14 jun 2017

La violencia en América Latina

La inseguridad en América Latina desde la Geopolítica de la seguridad 

Por Miguel Ángel Barrios y Norberto Emmerich
13 junio, 2017



El pasado 4 de junio el diario New York Times publicó una nota titulada “Por qué se mata en América Latina”. Según los periodistas Alejandra Sánchez Insunza y José Luis Pardo Vieiras, América Latina ocupa el primer lugar mundial en los tres tipos de homicidios catalogados por Naciones Unidas: delictivo, interpersonal y sociopolítico. El Banco Interamericano de Desarrollo – BID señala que el 50% de los crímenes en las ciudades latinoamericanas se cometen en apenas el 1.6% de sus calles.La mayor parte de los asesinatos se concentra en 7 de los 20 países de la región: Brasil, Venezuela, Colombia, Honduras, Guatemala y México, en gran medida por narcotráfico.

Aunque el tráfico de drogas es un potenciador de problemas y no la causa de ellos, se trata de un negocio ilegal donde el asesinato es la forma habitual de toma de decisiones y resolución de problemas. Sin embargo países como Nicaragua, Panamá y Costa Rica, que están en la ruta de la droga hacia Estados Unidos, tienen las tasas más bajas de Centroamérica. Lo mismo sucede en Perú y Bolivia, dos de los tres productores mundiales de cocaína. Brasil, el país más violento del mundo, tiene un mercado de drogas poco vinculado con Estados Unidos y centrado en el consumo interior.

Estos siete países tienen problemas comunes pero también especificidades propias. En México la guerra contra el narcotráfico se convirtió en el segundo conflicto más letal del mundo, sólo superado por Siria. En Guatemala, El Salvador y Honduras la guerra de pandillas la convirtió en la región mundial con la mayor tasa de homicidios. En Colombia las muertes asociadas al conflicto con la guerrilla descendieron más de un tercio en una década, mientras otras formas de la violencia dejaron más de 12 mil muertos en 2016. Venezuela vive una crisis política y social sin precedentes, con 21.752 homicidios en 2016. En Brasil crece la disputa por el control territorial, ya sea en la ciudad o en el campo. En total 144.000 personas mueren asesinadas anualmente en América Latina.

Cada año la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal publica el “Listado de las 50 ciudades más violentas del mundo”, casi completamente ocupado por ciudades latinoamericanas (43 en 2016).

En América Latina 400 personas terminan en la morgue cada día, cuatro cada quince minutos. Con apenas el 8% de la población mundial América Latina es el continente más desigual y violento del planeta.

Desde la Geopolítica de la seguridad, un nuevo paradigma de seguridad, esta descripción cuantitativa de la violencia en América Latina merece algunas consideraciones y aclaraciones:
Tomar como formatos sinónimos las tasas de homicidios cada 100 mil habitantes y la tasa genérica de inseguridad es una simplificación que impacta negativamente sobre la percepción de inseguridad en la ciudadanía y que demanda a los decisores políticas de seguridad centrada en homicidios en vez de estrategias de aseguramiento de la vida cotidiana. La ciudadanía se preocupa por los arrebatos, el asalto a viviendas con violencia, el robo de autos y eventualmente el secuestro de personas, dependiendo de las características de cada país. La tasa de homicidios, tomada como indicador clave de inseguridad, no expresa la complejidad de la problemática real.

El narcotráfico explica descriptivamente los homicidios y bastante menos la inseguridad general, aunque los gobiernos vuelquen sus preferencias hacia la consigna de “guerra contra las drogas” como catalizadora del conjunto de las políticas de seguridad. Pero los homicidios por narcotráfico implican un grado creciente y generalizado de ilegalidad por parte del Estado, no todo se reduce a la simplicidad de las peleas entre bandas o las disputas de mercado.

Se suele afirmar que la causa de la violencia es la desigualdad “cara a cara”. Para demostrarlo, Argentina y Uruguay son países con menor desigualdad y menos violencia. Estados Unidos, el país más desigual del primer mundo, tiene 4 ciudades entre las más peligrosas (Saint Louis, Baltimore, New Orleans y Detroit). Sin embargo Venezuela es el país menos desigual de la región y el más violento, con 7 ciudades dentro de las 50 más peligrosas del mundo, siendo Caracas la primera del ránking global. Menos pobreza y menos desigualdad no implican menos violencia. Hay problemas de institucionalidad y de estatalidad que están presentes y deben ser considerados.

En América Latina la violencia es un proceso construido históricamente: desde las guerras civiles posteriores a las independencias nacionales, pasando por el asesinato de Eliezer Gaitán hasta la Operación Marquetalia, en Colombia; como derivación de la política exterior americana de los años 80s en Centroamérica o de la guerra contra las drogas de Nixon, en México. En el Cono Sur (Argentina, Uruguay y Brasil) las dictaduras militares forjaron instituciones policiales y militares corruptas, ilegales y criminales que subsisten. Con o sin Estados Unidos el sistema internacional opera en el trasfondo de la violencia latinoamericana.

En los 7 países mencionados el Estado es el principal actor generador de inseguridad y violencia. México, Colombia, Guatemala, El Salvador y Honduras le han declarado la “guerra” al narcotráfico, mediante el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida. En Brasil el rol criminal de las fuerzas de seguridad es generador de la mayor tasa de asesinatos policiales (gatillo fácil), superando las muertes por narcotráfico. Decir que América Latina es la región más violenta del mundo sin mencionar el ingrediente estatal es un dimensionamiento apenas estadístico del problema.

Los indicadores de violencia carecen de utilidad política si son mencionados globalmente y no localmente. México tiene una tasa nacional de homicidios = peligrosidad de 16, mientras que Guachochi (sierra de Chihuahua) tiene una tasa de 116.7 (año 2015) y en la colonia (barrio) de Coyoacán, en la ciudad de México, es de 3.7. La mirada local permite apreciar la “peligrosidad” cercana y cambiante, con indicadores precisos y políticas que pueden apelar al empoderamiento ciudadano. Incluidas dentro de criterios orientadores generales, las políticas de seguridad deben ser predominantemente locales, incluso con un gobierno local de la seguridad.

La territorialidad es el principal componente de los análisis de seguridad, dentro de los cuales los insumos cuantitativos son un instrumento imprescindible para la comprensión de la realidad, pero no la definen automáticamente. En términos de seguridad la realidad debe ser significada mediante la incorporación de la dimensión territorial, o sea geopolítica. Los homicidios, vistos dentro de un panorama completo de seguridad que incluya todas las problemáticas, son parte de una territorialidad que circula permanentemente ida y vuelta entre Estado y sociedad, o sea entre las instituciones de seguridad y las organizaciones criminales. No hay delito sin Estado pero si hay Estado no hay delito. Recuperar la estatalidad mediante la ocupación del territorio aumenta la seguridad y mejora los indicadores, en una región donde sólo el 1.6% del territorio urbano está perdido. Es poco territorio, pero es mucha territorialidad.

La violencia en América Latina no es un relato simple y acumulativo sino la expresión de una región de desarrollo intermedio, fronteriza con Estados Unidos, donde se encuentran dos potencias emergentes (Brasil y México), llena de desigualdades y pujas por la distribución de la renta.

Miguel Angel Barrios, Profesor en Historia y Magister en Sociología. Doctor en Educación. Doctor en Ciencia Política.

Norberto Emmerich, Doctor en Ciencia Política y Licenciado en Relaciones Internacionales.

Alai