“Romper el hielo”. Con ese argumento justificó un testigo la realización de parrandas pagadas por narcotraficantes a agentes de la DEA y a abogados norteamericanos, italianos e ingleses, en las que abundaban el licor y la presencia de prostitutas.
Según el testigo, que tuvo acceso a varios de esos encuentros y que pidió su reserva por seguridad, las fiestas se extendían por varios días y no solo se hacían en las casas de los agentes pagadas con fondos oficiales del gobierno de Estados Unidos, sino que se organizaron en fincas, restaurantes y hasta reconocidas discotecas que fueron cerradas para atender a los invitados de los narcotraficantes que exploraban la posibilidad de entregarse a la justicia de EE. UU. (Lea: Así pillaron las fiestas sexuales de los agentes de la DEA en Colombia)
EL TIEMPO ubicó a personas cercanas a los jefes paramilitares que se entregaron en el marco del proceso de paz con las Auc y que fueron extraditados a Estados Unidos en marzo del 2008, y señalaron que desde la desmovilización ya era común que se hicieran ‘atenciones’ a agentes federales y abogados que negociaban la entrega de nacionales a la justicia estadounidense.
“Se hicieron fiestas en fincas cercanas a ‘Santa Fe de relajito’, como se le decía. Se hacía como una atención a los visitantes en las que, por supuesto, había nenas, licor y, en muchas ocasiones, droga”, relató una fuente tras señalar que algunas de las parrandas se hicieron en Caucasia y en lujosas fincas del bajo Cauca antioqueño.
El escándalo sexual que sacudió esta semana a la DEA, una de las agencias más respetadas de Estados Unidos y el mundo, fue revelado en un informe de la Oficina del Inspector General del Departamento de Justicia (OIG). En el documento de más de 100 páginas están las declaraciones de varios policías colombianos que acusaron a una decena de agentes sobre sus comprometedores comportamientos en el país y las confesiones de varios de los investigados.
El reporte oficial señala que los enredados en el escándalo sexual son un asistente de director regional, un agente especial encargado, seis agentes especiales supervisores y dos agentes especiales, todos ellos con amplia experiencia de campo en la lucha contra el narcotráfico.
El caso contra los agentes se inició por una investigación interna de la DEA entre el 2009 y el 2010 y allí se estableció que varios de ellos, además de asistir a las parrandas financiadas con plata del narcotráfico, recibieron “costosos regalos, armas y hasta dinero de los carteles de la droga”. Siete de los investigados reconocieron sus escapadas sexuales, pero negaron que supieran que las fiestas fueran pagadas por narcos.
La OIG cuestionó que los agentes, por su preparación, tenían que sospechar de dónde salía el dinero de las fiestas y que además pusieron en riesgo su misión con su comportamiento, pues en su poder tenían computadores y demás equipos con información clave para su trabajo en el país.
Fuentes consultadas por este diario señalaron que varios abogados extranjeros y agentes que llegaron al país entre 2005 y 2009 fueron trasladados en vuelos privados y carros de alta gama a las reuniones en las que eran esperados inicialmente por emisarios de los narcotraficantes, quienes tenían la orden de “satisfacer todos los deseos y peticiones de sus invitados”.
“Los agentes buscaban contactos en el país y eso implicaba tener reuniones con fuentes que conocieran el negocio de la droga y que pudieran entregar información para sus investigaciones. Eso permitía que, a través de enlaces, se les hicieran invitaciones y después de asistir a la primera fiesta ya no faltaban a las siguientes parrandas”, dijo la fuente.
Señaló que en las fiestas, los narcos no solo exploraban la posibilidad de beneficios judiciales por colaboración, sino que de paso conseguían información sobre qué tan grande estaba el dossier contra ellos en Estados Unidos.
“En medio de los brindis y de la fiesta, la gente se iba relajando y era más fácil empezar a preguntar qué tan mal estaba el patrón en los Estados Unidos, qué tan empapelado estaba, y eso permitía hacer cálculos de qué tanto había que colaborar y qué tanto había que entregar en plata y rutas para conseguir un acuerdo favorable”, afirmó el testigo.
Aunque en el informe de la OIG no hay nombres de los capos que supuestamente financiaban las fiestas sexuales de los agentes, que recibieron como sanción una suspensión de sus cargos entre dos y diez días, la fuente señala que algunos de los que usaron esa estrategia fueron Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’ y los hermanos Miguel Ángel y Víctor Manuel Mejía Múnera conocidos como ‘los Mellizos’.
Uno de los que más promovieron esos encuentros y les vendieron a los demás capos la idea de los beneficios que lograrían con esas atenciones a los agentes, dice la fuente, fue Víctor Manuel Mejía, quien terminó muerto en un operativo de la Policía entre Tarazá y Caucasia, bajo Cauca antioqueño, en 2008. ‘El Mellizo’ hizo agasajos en fincas cercanas a Medellín, Copacabana y en la Costa Caribe.
Aunque ‘Macaco’, otro de los narcoparamilitares señalado de organizar esas fiestas y participar activamente terminó extraditado a EE. UU. y condenado a más de 30 años de cárcel por concierto para delinquir y narcotráfico, algunos de sus hombres, señalan testigos, habrían logrado acordar su entrega, y luego de un proceso de colaboración, ya pagaron su pena y regresaron al país.
“No todo el mundo coronó, algunos gastaron millones de pesos y trago, y finalmente no se concretó”, afirman fuentes.
Igualmente, aseguran que a los agentes y abogados no les gustaba el ambiente y el clima de Bogotá por lo que en la capital del país se habrían realizado solo algunas reuniones de acercamiento para luego hacer las invitaciones a las rumbas en otras regiones. “Se buscaban sitios cálidos, con bonito paisaje y piscina para que los invitados se sintieran como reyes”, sostiene la fuente.
En esos encuentros preliminares, los encargados de la logística de las fiestas, que tenían contactos en el mundo de la rumba dura del país, exploraban los gustos de los agentes. “Esa era gente especializada, y conseguían lo que el invitado quería: qué trago le gustaba, qué tipo de mujer prefería y se le conseguía”, dice el testigo.
Escándalo en Cumbre de las Américas
Las rumbas de los agentes del Servicio Secreto, quienes integraban el esquema de seguridad del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con prostitutas en Cartagena en 2012, fue la primera alarma que puso ‘bajo la lupa’ el comportamiento de los miembros de los distintos organismos de seguridad de EE. UU. en el país. Durante la visita del mandatario estadounidense en la Cumbre de las Américas quedó en evidencia que los uniformados llevaron prostitutas a sus habitaciones de hotel en el corralito del piedra antes de la llegada de Obama. (Lea: Escándalo sexual en Cartagena vuelve a tocar a la Casa Blanca)
El hecho generó un escándalo de tamañas proporciones que motivó la salida de algunos agentes y la sanción para otros. Incluso, tras comprobarse los hechos, el director del Servicio Secreto, Marck Sullivan, pidió disculpas públicas por los bochornosos actos.
Las rumbas pueden ir hasta las siete de la mañana
Cindy* trabaja en un burdel estrato seis en Bogotá que suele ser frecuentado por extranjeros, entre ellos agentes de la DEA que trabajan en Colombia. Es una de las tres mujeres que SEMANA logró entrevistar y que han estado presentes en varias de las polémicas fiestas sexuales organizadas por los estadounidenses y relatadas la semana pasada en un informe de la Oficina del Inspector General del Departamento de Justicia de Estados Unidos (OIG).
Aunque por temor no dio su verdadero nombre y prefiere ocultar su rostro, su testimonio, al igual que otros que SEMANA recolectó, es revelador y cuenta detalles de cómo desde hace varios años complacen los deseos de los hombres de la agencia antidrogas y cómo suelen organizarse los encuentros y fiestas con ellos.
Lleva tres años ofreciendo sus servicios en un lujoso burdel en Bogotá y confiesa que la mayoría de sus clientes son extranjeros. No hay semana en la que por lo menos uno de ellos no visite a las ‘damas de compañía’. Para Cindy y sus compañeras darse cuenta de que muchos de estos hombres son más que simples turistas no es tan difícil como podría pensarse. Según dice, muchos de sus clientes son de la DEA u otras agencias estadounidenses. “Por lo general se hacen pasar por turistas, pero poco a poco y a medida que entran en confianza le van contando a uno ciertas cositas, por lo general ayudados por los tragos”.
Los agentes suelen ir en grupos hasta el burdel, en ocasiones se quedan allí, pero en muchas otras salen con las chicas a hoteles o apartamentos. Cada encuentro cuesta 500.000 pesos y si se pasa de una hora la tarifa va subiendo. Cuando Cindy y sus amigas están seguras de que su cliente es un agente, el precio ya no es el mismo, “ya les cuesta un millón o un millón y medio de pesos”. Ellos no ponen problema, cancelan en dólares y solo les piden una cosa: total discreción.
Algunas veces los agentes no se conforman con un encuentro y arman una gran parranda en apartamentos que alquilan en lugares discretos. La rumba puede durar hasta el amanecer o irse de largo, tipo seis o siete de la noche del otro día. Siempre hay mucho licor y en ocasiones drogas, “no tienen problema en consumir delante de nosotras. Actúan como si nada”, dice. Alquilar fincas en otras ciudades también es un plan habitual, pero tratan de cuidarse mucho y divertirse sin hacer ruido exagerado, ya que no les convienen los escándalos y prefieren pasar desapercibidos.
Sin embargo, Cindy asegura que ha habido momentos en los que la palabra discreción ha quedado de lado y las han maltratado, “se pueden poner agresivos cuando se pasan con el licor o cuando consumen mucha droga”. Pero como son conscientes que esto aunque no es regla puede llegar a ocurrir, su estrategia es nunca ir solas a estas fiestas y hay dos razones por las que están convencidas de eso: la primera es que si se forma un problema, entre todas es más fácil calmarlos y tener la situación bajo control; la segunda es que a veces van armados y tienen que ser precavidas para evitar un ‘accidente’.
Cuando ya hay mucha confianza entre las mujeres y los agentes, estos suelen llamarlas directamente a sus celulares y agendar encuentros sin intermediación del burdel. Al saber de su condición de oficiales norteamericanos ellas se limitan a cobrar una tarifa más alta. “Se cuidan mucho de no decirnos que son parte del gobierno estadounidense pero siempre terminamos dándonos cuenta, aun así tratamos de no meternos en ese cuento y averiguar lo menos posible, por simple precaución”.
Cindy ya tiene claro cómo hablarles, cómo tratarlos, cómo complacerlos, incluso cuando le han solicitado realizar orgías. Y aunque los encuentros no tienen un día fijo, de lo que sí tiene certeza es que los agentes siempre vuelven.