consigna este informe.
La economía y los mercados transparentan la estrategia local e internacional del capital, la que queda demostrada con claridad meridiana bajo estos nuevos registros. Pero no es la primera vez que sucede. La rentabilidad histórica de las grandes corporaciones corre por un carril diferente y aislado al resto de las actividades económicas y laborales. Es por ello que Chile ha sido señalado por organismos económicos neoliberales -desde el fin de la dictadura, y no sólo desde entonces-, como el líder en productividad y rentabilidad en la región. Un espacio logrado con la abierta ayuda de todos los gobiernos desde la dictadura, que estaría exhibiendo hoy señales de agotamiento. Porque es evidente que las altas ganancias a costa de los recortes de costos no son sostenibles en el tiempo.
Hay otro aspecto aún más oculto por las elites controladoras. Aquí vemos con nitidez la maquinaria neoliberal a plena marcha. Las grandes corporaciones crean su propia riqueza sin crear empleos ni estimular la economía. Si las empresas aumentaron en un virtual estancamiento sus utilidades, hay otros que las multiplicaron sin moverse de sus butacas. Los Forbes chilenos, los ricos entre los ricos, aumentaron en varios puntos y millones su capital durante el magro 2016 y le dieron una nueva vuelta a la soga de la desigualdad. Una dinámica que nos conduce al deterioro social y la violencia, que tiene a la política en el resumidero de la historia y al país bajo el control del gran capital. Desde estos y otros lugares de la economía, es un país sin salidas.
El Ciudadano