Ahora las guerras no se hacen sólo por el petróleo sino también con el petróleo. Los avances de la tecnología y la caída del precio del barril a 47 dólares, exactamente la mitad que antes del 15 de setiembre, un arma poderosa que tiene a Estados Unidos al mando de las cotizaciones y arrinconando a Venezuela e Irán, entre otros.
Petróleo. AFP PHOTO/
Andrew ALVAREZ
Los avances tecnológicos son dos: la perforación horizontal, que tiene tres variantes según el subsuelo y las curvas que haya que dar, y la fractura hidráulica de la roca para sumarle elementos que suspendan el gas de esquisto (también llamado lutita o pizarra) supliendo su falta de permeabilidad y arrastrándolo a la superficie junto con el agua. Esto amenaza contaminar depósitos de agua dulce, pero las guerras no son ecológicas.
En un evidente acuerdo político, el principal aliado de Estados Unidos en Oriente Medio, Arabia Saudita, apoyó este desarrollo, se negó a reducir la producción para hacer subir el precio y finalmente, en una agitada reunión de la Opep del 27 de noviembre, renunció a su papel de liderazgo, que en la jerga se llama ser el “swing producer”. Es quien se puede permitir no extraer una abundante reserva de crudo y regular así el precio del mercado, solo o en alianza oligopólica, a costos internos mínimos. Rusia tiene esa categoría en los fertilizantes basados en potasio, y la compañía De Beers en los diamantes.
La capacidad petrolera se mide por el crudo que está todavía en el pozo. Venezuela tiene nominalmente más que Arabia Saudita, 24,7 por ciento sobre 22 por ciento, pero su calidad y problemas de refinamiento ponen a Arabia Saudita y sus 265.800 millones de barriles a la cabeza de los 12 mayores productores que reúne la Opep, con 81 por ciento del total de producción mundial.
Estados Unidos supo ser el swing producer, pero para 1970 su capacidad llegó al máximo con 9,6 millones de barriles diarios y empezó a declinar. A partir de entonces empezó a importar en cantidades cada vez mayores y para 2008 su propia producción sólo era la mitad de la de 1970. Los precios alcanzaron 147 dólares el barril y se generalizó la idea de que el mundo se estaba quedando sin petróleo, señaló en su momento The Economist.
Sin embargo, y en silencio, una revolución tecnológica en los campos del gas y del petróleo se desarrollaba con la perforación horizontal y la fractura hidráulica de la roca, y en 2010, de la noche a la mañana, la producción de gas de Estados Unidos superó a la de Rusia, convirtiéndolo en el primer productor mundial. Para fines del año pasado la producción de petróleo había aumentado 80 por ciento sobre la dramática de 2008, y el aumento de 4,1 millones de barriles diarios definió a Estados Unidos como el mayor productor de la Opep, excepto Arabia Saudita. Hoy Estados Unidos ha vuelto a su época dorada de 1970, y a la producción propia deben sumárseles las “arenas petrolíferas” de Canadá, una mezcla de petróleo, arena y agua que le da fluidez (hay planes de llevarla por cañería a Rusia, lo que la sacaría de la égida de Estados Unidos) en una cantidad de 170.000 millones de barriles, informa la asociación nacional canadiense de productores de petróleo.
Esto ha generado una situación de bonanza para la economía de Estados Unidos, con creación de empleo, mejorando la competitividad del país y habilitando inversiones por 100.000 millones de dólares. Sólo ocasionalmente se producen tamaños vuelcos en el mercado petrolífero. La última vez fue en 1980, cuando los nuevos pozos del Mar del Norte, Alaska y México crearon un superávit de crudo que destruyó los precios.
Esta vez hay precios bajos pero no caída del mercado, por el mayor consumo del mundo en desarrollo –principalmente China– y de los países que se vieron obligados a reducir su producción por la inestabilidad política, bélica y social, como los casos de Libia, Sudán del Sur, Irak y otros. A esto se agregó el millón de barriles diarios que salieron del mercado con las sanciones a Irán, que hubieran seguramente fracasado de no ser por el petróleo de esquisto de Estados Unidos, e Irán no estaría hoy sentado a la mesa de la negociación nuclear.
Para fines de agosto pasado las circunstancias cambiaron, llevando a Arabia Saudita a su decisión de no contener los precios que cayeron el 15 de setiembre. El crecimiento económico mundial se atemperó, notoriamente con China, y Libia logró cuadruplicar su producción petrolera por un período que continúa pero se estima limitado; esto derrumbó los precios.
Y esta vez no funcionó el mecanismo de restricción de la Opep, que en la historia produjo billones de dólares de ganancias en cada oportunidad como ésta, informa el World Economic Outlook 2014. Es que Arabia Saudita no lo quiso hacer, argumentando que perdería sectores de mercado hoy seguros. Estaban enfrentando la competencia de muy diversas fuentes: de plataformas marinas, el Ártico, Brasil, Rusia, Asia Central y otras. Su prioridad fue no facilitarle mercados a la creciente producción de Irak, al que ven como un satélite de Irán. Y allí se expresa su competencia de poder regional.
Arabia Saudita está preparada para una caída aun mayor del precio y vaticina que esto producirá un desarrollo económico mundial que a su vez demandará más petróleo. Pero las buenas perspectivas para ellos no lo son para muchos otros exportadores. Venezuela es por cierto vulnerable a disturbios y aun al colapso financiero, estima The New York Times. Y Rusia no sólo enfrenta bajos precios del petróleo, que son el 40 por ciento de los ingresos del Estado, sino las sanciones por Ucrania, con lo que, vaticina el diario, se encamina a una grave recesión. También afecta a Nigeria, que tiene en el petróleo el 95 por ciento de sus ingresos por exportación.
La muerte del rey Abdullah el 23 de enero provocó un desfile de jefes de Estado y noblezas, incluyendo al príncipe Carlos junto al primer ministro británico David Cameron, y el desvío de un viaje del presidente Barack Obama no por otra cosa que para reafirmar su apoyo a la política petrolera del principal aliado de Estados Unidos en Oriente Medio, pese al extenso prontuario de violaciones a los derechos humanos y su rechazo expreso a la democracia en el reino. Su sucesor, su medio hermano Salman bin Abdulaziz al-Saud, está garantizando a cada uno que todo continuará como entonces. Como demostración de la hipocresía occidental ante lo que se proclama y lo que se ejerce, no está mal.
En términos generales, el bajo precio del petróleo significa una transferencia de 1,5 a 2 billones de dólares. Los beneficiados son los consumidores de Estados Unidos, Japón y China. Aun con este precio, favorable al desarrollo económico, la producción aumentará medio millón de barriles diarios durante 2015 por compromisos ya firmados y también para aprovechar el momento. La reversión de la situación puede darse a partir de un desarrollo de la economía mundial, y la posibilidad de que el alza no lleve el barril a los 100 dólares es el presupuesto de nuevos desarrollos tecnológicos con los que Estados Unidos aspira a bajar los costos de producción.
Los avances tecnológicos son dos: la perforación horizontal, que tiene tres variantes según el subsuelo y las curvas que haya que dar, y la fractura hidráulica de la roca para sumarle elementos que suspendan el gas de esquisto (también llamado lutita o pizarra) supliendo su falta de permeabilidad y arrastrándolo a la superficie junto con el agua. Esto amenaza contaminar depósitos de agua dulce, pero las guerras no son ecológicas.
En un evidente acuerdo político, el principal aliado de Estados Unidos en Oriente Medio, Arabia Saudita, apoyó este desarrollo, se negó a reducir la producción para hacer subir el precio y finalmente, en una agitada reunión de la Opep del 27 de noviembre, renunció a su papel de liderazgo, que en la jerga se llama ser el “swing producer”. Es quien se puede permitir no extraer una abundante reserva de crudo y regular así el precio del mercado, solo o en alianza oligopólica, a costos internos mínimos. Rusia tiene esa categoría en los fertilizantes basados en potasio, y la compañía De Beers en los diamantes.
La capacidad petrolera se mide por el crudo que está todavía en el pozo. Venezuela tiene nominalmente más que Arabia Saudita, 24,7 por ciento sobre 22 por ciento, pero su calidad y problemas de refinamiento ponen a Arabia Saudita y sus 265.800 millones de barriles a la cabeza de los 12 mayores productores que reúne la Opep, con 81 por ciento del total de producción mundial.
Estados Unidos supo ser el swing producer, pero para 1970 su capacidad llegó al máximo con 9,6 millones de barriles diarios y empezó a declinar. A partir de entonces empezó a importar en cantidades cada vez mayores y para 2008 su propia producción sólo era la mitad de la de 1970. Los precios alcanzaron 147 dólares el barril y se generalizó la idea de que el mundo se estaba quedando sin petróleo, señaló en su momento The Economist.
Sin embargo, y en silencio, una revolución tecnológica en los campos del gas y del petróleo se desarrollaba con la perforación horizontal y la fractura hidráulica de la roca, y en 2010, de la noche a la mañana, la producción de gas de Estados Unidos superó a la de Rusia, convirtiéndolo en el primer productor mundial. Para fines del año pasado la producción de petróleo había aumentado 80 por ciento sobre la dramática de 2008, y el aumento de 4,1 millones de barriles diarios definió a Estados Unidos como el mayor productor de la Opep, excepto Arabia Saudita. Hoy Estados Unidos ha vuelto a su época dorada de 1970, y a la producción propia deben sumárseles las “arenas petrolíferas” de Canadá, una mezcla de petróleo, arena y agua que le da fluidez (hay planes de llevarla por cañería a Rusia, lo que la sacaría de la égida de Estados Unidos) en una cantidad de 170.000 millones de barriles, informa la asociación nacional canadiense de productores de petróleo.
Esto ha generado una situación de bonanza para la economía de Estados Unidos, con creación de empleo, mejorando la competitividad del país y habilitando inversiones por 100.000 millones de dólares. Sólo ocasionalmente se producen tamaños vuelcos en el mercado petrolífero. La última vez fue en 1980, cuando los nuevos pozos del Mar del Norte, Alaska y México crearon un superávit de crudo que destruyó los precios.
Esta vez hay precios bajos pero no caída del mercado, por el mayor consumo del mundo en desarrollo –principalmente China– y de los países que se vieron obligados a reducir su producción por la inestabilidad política, bélica y social, como los casos de Libia, Sudán del Sur, Irak y otros. A esto se agregó el millón de barriles diarios que salieron del mercado con las sanciones a Irán, que hubieran seguramente fracasado de no ser por el petróleo de esquisto de Estados Unidos, e Irán no estaría hoy sentado a la mesa de la negociación nuclear.
Para fines de agosto pasado las circunstancias cambiaron, llevando a Arabia Saudita a su decisión de no contener los precios que cayeron el 15 de setiembre. El crecimiento económico mundial se atemperó, notoriamente con China, y Libia logró cuadruplicar su producción petrolera por un período que continúa pero se estima limitado; esto derrumbó los precios.
Y esta vez no funcionó el mecanismo de restricción de la Opep, que en la historia produjo billones de dólares de ganancias en cada oportunidad como ésta, informa el World Economic Outlook 2014. Es que Arabia Saudita no lo quiso hacer, argumentando que perdería sectores de mercado hoy seguros. Estaban enfrentando la competencia de muy diversas fuentes: de plataformas marinas, el Ártico, Brasil, Rusia, Asia Central y otras. Su prioridad fue no facilitarle mercados a la creciente producción de Irak, al que ven como un satélite de Irán. Y allí se expresa su competencia de poder regional.
Arabia Saudita está preparada para una caída aun mayor del precio y vaticina que esto producirá un desarrollo económico mundial que a su vez demandará más petróleo. Pero las buenas perspectivas para ellos no lo son para muchos otros exportadores. Venezuela es por cierto vulnerable a disturbios y aun al colapso financiero, estima The New York Times. Y Rusia no sólo enfrenta bajos precios del petróleo, que son el 40 por ciento de los ingresos del Estado, sino las sanciones por Ucrania, con lo que, vaticina el diario, se encamina a una grave recesión. También afecta a Nigeria, que tiene en el petróleo el 95 por ciento de sus ingresos por exportación.
La muerte del rey Abdullah el 23 de enero provocó un desfile de jefes de Estado y noblezas, incluyendo al príncipe Carlos junto al primer ministro británico David Cameron, y el desvío de un viaje del presidente Barack Obama no por otra cosa que para reafirmar su apoyo a la política petrolera del principal aliado de Estados Unidos en Oriente Medio, pese al extenso prontuario de violaciones a los derechos humanos y su rechazo expreso a la democracia en el reino. Su sucesor, su medio hermano Salman bin Abdulaziz al-Saud, está garantizando a cada uno que todo continuará como entonces. Como demostración de la hipocresía occidental ante lo que se proclama y lo que se ejerce, no está mal.
En términos generales, el bajo precio del petróleo significa una transferencia de 1,5 a 2 billones de dólares. Los beneficiados son los consumidores de Estados Unidos, Japón y China. Aun con este precio, favorable al desarrollo económico, la producción aumentará medio millón de barriles diarios durante 2015 por compromisos ya firmados y también para aprovechar el momento. La reversión de la situación puede darse a partir de un desarrollo de la economía mundial, y la posibilidad de que el alza no lleve el barril a los 100 dólares es el presupuesto de nuevos desarrollos tecnológicos con los que Estados Unidos aspira a bajar los costos de producción.
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