¿Y ahora? Algunas conclusiones y perspectivas tras las elecciones del domingo
Por Juan Houghton
En una coyuntura de movilización social y política, gran parte no quiso expresarse electoralmente. En Bogotá, Cali, Tunja y Barrancabermeja el Polo Democrático hizo buenas elecciones o ganó. Segunda vuelta: ¿Es suficiente que Santos insista en la paz para que el movimiento popular le de su apoyo?
Uribismo, el cemento que junta el temor a la crisis y el miedo a la izquierda
Con los resultados electorales ha quedado claro que la fractura en el bloque dominante es algo más que cosmética. A pesar de que Santos había ofrecido un pacto al latifundio armado, la renuencia de este último sector a aceptar una transacción condujo a una polarización que difícilmente se saldará sin la salida del juego de varios actores: la ćarcel y la extradición están más cerca que nunca, y un hipotético gobierno de Zuluaga amenaza resolverse a la manera de Fujimori III. La disputa entre el actual modelo de acumulación armado basado en un gran protagonismo del latifundio y el crimen abierto, y otro modelo basado en el rentismo extractivista y la domesticación del movimiento popular, obviamente no representa un dilema en el que podamos tomar partido, pero representa un cambio clave para las oligarquías tradicionales colombianas vinculadas cada vez más al capital financiero y a las transnacionales; y por supuesto es un escenario que significa cambios importantes para la movilización y acumulación popular en tanto el paramilitarismo deberá modificar su lugar en la política nacional.
Ahora bien. Es cierto que el uribismo se consolida como una fuerza política determinante. Casi el 30% del electorado indica la persistencia de una maquinaria criminal que sigue operando sobre todo en los departamentos del eje cafetero, Antioquia, Cundinamarca, Huila, Tolima y Santander, pero también un electorado que encuentra en el discurso guerrerista el cemento que junta su temor a la crisis y el miedo a la izquierda. No obstante, no debe olvidarse que solo representa el 14% de la votación al Congreso, y que incluso asumiendo que la votación a Zuluaga solo fuera uribista (lo que no es cierto, pues mucha de tal votación es apenas anti-santista), solo representa el 13% del electorado general del país.
En segundo lugar, los partidos han sufrido un descalabro electoral sustantivo. Los 9 millones 800 votos que sacaron en 2010 los partidos que hoy se agrupan en la Unidad Nacional y el Centro Democrático, se redujeron a un poco más de 9 millones de sufragantes en 2014. La situación es peor para el Partido Verde y el PDA, los cuales perdieron 1 millón y medio de votantes en 4 años -la mayoría Verdes-, que posiblemente migraron al santismo. La votación total entre las dos elecciones se redujo en 1,5 millones de votos. Y todo esto a pesar de que el censo electoral subió en casi 3 millones.
Es verdad que esto ratifica la tesis de una democracia electoral raquítica, pero ilustra también la efectividad de la campaña sucia adelantada por los dos ganadores de la primera vuelta. La abstención en las presidenciales pasó del 50,7% a casi el 60% entre 2010 y 2014 (en 2006, en pleno auge uribista, había sido del 55%).
Abstención y voto en blanco, una madurez política que debe ser respetada
Tienen razón quienes sostienen que la buena parte de la abstención y el voto en blanco -los votos castigo- especialmente afectan al centro, al centro-izquierda y a la izquierda; de hecho, en los departamentos donde ganó Zuluaga la abstención fue menor, en tanto muchas de las regiones ganadas por Santos tuvieron escasa participación electoral. Donde se equivocan es en presentar esas conductas electorales como conniventes con la derecha, cuando lo evidente es que expresan más bien una madurez política que debe ser respetada, interpelada y convocada a actuaciones políticas superiores. Basta constatar el 54% de voto en blanco en Piedras (Tolima) y el 10,56% en Ituango (Antioquia), precisamente donde la población da sendas batallas civiles contra los megaproyectos de Santos.
Porque una tercera conclusión es que el problema de tal estrategia de “expulsión de electores” por vía del desprestigio de las elecciones puede convertirse en una trampa para el establecimiento. En la coyuntura actual la abstención se ha dado en medio de una gran movilización social y política, gran parte de la cual no quiso expresarse electoralmente pero sigue hablando de conformar un frente político amplio o un movimiento de movimientos que surja de estas movilizaciones populares. Parece evidente que lo que se viene trabajando en pos de la unidad popular desde el Congreso de los Pueblos y la Marcha Patriótica -y en algún grado desde el movimiento indígena- tiene más posibilidades de convertirse en el catalizador de estas luchas, que un posible y necesario “frente político por la paz” de los sectores y partidos de la izquierda electoral. Mucho del abstencionismo y casi todo el voto-blanco de seguro confluirá en un proyecto de reunificación de la izquierda social y política así construido.
Posibilidades de gobiernos locales para la izquierda en el próximo período
Los resultados permiten pensar que en varias ciudades capitales e intermedias una alianza de las izquierdas puede atraer otros sectores de centro izquierda y aspirar a gobernar a nivel local en el próximo periodo. Bogotá, a pesar perfilarse como un nuevo fortín de la extrema derecha (22% del electorado para Zuluaga), es también uno de los fortines de las fuerzas de izquierda y alternativas; más allá del descolorido verde de Peñalosa y de la desinflada ideológica de Clara López intentando representar una “izquierda moderada y fiable” (sic), lo cierto es que en el electorado bogotano hay por lo menos un 36% antioligárquico que no retrocede. Otro tanto puede decirse de Cali, donde el Polo representó un 20% de los votantes y mantiene una posición política estable y madura; así como en Tunja, donde la candidatura de Clara ganó y recogió el 32% de los votantes, muy por delante de los demás contendores; o Barrancabermeja, que ratifica su opción mayoritaria por candidaturas alternativas (32% por Clara). El balance de esta jornada electoral y la que tuvimos para el Congreso, son claves para identificar las alianzas que debamos conformar para las lides electorales municipales del 2015.
El PDA-UP ha obtenido una votación muy importante, en un contexto desfavorable para la izquierda y para el Polo mismo. Clara López logró posicionarse como una candidata seria, ecuánime, capaz. Pero no hay que olvidar que Clara olvidó buena parte del mensaje de izquierda: contra toda tradición de izquierda no tuvo la entereza de defender el derecho al aborto de las mujeres en cualquier contexto; su mensaje insistió más en defender a los empresarios que a los trabajadores; le dio la espalda a la adopción por parejas homosexuales; no se opuso a la extradición; su “revisión de los TLC” fue mucho menos que la lucha por su derogación a que aspiran los sectores populares; metió la pata al anticipar que Kalmanovitz podría ser su ministro de Hacienda; y en materia de paz incorporó una absurda fecha límite para llegar a acuerdos, que no pareció nunca un aporte a la negociación. No hay duda que muchos posibles electores y electoras de izquierda optaron por la abstención y el voto en blanco por esas salidas en falso.
Buena parte de la solidez del PDA dependerá de no sumar como propio lo ajeno y de tomar una decisión correcta frente a la segunda vuelta, sobre todo mediante los procedimientos correctos. La triste experiencia de Petro adhiriendo a Santos sin preguntar a sus bases políticas ya mostró su impacto sobre un electorado de izquierdas que es autónomo y está lejos de ser seguidor abyecto de cualquier caudillo o rótulo político. Y obviamente muchos de quienes votaron por Clara en estas elecciones están lejos de ser polistas. La posibilidad de que la izquierda -y la propia Clara- jueguen con alguna posibilidad de aglutinar lo alternativo para las elecciones de alcalde de Bogotá en 2015, pasa por tener en cuenta estos elementos.
La segunda y la tercera vueltas
A pesar de que las encuestas indicaban ya la tendencia irreversible hacia una segunda vuelta entre Santos y Zuluaga para la Presidencia de la República y de que los porcentajes logrados por sus campañas se ajustaron en buena medida a los previstos, la noche del 25 de mayo el movimiento popular y sectores importantes de las capas medias expresaban en sus rostros una especie de perplejidad.
En realidad la perplejidad no es tal. Más bien el problema es que el movimiento popular y la izquierda siguen sin resolver su posición ante la segunda vuelta. En circunstancias normales el voto en blanco o la abstención activa ya estaban cantadas. Pero sin duda el carácter tan abiertamente fascistoide del uribismo y la posibilidad de que se rompa un posible acuerdo de las guerrillas izquierdistas con el Estado, hacen que la decisión se complique. Tres son los temas que se cruzan en la izquierda para tomar esta decisión: la posibilidad del fin del conflicto armado entre el Estado y la insurgencia, la construcción de la paz y un avance en el reconocimiento y respeto por los derechos democráticos; en segundo lugar, la continuidad del modelo económico o su reversión, incluyendo los debates sobre el extractivismo y las luchas por los derechos de los trabajadores y el movimiento agrario; y en tercer lugar, mantener las condiciones para que la unidad popular sea posible.
¿Cuál decisión permite avanzar en la paz, enfrentar el modelo y construir la unidad popular? ¿Es suficiente que Santos insista en la paz para que el movimiento popular le dé su apoyo? Es claro que apoyar a Santos de ninguna manera implicará revertir la aplanadora neoliberal extractivista -que hace parte del ADN neoliberal que lo conforma-, ni contribuir a la unidad popular y de izquierdas, o aportar en una apertura a la movilización popular… y menos con Vargas Lleras y los Ñoños en su bloque parlamentario; antes bien, será un cheque en blanco para que profundice su opción preferencial por el capital financiero y extractivista internacional, y un flanco para que insista en la inclusión de líderes alternativos en su gobierno de derechas.
Siendo así, el único argumento de los partidarios del “frente por la paz santista” es que el bloqueo al uribismo es un bien superior que debemos defender para terminar la guerra, lograr la paz e impedir que el narcofascismo se empodere de nuevo. En gracia de discusión, es posible que el voto popular le dé la victoria a Santos, pero difícilmente lo fortalecerá para una negociación con la insurgencia o en una batalla contra el paramilitarismo. Para ambos propósitos Santos necesita ser ungido y reconocido por la propia oligarquía y el gobierno gringo, pues se trata de tener la fortaleza suficiente para derrotar el militarismo y aglutinar al establecimiento, condiciones sin las cuales no podrá llegar a acuerdos con las guerrillas. Pero esa es la tarea de la oligarquía, no del movimiento popular.
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* Juan Houghton es es activista de los Derechos de los Pueblos Indígenas. Colaborador de Colombia Informa