Un país desintegrado, divido en facciones políticas y tribales, dos gobiernos que buscan tomar el control a sangre y fuego, y un grupo de naciones, tanto regionales como distantes, que arman, financian e intentan tomar el control. Sobre ese país que supo ser un ejemplo sobrevive un pueblo devastado, víctima de la represión, olvidado por los grandes medios de comunicación. Como si fuera poco, en esa nación -bañada por el mar Mediterráneo y potencia petrolera-, semanas atrás se instaló públicamente el Estado islámico (EI), desatando una cacería contra la población.
LEANDRO ALBANI – Resumen Latinoamericano -
Esta síntesis de la actualidad de Libia se desprende del diálogo que Resumen Latinoamericano mantuvo con Txente Rekondo, analista internacional, licenciado en Ciencias de la Comunicación y doctor en Ciencias Políticas.
Una muestra concreta de lo que sucede en suelo libio la dio ayer Claudio Cordone, jefe de la división de derechos humanos de la Misión de Apoyo de Naciones Unidas en el país norafricano. El funcionario aseguró que ahora “Libia es más opresiva” que en la época en que gobernaba Muammar Al Gaddafi.
Rekondo, que desde hace años sigue la situación en Medio Oriente y África a través de artículos y ensayos, explicó de forma detallada qué sucede en territorio libio, luego de que la Organización del Tratado para el Atlántico Norte (OTAN) derrocara en 2011 a Gaddafi. “La entidad política cohesionada formada en torno al liderazgo de Gaddafi ya no existe”, aseguró el especialista. Y detalló que, entre otros profundos problemas, las mujeres libias son las más golpeadas. Para Rekondo, después de la invasión de la alianza atlántica proliferó “la inseguridad física y las políticas reaccionarias en materia de género”, por los cual se condena “a las mujeres a sufrir todo un abanico de situaciones perjudiciales y vejatorias”.
-¿Cuáles son las características principales de la actual Libia luego de la invasión encabezada por la OTAN?
-Tras cuatro años del comienzo de la intervención y agresión contra Libia, impulsada por Estados Unidos y sus aliados, la realidad es de completo caos. El país está a las puertas, sino las ha cruzado ya, de convertirse en un “Estado fallido”. La entidad política cohesionada formada en torno al liderazgo de Gaddafi ya no existe. Con dos alianzas heterogéneas combatiendo entre sí, reivindicando cada una de ellas la legitimidad de sus respectivos gobiernos, sus parlamentos y sus ejércitos, el panorama se asemeja cada vez más a una guerra civil. A eso se añade la polarización e incremento de divisiones regionales, tribales, sociales e ideológicas que aumentan aún más la citada sensación de caos generalizado.
El EI aprovechó el deterioro de la situación y busca incrementar su presencia y su poder, tal y como lo ha hecho en Siria o Irak, siguiendo allí también las pautas de un guión intervencionista marcado por Estados Unidos y sus aliados. También existe la injerencia de actores extranjeros, con Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos apoyando uno de los bandos, mientras que Turquía y Qatar apuestan por la otra parte.
Antes de la intervención de la OTAN, Libia encabezaba los índices de desarrollo de África. Hoy en día los riesgos físicos para la población, la destrucción de la calidad de vida, una economía en caída libre y las principales infraestructuras destruidas reflejan la dolorosa situación del país. Sirva como ejemplo el importante retroceso que han sufrido las mujeres en Libia. Durante la época de Gaddafi, el acceso al trabajo y la educación (acceso ilimitado y gratuito en todos los niveles) por parte de las mujeres libias era generalizado, siendo común que éstas fueran juezas, pilotos de aviación, abogadas o profesoras universitarias, por citar unos pocos casos. Tras la intervención de 2011, la inseguridad física y las políticas reaccionarias en materia de género han revertido esa tendencia, condenando nuevamente a las mujeres a sufrir todo un abanico de situaciones perjudiciales y vejatorias.
-¿Qué desenlace piensa que tendrán las pujas internas en Libia, teniendo en cuenta las fuerzas enfrentadas?
-A la vista de las diferentes alianzas, y de los diferentes actores locales y extranjeros que se presentan sobre el tablero libio, se hace difícil anticipar un desenlace final. Todo parece indicar que la situación, lejos de mejorar, podría empeorar aún más con consecuencias dolorosas no sólo para la población local o para los países de la región, sino que las consecuencias podrían acabar afectando a los actores que impulsaron en su momento la intervención.
El auge del EI y de otras corrientes del llamado jihadismo transnacional, la pugna entre esas tendencias o la radicalización en clave reaccionaria de importantes sectores sociales de la región, pueden conducir el futuro hacia un panorama mucho más negro y caótico que el actual.
-¿Existe la posibilidad de que en Libia se conforme una fuerza progresista o de resistencia ante la actual dirigencia reaccionaria?
-En estos momentos, la situación puede desembocar en una realidad muy parecida a la que aconteció en Irak. No es sencillo predecir una alianza en clave progresista a corto o medio plazo. La intervención de la OTAN, además de acabar físicamente con la vida de Gaddafi, acabó también con el proyecto de éste, el mismo que logró superar las importantes diferencias sociales o tribales para presentar a Libia como modelo de desarrollo en el continente africano. Las diferentes agendas de intereses de los actores citados anteriormente impulsarán un incremento de las diferencias identitarias, regionales y tribales, haciendo primar los intereses locales y la polarización sobre otros elementos y evitando que Libia vuelva a conformarse como una entidad estatal unida.
-Lo que sucede hoy en Libia, ¿puede afectar a otros países del Magreb y al resto de África?
-La desintegración material del Estado libio está teniendo sus consecuencias en el conjunto de la región. La desestabilización interna está afectando a nivel social, político y militar a los estados vecinos. Países como Argelia, Túnez o Egipto están viendo con preocupación las consecuencias directas de la intervención en Libia, aunque al mismo tiempo parece que apuestan por medidas que, lejos de solucionar la situación, puede acabar empeorándola todavía más. La avalancha de refugiados libios a los países vecinos, la existencia de unas fronteras difíciles de controlar, la presencia de grupos jihadistas que buscan refugio y soporte en zonas de importancia geoestratégica, los diferentes tipos de tráfico ilegal (armas, drogas, personas) son factores que ayudan a comprender la actual situación regional. Egipto es consciente de los problemas internos que tiene, y la presencia de grupos jihadistas en Libia que pueden lanzar ataques contra el gobierno egipcio o apoyar a grupos locales que están combatiendo a los golpistas egipcios preocupa mucho a las élites.
Túnez ha mostrado en estos días la facilidad con la que organizaciones jihadistas pueden atacar a los representantes políticos o a una de las fuentes económicas del país, el turismo. Lo que induce a entender que una desestabilización del pequeño país norteafricano podría ser factible a medio plazo también. Argelia teme la extensión de organizaciones afines al Estado Islámico y, consciente de la dificultad para controlar las fronteras, busca acuerdos regionales para salvaguarda su frágil estabilidad interna. Los dirigentes argelinos saben que cualquier protagonismo de su parte podría traer consecuencias muy peligrosas, y está en la mente de todos el reciente pasado sangriento del país.
Tampoco hay que olvidar la desestabilización que se ha generado en los países del Sahel tras la agresión contra Libia. La rebelión del pueblo tuareg en Malí ha sido seguida de un aumento considerable del protagonismo de los grupos jihadistas, la adhesión del nigeriano Boko Haram al califato del EI, las dificultades de países como Mauritania o Níger para controlar sus propias fronteras son otras piezas del conflictivo y complejo puzle regional.