Por Sandra Russo
Eso sí que fue sintonía fina y coreográfica. Eso sí que fue maximizar, optimizar –¿qué otra palabra lo expresaría?– la muerte violenta y todavía dudosa del fiscal que en diez años no movió la causa AMIA, que atendía en exclusividad, pero sí alcanzó a formular una denuncia que es pura interpretación maliciosa de hechos políticos que ocurrieron en la luz pública. Los procesamientos y las imputaciones que llovieron sobre funcionarios del Gobierno un día después de la “marcha de homenaje” a quien se ignora aún si se mató o lo mataron, fue para ese ramillete de camaristas y jueces federales un verdadero trabajo en familia. Algo que si no fue hablado y orquestado, es el fruto de lo bien que se entienden y se preservan entre ellos. La secuencia es bochornosa y mancha a este Poder Judicial que tenemos, y cuya impudicia da estupor. Y así y todo, a pesar de que si fuera un rey estaría desnudo, hay quienes en la televisión relativizan, no comprenden, descartan o no terminan de entender la idea del golpe blando. Ser rústico a veces sirve para disimular.
Hay bibliografía, ejemplos concretos, hay una historia del golpe blando en América latina, hay categorizaciones, debates, tesis y análisis que llegan desde las Ciencias Políticas. Hay dispositivos obvios y distintivos ahora mismo, en diversos países de la región. Simultáneamente. Como si se necesitara extirpar a los gobiernos posneoliberales de cuajo, antes de que contagien a Europa. Como si no pudieran con ellos. Como si fuera una confesión de partes: en elecciones pierden. Es de Perogrullo, pero así hay que andar en estos tiempos, en los que si uno se aleja mucho de los sobreentendidos termina diciendo algo que parece que ni periodistas de grandes medios ni dirigentes opositores ni jueces y fiscales federales ni “el gran público” del minuto a minuto comprenden o no quieren comprender. No entenderlo es parte del simulacro. Para eso sirve el simulacro. Para hacerse la vaca que mira pasar el tren.
Hay algo que se llama Política Internacional y hay Geopolítica. Esto último tiene que ver con qué rol, qué reparto de recursos, status, autonomía, poder de decisión y soberanía le cabe a cada quien de acuerdo a la correlación de fuerzas que se logra en bloque. Eso es invisible en la televisión. Los golpes blandos nunca son la pura iniciativa de fuerzas opositoras locales. No hay ningún antecedente de un golpe blando que se haya intentado o llevado a cabo sin injerencia extranjera. Porque no se derroca a los gobiernos posneoliberales por cuestiones domésticas, sino para moverlos en el ajedrez de la geopolítica dominante.
La marcha “en homenaje” a Alberto Nisman puede haber sido silenciosa, pero cuando ese silencio se rasgaba aparecía lo obvio, lo que ningún mamerto deja de comprender: el silencio era acusador y señalaba a la Casa Rosada. Fue una fase más arriba en la creación fantasmática del “régimen” del que tanto nos ha hablado Elisa Carrió, pero no menos Mirtha Legrand. Estamos ahí. En ese nivel de discurso, con las señoras diciendo “Que se vaya la yegua asesina”. Montar esa escena fue otro eslabón en la desestabilización, que se profundizó al día siguiente, rapidito, sin tiempo siquiera de confirmar que la “testigo clave” de Clarín no ratificó en sede judicial los tramos sobre los que la noche anterior pivotearon los sagaces periodistas de los programas de presunto debate: ni había “cinco pititos” en la Ziploc que tenía en la mano la fiscal, ni se comieron medialunas ni se sirvió café de la cafetera de Nisman. Listo. Todo lo demás que dijo debe ser la manera en que esa persona vive su vida, fastidiada por tener que estar allí donde no tiene ganas. Pero el golpe blando requiere que el odio no decaiga. Como los programas de entretenimiento. Y así y todo, varios periodistas y varios dirigentes opositores lo niegan. Dicen que el Gobierno ve destitución por todas partes, que los que afirmamos que vemos lo que vemos somos paranoicos o tarados. Qué van a decir. Qué van a declarar.
Dicen que desde el 2008 que estamos hablando de “clima destituyente”. Efectivamente. Fue entonces cuando chocaron frontalmente dos modelos de país. El modelo agroexportador y el modelo reindustrializador. Chocaban frontalmente muchísimas más cosas que dos modelos económicos. Chocaban dos culturas, dos percepciones del otro, dos escalas de valores, con todos los grises y matices que pueda haber en el medio. Chocaban también dos maneras de querer validarse en el poder político. El sustento de los gobiernos posneoliberales, como se puede observar en la región pero ahora también en Europa, es el voto popular. La cláusula democrática de la Unasur así lo indica. Por otro lado, estaban ahí los que han gozado de decisiones de poder en democracia y en dictadura. Esos no necesitan ninguna cláusula democrática. Más bien les ata las manos. Esos pueden convocar al silencio en una coyuntura, pero cuando tuvieron que guardar silencio mientras se avasallaban todas las garantías individuales de los argentinos, también lo hicieron.
Desde 2008 avizoramos que la pelea de fondo no era la electoral. Porque juegan sucio y porque mienten. Los periodistas de los grandes medios no trabajan para sus audiencias sino para sus pautas. Y los dirigentes opositores no trabajan para su electorado sino para caerle bien a Clarín. Desde 2008, si las instituciones siguieron funcionando vigorosamente, si floreció la militancia juvenil, si proliferan los grupos de pensamiento o profesionales que marcan públicamente sus posiciones, si hay masa crítica frente a un intento de golpe blando, si hay chances de resistirlo, es precisamente porque fuimos colectivamente identificando las amenazas –que vinieron de la evasión fiscal, de la especulación con el dólar, de la especulación con los commodities, de la mentira y la infamia políticas, del intento de desfinanciar al Estado, de la complicidad con los buitres, etc., etc.–. Si hoy podemos ver claramente cómo a esos dos modelos de país se les sumaron dos modelos de mundo, es porque no sólo no estamos aislados, sino que en nuestra nueva inserción en este nuevo mundo que hace una década no existía, la Argentina es observada y valorada básicamente en tres ejes: el desendeudamiento, la inclusión social y las políticas de derechos humanos.
Los golpes blandos consisten exactamente en lo que vemos y escuchamos diariamente. En principio, en el desgaste permanente e irrespetuoso de la institucionalidad, so pretexto de “una república” que no le explican a nadie de qué se trata, cuando en el Congreso la oposición nunca discute ni defiende sus ideas, si es que las tiene. Consiste en la persistencia y multiplicación de la idea de que el kirchnerismo “usurpa” el poder, de modo que sencillamente las doñas le exigen a Cristina “que se vaya”. Miren qué simple. Que no les gusta y que se vaya. Los golpes blandos son enormes dispositivos que generan la percepción colectiva de que “algo debe terminar ya”. Los fiscales y los jueces que tienen otra idea de cómo brindar más efectivamente justicia a los ciudadanos no son menos fiscales ni menos jueces que los del corralito de la marcha. Y, sin embargo, el statu quo tiene esa particularidad: es ese estado petrificado de cosas –petrificado de mugre y sangre tantas veces– que lucha por su preservación a cualquier costo, incluso el de su propia naturaleza. El que lo quiera y pueda ver no tiene que hacer ningún esfuerzo. Estamos asistiendo a una pantomima judicial de las más burdas que se han visto. Y a una utilización de un muerto que debería, a ellos que dicen que lo apreciaban tanto, darles vergüenza.