La tierra repartida en la memoria guajira
Testigos, partícipes y beneficiados, remueven el recuerdo de los días iniciales en que la Revolución borró años de explotación y concedió el derecho natural de la tierra a sus legítimos dueños
8 de mayo de 2014 18:05:53
A los 95 años, Félix Pérez retribuye con “fidelidad a la tierra”, el beneficio otorgado por la Reforma Agraria.
Con la cercanía de la fecha, 55 años después, todavía hay recuerdos que saltan en palabras vivas desde cualquier rincón de Cuba. “La Reforma Agraria fue una bendición”, se oye decir a más de uno de aquellos hombres, testigos del beneficio colectivo de “repartir el campo” a sus legítimos dueños, por herencia natural del sudor y el trabajo.
“Al menos la noticia, cuando nos enteramos, no la creímos. Habían sido demasiados años de explotación e incertidumbre, para que un hombre, un solo hombre llamado Fidel, acabara de raíz con el problema más grande del campesino cubano: el derecho a trabajar la tierra que pisaba”, afirma Pascual Tejeda, un guajiro de 77 años sembrado a la Sierra Maestra.
Varias veces, en la conversación, se llama a sí mismo afortunado, privilegiado, dichoso… y lo dice por la doble celebración que la casualidad le permitió tener cada 17 de mayo, desde que cumplió 22.
Entonces en aquel espacio de la histórica Comandancia de La Plata, tal vez fuera entre los presentes el único de cumpleaños; pero como campesino al fin, tras la primera firma del jefe máximo de la Revolución, Pascual sumó otro motivo —inmenso— de alegría al día de su santo.
“Cuando llegamos, el Comandante en Jefe ya estaba allí. El lugar no permitía juntar a tantas personas. Fidel entró y salió varias veces de la casita, y cuando hablaba llamaba la atención sobre el significado del momento como uno de los más importantes vividos por Cuba; del golpe al latifundio y el beneficio directo a las familias de más de 200 mil campesinos sin tierra.
“Muy joven aún, no estuve entre quienes recibieron títulos de propiedad, pero mi orgullo fue el mismo de los favorecidos, porque sentí que aquella ley, firmada el mismo día de mi cumpleaños, cumplía el mayor deseo de un guajiro”.
A estas alturas del tiempo, la salud ya no le da para seguir fiel a la azada, aunque le saque provecho a cada palmo alrededor de la casa. “Al menos tengo esas lomas al alcance de la vista”, dice, como en un gesto ligero de defensa que apela al tributo de la memoria. Sin embargo, se guarda para sí un lamento incógnito.
“Vaya a ver a Félix Pérez, en el mismo poblado de Masó, él recibió el título poco después, y lo conserva”.
Pero Félix no estaba en casa. Hubo que ir a buscarlo al conuco mantenido por él mismo, en los lindes del poblado cabecera de Bartolomé Masó, en la provincia de Granma.
La imagen inverosímil de aquel señor ocupado entre surcos de boniato y maíz en crecimiento, enjuto, con menos tamaño que la azada en sus manos, era el mejor retrato de su fidelidad a la tierra.
Con sus impresionantes 95 años lo recuerda todo, el antes y el después, porque continúa cultivando la misma finquita que en la Sierra adquirió en trato informal y mediante dinero, para establecer familia.
“A muy poco estuve de perderla por la ambición de los grandes propietarios. En esta zona recuerdo a los Estrada, quienes descaradamente decían ser dueños absolutos de unas cuantas lomas, igual a otros poseedores menores llamados “criollitos”, pero que fueron ganando cada vez más terreno y sacando a los pobres campesinos.
El primer papel legal de reconocimiento justo como dueño, lo tuvo Félix en sus manos poco tiempo después de la firma de aquella Primera Ley de Reforma Agraria. Con orgullo visible, de vuelta a casa, indica la rúbrica del mismísimo Fidel en su legajo.
Los recuerdos no le permiten precisar la fecha en que lo recibió, pero sí el orgullo enorme con el cual desfiló la masa guajira, título en mano, aquel 26 de julio de 1960, en El Caney de las Mercedes, antes del acto central por el Día de la Rebeldía Nacional.
“El Comandante repitió que ahora la tierra sí era nuestra, y ya no había ni guardias ni nadie con poder para quitárnosla, porque era el fin de los terratenientes responsables de un pasado de miseria y explotación.”
REFORMA ANTICIPADA EN “LAS FINCAS DEL CHE”
Aunque el comandante Ernesto Guevara jamás fue propietario de un metro cuadrado de tierra en el Escambray, todavía en predios de Las Cuabas, El Guineo, El Pedrero y hasta en el intrincado Gavilanes, se habla de “las fincas del Che”.
A Antonio, a la derecha, le duele ver la tierra sin producir y que haya guajiros indiferentes al problema. Foto: Ortelio González Martínez
Con esa denominación los lugareños del lomerío aluden a la primera entrega realizada por la Revolución en la zona, cuando justamente en noviembre de 1958 el entonces jefe del Frente Guerrillero de Las Villas, siguiendo al pie de la letra las orientaciones de Fidel, decide crear el Buró Agrario para proceder a repartir los terrenos expropiados a los latifundistas de la región.
Ovidio Díaz, quien por aquellos tiempos servía de enlace entre la máxima dirección del Partido Socialista Popular en Las Villas y el Ejército Rebelde, ha testimoniado que tras quedar constituida la primera Asociación Campesina el 12 de noviembre, el Che convocó a una concentración para ventilar el asunto. “Él habló, les explicó todo y luego anunció la expropiación de las dos primeras fincas”.
Más demoró Guevara en comunicar la medida que los guajiros del Escambray en comenzar a sembrar las sitierías, primero con sus ranchos de madera, guano y yagua, y luego con plantaciones de viandas, frutales y café.
Sin embargo, la justa decisión sería gravemente amenazada por el clima de confusión y oportunismo que a mediados de enero de 1959 hizo regresar a los antiguos mayorales, acompañados por algunos oficiales del Ejército Rebelde, con la pretensión de dar marcha atrás a la medida.
“Osvaldo Ramírez (1) dijo que habían mandado a sacarnos de aquel lugar porque los dueños habían ayudado a la Revolución, que teníamos que volver para donde vivíamos antes”, contó hace algún tiempo el campesino Wilfredo González, quien como a otros muchos también le tiraron las cosas al potrero.
Enterado del asunto, el Che se dirige a los campesinos en aquel lugar el 8 de febrero de 1959. “Yo les he asegurado ya, y se lo aseguro con la mano en el corazón, que el Ejército Rebelde está dispuesto a llevar la Reforma Agraria hasta sus últimas consecuencias”, proclamó en El Pedrero, quizás en su primer discurso público tras el triunfo revolucionario.
DEL EJEMPLO A LA HERENCIA NECESARIA
Sentado en un taburete recostado a un horcón del portal, el viejo Antonio González Rodríguez, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, dice sentir todavía el resoplido de los bueyes y el chirrear de la carreta.
Pasa revista al almanaque de su vida y a los 89 años los recuerdos lo trasladan a una época difunta, cuando sufría como cualquier campesino pobre sin garantías ni propiedades, “muy diferente a lo que sobrevino con los nuevos tiempos, después del 59”.
“La Reforma Agraria fue posible por el sentir y la acción de Fidel, quien desde el juicio del Moncada y después, en la Sierra, tuvo siempre como objetivo la unión del campesinado cubano”, expresa en palabras humildes quien no dudó en entregar sus tierras para formar la actual Cooperativa de Producción Agropecuaria Ignacio Agramonte, de Ciro Redondo, en Ciego de Ávila, una de las mejores bases productivas del país en el cultivo de la caña.
El tiempo no ha podido derrotarlo, y aunque ya se reconoce no apto para seguir cumpliendo largas jornadas en el campo, conserva el ímpetu y la decisión de aquellos primeros años, en que él mismo contribuyó a intervenir las colonias del antiguo central Violeta, hoy Primero de Enero.
Sin embargo, el héroe Antonio, también dejó escapar una observación tangencial, casi subrepticia, que por el tono sonó a inconformidad.
“Ni cuando presidente de la Cooperativa, fui dado a la crítica, pero no se puede ignorar ni dejar de sentir dolor al ver todavía tanta tierra sin producir y guajiros sentados en sus casas sin hacerlas parir, con la necesidad que tiene el país de los frutos del campo”.
No es preocupación casual, ni aislada, la de los fundadores de aquella Primera Ley. Coinciden en que es notable la desidia y la improductividad en mucha tierra buena; que urge pinchar, con nuevos incentivos, la incorporación de más sangre joven que aproveche las bondades de la opción de obtener en usufructo parcelas ociosas, y que también es preciso repensar las estrategias territoriales de atención a las zonas rurales, para frenar la migración a la ciudad y multiplicar en el campo las oportunidades.
Durante la pesquisa, pocos fueron los iniciadores que presentaron a sus hijos convertidos en ejemplos fieles de apego a la tierra. Una gran parte, como sucede cuando las puertas se abren a las oportunidades, escogió los caminos que la Revolución ofreció a todos por igual, y se hizo médico, profesor o ingeniero.
La herencia, no obstante, perduró en algunas de aquellas mismas tierras repartidas, como se han encargado, por ejemplo, dos de los hijos del nonagenario Félix Pérez, allá en las alturas de El Jíbaro, en la Sierra Maestra; o el espirituano Enélido Bombino, montañés arraigado que tomó de su padre Leonilo una de las fincas entregadas por el Che en la zona escambraica de El Guineo; dos caballerías que le han asegurado el sustento a él y a su familia por 55 años, y que según dice, las va a seguir defendiendo hasta con las uñas.
(1) Osvaldo Ramírez posteriormente se pasó a las filas de la contrarrevolución y comandó la banda que asesinó, entre otros, al maestro Conrado Benítez.
Autor: Dilbert Reyes Rodríguez | dilbert@granma.cu
Autor: Juan Antonio Borrego Díaz | jaborrego@granma.cu
Autor: Ortelio González Martínez | ortelio@granma.cu
http://www.granma.cu/cuba/2014-05-08/la-tierra-repartida-en-la-memoria-guajira