Por Marcelo Colussi
11 abril, 2018
En Latinoamérica, durante la mayor parte del siglo XX, los militares gobernaron con golpes de Estado en prácticamente todos los países con dictaduras sangrientas.
Ello respondió a las dinámicas políticas de cada una de las sociedades nacionales, siempre faltas de canales democráticos y regidas, en última instancia, por oligarquías sumamente conservadoras. Pero, más allá de esas polarizaciones (América Latina es la región del mundo con mayores diferencias económico-sociales entre quienes poseen todo y quienes no poseen nada), un factor determinante para el papel jugado por las fuerzas armadas nacionales estuvo dado por la geoestrategia de Estados Unidos, que hace de la región su natural área de intervención (su patio trasero, como suele decirse). En otros términos, los Ejércitos latinoamericanos jugaron un papel decisivo para la política exterior de Washington.
Hoy en día, desde el campo popular, existe cierta tendencia a ver la casta militar como la responsable directa de tantas penurias de las empobrecidas masas populares. Pero, sin exculparla para nada, es preciso no perder nunca de vista que el enemigo histórico de la clase trabajadora (obreros, campesinos, trabajadores varios, amas de casa, estudiantes) está dado por quienes realmente la explotan: los propietarios concretos de los medios de producción, los empresarios (industriales y banqueros) y los terratenientes.
En esa estructura social, la casta de políticos profesionales es la encargada de mover el aparato estatal legislando en función de mantener todo sin cambio, y los militares son los fieles defensores de la oligarquía, de la clase burguesa, de esos industriales, banqueros y terratenientes, con armas en las manos (armas que, paradójicamente, pagan los mismos pueblos con sus impuestos).
En otros términos, los militares son los guardaespaldas de la clase dirigente. En Latinoamérica, región que —felizmente— no presenta conflictos bélicos entre naciones, los militares no defienden las fronteras de la patria. El área es virtualmente un campo de operaciones de la Casa Blanca, con más de 70 bases de sofisticada tecnología bélica.
Aquí sale sobrando el supuesto honor patrio o altisonancias por el estilo. Los militares latinoamericanos responden no a lógicas locales, sino a las geoestrategias hemisféricas trazadas por el Pentágono.
Esta casta militar (ejército, aviación y marina) está muy bien preparada para cierta lucha: no para la guerra al modo de las potencias capitalistas, con tecnologías de punta para invadir territorios de su interés. Está adiestrada en la defensa de la sacrosanta propiedad privada de los grandes propietarios ante el reclamo popular, ante el «avance del comunismo», tal como reza la doctrina en que se ha formado. Está preparada técnica e ideológicamente en la guerra contrainsurgente, en la Doctrina de Seguridad Nacional, que marcó las décadas de dictaduras en que se llevaron a cabo las llamadas guerras sucias bajo la hipótesis del enemigo interno, conflictos que luego, años o décadas después, son juzgados.
Dada esa preparación que tuvieron por años en las academias militares estadounidenses (Escuela de las Américas, West Point), y en el marco general de la Guerra Fría, que dominó el panorama décadas atrás, el estamento castrense latinoamericano no se siente responsable por todas las brutalidades cometidas. No se siente así porque, de algún modo, no se puede visualizar como violador de derechos humanos, como criminales de guerra que se avergüencen de sus acciones (para eso fueron preparados los militares, que siguieron rigurosos manuales anticomunistas). En realidad, las fuerzas castrenses son el brazo armado de la clase dirigente, y defender el capital (nacional o multinacional) es su única y real función. Dicho de otro modo, son ejércitos de ocupación que hacen de las protestas de los pueblos sus verdaderos enemigos.
Por todo ello, sin dejar de juzgar para nada los horrendos crímenes del pasado (desaparición forzada de personas, torturas, cárceles y cementerios clandestinos, aldeas arrasadas), debe apuntarse a ver quiénes son los verdaderos beneficiarios de esas crueldades. ¿Son los militares? No (Guatemala es quizá el único caso en el que, gracias a la guerra interna, se convirtieron en nuevos ricos). ¡Son las clases dirigentes las auténticas beneficiarias! En todo caso, ¡hay que juzgar a ambos!
*Catedrático universitario e investigador social, nacido en Argentina, reside en Guatemala
Esta casta militar (ejército, aviación y marina) está muy bien preparada para cierta lucha: no para la guerra al modo de las potencias capitalistas, con tecnologías de punta para invadir territorios de su interés. Está adiestrada en la defensa de la sacrosanta propiedad privada de los grandes propietarios ante el reclamo popular, ante el «avance del comunismo», tal como reza la doctrina en que se ha formado. Está preparada técnica e ideológicamente en la guerra contrainsurgente, en la Doctrina de Seguridad Nacional, que marcó las décadas de dictaduras en que se llevaron a cabo las llamadas guerras sucias bajo la hipótesis del enemigo interno, conflictos que luego, años o décadas después, son juzgados.
Dada esa preparación que tuvieron por años en las academias militares estadounidenses (Escuela de las Américas, West Point), y en el marco general de la Guerra Fría, que dominó el panorama décadas atrás, el estamento castrense latinoamericano no se siente responsable por todas las brutalidades cometidas. No se siente así porque, de algún modo, no se puede visualizar como violador de derechos humanos, como criminales de guerra que se avergüencen de sus acciones (para eso fueron preparados los militares, que siguieron rigurosos manuales anticomunistas). En realidad, las fuerzas castrenses son el brazo armado de la clase dirigente, y defender el capital (nacional o multinacional) es su única y real función. Dicho de otro modo, son ejércitos de ocupación que hacen de las protestas de los pueblos sus verdaderos enemigos.
Por todo ello, sin dejar de juzgar para nada los horrendos crímenes del pasado (desaparición forzada de personas, torturas, cárceles y cementerios clandestinos, aldeas arrasadas), debe apuntarse a ver quiénes son los verdaderos beneficiarios de esas crueldades. ¿Son los militares? No (Guatemala es quizá el único caso en el que, gracias a la guerra interna, se convirtieron en nuevos ricos). ¡Son las clases dirigentes las auténticas beneficiarias! En todo caso, ¡hay que juzgar a ambos!
*Catedrático universitario e investigador social, nacido en Argentina, reside en Guatemala