¿Hasta dónde puede aguantar Arabia Saudí?
Raif Badawi acaba de cumplir 33 años en prisión. El disidente saudí fue detenido en 2012 y acusado de “insultar al islam por medios electrónicos” (un blog) y de apostasía. Fue condenado a siete años de prisión y 600 latigazos, pena elevada a diez años y 1.000 latigazos en segunda instancia. Sufrió el primer castigo con 50 latigazos en enero de 2015. Desde entonces, no ha vuelto a pasar por ese tormento, porque probablemente lo mataría. Amnistía Internacional lo considera un preso de conciencia. En 2015, el Parlamento Europeo le concedió el Premio Sajarov.
Mientras en Arabia Saudí continúan imponiéndose estos castigos medievales, su Gobierno está embarcado en un ambicioso programa de modernización económica para intentar reducir su dependencia del petróleo. Riad provocó una caída abrupta del precio del crudo para intentar acabar con la competencia de la producción de EEUU y castigar a Irán, su enemigo tradicional. Todos los países exportadores pagaron un alto precio, pero también los saudíes. El Gobierno ha contratado a PwC para que le ayude a aplicar un recorte del gasto público de 20.000 millones de dólares en los ministerios de Sanidad, Educación, Vivienda y Transporte.
Los mercados financieros están atentos a otra medida mucho más rentable para ellos, la posible salida a Bolsa de una parte de las acciones de Aramco, la empresa pública dueña de los activos petrolíferos del país, en lo que se ha denominado la mayor OPV de la historia, aunque sus auténticas dimensiones aún son desconocidas.
No importa cuántos Bardawi permanezcan en las prisiones saudíes. El poder económico del país lo convierte en un socio irresistible para los gobiernos y empresas occidentales. Los negocios con países como Irán, Rusia o Venezuela son cuestionados por razones políticas o por denuncias de las violaciones de derechos humanos. Con los saudíes, no sólo no hay inconvenientes, sino que los más altos dirigentes se implican en satisfacer personalmente los deseos de esa monarquía.
Hollande condecoró al príncipe heredero, Mohamed bin Nayef, con la Legión de Honor. El rey Felipe VI viajó este fin de semana a Arabia Saudí para amarrar la venta de cinco corbetas y terminar de solucionar los problemas de las empresas españolas en el contrato del AVE La Meca-Medina.
La combinación entre un poder económico que intenta modernizarse y un sistema autoritario y teocrático sin derechos civiles aparece reflejada en múltiples estudios sobre Arabia Saudí. Acaba de aparecer en español un estudio muy completo sobre la evolución de ese país, la inestabilidad intrínseca de su sistema político y lo que se ha dado en llamar la “bomba de relojería” por sus condiciones sociales. Está firmado por Itxaso Domínguez de Olazábal y lo publica la Fundación Alternativas: Arabia Saudí: un gigante con pies de petróleo.
La tensión interna del país procede del enfrentamiento entre el wahabismo como religión de Estado –la versión más intransigente del islam– y la realidad de un país cuya evolución demográfica y tecnológica compite con esa visión rigorista: “Debe tenerse en cuenta en este sentido, que la población saudí es la más joven de todo el mundo árabe y que las nuevas tecnologías le permiten estar más informada e interconectada que las anteriores generaciones. Son, por lo tanto, más conscientes de la ausencia de derechos elementales y también más críticos con las lógicas autoritarias imperantes”, escribe Domínguez de Olazábal.
La ausencia de medios de comunicación libres hace muy difícil apreciar hasta qué punto la sociedad continúa aceptando la legitimidad de su Gobierno. Olazábal ofrece un análisis tanto de la dimensión interior de la inestabilidad inherente del régimen saudí como de su política exterior, que en los últimos años ha convertido a Arabia Saudí en el Estado más agresivo a la hora de defender sus intereses. El Gobierno ha adoptado una lógica de guerra que ya está teniendo consecuencias graves en toda la región.
Hay serias dudas de que el contrato social existente en el país desde hace décadas sea sostenible en el futuro. “Un informe de Chatham House advertía en 2011 que, siguiendo el ritmo de extracción actual, el reino podría convertirse en un importador neto de petróleo en el año 2038”, dice el estudio de Olazábal. Los ciudadanos tienen acceso a numerosos subsidios en educación, vivienda y sanidad, además de créditos blandos y combustible barato, que el Estado está teniendo dificultades en sostener, explica Olazábal, aún más en la situación actual. Aún más delicado desde el punto de vista político es el asunto de la financiación de la familia real, que componen miles de personas: “Una parte considerable de los presupuestos estatales se destina a cubrir los elevados gastos de la familia real, apodada en algunos círculos ‘Al Saud Inc.’: alrededor de 13.000 príncipes y princesas reciben una asignación mensual que varía de un par de miles a más de 250.000 dólares al año”.
El Gobierno ha pretendido siempre solucionar sus problemas internos con dinero, pero la realidad oculta deja claro que esa política no puede prolongarse eternamente. El 20% de los saudíes vive bajo el umbral de la pobreza (480 dólares al mes). La educación es gratuita, pero de baja calidad. Las mujeres estudian, pero el sistema legal les impide acceder a puestos de trabajo. Los hombres jóvenes obtienen títulos que no tienen gran valor y sólo buscan empleos poco exigentes en una Administración inflada.
“De los 1,7 millones de puestos de trabajo ocupados por saudíes, 1,1 millones se enmarcaban dentro del sector público, donde los salarios son un 70% más altos que los pagados por empleadores privados”, destaca Olazábal. Pagar a los jóvenes muy generosamente para que en realidad no trabajen es inviable a largo plazo. El Gobierno ha intentado que los jóvenes saudíes se animen a buscar empleo en las empresas privadas, pero hasta ahora sin mucho éxito.
Eso es un problema serio en un país con un 70% de la población con menos de 30 años.
Cualquier disidencia ante un sistema de este tipo se castiga con dureza, como demuestra el caso de Badawi y la ejecución del clérigo chií Al-Nimr a principios de 2016. La llegada del nuevo rey Salmán reforzó la tendencia natural del régimen. El anterior monarca aumentó los subsidios en 2012 con las primeras protestas provocadas por la Primavera Árabe. Salmán optó por reforzar sus credenciales autoritarias –en dos años consecutivos se ha ejecutado a más de 150 personas, la mayor cifra en una década– para dejar patente que su autoridad no iba a ser cuestionada. “Uno de los primeros movimientos del Rey Salman tras la muerte de Abdullah fue reemplazar al líder del cuerpo que dirige la policía religiosa por una autoridad de la línea dura”, destaca el informe.
El estudio dedica un espacio a las cuestiones sucesorias de la dinastía, tema tocado con amplitud por los medios de comunicación internacionales, y que será especialmente interesante para el lector español.
Salmán ha colocado a su hijo al frente del Gobierno, con la excepción de los asuntos de seguridad interna que quedan bajo la responsabilidad del príncipe heredero, cuyo padre fue ministro de Interior durante 37 años. Mohamed bin Salmán ha puesto en marcha un programa de reformas económicas que toca asuntos tabúes hasta ahora en el país (la propiedad del sector petrolífero, la posible imposición de impuestos, la reducción de los subsidios sociales) sin que haya constancia, más bien al contrario, de que cuenta con el apoyo completo de los miembros más importantes de la familia real.
Olazábal describe por qué una apuesta tan insólita por su hijo de apenas 30 años en un sistema en que la sucesión de los monarcas se ha ido trasmitiendo a través de los ancianos hermanos del fundador de la dinastía supone un riesgo nunca antes visto en la historia saudí:
“Sin embargo, concentrar tanta responsabilidad en manos de una de las ramas de la familia, así como en tecnócratas ajenos a los clanes, no sólo corre el riesgo de acabar con el equilibrio de poder imperante hasta el momento, sino también de erosionar un sistema de reparto de poder intrafamiliar puesto en marcha cuando se fundó el Estado moderno. Un sistema que puso fin a décadas de luchas intestinas y ha ayudado a preservar la unidad de la familia. Los príncipes herederos lideraban sus propias cortes”.
La ofensiva general del Estado saudí contra Irán ha tenido efectos dramáticos en Yemen y Siria, y significativos, aunque menos violentos, en Egipto y Líbano. En ese campo, es improbable que se enfrente a una contestación interna tras años de propaganda sectaria que señala a los chiíes como principales enemigos del islam.
“La política exterior saudí ha adoptado tintes cada vez más sectarios en los últimos años. Lo que es esencialmente una lucha geopolítica se ha visto reducida a un enfrentamiento religioso entre suníes y chiíes, en una instrumentalización interesada de la religión destinada a movilizar a la población”.
Pero las aventuras militares exteriores, que en el caso de Yemen suponen un considerable gasto económico, pueden ser utilizadas como excusa para deslegitimar al hijo del rey. Los halcones tienen éxito cuando ganan las guerras, no cuando hunden al país en un conflicto sin fin previsible.