Por CHANTAL MOUFFE
16 de Junio de 2017
Emmanuel Macron
Emmanuel Macron
La filósofa Chantal Mouffe cuestiona aquí la idea con la que Emmanuel Macron irrumpe en la política francesa, caracterizado como el impulsor de una autentica Revolución Democrática por fuera de las antiguas divisiones ideológicas. Ya no habría una política económica de derecha y una de izquierda, sino una “buena política” y una “mala política”. La entrada en escena de la “post-política”.
Luego de la elección de Emmanuel Macron como presidente de la República, los medios se extasiaron de admiración ante la “novedad” de su programa. Al dejar atrás el clivaje entre la derecha y la izquierda, él traería la solución a los bloqueos eternos de la sociedad francesa. La República en marcha sería así la portadora de una revolución democrática capaz de liberar toda la energía de las fuerzas progresistas hasta ahora amarradas por los partidos tradicionales.
Es, a pesar de todo, bastante paradójico presentar como remedio de la profunda crisis de representación que afecta las democracias occidentales, precisamente al tipo de política que está en el origen mismo de esta crisis. Pues ella resulta de la adopción, en la mayor parte de los países europeos, de la estrategia de la tercera vía teorizada en Gran Bretaña por el sociólogo Anthony Giddens y practicada por el New Labourde Tony Blair.
La República en marcha sería así la portadora de una revolución democrática capaz de liberar toda la energía de las fuerzas progresistas hasta ahora amarradas por los partidos tradicionales.
Al declarar obsoleto el clivaje derecha-izquierda, esta estrategia preconiza una nueva forma de gobierno denominada “centrismo radical”. Según Tony Blair, los viejos antagonismos habrían desaparecido –“Nosotros formamos parte de la clase media” afirmaba-, y su modelo de la política habría devenido caduco. Ya no habría más una política económica de derecha y una de izquierda, sino una “buena política” y una “mala política”. Esta perspectiva “post-política” se fundaba en la famosa TINA (There Is No Alternative) de Margaret Thatcher, la convicción de que no habría alternativa a la globalización neoliberal.
La tercera vía de Blair, luego de ser bien recibida en Alemania por Gerhard Schröder y su Neue Mitte (“nuevo centro”), fue adoptada progresivamente por la mayoría de los partidos socialistas y social-demócratas, que se definían a partir de ahora de centro – izquierda. Es así que se estableció en Europa un consenso hacia el centro que, al borrar la frontera entre la derecha y la izquierda, privó a los ciudadanos de la posibilidad de escoger, durante las elecciones, entre proyectos diferentes.
Se estableció en Europa un consenso hacia el centro que, al borrar la frontera entre la derecha y la izquierda, privó a los ciudadanos de la posibilidad de escoger, durante las elecciones, entre proyectos diferentes.
Esta ausencia de alternativas se encuentra en el origen de muchos de los problemas con los que nos enfrentamos hoy: el descrédito de las instituciones democráticas, el crecimiento de la abstención y el éxito creciente de los partidos populistas de derecha. Éstos, al pretender que le devolvieran al pueblo el poder confiscado por las élites, han logrado implantarse con estabilidad en muchos países. En cuanto a la social-democracia, este corrimiento hacia una posición de centro izquierda le ha resultado fatal, entrando en crisis en casi toda Europa.
Posiciones irreconciliables
Sin embargo, como sabemos después de Maquiavelo, existen en la sociedad intereses y posiciones irreconciliables, y no alcanza con negar esos antagonismos para que estos desaparezcan. El objetivo de una democracia pluralista no es tanto el llegar a un consenso, sino de permitir que se exprese el disenso gracias a las instituciones que lo ponen en escena de una manera “agonística”. En la lucha agonística, los oponentes no se tratan como enemigos sino como adversarios. Ellos saben que hay cuestiones sobre las que no podrán ponerse de acuerdo, pero respetan sus derechos respectivos a luchar para ganar su espacio. El rol de las instituciones democráticas consiste entonces en proveer el marco para “oponerse sin masacrarse”, como lo subrayaba el antropólogo Marcel Mauss.
En la tradición republicana, la oposición entre la derecha y la izquierda es la manera de darle forma a la división de la sociedad. La democracia pluralista es el lugar de una tensión entre los ideales de la igualdad y la libertad, tensión que debe ser constantemente renegociada en la confrontación agonística entre la derecha y la izquierda. Es a través de ella que se puede expresar la soberanía popular, que es uno de los pilares del ideal democrático. Es ahí en donde se encuentra aquello que se pone en juego en una auténtica política democrática.
Si se puede afirmar que hoy vivimos en sociedades “post-democráticas”, es porque, junto con la hegemonía neoliberal, la soberanía popular ha sido privada de su campo de realización. El consenso post-político sólo da lugar a la alternancia de poder entre la centro – derecha y la centro -izquierda, ambas sirviendo a los dictados del neoliberalismo. Todos los partidos que no aceptan este escenario son reenviados a los “extremos” y acusados de poner a la democracia en riesgo. Emmanuel Macron ubicó esta lógica aún más lejos y su supuesta “novedad” consiste simplemente en evacuar la apariencia de confrontación que existía antes con el bipartidismo. De ahora en adelante, es la posibilidad misma de la confrontación la que es rechazada con la desaparición de la distinción entre la derecha y la izquierda. Es verdaderamente la fase superior de la post-política.
El consenso post-político sólo da lugar a la alternancia de poder entre la centro – derecha y la centro -izquierda, ambas sirviendo a los dictados del neoliberalismo. Todos los partidos que no aceptan este escenario son reenviados a los “extremos” y acusados de poner a la democracia en riesgo.
Pero como no hay política sin frontera entre un “nosotros” y un “ellos”, ha tenido que construir una diferencia entre “progresistas” y “conservadores”. Esta frontera no instituye una relación de orden político entre adversarios. Introduciendo un impasse entre las configuraciones de poder, ella sirve para descalificar las diferentes formas de oposición al asimilarlas bajo un mismo vocablo, el de “conservadoras”. Emmanuel Macron se permite así despreciar como “conservadores” al gran número de franceses que se oponen a su política y de ignorar las reivindicaciones de la “Francia de abajo”.
Que una tal política conduce inevitablemente a la revuelta de las categorías populares no pareciera inquietarle. Una ceguera semejante es propiamente alucinante, pues esta tercera vía reciclada, en lugar de contener al Frente Nacional, tal como se lo imagina, puede conducir a su fortalecimiento e incluso a su victoria en 2022. Afortunadamente, el muy buen tercer puesto de Jean-Luc Mélenchon en la elección presidencial y el entusiasmo popular detrás de “Francia insumisa” nos muestran que otra salida es posible: la de una revolución ciudadana.
——
* Chantal Mouffe es profesora de teoría política en la universidad de Westminster (Londres). Ha escrito sobre el populismo de derecha, principalmente en “La ilusión del consenso” (Albin Michel, 2016) y ha inspirado a Francia insumisa y a Podemos.
Traducción de Agustín Lucas Prestifilippo
Es, a pesar de todo, bastante paradójico presentar como remedio de la profunda crisis de representación que afecta las democracias occidentales, precisamente al tipo de política que está en el origen mismo de esta crisis. Pues ella resulta de la adopción, en la mayor parte de los países europeos, de la estrategia de la tercera vía teorizada en Gran Bretaña por el sociólogo Anthony Giddens y practicada por el New Labourde Tony Blair.
La República en marcha sería así la portadora de una revolución democrática capaz de liberar toda la energía de las fuerzas progresistas hasta ahora amarradas por los partidos tradicionales.
Al declarar obsoleto el clivaje derecha-izquierda, esta estrategia preconiza una nueva forma de gobierno denominada “centrismo radical”. Según Tony Blair, los viejos antagonismos habrían desaparecido –“Nosotros formamos parte de la clase media” afirmaba-, y su modelo de la política habría devenido caduco. Ya no habría más una política económica de derecha y una de izquierda, sino una “buena política” y una “mala política”. Esta perspectiva “post-política” se fundaba en la famosa TINA (There Is No Alternative) de Margaret Thatcher, la convicción de que no habría alternativa a la globalización neoliberal.
La tercera vía de Blair, luego de ser bien recibida en Alemania por Gerhard Schröder y su Neue Mitte (“nuevo centro”), fue adoptada progresivamente por la mayoría de los partidos socialistas y social-demócratas, que se definían a partir de ahora de centro – izquierda. Es así que se estableció en Europa un consenso hacia el centro que, al borrar la frontera entre la derecha y la izquierda, privó a los ciudadanos de la posibilidad de escoger, durante las elecciones, entre proyectos diferentes.
Se estableció en Europa un consenso hacia el centro que, al borrar la frontera entre la derecha y la izquierda, privó a los ciudadanos de la posibilidad de escoger, durante las elecciones, entre proyectos diferentes.
Esta ausencia de alternativas se encuentra en el origen de muchos de los problemas con los que nos enfrentamos hoy: el descrédito de las instituciones democráticas, el crecimiento de la abstención y el éxito creciente de los partidos populistas de derecha. Éstos, al pretender que le devolvieran al pueblo el poder confiscado por las élites, han logrado implantarse con estabilidad en muchos países. En cuanto a la social-democracia, este corrimiento hacia una posición de centro izquierda le ha resultado fatal, entrando en crisis en casi toda Europa.
Posiciones irreconciliables
Sin embargo, como sabemos después de Maquiavelo, existen en la sociedad intereses y posiciones irreconciliables, y no alcanza con negar esos antagonismos para que estos desaparezcan. El objetivo de una democracia pluralista no es tanto el llegar a un consenso, sino de permitir que se exprese el disenso gracias a las instituciones que lo ponen en escena de una manera “agonística”. En la lucha agonística, los oponentes no se tratan como enemigos sino como adversarios. Ellos saben que hay cuestiones sobre las que no podrán ponerse de acuerdo, pero respetan sus derechos respectivos a luchar para ganar su espacio. El rol de las instituciones democráticas consiste entonces en proveer el marco para “oponerse sin masacrarse”, como lo subrayaba el antropólogo Marcel Mauss.
En la tradición republicana, la oposición entre la derecha y la izquierda es la manera de darle forma a la división de la sociedad. La democracia pluralista es el lugar de una tensión entre los ideales de la igualdad y la libertad, tensión que debe ser constantemente renegociada en la confrontación agonística entre la derecha y la izquierda. Es a través de ella que se puede expresar la soberanía popular, que es uno de los pilares del ideal democrático. Es ahí en donde se encuentra aquello que se pone en juego en una auténtica política democrática.
Si se puede afirmar que hoy vivimos en sociedades “post-democráticas”, es porque, junto con la hegemonía neoliberal, la soberanía popular ha sido privada de su campo de realización. El consenso post-político sólo da lugar a la alternancia de poder entre la centro – derecha y la centro -izquierda, ambas sirviendo a los dictados del neoliberalismo. Todos los partidos que no aceptan este escenario son reenviados a los “extremos” y acusados de poner a la democracia en riesgo. Emmanuel Macron ubicó esta lógica aún más lejos y su supuesta “novedad” consiste simplemente en evacuar la apariencia de confrontación que existía antes con el bipartidismo. De ahora en adelante, es la posibilidad misma de la confrontación la que es rechazada con la desaparición de la distinción entre la derecha y la izquierda. Es verdaderamente la fase superior de la post-política.
El consenso post-político sólo da lugar a la alternancia de poder entre la centro – derecha y la centro -izquierda, ambas sirviendo a los dictados del neoliberalismo. Todos los partidos que no aceptan este escenario son reenviados a los “extremos” y acusados de poner a la democracia en riesgo.
Pero como no hay política sin frontera entre un “nosotros” y un “ellos”, ha tenido que construir una diferencia entre “progresistas” y “conservadores”. Esta frontera no instituye una relación de orden político entre adversarios. Introduciendo un impasse entre las configuraciones de poder, ella sirve para descalificar las diferentes formas de oposición al asimilarlas bajo un mismo vocablo, el de “conservadoras”. Emmanuel Macron se permite así despreciar como “conservadores” al gran número de franceses que se oponen a su política y de ignorar las reivindicaciones de la “Francia de abajo”.
Que una tal política conduce inevitablemente a la revuelta de las categorías populares no pareciera inquietarle. Una ceguera semejante es propiamente alucinante, pues esta tercera vía reciclada, en lugar de contener al Frente Nacional, tal como se lo imagina, puede conducir a su fortalecimiento e incluso a su victoria en 2022. Afortunadamente, el muy buen tercer puesto de Jean-Luc Mélenchon en la elección presidencial y el entusiasmo popular detrás de “Francia insumisa” nos muestran que otra salida es posible: la de una revolución ciudadana.
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* Chantal Mouffe es profesora de teoría política en la universidad de Westminster (Londres). Ha escrito sobre el populismo de derecha, principalmente en “La ilusión del consenso” (Albin Michel, 2016) y ha inspirado a Francia insumisa y a Podemos.
Traducción de Agustín Lucas Prestifilippo