23 jun 2014

ARTIGAS Y SUS LEYENDAS

ARTIGAS Y SUS LEYENDAS


RICARDO AROCENA
 enviado por Centro Cultural Cuelgamuros

La novela La Nueva Troya, del escritor francés Alejandro Dumas, provocó por estos lares una áspera controversia por algunas valoraciones que en ella se hacen de la figura y el accionar de José Artigas. Un adelanto de la obra llegó a nuestras costas en 1850, es decir a un año de la finalización de la denominada Guerra Grande, conflicto que había dividido a los orientales en dos bandos.

De un lado estaban quienes defendían a la sitiada ciudad de Montevideo y que se veían a sí mismos como representantes del progreso, de la razón y de la civilización. Del otro las fuerzas sitiadoras, que nucleadas en torno al gobierno del Cerrito, sentían que encarnaban la Orientalidad y el americanismo.

Es en ese marco que la polémica suscitada con la publicación del libro adquiere connotaciones evidentemente políticas, aunque también cabe señalar que por otra parte reaviva el esfuerzo que desde hacía tiempo algunos patriotas venían realizando por rescatar al Jefe de los Orientales de las tinieblas de la denominada Leyenda Negra.

La descalificación, esta vez realizada en forma novelada, recibió una contundente respuesta de parte de un grupo de personalidades vinculadas al gobierno del Cerrito, entre las que habría estado el general Antonio Díaz, el Dr. Villademoros o el Dr. Eduardo Acevedo, y muy posiblemente Leandro Gómez. El documento por ellos realizado fue titulado con el nombre de "Refutación a la Nueva Troya de Alejandro Dumas" y fue publicado en el diario del campo sitiador "El defensor de la independencia americana".

Influenciado por el enviado del gobierno de Montevideo en París, el general Melchor Pacheco y Obes, el escritor francés resaltaba en su obra la figura del Capitán de Blandengues Jorge Pacheco, padre del antes mencionado, en detrimento de lo realizado por Artigas, a quien en gran medida desautoriza.

En referencia a los tiempos en que Pacheco y el futuro Jefe de los Orientales se enfrentaban por el tema del contrabando, el autor de El Conde de Montecristo señalaba que aquel militar "persiguió a Artigas, venciéndolo siempre donde se encontraba; pero Artigas jamás se dejaba apresar y reaparecía siempre al día siguiente de cada derrota. El hombre de la ciudad fue el primero en fatigarse de esa lucha y, como uno de aquellos antiguos romanos que sacrificaban su orgullo al bien de la patria, Pacheco fue a ofrecer al gobierno español la renuncia a sus poderes, a condición de que se nombrara a Artigas como nuevo jefe de campaña (...).

"El gobierno aceptó, y, como esos bandidos romanos que después de hacer acto de sumisión ante el Papa, se pasean, luego, venerados por las ciudades donde sembraron el terror, Artigas hizo su entrada triunfal en Montevideo y reanudó las obras de exterminación en el punto de que se había escapado de las manos de su predecesor". El texto subrayado es nuestro.

En la llamada "Refutación..." se responde a lo anterior en duros términos, aseverándose que nunca pudo ser Pacheco antagonista del "distinguido General Artigas, a quién, no obstante, Dumas supone derrotado muchas veces por el Capitán de Blandengues".

Y se agrega que es "bien mezquina" la idea que el novelista da respecto del general Artigas, "de quien debiera hablar con más mesura, no solo en obsequio de la verdad, sino en consideración, cuando menos, al respeto con que en todos los países del mundo es debido tratar a los hombres grandes".

Y refiriéndose al Jefe de los Orientales agrega que "el país fue siempre para él amado; el orden fue la religión de sus soldados y la felicidad de todos sus conciudadanos fue para él una necesidad de su existencia.
En demanda de tanta justicia y de tan caros intereses, fue que acaudilló las masas de la campaña y proclamó el primero de todos, entre todos los orientales, la independencia de la Banda Oriental".

Los autores del documento deslindan trayectorias puntualizando que el nombre de Jorge Pacheco por "nadie es conocido fuera del país" y que algunos ancianos patriotas lo recuerdan "con execración por las horrorosas crueldades que sobre ellos ejerció". Y más adelante ironizan diciendo que muchos "hombres todavía contemporáneos", le "conocieron demasiado", como para "reírse a carcajadas al leer tan enorme desvergüenza".

Tanto el adelanto de la novela como la refutación posterior cobraron estado público en agosto de 1850, cuando el Jefe oriental vivía sus últimos días. No se puede ser demasiado severo con el escritor francés, que en todo caso no hizo más que hacerse eco de un representante de un gobierno al que su país apoyaba.
Tampoco todo lo que escribió sobre Artigas fue negativo, en algunos párrafos se refiere a él como "vivo", "valiente" y "sutil", por citar algunos conceptos. Es más, procurando justificarse, Dumas llegó a comentar que la novela le había sido "dictada".

Comparado con otros, el caso de Dumas fue el menos grave. Durante la gesta artiguista no faltaron los que con su pluma acompañaron lo que otros hacían con la espada, poniéndose al servicio de oscuros intereses, lo que nos debe hacer reflexionar sobre el papel no siempre positivo de la comunicación, cuando ésta se realiza al margen de cualquier principio ético.

CON LA PLUMA Y CON LA ESPADA

Por encargo de Pueyrredón, Director de Buenos Aires, un insignificante escriba apellidado Cavia fue quien primero se prestó a realizar la diatriba de la figura de Artigas, dando a conocer un libelo con todo tipo de acusaciones y adjetivos truculentos. Lo trató de "lobo devorador y sangriento", "azote de su patria", "oprobio del Siglo XIX", "afrenta del género humano", "origen de todos los desastres". Y podríamos seguir.

Aunque comparando con lo que escribieron otros tal vez se quedó corto...

Santiago Vázquez, cómplice de Sarratea, intentando descalificar la verdadera poblada que fue sin lugar a dudas la heroica "Redota", en la cual el pueblo oriental se había encolumnado atrás de su Jefe, escribiría: "como los lobos o los tigres hambrientos a la vista de la presa, así se lanzaron aquellos caudillos sobre los pueblos y campañas; la violencia, el robo, la desolación y el terror, marcaban sus pisadas; así, al volver ellos de su comisión, Artigas se vio rodeado de diez mil almas".

La virulencia de las descalificaciones y la desfachatez de las falsedades solamente pueden compararse con la ferocidad con que los patriotas fueron reprimidos, desde el inicio hasta el final del denominado por los historiadores "ciclo artiguista".

Por ejemplo, en los inicios de la gesta independentista, y procurando amedrentar a los patriotas, sangrientos "escuadrones de la muerte", con el nombre de "partidas tranquilizadoras", una y otra vez recorrieron poblaciones y campos sembrando el terror y la muerte, en el mismo momento en el que con falsa propaganda se procuraba desprestigiar la gesta revolucionaria.

Allá por 1812, entre los "tranquilizadores" estaba un tal Larrobla, quien con total cinismo registró minuciosamente en su diario personal sus fechorías. Es así que, por ejemplo, a texto expreso confiesa que el 4 de setiembre de ese año había nombrado "(...) una escolta de diez y seis hombres a cargo del Sargento Vicente Sáez con la que hice conducir reos al patíbulo, que era un palenque de caballos, y se los pasó por las armas, habiendo después mandado quitar las cabezas para dejarlas, la primera en Cuchilla Grande (...)"

Continuando con su siniestro recorrido, el día 8 decide pasar la noche del otro lado del Santa Lucía, adonde resuelve "despachar a los presos" y dejar colgada otra cabeza, en los alrededores de Paso Real, labor que continúa repitiendo los días y meses siguientes con otros detenidos.

Algo que particularmente le preocupaba eran las "expresiones denigrantes contra las disposiciones del Gobierno", y es así que se ensaña con un grupo de mujeres por opinar de esa manera. Escribe al respecto que "fiadas en lo preferido de su sexo, les parece que tienen una particular libertad para expresarse de cualquier modo". Ante semejante "delito" ordena que se las "cele" y que si reinciden "procedan a su inmediata aprehensión, tratándolas como a reos del estado".

El día 20 sale hacia San Ramón, advertido de que "el partido" estaba "bastante alborotado" al enterarse los que en él vivían que se retiraban los portugueses. En aquel lugar encontró necesario "disuadir a los más temibles", para "poner el mayor celo en los Tupamaros que con cualquier noticia así, frívola como de entidad, desplegaban en la campaña sus banderas".

Y se podría seguir con el periplo de aquella macabra figura, que tanto nos recuerda a otras más recientes. Si el emitir "expresiones denigrantes" lo había sacado de quicio, es fácil imaginar su reacción al encontrarse con volantes revolucionarios. Uno de sus colegas, llamado José Obregón, que se desempeñó como Jefe Militar en San Carlos, al constatar que la ciudad estaba inundada de impresos llamando al combate por la independencia se preocupó expresamente de hacerse de ellos, para luego enviar las copias a Montevideo.

LA LEYENDA NEGRA

Culminado el ciclo artiguista, el libelo escrito por Cavia, de poca influencia en el momento de su publicación, sirvió de base a los que intentaron desvirtuar la epopeya de la Patria Vieja. Escribe al respecto el investigador José María Traibel que aquella fuente fue utilizada "por los escritores europeos, americanos y aun nacionales, que por mucho tiempo, sin pretender penetrar en los móviles del Jefe oriental, sin atender las circunstancias que rodeaban la época de su actuación, hicieron de la biografía de Artigas un catálogo de opiniones adversas".

Ex amigos y enemigos se aliaron a la hora de las diatribas. Rivera trataría a Artigas de "sanguinario perseguidor", Lavalleja protestaría cuando lo quisieron comparar, diciendo que era "un agravio personal"... "un parangón que le degrada".
Y el historiador argentino Vicente Fidel López comentaría: "no tenemos la menor intención de negar que execramos la persona, los hechos y la memoria de este funestísimo personaje. (...) Los caudillos provinciales que surgieron como la espuma que fermentaba de la inmundicia artiguista eran jefes de bandoleros que segregaban los territorios donde imperaban a la manera de tribus para mandar y dominar a su antojo".

El porqué de tanto ensañamiento tiene mucho que ver con el temor de las clases patricias, que habían decidido borrar hasta el último recuerdo del vendaval revolucionario. El viajero francés Saint Hilaire, haciéndose eco de sus adinerados anfitriones, repetiría indignado que "a menudo un negro, un mulato, un indio, se hacía él mismo oficial y con su banda robaba a los estancieros".

Y con aristocrático asco agregaba:

"Bajo el gobierno de Artigas era suficiente, para sufrir toda suerte de vejaciones, ser rico, ser nacido en Europa, o ser denunciado al General (...). No quedan en el país más que peones mestizos, hombres sin principios, sin moral y sin propiedad". El subrayado es nuestro.

Le faltó decir que en aquella época, increíblemente,... los "más infelices" habían sido "los más privilegiados". Esta era las razones de fondo para que las peores mentiras envolvieran un pasado demasiado cercano. Por supuesto que Artigas contó con defensores que procuraron mantener viva su memoria. Pero la ofensiva que enfrentaron fue tan aplastante, tan contundente y tan insidiosa, que costó bastante que la imagen del Jefe oriental se irguiera en toda su estatura...

Pero poco a poco se fue logrando. Con la publicación por parte Juan Zorrilla de San Martín de su bellísima "Epopeya... ", y del Dr. Eduardo Acevedo de su "Alegato histórico", culmina en forma contundente el esfuerzo de rescate.

En su formidable invocación Acevedo se pregunta:

"¿Qué más necesita Artigas para ser considerado fundador del Pueblo Oriental, si con su sangre , su constancia, su heroísmo, su desinterés, su carácter y sus principios políticos, creó vínculos que antes no existían, entre todos los habitantes del territorio, les dio tradiciones de gloria, despertó sus sentimientos cívicos y educó el carácter nacional en la escuela de sacrificio a los intereses generales, de las altiveces de conducta y de la consecuencia a los principios republicanos, cuando todo su medio ambiente era presa del desaliento, de los temores del momento y de la falta de grandes ideales".

Y concluye su obra con estas palabras:

"Tal es el resultado final de la contundente prueba de este Alegato Histórico, reveladora de una tradición de glorias con rumbo a grandes destinos, de los que todavía se encuentran alejados los orientales, apresurémonos a decirlo, por efecto de factores personales de perturbación que jamás habrían llegado a actuar si Artigas hubiera salido triunfante en su gigantesca lucha de 1811 a 1820".

La leyenda negra había sido desmantelada, pero otra ficción mucho más sutil, definida por Real de Azúa como "celeste", había comenzado a crecer como consecuencia de las severas "perturbaciones" a que hacía referencia Acevedo. Tenía como objetivo transformar a Artigas en "una mortaja de retórica y bronce", al decir del historiador Carlos Machado.

El Uruguay independiente se había hecho de un escudo, de un himno y de una bandera, pero precisaba de un Prócer, ajeno a las luchas intestinas que lo habían agitado. Y Artigas, el Jefe de la Patria Vieja y Protector de los pueblos libres, era el hombre ideal.

Pero para aquel país que se había modernizado alambrando latifundios, que se había "disciplinado", que hacía culto al concepto de "rendimiento", que de la mano del Banco de Londres, de la Bolsa de Comercio y de la Asociación Rural consolidaba un modelo agro exportador, el pensamiento revolucionario de Artigas podía resultar incómodo.
Era imprescindible rescatar su figura... pero dejando en el olvido los "excesos" de la Patria Vieja.

Borrados de la memoria colectiva los afanes revolucionarios, olvidadas las reivindicaciones, relegado al ostracismo el programa artiguista, sobre el Jefe oriental solamente fue quedando una leyenda vacía a la cual rendirle homenaje en ocasión de alguna efemérides, entre discursos pomposos que todo lo esconden y aplausos de ocasión.

Serían nuevamente las causas populares, las que rompiendo con el Mito, sentarían al hombre que fue Artigas en renovados fogones, adonde entre el rasguear de guitarras volverían a escucharse sus siempre vigentes razones. Pero con el transcurso de los años habría quienes a la leyenda celeste la teñirían de verde. Y en la secuencia del horror un Artigas descarnado sería enterrado en oscuros mausoleos, mientras auto invocados "tenientes" lo mentaban como su inspirador.

EL LLANTO DE LA SELVA

Cierto "humor cultural" dominante en esta resignada posmodernidad, agazapado detrás del escepticismo, el individualismo y la falta de perspectivas, es el mejor caldo de cultivo para que prolifere el cuestionamiento sin fundamento de cualquier causa colectiva que en el pasado hiciera vibrar multitudes. Lo que impera es la renuncia a los denominados "macro relatos", a las grandes ideas, a la magia de la esperanza en futuros mejores, proponiéndose a cambio el culto a lo inmediato, a lo fugaz, a lo desechable, a la vida rápida y al consumismo.

Es en este hábitat que no puede extrañar que surjan análisis seudo históricos que en alguna medida retoman los infundios de la Leyenda Negra, o "miradas" hacia el pasado artiguista, que lo cuestionan por su radicalidad, por su integridad principista, por su supuesta falta de flexibilidad, por eludir lo "políticamente correcto", o por cosas aún peores.

Sobre esas "cosas peores" como ejemplo basta un botón. Una publicación bastante reciente ataca duramente a Artigas, acusándolo de "localista" y por no haber acompañado la "estrategia sudamericana de San Martín y Güemes".
El análisis, que incluye en su bibliografía nada menos que al fabricador de la teoría del "fin de la historia", el nipo norteamericano Francis Fukuyama, acusa, entre otras cosas, al Jefe de los Orientales de carecer del "sentido de las proporciones históricas".

A planteos como éstos se le suman el de sus enemigos de siempre, descendientes de aquellos que al decir de Ramírez "no podían ni oír hablar de Artigas", y el de los que en esta coyuntura tan particular de la humanidad apuestan al minuto de gloria criticándolo con argumentos hace largo tiempo superados.

Y a ese discurso en el mejor de los casos desencantado, laxo y sin compromiso, contribuyen incluso ciertos cuartetos musicales que con el pretexto de humanizar al héroe recurren al agravio y la diatriba sustituyendo argumentos por una circunstancial sonrisa. ...En el fondo tal vez porque en estos tiempos lo único que realmente importa es ser lo suficientemente trasgresor como para hacerse notar y así poder competir para algún bien remunerado cargo público.

Tal vez esté llegando el momento de rescatar las causas colectivas en general, y la de la Patria Vieja en particular, en toda su dimensión. En definitiva, esa es la razón última de estas crónicas. Pero el rescate no puede ser solamente de hombres e ideas, también deberá ser de la magia que los acompañó, surgida al calor de los sueños compartidos.
Esas leyendas mágicas hablan de acontecimientos casi imposibles de comprender en estos tiempos de desencanto. Algunos con seguridad ocurrieron, otros tienen la autenticidad que les da la convicción de que realmente sucedieron, y nutren hasta el día de hoy el imaginario colectivo.

Rescatamos dos de aquellos mitos, que tienen que ver con el minuto final del Jefe de la libertad: Leandro Gómez aseguraba que había muerto "rodeado apenas de algunas criaturas campesinas, que le cerraron sus secos y cansados ojos", a los que en el postrer momento "dirigió hacia el país de los orientales". Pero también se cuenta que estando Francisco Solano con su padre en la frontera paraguaya, nota que habían comenzado a llorar los urutaús, y que mirándolos le dijo a su progenitor: "debe haber muerto el viejo oriental, por el llanto de la selva"
posta - postaporteñ@ 1189 - 2014-06-20