11 feb 2015

GOBERNABILIDAD MUNDIAL Y VALORES COMUNES: EL DEBATE INELUDIBLE


Roberto Savio

09.02.2015

Más los conflictos se multiplican en el mundo, más se hace evidente que estamos en un momento de la historia marcado por la falta de una gobernabilidad mundial.


Más los conflictos se multiplican en el mundo, más se hace evidente que estamos en un momento de la historia marcado por la falta de una gobernabilidad mundial. Y se multiplican las llamadas, los encuentros; las siglas frutos de las tentativas de lograr un nuevo equilibrio se van multiplicando. Del G7 al G8, al 20, el BRICS, el G2, la Chindia (China+India), sin hablar de todos los bloques regionales asiáticos, africanos y latinoamericanos.
Mientras tanto,  El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, (ACNUR), ha informado que en 2013 el número total de refugiados ha alcanzado la  escalofriante cifra de 51 millones de personas. Estamos cerca del trauma de la Segunda Guerra Mundial, cuando los refugiados se estimaron en 55 millones.
Esto significa que si bien no estamos en una Tercera Guerra Mundial formalmente declarada, los conflictos en todo el mundo están llegando a niveles inéditos desde 1944.
Por supuesto, para la gran mayoría del mundo, esas son meras noticias cotidianas, de hechos locales, que no van a tener alcance internacional,  pese a que el aumento del gasto en armas en todas partes, y sobre todo en Rusia, China y Japón, no debería ser ignorado. El Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki Mon, salió  de su proverbial silencio hijo de la cautela y de los equilibrios, para lamentar que tenemos 17.000 artefactos nucleares y ni uno de ellos ha sido desmantelado.
Un análisis con alguna calma de donde nos encontramos en este momento de la historia, no parece dar muchas esperanzas para un logro cercano de una gobernabilidad mundial. Lo cierto es que estamos en un momento de transición. Pero es difícil decir hacia dónde. Gramsci, el pensador italiano, en sus "Cartas desde la Cárcel" decía que cuando se pasa por una época de transición se van a ver muchos monstruos, antes de llegar a tierra firme.
El  primer problema fundamental que se tiende a ignorar es que --como dijo en su momento, Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad de Jimmy Carter-- la guerra fría había congelado el mundo artificialmente y los conflictos subyacentes volverían con aun más fuerza. Esta afirmación se consideró despropositada en un mundo que esperaba que el fin de la guerra fría solidificara la paz, el desarme y la cooperación internacional.
En 1992,  hizo gran clamor el libro "El fin de la Historia", de Francis Fukuyama, que afirmaba que con la desaparición de la Unión Soviética y del comunismo se iniciaba un mundo para siempre  sin tensiones, regido tan solo por una visión política y económica orgánica, homogénea y motivadora, la del capitalismo. En el 1993, Riccardo Roggero, Director general de la Organización Mundial del Comercio, declaraba en una conferencia del IPALMO en Milán: "El mundo está ahora dividido en tres bloques económicos: Europa, que es una fortaleza que se tiene que  abrirse a los demás ; Estados Unidos, que con el NAFTA ya empieza la unificación del continente; Asia, que con Asean abre su camino a la integración regional: África queda afuera por el momento, pero no es importante ya que solo tiene el 4% del comercio mundial. Estos tres bloques en un plazo de veinte años se van a unir en un solo mercado mundial. Este mercado mundial va a tener una moneda única. No va a haber más guerras. Y los beneficios de la globalización van a caer como una lluvia en todo el mundo, hasta al último individuo y va a crear una riqueza que la vieja teoría del desarrollo nunca podría soñar.

La guerra infinita

La borrachera de la victoria del Occidente en la guerra fría, el consenso de Washington y todas las ilusiones, se han desvanecido.  En noviembre, la caída del muro de Berlín cumple 25 años. Incidentalmente, el termino globalización aparece solo después de la caída del muro. Ni  Roggero ni nadie  pronunciaría ese discurso hoy. Todos se dan cuenta que no solo los problemas son múltiples y complejos, sino que empieza a formarse la conciencia que varios  de ellos no se resuelven con intervenciones exteriores y solo tendrán solución cuando las propias fuerzas en conflicto las  encuentren.
La idea de una fuerza imperial todopoderosa, que intervenga con el uso de la fuerza en zona de desorden e imponga la democracia y la paz,  ha quedado clamorosamente frustrada en tan solo la última década. La verdad es que hay que prepararse para un largo periodo de inestabilidad mundial, que no se puede solucionar solo por la vía de las armas.
Por lo tanto, para entender el desorden mundial, un rápido elenco de las brechas que vienen de lejos  puede ayudar. Desde luego, cada uno de los puntos requeriría, para ser  completo, un espacio mucho mayor, debido a que cubre muchos ángulos y problemas.  Por lo tanto, no se debe entender esto no como un elenco definitivo o completo, sino solo  como una herramienta  de trabajo para el desarrollo de este texto.
1) El mundo tal como es hoy,  ha sido configurado en gran medida por las potencias coloniales, que dividieron el mundo entre sí, tallando los países sin ninguna consideración por sus realidades étnicas, religiosas y culturales.  Esto fue especialmente cierto en África y en el mundo árabe, donde la idea de un Estado iba a sustituir tribus y clanes.
Para citar solo algunos ejemplos, ninguno de los actuales países árabes existía. Siria, Líbano, Irak, los países del Golfo (incluida Arabia Saudita) eran todos  partes del Imperio Otomano. Cuando este desapareció tras la Primera Guerra Mundial, así como los imperios Ruso,  Austro-Húngaro y Alemán, las victoriosas Gran Bretaña y Francia  se sentaron en una mesa y diseñaron las fronteras de países para ser dominados por ellos, como lo hicieron antes en África. 
Así que nunca hay que mirar a esos estados como equivalentes a países con antecedentes de identidad nacional. Siria, Irak, Líbano, Qatar, Emiratos Árabes Unidos,  Arabia Saudita, etc., son la creación de dos diplomáticos, Monsieur François Georges-Picot y Sir Mark Sykes, que en 1916, con el asentimiento de Rusia, pasaron a dividir el  imperio otomano en dos zonas de influencia,  creando países,  coronando reyes y nombrando Sheiks.
2) Al finalizar la época colonial, para mantener estos países artificiales con vida y evitar su desintegración, fue inevitable la aparición de un hombre fuerte para cubrir el vacío dejado por las potencias coloniales. Con muy pocas excepciones, las reglas de la democracia sólo se utilizaron para alcanzar el poder. África todavía tiene que salir de esta etapa. La primavera árabe produjo dictadores y autócratas sustitutos, para reemplazarlos únicamente con el caos, por fracciones en conflicto (como en Libia)  o con un nuevo autócrata, como Egipto.
El caso de Yugoslavia deja una buena enseñanza. Después de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Tito desmanteló el Reino de Yugoslavia, formado por seis naciones: Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia, dominados por la casa real serbia desde 1929. Bajo la fórmula  República Federal Socialista de Yugoslavia y con mano de fierro, el croata-esloveno Josip Broz-Tito, logró formar una unión entre repúblicas con iguales derechos, también válidos para las regiones autónomas magiar de Vojvodina  y skipetar (albanesa) de Kosovo-Metohia,  con lo que   se ponía fin al vasallaje a la corona serbia. Sin embargo, Yugoslavia no sobrevivió a la muerte de su líder.
La lección es que sin la creación de un proceso realmente participativo y unificador de los ciudadanos, con una sociedad civil fuerte, las identidades locales siempre juegan el papel más determinante. Así que no será en breve que muchos de los nuevos países se podrán considerar realmente encaminados a una democracia real.
3) Desde la Segunda Guerra Mundial y el proceso de descolonización,  la intromisión de los poderes coloniales y de las superpotencias  en el proceso de consolidación de los nuevos países es  un  buen ejemplo de la ilusión  occidental de poder llevar la democracia y el progreso por la fuerza.
Veamos sólo el caso de Irak. Después de la invasión de 2003, cuando los EE.UU. se hicieron  cargo de la administración del país, nombraron al  general Jay Garner, como regente de Irak. Garner estuvo en el cargo durante un mes, porque era  considerado demasiado abierto a las opiniones locales, por lo que fue reemplazado por un diplomático, Jan Bremmer, quien asumió el cargo tras una reunión informativa  de dos horas con la entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice.
Bremmer decidió la disolución inmediata del ejército (creando 250.000 desempleados) y despidió a todos los empleados públicos miembros del Ba'ath, el partido de Saddam, lo que desestabilizó el país y el caos actual es el resultado directo de esta decisión. Muchos de estos cuadros son los que integran el actual ejército fundamentalista sunita.
El  premier de Irak, Nouri al-Maliki, que Washington ha logrado cambiar considerándolo  la causa de la polarización entre chiitas y sunitas, llegó al poder por ser el candidato preferido de Estados Unidos. Ahora Washington ha resuelto sustituirlo. El nuevo premier, Haider al-Abadi,  también impuesto por Estados Unidos, se supone que sea más abierto al dialogo con los sunitas. Mientras tanto los kurdos, también con cierto apoyo estadounidense, han creado su propia región  y la posibilidad que Irak se divida en tres zonas, se hace cada día más real.
Idéntico es el caso del presidente de Afganistán, Hamid Karzai, también él un preferido de Washington,  quien se ha convertido en  virulento anti-estadounidense. Es una tradición que se remonta a la primera intervención norteamericana, en Vietnam, donde colocaron a Ngo Dihn Dien, quien después se volvió contra sus protectores norteamericanos, hasta que fue asesinado.
No hay espacio aquí para dar ejemplo de errores similares (aunque en mucho menor escala), de otras potencias occidentales. Pero esta es una constante:   los líderes investidos desde fuera, no duran mucho tiempo  y provocan inestabilidad.
4) Todos somos testigos de la lucha religiosa y el extremismo del Islam como una amenaza creciente y preocupante. Pocos hacen un esfuerzo para comprender por qué miles de jóvenes están dispuestos a hacerse explotar. Hay una notable correlación entre la falta de desarrollo y el empleo con el malestar religioso. En los países musulmanes de Asia (los musulmanes árabes son menos del 20% de las población musulmana mundial),  el extremismo apenas se conoce.  Pocos se dan cuenta de que la lucha entre chiitas y sunitas es financiada por países como Arabia Saudita, Qatar e Irán, y que la guerra civil de Siria es en realidad un conflicto sostenido por fuerzas foráneas.
Esas variantes religiosas han estado viviendo lado a lado durante siglos y ahora luchan una guerra de poder, como por ejemplo en Siria. Arabia Saudita ha estado financiando en todas partes a la corriente salafista, la forma más puritana del Islam, que se reconduce al sunismo. Han apoyado con cerca de 2.000 millones de dólares al nuevo autócrata egipcio, General Abdel Fattah el-Sisi, porque él está combatiendo a la Hermandad Musulmana, que predica el fin de reyes y jeques y dar el poder a la gente.
Irak se está convirtiendo también en una guerra de poder entre Arabia Saudita, defensor de los sunitas, e Irán, defensor de los chiitas.
Por lo tanto, al observar esta guerra de religiones, siempre hay que ver quién está detrás. Las religiones suelen convertirse en conflictos  sólo si son usadas. Basta revisar la historia de Europa, donde las guerras de religiones fueron inventadas por los reyes y combatidas por los pueblos. Por supuesto, una vez que el genio ha salido de la botella, tomará mucho tiempo para que vuelva a entrar. Así que este grupo de problemas  nos acompañará durante bastante tiempo.
5) El fin de la Guerra Fría descongeló al mundo, que hasta entonces tenía un  equilibrio de forma estable entre las dos superpotencias. De allá hemos entrado a un mundo multipolar, pero que no da señales de integrarse.  Los intentos de crear alianzas regionales o internacionales para alcanzar la estabilidad, siempre han sido defraudados  por intereses nacionales.
El mejor ejemplo es Europa. Aunque todo el mundo habla de Crimea, Ucrania y Vladimir Putin (quien se convirtió en paranoico sobre el cerco occidental, desde el gobierno de George Bush Jr. en adelante) y de cómo llevarlo a que escuche a Estados Unidos y Europa, las empresas europeas continuaron el comercio pese a lo mucho que se habla de embargo.
Y ahora tranquilamente, Austria  ha firmado un acuerdo con Rusia, para conectarse al Gaseoducto del Sur,  que llevará gas ruso a Europa. Este es el último ejemplo de la falta de unidad de Europa, que ha estado reclamando a gritos la necesidad de reducir su dependencia energética de Rusia.
De hecho, Europa como tal casi no existe como actor internacional. Gran Bretaña, Francia y Alemania, siguen teniendo su política exterior sin ni hacer caso a Bruselas. Y no es por casualidad que los altos cargos de la UE siempre recaen en personas respetables, pero sin carisma y popularidad.
6) En un mundo cada vez más dividido por el resurgimiento de intereses nacionales, la propia idea de ceder espacios de soberanía para un gobierno común  va perdiendo fuerza y no sólo en Europa. Naciones Unidas ha perdido su significado como la  arena para llegar al consenso y a la legitimidad. Los dos motores de la globalización, el comercio y las finanzas, están fuera de la ONU, que se quedó con los temas de desarrollo, la paz, los derechos humanos, el medio ambiente, la educación, y así sucesivamente. Si bien son cruciales para un mundo viable, no son vistos así por quienes detentan el poder.  Las Naciones Unidas están deslizándose  hacia la irrelevancia.
7) Al mismo tiempo, los valores e ideas que se consideraban universales, como  la cooperación, la ayuda mutua, la justicia social, la paz como un paradigma comprensivo, también se están convirtiendo en irrelevantes.
El Presidente de Francia, François Hollande, se reunió con su par estadounidense Barack Obama,  no para discutir cómo detener el genocidio en Sudán, rescatar  las niñas del secuestro en Nigeria, sino para pedirle que interviniese  con su Ministro de Justicia para reducir una multa gigante a un banco francés, el Bas NPB-París, por actividades fraudulentas.
Los grandes  problemas pendientes,  el cambio climático  y el desarme nuclear,  estuvieron prácticamente ausentes en la última reunión del G-7, pese a que son  las dos principales amenazas para el planeta.
8) Después del fin del colonialismo y de los regímenes totalitarios, después de la Segunda Guerra Mundial, el nuevo código de acción  internacional, fue "la puesta en práctica de la democracia". Tanto así que después del fin de la Guerra Fría, la democracia se considera por gran parte de la humanidad, como un valor universal ya adquirido. Pero,  de hecho, en los últimos veinte años,  la democracia representativa ha ido perdiendo su encanto. El pragmatismo ha llevado a perder visión a largo plazo y la política se ha convertido cada vez más en meramente administrativa. Y este es un tema que queremos desarrollar.

Una democracia donde pocos deciden

El anhelo por la democracia como valor universal, no vino solo de Occidente. Las elites de América Latina, África, y buena parte de Asia, compartían la misma aspiración. Los partidos políticos modernos se habían reunido en fuertes estructuras internacionales (la Internacional Socialista, la Unión Internacional Demócrata Cristiana, la Internacional Liberal), que eran lugar de encuentro y de debates sobre la visión del mundo. Willy Brandt y Nyerere, Kennedy y Mandela,  Adenauer y Frei, Rumor y Caldera, seguramente habían leído los mismos libros, y tenían además de una comunidad política, una relación intelectual.
Nada queda de esta comunidad. La Canciller Merkel y el Presidente de Sudáfrica Jacob Zuma, seguramente tienen muy pocas lecturas en común, así como Obama con Kirchner o el Premier Cameron con el nuevo premier indiano Narendra Modi. Los líderes políticos actúan siempre más para hacer frente a los problemas administrativos y económicos locales, y siempre menos a los problemas globales.
Es esta comunidad, hoy desaparecida, que hizo de Naciones Unidas un lugar importante de encuentro y de creación de políticas.  ¿Sería acaso posible hoy la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada sin ningún voto contrario por la Asamblea General en 1948?  ¿Aceptaría hoy el Congreso norteamericano aprobar el tratado de participación en Naciones Unidas, en el cual Estados Unidos  se compromete a participar al presupuesto de Naciones Unidas con un aporte del 25%?
Hoy se ha generalmente olvidado que el mundo estuvo muy cerca de aprobar un plan global, para un Nuevo Orden Económico, basado en la idea de la justicia social internacional, en la solidaridad y en el derecho internacional.
En  1974, la Asamblea General aprobó, nuevamente sin votos contrarios, la Declaración para un Nuevo Orden Económico, con Plan de Acción, que estaba dirigido a sustituir el sistema creado en Bretton Wood, que se reconocía había favorecido sobre todos a los países ricos, en especial a Estados Unidos. Washington no opuso resistencia a la idea de un nuevo orden económico. Y lo que se llamaba dialogo Norte Sur tomó tal fuerza que en 1981,  en la isla de Cancún, en México, los 25 Jefes de Estados más poderosos del mundo se reunieron en un encuentro sin precedente para debatir sobre cómo avanzar en una agenda común de justicia y participación.
La Cumbre de Cancún representa el fin de un mundo con aspiraciones a una gobernabilidad mundial, participativa y democrática, y la vuelta a las viejas políticas de la fuerza militar y económica. Se puede situar el año 1957,  con la crisis del Canal de Suez,  como el momento en que el derecho internacional supera la vieja  política de las cañoneras, cuando a pesar de su superioridad militar, por resolución de Naciones Unidas, Francia, Inglaterra e Israel fueron obligados a retirarse del territorio egipcio. Y se puede colocar Cancún- 1981, como el fin de un orden internacional basado en las aspiraciones universales.
En la reunión cumbre, el recién elegido Ronald Reagan,  que encontró de inmediato una aliada incondicional  en Margaret Thatcher, declaró que no aceptaba que Estados Unidos fuera considerado un país igual a los otros, presentando una visión de las relaciones internacionales basada en elcomercio, no en la cooperación, ("trade, not aid"),  considerando a las Naciones Unidas como de una camisa de fuerza no conveniente para los intereses americanos  y el  multipolarismo, una política antiamericana.
A partir de Cancún se inicia el declive de Naciones Unidas. No hay ningún ocaso de Bretton Wood, sino todo lo contrario. Naciones Unidas pierde el comercio (que con la finanza es uno de los dos motores principales de la globalización) y los gobiernos estadounidenses deciden cuando usarlas o no.Washington procede en su política de país con un destino excepcional, llamado a dirigir al mundo,  con  menor intensidad (Bush senior o Clinton) o mayor (Bush junior). Pero nunca se ha vuelto al espíritu que inspiró la Cumbre de Cancún, ni será posible regresar.
Mientras tanto, en  el camino hacia una gobernabilidad mundial se ha interpuesto  una nueva realidad  de gran importancia: las relaciones internacionales, una vez exclusividad  de los estados, cuentan con cada día más una multiplicidad de actores, desde el mundo de las empresas a la sociedad civil. Y este proceso está en una transición continua, que se ha visto complicado por algunos factores de repercusión profunda.
El primero es cómo se ha concluido el periodo de la Guerra Fría. Decíamos que el ganador no ha interpretado su victoria como la victoria de una alianza de países sobre otra. La ha interpretado en términos ideológicos e históricos: la victoria del capitalismo sobre el socialismo (volvemos a indicar como proprio de esta lectura  el libro de Fukuyama, El fin de la Historia).
La consecuencia principal  ha sido dejar sin controles  al capitalismo, que durante la existencia de la Unión Soviética había aceptado la necesidad de concurrir a solucionar los problemas sociales, a participar en la redistribución de la riqueza,  aceptando  los sindicatos como interlocutores institucionales, y reconociendo  que eran necesarios controles y equidad.
La finanza se impone sobre la economía y la política
En poco tiempo, hemos pasado a lo que los economistas llaman "la nueva economía". Su innovación más significativa es que ha abandonado la búsqueda del pleno empleo, la justicia social como valor constitutivo de una sociedad democrática, y  se basa  sobre todo  la productividad y la ganancia.
En poco tiempo se ha pasado de una relación de sueldo 50 veces superior de un ejecutivo a los de sus empleados, a una media de 515 veces, con casos tan extremos que antes no hubieran tenido aceptación social y política. La carrera hacia la desigualdad se acelera cada día, sin que los salarios de los ejecutivos tengan ya nada que ver con la productividad.
El  caso de Walmart, el gigante americano de ventas al detalle, es ejemplar. Sus ventas bajaron del 5% del 2012 al 1.6% en el 2013. Según los reglamentos internos, aumento de sueldos para los ejecutivos solo podría darse si el aumento está por encima del 2%. Así que los contadores seleccionaron solo ciertos artículos, llegando al 2,02 por ciento, de manera que  William S. Simon, Presidente del Walmart US, pudiese recibir un aumento de sueldo de 1 millón de dólares, llegando a un total de 13 millones de dólares, en una empresa donde el sueldo medio es de 27.000 dólares anuales.
Más emblemático todavía es el caso de las cadenas de restaurantes americanas, que están gastando millones de dólares en lobby para bloquear  la propuesta de Obama de subir el sueldo mínimo, cuando sus ejecutivos están ganando más que los banqueros.
La cadena Chipotle Mexican Grill, que tiene 1.600 restaurantes en Estados Unidos, en  2013 ha pagado sus dos directores Steve Ellis y Montgomery Moran, respectivamente 25.1 millón de dólares, y 24.4 millones de dólares. El salario medio en la empresa es de 21.000 dólares anuales. O sea, un trabajador tendría que trabajar más de mil años para ganar el salario anual de uno de los dos directores.
Si hemos dado estos detalles, es porque antes del fin de la Unión Soviética, la política hubiera intervenido. Pero el efecto más importante de la nueva economía, ha sido la progresiva pérdida de importancia de la política frente a la economía. El ejemplo más evidente es la finanza, que ya no es más el lubricante de la producción, sino ha adquirido vida propia, que a veces ignora o hace secundaria la producción. Hoy se calcula en 40 trillones de dólares las operaciones financieras de un día, cuando toda la producción mundial de bines y servicios se acerca al trillón de dólares.
El rescate de los bancos ha costado a los contribuyentes una suma cercana a los 2 trillones  de dólares, cuando está comprobado que los Bancos son las causa de su crisis, a veces con operaciones totalmente ilegales, cuando no criminosas, como el reciclaje de dinero de carteles de la mafia, o de países objeto  de sanciones internacionales como Irán. El total de las multas acordada con los Bancos es más de 80 mil millones de dólares, y cada mes estalla otro escándalo. Según la Directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, Estados Unidos sigue subvencionando a sus bancos con 70 mil millones de dólares, y Europa con 300 mil millones de dólares.
Con cantidades mucho menores se hubiera podido enfrentar el tema crucial del calentamiento global, o implementar el plan de acción  solemnemente acordado por los jefes de estado de todo el mundo, llamado pomposamente Los Objetivos del Milenio. Pero, es evidente que la política está sometida a la finanza y no al contrario.
Es más, la famosa observación  de Reagan,  "la pobreza genera pobreza, la riqueza genera riqueza, así es que hay que apoyar a los ricos, no a los pobres", se está transformando en legislación. Hoy es todo un florecer de reducción de impuestos a los contribuyentes más ricos y  de privilegiar las inversiones. Hoy se puede comprar la autorización de residencia en la UE. En Inglaterra con una inversión de 1 millón de libras en España y Portugal con medio millón de euros y en Malta con 400.000 euros. Y no es necesario que sea para fundar una empresa y crear empleo, sino basta comprar una casa o apartamento de lujo. O sea, la soberanía nacional hoy tiene un precio,  que para algunos no es tan alto.
Se dice que los hechos son tercos. Con hechos, el economista francés Thomas Piketty prueba, a través de un monumental análisis estadístico mundial titulado El capital en el Siglo XXI, que a lo largo de los dos últimos siglos el capital ha obtenido mayores dividendos que el trabajo.
El libro de Piketty ha demostrado que el crecimiento económico se ha distribuido de manera desigual entre la gente común y los ricos, de manera que estos últimos captan la mayor parte de los beneficios y son cada vez más ricos.
De acuerdo con el modelo económico vigente, los herederos de capitales se quedan con la parte principal del crecimiento. En otras palabras, succionan su creciente riqueza del resto de la población, en un proceso de concentración de la riqueza que nadie intenta controlar. Los ojos de los economistas están concentrados sobre las dos únicas figuras políticas que han anunciado la lucha a la desigualdad: la Presidente Bachelet en Chile, y el alcalde New York Bill de Blasio. El Presidente francés Hollande, que había empezado su gobierno con el mismo compromiso, hoy está marchando  en la dirección opuesta.
El último número de la revista estadounidense Alfa enumera los 25 gestores de fondos especulativos mejor pagados. El año pasado, estos directivos -todos hombres- ganaron la asombrosa suma de más de 21 mil millones de dólares.
Esto supera los ingresos nacionales conjuntos en el mismo año de diez países africanos: Burundi, República Centroafricana, Eritrea, Gambia, Guinea, Santo Tomé-Príncipe, Seychelles, Sierra Leona, Níger y Zimbabue.
Por su parte, el premio Nobel de Economía Paul Krugman escribe que, considerando el 0,1 por ciento con mayores ingresos en Estados Unidos, se ha regresado al siglo XIX. Según el índice de multimillonarios Bloomberg, los 300 individuos más ricos del mundo aumentaron su riqueza el año pasado en 524.000 millones de dólares, más que los ingresos conjuntos de los 29 países más pobres del mundo.  Y la Lagarde, en la conferencia de Londres de la Nueva Economía, ha recordado que los 85 más ricos del mundo, que pueden caber en un bus de doble piso aquí en Londres, tienen la misma riqueza de 3.5 mil millones de ciudadanos.
Por lo menos 300.000 millones de dólares en ingresos tributarios se pierden cada año a través de una combinación de incentivos fiscales corporativos y la evasión de impuestos. Se estima que unos cuatro billones (millones de millones) de dólares están escondidos en paraísos fiscales.
Los desequilibrios de la democracia
Todo esto genera otro elemento de dramática importancia para una gobernabilidad mundial. Los extremamente ricos tienen en la política un peso mucho mayor que un ciudadano normal. En una decisión también imposible hace unos años,  la Corte Suprema de Estados Unidos ha eliminado los límites a las donaciones a los partidos políticos, con la justificación de que todas las personas son iguales, y las corporaciones tiene que ser consideradas equivalente a personas.
Puesto que las elecciones presidenciales en Estados Unidos cuestan unos 2.000 mil millones de dólares, ¿es un ciudadano común realmente igual a Sheldon Adelson, el magnate estadounidense que ha donado oficialmente 100 millones de dólares al derechista Partido Republicano?
Todo esto demuestra que la política, a nivel nacional, ya no es capaz de mantener su rol fundamental de reguladora de la sociedad, en los intereses generales de su ciudadanos, para una sociedad armónica y justa. Estamos frente a un problema fundamental  de una reducción progresiva de la democracia, como se había considerado hasta hoy.
Es una democracia que acepta la Nueva Economía, con su creciente desigualdad social, que se está también extendiendo a la capacidad de participar en las elecciones y en las instituciones. Es posible observar que hay varios países del mundo donde la democracia sigue con la misma fuerza, como es el caso de los países escandinavos. Pero, si se mira al  llamado G2 (China y Estados Unidos),  que es una de las combinaciones preferidas por los geopolíticos como un posible camino hacia una gobernabilidad mundial,  hay motivos para preocuparse,  para los que creen que la democracia completa y participativa es una componente fundamental de la gobernabilidad...
Cabe por lo tanto tener algunas dudas sobre la probabilidad de que se encuentre a breve plazo una gobernabilidad mundial.
Arrastramos una serie de problemas históricos no resueltos, que van a tomar más tiempo de lo que nos gustaría. Los conflictos étnicos, secuela del proceso colonial; los conflictos religiosos, que en muchos casos no son interreligiosos, sino adentro de la misma religión, solo para recordar los dos más visibles.
Durante las cuatro décadas entre el final de la Segunda Guerra Mundial y  la Cumbre de Jefes de Estados de Cancún, estos conflictos quedaron pendientes, sea porque había un esfuerzo común para buscar una solución universal, sea porque la  Guerra Fría había congelado el mundo. A partir de Cancún, la acción política  Reagan-Thatcher crea una abrupta inversión del multilateralismo al unilateralismo. A esto se une la caída de la Unión Soviética, con la progresiva desaparición de la agenda política de los grandes temas globales e ideales. Las ideologías son consideradas camisas de fuerza y la palabra de orden es "actuamos con pragmatismo". Esto ha querido decir que la política iba a buscar  la solución mejor para cada problema, sin estar atrapados por una ideología.
Pero, solucionar cada caso, sin colocarlo en una visión global,  una visión final de la sociedad que se quiere crear, no significa pragmatismo. Se llama utilitarismo, que es hacer lo que es más útil. La política pasa cada día más a ocuparse de cuestiones inmediatas y administrativas que de un diseño de la sociedad. Esto lleva a un empobrecimiento intelectual inexorable y a un nuevo tipo de políticos, que se afirman más por su capacidad de comunicar con la gente, que por sus ideas. Este modelo de político, abierto por Reagan, ha tenido sus herederos, como Berlusconi, para nombrar el más conocido.
Los partidos han dejado de ser la expresión de una participación política de tipo institucional, con inscritos que pagan sus cuotas, para tener siempre más expresión en movimientos de opinión pública, con el uso de los medios informativos (sobre todo de la TV), y la desaparición de la comunicación interna en los partidos como base de legitimidad. Esto ha reducido enormemente la participación  y los partidos políticos aparecen ante los ojos de un número creciente de ciudadanos como sistemas autorreferentes, con una cúpula en el poder que busca mantenerse en él.
La crisis de la credibilidad de las instituciones políticas tiene indicadores precisos. El número de votantes se ha ido reduciendo desde los años 70 de manera constante. A la vez, este nuevo sistema basado en el éxito público ha elevado los costos de la política de manera preocupante, ya que se trata de lanzar verdaderas operaciones de marketing que superen las de los más famosos productos.
La campaña presidencial de Estados Unidos cuesta 154 veces más que el presupuesto anual de Coca Cola en el mundo. Y abre de manera  más urgente la reflexión sobre como un presidente que ha invertido por lo menos 800 millones de dólares en su elección, quede totalmente exento de presiones de las fuerzas que lo financiaron. Esto explica también como asistimos a la progresiva entrada en la arena política de multimillonarios, desde  Thaksin Shinawatra en Tailandia a Michael Bloomberg en Nueva York. Las estadísticas oficiales nos dicen que cerca del 50% de los miembros del senado americano son multimillonarios. Y que una elección a senador cuesta un mínimo de 20 millones de dólares. Y obviamente, estos 20 millones de dólares vienen en parte de ciudadanos, pero las estadísticas nuevamente nos dicen que cada vez más de pocas manos...
Esta crisis de las instituciones políticas va de la mano con el creciente poder de la finanza, que no tiene ningún organismo regulador internacional, a diferencia  del comercio. De manera creciente, el sistema internacional económico y financiero ha ido relegando a  los estados a  segundo plano.
El caso más emblemático es el del Reino Unido. El primer ministro Cameron, cuando ha tenido que elegir entre la Unión Europea y la City, siempre ha elegido esta última, mientras la todopoderosa Canciller Merkel, ha tenido que defender a nivel europeo los intereses de la industria automotriz.

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