La breve toma de Kunduz demostró en septiembre que la guerrilla yihadista no está acabada
SILVIA AYUSO (ENVIADA ESPECIAL) Kabul 8 NOV 2015
Mohamed Rasul Akhund, líder de una facción talibán recién escindida, se dirige a sus partidarios el martes en Bakwah. / JAVED TANVEER (AFP)
La inquietud regresa a Afganistán. La breve toma de Kunduz, la primera gran ciudad afgana conquistada por los talibanes en 14 años, demostró en septiembre que la guerrilla yihadista, bajo el nuevo liderazgo del mulá Ajtar Mohamed Mansur, no está acabada. El fin de la misión internacional liderada por Estados Unidos sigue lejos. Pero ni siquiera la decisión del presidente estadounidense, Barack Obama, de aplazar la retirada de tropas ha calmado a una población que teme en cualquier momento un nuevo ataque talibán. O ahora del Estado Islámico.
Entre hileras de ropa de ocasión, el vendedor ambulante Ayub cuelga cada día en Shahr-e-now, en el centro de Kabul, decenas de retratos de los políticos y muyahidines que han marcado la historia del agitado último medio siglo de Afganistán. De los únicos de los que no hay rastro en este muro de los recuerdos es de los talibanes que dominaron el país entre 1996 y 2001. Aun así, siguen muy presentes en la memoria de los afganos. Sobre todo desde que, con la toma temporal de Kunduz en septiembre, provocaron un giro en un conflicto que ya dura 14 años y que la comunidad internacional sigue sin saber resolver.
Tanto los afganos como los representantes de los países de la coalición aún desplegados en Afganistán advierten de que el país aún tardará en estabilizarse. “Esta no es solamente una guerra de afganos, es la guerra de todos”, dice Sediq Sediqqi, portavoz del Ministerio del Interior afgano.
Que no es hora aún de abandonar Afganistán, ni lo será por mucho tiempo, es algo que tenían claro las comunidades diplomática y militar occidentales de Kabul. Antes incluso de que Barack Obama rectificara, tras Kunduz, su intención de seguir reduciendo la presencia militar estadounidense, ahora de 9.800 soldados frente a los 32.000 de 2014. No se puede bajar la guardia en Afganistán, explica una fuente diplomática europea en la capital afgana, porque en este país “se cocina mucho todavía” en materia de potenciales amenazas internacionales. La decisión de Obama de mantener los efectivos actuales en el país no ha sorprendido tampoco a los militares estadounidenses en la zona. “Los que piensan que esto es una pelea de tres rondas, se equivocan. Occidente tendrá que estar en Afganistán más años, décadas incluso, para lograr cambios positivos”, afirma el sargento de primera clase del Ejército estadounidense Félix Figueroa, que asesora al Ministerio de Defensa afgano.
Las fotos más populares en el puesto de Ayub y en todo Kabul son las de Ahmad Shah Masud, el líder de la Alianza del Norte asesinado en 2001. Masud se ha convertido en el gran símbolo de la resistencia a los talibanes y sus imágenes se multiplican en una ciudad y un país aterrados por la amenaza talibán, a pesar de la continuada presencia militar internacional y los miles de millones de dólares destinados a construir un nuevo Afganistán.
Como tantos otros kabulíes, el empresario Mohammad Rasul Mangal consulta cada mañana, antes de salir a trabajar en su agencia de viajes, la página de Facebook Kabul Security Now. Esta red ciudadana alerta de movimientos sospechosos e informa rápidamente de dónde se ha producido el último atentado suicida. En verano estuvo especialmente activa, ya que Kabul sufrió una de las peores oleadas de atentados de los últimos años, que dejaron un centenar de muertos, algo que muchos ven como un siniestro aviso.
Respaldo internacional
“Todos esperan que la situación vuelva a ponerse muy mal dentro de poco”, dice Margal, que atribuye a esta sensación de inseguridad la nueva oleada de emigración afgana. En lo que va de año, 67.000 ciudadanos de este país han llegado a Alemania. Según Human Rights Watch, los afganos son, tras los sirios, el mayor grupo que busca refugio en Europa.
“Los talibanes no van a volver jamás, no lo vamos a permitir”, rebate Sediqqi. Pero Afganistán precisa del respaldo internacional, insiste. Tanto para mejorar su economía como para entrenar a sus fuerzas y equiparlas mejor. Sobre todo cuando los enemigos se multiplican, con la emergente presencia del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) en Afganistán durante el último año. El ISIS, que se ha convertido en rival de los propios talibanes, es una “gran amenaza, pero no es solo nuestro enemigo: es el enemigo de todos”, subraya Sediqqi.
Aunque es el más inquietante, la seguridad no es el único frente que tiene abierto el Gobierno de Ashraf Ghani, que encabeza un gabinete de difíciles equilibrios y múltiples desafíos heredados. El propio presidente ha reconocido que la creación de empleo y la generación de riqueza son sus otros grandes desafíos. A ellos se une la lucha contra la corrupción. El país, según Transparencia Internacional, está entre los cinco más corruptos del mundo.
“El Afganistán de hoy es distinto del de los años noventa y el 11-S, pero tiene los mismos problemas: corrupción, señores de la guerra, droga, pobreza y falta de instituciones”, resume Michael Kugelman, experto en la región del Wilson Center en Washington.
Pese a todo, el país ha avanzado en estos 14 años, incluso en cuestiones como los derechos de la mujer, aunque todavía le quede mucho por lograr. Estos días en Kabul, la cantidad de hombres frente a mujeres que se mueven por las calles sigue siendo desproporcionada. Pero el sargento Figueroa, que llegó por primera vez a Afganistán en 2001, recuerda que entonces “no se veía ni una”. Películas de Bollywood copan la cartelera de la media docena de cines de la ciudad, donde también vuelve a sonar la música (prohibida en la era talibán). Pero la tensión de los ciudadanos, que saltan ante la mínima sospecha, así como los incontables muros antibomba, las barricadas y los puntos de control que plagan la ciudad recuerdan que el enemigo sigue demasiado cerca.
Las lecciones aprendidas en Kunduz
El Gobierno afgano no oculta el duro golpe que representó la toma temporal talibán de la ciudad de Kunduz, al norte del país, a finales de septiembre. Pero el portavoz del Ministerio del Interior, Sediq Sediqqi, asegura que Kunduz permitió también aprender “muchas lecciones” que, confía, llevarán a una mejora de la capacidad para enfrentarse al enemigo talibán.
La ciudad fue tomada por los talibanes y recuperada tres días después por el Ejército y la Policía afganos con apoyo aéreo estadounidense, en uno de cuyos bombardeos murieron 30 personas en un hospital de Médicos sin Fronteras.
“Kunduz cambió nuestra mentalidad, porque pensábamos que los talibanes no eran capaces de atacar grandes ciudades”, reconoce Sediqqi. “Nos hizo despertar”.
Según el alto funcionario, “la caída de Kunduz no se debió a la fuerza de los talibanes, sino a la debilidad” de las autoridades afganas en esa provincia. “Supuso una gran señal de que deberíamos haber estado más preparados para contrarrestar un ataque así y también nos va a ayudar a rearticular nuestra estrategia a la hora de enfrentarnos a los talibanes”, añade Sediqqi.