Desde una taberna en un barrio anarquista hasta el consultorio de un cirujano plástico, de los meandros de la economía social a una start up de videojuegos: la periodista italiana Claudia Bellante recorrió Atenas, la capital de un país en bancarrota que se prepara para encarar nuevas experiencias.
Olla popular en la zona del puerto del Pireo, uno de los barrios más pobres de Atenas - Foto Mirko Cecchi
Faltan tres días para las elecciones y en una taberna de Exarchia, el barrio anarquista de Atenas, escenario de enfrentamientos en los años más duros de la crisis económica, un chico nos muestra todos los platos posibles que podremos disfrutar esta noche: cerdo con arroz y clavo de olor, guiso picante, verduras y vino tinto en cantidad. Son las diez pasadas, pero es casi imposible que alguien se niegue a atenderte, así como es poco probable que al final de la comida no se ofrezca una última ronda de rakia, y si hay, hasta un postre. A nuestro alrededor, en las otras mesas, un grupo de chicos ríen a carcajadas, dos mujeres se confían sus preocupaciones y una joven pareja se mima soñolienta. Todos fuman. Comen, hablan y fuman.
Puede parecer un detalle, pero en una Europa que ha prohibido el tabaco en los lugares públicos, dejando florecer tiendas de cigarrillos electrónicos que propagan un olor nauseabundo a durazno y lavanda, comer envueltos por una nube es algo que nos transporta al pasado, sorprende y plantea muchas preguntas. “Sí, aquí también en 2009 entró en vigor la ley –dice el propietario– pero nadie la respeta. Es una forma de rebelión. El gobierno y Europa solamente piden, y luego nos quitan todo.” Y así, desde la mañana hasta la noche, mujeres y hombres de todas las edades se conceden sus interminables minutos de vicio, tratando de aliviar preocupaciones y nerviosismos, desafiando a pleno pulmón las imposiciones que vienen de Bruselas. Sin darse cuenta, sin embargo, de que son ellos los que las van a pagar, una vez más.
Los griegos, de hecho, son los fumadores más ávidos de Europa –más de 40 por ciento son adictos al cigarrillo–, y la prohibición tenía por objeto no sólo ahorrar 2.000 millones de euros sino también salvar 20 mil vidas al año. Un número muy alto que hoy, en la Grecia de 2015, es absorbido por cifras más impresionantes que dan cuenta del drama de todos los ciudadanos privados de asistencia sanitaria, por lo tanto incapaces de tratarse enfermedad alguna.
UN CASO CLÍNICO. Katerina Papagkike es una mujer de 63 años plena de energía que habla perfecto español y ayuda a Eleni Gerakari, jefa de comunicaciones, a recibir a los periodistas que llegan cada día de todo el mundo al pequeño ayuntamiento de Elleniko, en las afueras de Atenas, para entender cómo funciona la Metropolitan Community Clinic, un policlínico ambulatorio popular que desde diciembre de 2011 ofrece atención médica gratuita a los que ya no pueden pagar exámenes y medicamentos. “Todo comenzó por un grupo de 20 médicos que un día decidieron reaccionar contra los recortes de la asistencia sanitaria por parte del gobierno. Se dirigieron al alcalde de Elleniko, que aceptó establecer la clínica en esta antigua base militar estadounidense, y comenzaron a trabajar.” El sistema de salud pública en Grecia está colapsado, ocho hospitales han cerrado sólo en la capital, y los que se quedan sin trabajo después de un año pierden el derecho a la asistencia gratuita. Partiendo de la base de que la tasa de desempleo en 2014 estaba cercana al récord de 27 por ciento, es fácil de calcular, en una población de 11 millones de personas, cuántos son los que cada día ruegan a todos los dioses del Olimpo para que los mantengan lejos, a ellos y a sus seres queridos, incluso de un resfriado común.
Katerina es una oncóloga jubilada, y le pregunto si ha notado un aumento en los casos de cáncer relacionados con la crisis. “No puedo decir si el número de pacientes ha aumentado, pero sí que hay más muertes. Llegan a mí con análisis de seis, incluso ocho meses de antigüedad. Un tiempo muy largo durante el cual la enfermedad degenera y se convierte en incurable.” En Elleniko trabajan 260 voluntarios que en los dos últimos años se han encargado de 35.177 personas, de acuerdo al registro del sábado 24 de enero. A lo largo y ancho de Grecia las clínicas sociales son 39, y 15 de ellas se encuentran en Atenas. Katerina explica cómo funcionan: “Aquí proporcionamos asistencia primaria y hacemos algunas visitas específicas. Tenemos un departamento dental, otro de reflexología, uno de psicología, necesaria para dar apoyo a los que han perdido todo, y otro de pediatría, ya que los niños desnutridos son más y más, y distribuimos leche y pañales. Sólo se aceptan donaciones de bienes materiales, aquí el dinero no corre. A nadie se le paga por trabajar y nadie paga para ser asistido. Los escritorios y las computadoras vinieron de empresas que cerraron, la silla del dentista de un estudio en Alemania, los medicamentos son donados por las compañías farmacéuticas o por griegos que han perdido a un miembro de su familia. No somos lugares de caridad –dice con orgullo– sino de resistencia, aunque no estamos alineados con ningún partido político. No tenemos un estatuto jurídico ni lo queremos, porque nuestra ilegalidad no es nada comparada con la del Estado, responsable de esta situación, que tiene dinero para rescatar a los bancos pero no para proteger la vida de sus ciudadanos. A todos los europeos que vienen a visitarnos les digo que estén alertas, porque nuestro presente podría ser su futuro”.
Nancy Retinioti tiene 30 años y trabaja como asistente social en Médicos del Mundo, una Ong internacional que opera en Grecia desde 1990, y es interesante escuchar sus historias para entender cómo ha cambiado la situación del país en estos 15 años. “Empecé aquí en 2004 como voluntaria y me ocupaba principalmente de los solicitantes de asilo y de dar los primeros auxilios a las familias inmigrantes. Los refugiados procedían principalmente de Afganistán, Nigeria, Congo. Hoy Grecia es sólo un punto de tránsito para ir al norte de Europa, nadie quiere quedarse, y les ayudamos a realizar las prácticas de reunificación familiar.” La crisis económica es sólo una de las razones que impulsan a los refugiados a escapar, porque más fuertes son el racismo y la violencia que se desataron contra ellos; un odio profundo, surgido de la ignorancia y la desesperación, que permitió al partido xenófobo Amanecer Dorado terminar tercero en las elecciones del 25 de enero, ganando 17 escaños en el parlamento a pesar de que sus líderes neonazis están en prisión. Pero desde el comienzo de la recesión los extranjeros ya no son la emergencia de Médicos del Mundo: “Hoy en día los griegos son los más necesitados. En nuestra sede en Parama, en la zona del puerto del Pireo, una de las más desfavorecidas y pobres de la ciudad, el 90 por ciento de los pacientes son nacionales. Vienen a hacerse las pruebas de laboratorio, pap test, cirugía menor, vacunas. En 2013 nuestro departamento de pediatría visitó a 16 mil niños y realizó 9 mil vacunaciones”.
Anastasios Yfantis, colega de Nancy, destaca, sin embargo, un aspecto particular de la salud helénica: “Antes de 2008, a pesar de que los hospitales funcionaban, el 95 por ciento de los griegos prefería acudir a médicos privados”. Hoy no pueden.
RECONSTRUIR EL CUERPO. Athanasios Christopoulos es cirujano plástico. “En Grecia no es como en otros países –dice–, no se puede trabajar en el sector público y tener un estudio propio, se tiene que elegir.” Él eligió. “De hecho, la cirugía plástica también está involucrada en la reconstrucción, defectos de nacimiento, quemaduras –explica–. Pero la mayoría de las personas que vienen a mí lo hacen por razones estéticas.”
Athanasios inició sus actividades en Atenas hace 17 años, después de haber completado sus estudios de medicina en Bolonia, y hablando un animado italiano explica las razones del crecimiento constante de la demanda en su sector, a pesar de las dificultades económicas. “En Grecia siempre ha sido alta, así como en todos los países del Mediterráneo, y no sólo las mujeres quieren mantenerse hermosas, también los hombres. Hay que considerar que muchos extranjeros viven en Grecia y ganan bien, por ejemplo los armadores. O hay griegos que se fueron, mejoraron sus condiciones y cuando regresan aprovechan el tiempo para hacer un pequeño tratamiento.”
Grecia es famosa, de hecho, por tener una atención de calidad y precios asequibles en esta materia. Entre las intervenciones más solicitadas están los trasplantes de cabello, que en países como Italia pueden costar 10 mil euros, mientras que en Grecia no superen los 2.500 y con la crisis se han vuelto incluso más baratos. Christopoulos y su estudio parecen vivir en una Atenas sin dificultades, pero a pesar de los cuadros en las paredes y su voto aparentemente conservador, el médico capta inteligentemente la realidad que lo rodea: “Muchos médicos jóvenes se han ido, ahora trabajan en hospitales alemanes, ¡qué irónico! Lo que estamos combatiendo es una guerra económica que no necesita armas. La gente está deprimida, el número de suicidios ha aumentado de manera alarmante (véase recuadro). Quien viene a mí lo hace para sentirse un poco mejor. En los últimos años, mis clientes han aumentado, pero tengo que decir que he bajado los precios, y a veces hago algunos pequeños ajustes de forma gratuita”.
“Es cierto, el doctor nos ayuda”, admite Siadima Panagiota, una hermosa mujer de 45 años, recepcionista en una multinacional, que habla inglés y asiste al estudio de Christopoulos desde que tenía 30 años. “Acudí a él antes de comenzar a envejecer.” Antes de la crisis Siadima ni siquiera llevaba la cuenta de los tratamientos: “Cuatro peelings, tres mesoterapias y al menos un par de botox por año…”. Pero como las cosas han cambiado se vio obligada a reducir costos: “La primera persona que veo en la mañana es a mí misma en el espejo, y si me miro y no sonrío es un problema, por eso nunca voy a dejar mis inyecciones de botox. Cuidar de mí me da la fuerza para hacerme cargo también de los demás, de mis tres hijos que todavía son pequeños, de mi marido, que hasta hace unos meses estaba en el paro, y del trabajo que tengo y no quiero perder”.
RED SOLIDARIA. Entre quienes perdieron el trabajo y durante ocho largos meses vivieron junto con sus colegas acampados frente al Ministerio de Economía de la capital griega está Antonia Lampropoulau, 46 años, ex empleada pública de limpieza. “Cortaron los gastos y nos despidieron hace un año y medio. Somos 595 en todo el país, mujeres de 40 o 50 años, la mayoría solas y con niños que mantener.” Desde que Syriza ganó, al rostro de Antonia volvió la sonrisa. Si el nuevo primer ministro concreta lo que prometió, ella y sus compañeras podrán regresar a sus puestos de trabajo, con la esperanza de un mejor salario, considerando que el mínimo anunciado por Alexis Tsipras será de 751 euros brutos, 300 más de lo que sacaban antes.
En estos largos años de crisis económica –que comenzó en 2009 y aún está lejos de terminar–, si hay una cosa que Syriza hizo fue crear una red de solidaridad, Solidarity for All, que trata de dar respuestas a las necesidades reales y a menudo desesperadas de la gente. Gracias a esta red las diferentes clínicas pueden intercambiar medicamentos, las familias endeudadas logran encontrar asistencia legal gratuita para contrarrestar las demandas de los bancos, y aquellos que no tienen ni siquiera para comer pueden conseguir una comida caliente o una bolsa llena de alimentos. Y así en Grecia ha surgido un nuevo tipo de economía social basada en la solidaridad. Una economía que no querrá volver atrás, sometiéndose de nuevo a las leyes frías del mercado y la austeridad impuestas por Bruselas y que han arrastrado a todo el país.
Vio.Me es una antigua fábrica de Tesalónica que producía valiosos materiales de construcción antes de que el antiguo propietario se declarase en bancarrota y abandonara el barco. Los trabajadores decidieron ocuparla, subastar la maquinaria y empezar a producir jabones orgánicos y detergentes. Para aquellos que recuerdan o han vivido de cerca la crisis argentina, o incluso la uruguaya, este tipo de experiencia no es nueva, pero en Grecia Vio.Me ha sentado un precedente: “Somos los únicos embarcados en un camino de este tipo, hemos viajado a contarle al mundo nuestra historia y esperamos que pueda ser un ejemplo para otros aquí”, dice el trabajador Dimitris Koutsioulis.
Elefteria Farantaki, periodista de Ert3, que trasmite desde Tesalónica, ha descubierto con la crisis una nueva forma de hacer su trabajo. El 12 de junio de 2013 el ex presidente Antonio Samaras decidió cerrar el servicio de información pública, compuesto por tres canales de televisión, varias estaciones de radio y sitios web, dejando a 2.600 personas desempleadas. Un gesto antidemocrático, justificado por la falta de dinero y la necesidad de una reestructuración más eficaz de la empresa, que sin embargo hizo que la población bajara inmediatamente a la calle a mostrar su apoyo a los damnificados.
En estos dos años un grupo de periodistas de radio y televisión han seguido trabajando en los estudios de radio en Atenas y otras 16 ciudades, y en la televisión de Tesalónica preparando lo que pronto se convertirá en la nueva cadena pública, sin interferencias y basada en la libertad de información, dispuesta también a criticar, si es necesario, a los nuevos gobernantes: “Para ser honestos, todavía no hemos tenido nada que decir sobre el trabajo de Syriza, pero si discrepáramos no tendremos problemas en decirlo”, apunta Farantaki.
Stavros Messinis no votó por Tsipras y tiene algunas dudas sobre el futuro: “La situación sigue siendo dramática. Va a haber más protestas, sin duda. ¿Qué va a hacer Syriza si fuera necesario reprimir a las mismas personas que lo eligieron?”. Además de tener un gran sentido del humor, Stavros es pragmático, y ha sido capaz de beneficiarse de los acontecimientos que incendiaron su ciudad: “Iba a la plaza Syntagma, donde estaban los periodistas, y les decía: ‘!Cuidado, no se queden bajo los cócteles molotov, vengan conmigo!’”. Y los llevaba a The Cube, su criatura, una incubadora de start up tecnológicas en el centro de Atenas que Stavros abrió gracias a la liquidación que cobró por su anterior trabajo. A pesar de que no votó a Tsipras, Messinis ha contribuido a su campaña electoral: “Dejé a jóvenes candidatos de diferentes partidos unas oficinas y lancé el hashtag #voteforonlyunder40 (voten sólo por alguien menor de 40). Stavros cree en el futuro y en los jóvenes de una manera que aparentemente parece chirriar con lo que Grecia enfrenta en estos momentos. Sin embargo, durante el fin de semana de las elecciones The Cube acogió a una global game jam de video juegos, y grupos de adolescentes trabajaron durante tres días y dos noches sin parar, en competencia con otros equipos conectados de todo el mundo.
Mientras las votaciones se cerraban con la victoria de Alexis Tsipras, Harry, Vasili, Theodoros y Antonis entregaban su juego a un jurado: “Es la historia de un chico y su hermana pequeña que han perdido a sus padres y tienen que huir de su ciudad en guerra”. La estética es hermosa, nada de superhéroes, sólo dos pequeñas siluetas negras que se toman las manos y corren en búsqueda de una salida superando adversidad y trampas. “Lo llamamos: Now what?, ¿Y ahora qué?”. Exactamente la pregunta que Europa le está planteando, con una mezcla de rabia, resentimiento, miedo y respeto, a Atenas. Si los griegos lograran dar una respuesta nueva, todos habremos ganado la guerra.
Pulseada
Cuando asumió el gobierno, uno de los primeros actos públicos del líder de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza) Alexis Tsipras fue visitar el memorial a los resistentes griegos asesinados durante la ocupación nazi. No escapó a nadie que el gesto era de doble filo. El domingo pasado quedó en claro, negro sobre blanco, el alcance actual del gesto, cuando Tsipras le recordó a la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel, tan inflexible a la hora de reclamarle a Atenas el pago de una deuda que los griegos estiman en parte ilegítima, que Alemania jamás le entregó un dracma, un marco, y menos aun un euro a Grecia por sus deudas de guerra. El líder de la izquierda griega dijo entonces que el parlamento de su país reclamará a Berlín que le devuelva el préstamo forzoso que los nazis impusieron a Atenas durante la ocupación, que en 2012 una comisión del parlamento alemán evaluó en 7.000 millones de euros actuales, y otra, del parlamento griego, calculó en 11.000 millones. Además, dijo Tsipras, Grecia fue el único de los países ocupado por los nazis que no recibió compensación alguna de parte de Alemania por la devastación causada: más de 250 mil muertos y la destrucción de todo el aparato industrial nacional. Expertos independientes estimaron que Alemania debería pagar a Grecia unos 162.000 millones de euros como reparación de guerra. En su momento, un gobierno fascistoide griego le condonó esa deuda a Alemania. Tsipras no reconoce ese gesto. Y Alemania se ha negado sistemáticamente a pagarles un centavo a los griegos, ni siquiera por el préstamo forzoso que jamás devolvió. La deuda griega con Alemania se elevaría hoy a su vez a unos 245.000 millones de euros. Parte de ella, dice Tsipras, se contrajo de manera ilegítima, cuando Grecia estaba en plena crisis y se sabía que no iba a poder jamás pagarla. “Se la impusieron a autoridades” genuflexas, dijo Tsipras. Daniel Cohn Bendit, uno de los referentes del 68 francés que durante años fue diputado en el parlamento alemán por los Verdes, recordaba en 2010 cómo Grecia era sistemáticamente esquilmada por la Alemania de Merkel y por la Francia de Nicolas Sarkozy cuando se le exigían draconianos programas de recortes sociales a cambio de recibir préstamos a tasas de 5 o 6 por ciento, el doble de lo que París y Berlín pagan cuando piden un crédito. “Estamos haciendo negocios a costa de los griegos”, decía.
Durante varios días, la semana pasada, Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, recorrieron Europa buscando ayuda para su plan de negociar el pago de la deuda. “No vamos a seguir haciendo los ajustes ni aplicando la política de austeridad que se nos pide. Eso es innegociable. Sobre el resto nos podemos sentar a conversar”, dijeron ambos. En Francia, en Italia, encontraron una actitud más o menos receptiva. Todo lo contrario en Alemania y en el Banco Central Europeo, una de las patas de la troika (junto al Fmi y la Comisión Europea) que administra de hecho la economía griega desde hace al menos cinco años y a la que el gobierno de Syriza le niega legitimidad (“¿Quién los eligió’”, pregunta constantemente Tsipras). El martes 10 Tsipras logró el respaldo del parlamento de su país para su plan de negociación, que consiste en obtener un acuerdo puente con Bruselas que le permita a Atenas “asumir sus obligaciones hasta que se logre un acuerdo global sobre la deuda”. Mientras tanto, Grecia financiará el plan de “rescate social” prometido por Syriza y ratificado por Tsipras (aumento sustancial del salario mínimo, reposición de funcionarios públicos despedidos, nacionalizaciones de empresas privatizadas, gratuidad de la atención médica y subvención de las tarifas de electricidad a los más pobres), en parte, con los 1.900 millones de euros que debe pagarle el Banco Central Europeo por el rendimiento de los bonos griegos. Si lo dejan.
Faltan tres días para las elecciones y en una taberna de Exarchia, el barrio anarquista de Atenas, escenario de enfrentamientos en los años más duros de la crisis económica, un chico nos muestra todos los platos posibles que podremos disfrutar esta noche: cerdo con arroz y clavo de olor, guiso picante, verduras y vino tinto en cantidad. Son las diez pasadas, pero es casi imposible que alguien se niegue a atenderte, así como es poco probable que al final de la comida no se ofrezca una última ronda de rakia, y si hay, hasta un postre. A nuestro alrededor, en las otras mesas, un grupo de chicos ríen a carcajadas, dos mujeres se confían sus preocupaciones y una joven pareja se mima soñolienta. Todos fuman. Comen, hablan y fuman.
Puede parecer un detalle, pero en una Europa que ha prohibido el tabaco en los lugares públicos, dejando florecer tiendas de cigarrillos electrónicos que propagan un olor nauseabundo a durazno y lavanda, comer envueltos por una nube es algo que nos transporta al pasado, sorprende y plantea muchas preguntas. “Sí, aquí también en 2009 entró en vigor la ley –dice el propietario– pero nadie la respeta. Es una forma de rebelión. El gobierno y Europa solamente piden, y luego nos quitan todo.” Y así, desde la mañana hasta la noche, mujeres y hombres de todas las edades se conceden sus interminables minutos de vicio, tratando de aliviar preocupaciones y nerviosismos, desafiando a pleno pulmón las imposiciones que vienen de Bruselas. Sin darse cuenta, sin embargo, de que son ellos los que las van a pagar, una vez más.
Los griegos, de hecho, son los fumadores más ávidos de Europa –más de 40 por ciento son adictos al cigarrillo–, y la prohibición tenía por objeto no sólo ahorrar 2.000 millones de euros sino también salvar 20 mil vidas al año. Un número muy alto que hoy, en la Grecia de 2015, es absorbido por cifras más impresionantes que dan cuenta del drama de todos los ciudadanos privados de asistencia sanitaria, por lo tanto incapaces de tratarse enfermedad alguna.
UN CASO CLÍNICO. Katerina Papagkike es una mujer de 63 años plena de energía que habla perfecto español y ayuda a Eleni Gerakari, jefa de comunicaciones, a recibir a los periodistas que llegan cada día de todo el mundo al pequeño ayuntamiento de Elleniko, en las afueras de Atenas, para entender cómo funciona la Metropolitan Community Clinic, un policlínico ambulatorio popular que desde diciembre de 2011 ofrece atención médica gratuita a los que ya no pueden pagar exámenes y medicamentos. “Todo comenzó por un grupo de 20 médicos que un día decidieron reaccionar contra los recortes de la asistencia sanitaria por parte del gobierno. Se dirigieron al alcalde de Elleniko, que aceptó establecer la clínica en esta antigua base militar estadounidense, y comenzaron a trabajar.” El sistema de salud pública en Grecia está colapsado, ocho hospitales han cerrado sólo en la capital, y los que se quedan sin trabajo después de un año pierden el derecho a la asistencia gratuita. Partiendo de la base de que la tasa de desempleo en 2014 estaba cercana al récord de 27 por ciento, es fácil de calcular, en una población de 11 millones de personas, cuántos son los que cada día ruegan a todos los dioses del Olimpo para que los mantengan lejos, a ellos y a sus seres queridos, incluso de un resfriado común.
Katerina es una oncóloga jubilada, y le pregunto si ha notado un aumento en los casos de cáncer relacionados con la crisis. “No puedo decir si el número de pacientes ha aumentado, pero sí que hay más muertes. Llegan a mí con análisis de seis, incluso ocho meses de antigüedad. Un tiempo muy largo durante el cual la enfermedad degenera y se convierte en incurable.” En Elleniko trabajan 260 voluntarios que en los dos últimos años se han encargado de 35.177 personas, de acuerdo al registro del sábado 24 de enero. A lo largo y ancho de Grecia las clínicas sociales son 39, y 15 de ellas se encuentran en Atenas. Katerina explica cómo funcionan: “Aquí proporcionamos asistencia primaria y hacemos algunas visitas específicas. Tenemos un departamento dental, otro de reflexología, uno de psicología, necesaria para dar apoyo a los que han perdido todo, y otro de pediatría, ya que los niños desnutridos son más y más, y distribuimos leche y pañales. Sólo se aceptan donaciones de bienes materiales, aquí el dinero no corre. A nadie se le paga por trabajar y nadie paga para ser asistido. Los escritorios y las computadoras vinieron de empresas que cerraron, la silla del dentista de un estudio en Alemania, los medicamentos son donados por las compañías farmacéuticas o por griegos que han perdido a un miembro de su familia. No somos lugares de caridad –dice con orgullo– sino de resistencia, aunque no estamos alineados con ningún partido político. No tenemos un estatuto jurídico ni lo queremos, porque nuestra ilegalidad no es nada comparada con la del Estado, responsable de esta situación, que tiene dinero para rescatar a los bancos pero no para proteger la vida de sus ciudadanos. A todos los europeos que vienen a visitarnos les digo que estén alertas, porque nuestro presente podría ser su futuro”.
Nancy Retinioti tiene 30 años y trabaja como asistente social en Médicos del Mundo, una Ong internacional que opera en Grecia desde 1990, y es interesante escuchar sus historias para entender cómo ha cambiado la situación del país en estos 15 años. “Empecé aquí en 2004 como voluntaria y me ocupaba principalmente de los solicitantes de asilo y de dar los primeros auxilios a las familias inmigrantes. Los refugiados procedían principalmente de Afganistán, Nigeria, Congo. Hoy Grecia es sólo un punto de tránsito para ir al norte de Europa, nadie quiere quedarse, y les ayudamos a realizar las prácticas de reunificación familiar.” La crisis económica es sólo una de las razones que impulsan a los refugiados a escapar, porque más fuertes son el racismo y la violencia que se desataron contra ellos; un odio profundo, surgido de la ignorancia y la desesperación, que permitió al partido xenófobo Amanecer Dorado terminar tercero en las elecciones del 25 de enero, ganando 17 escaños en el parlamento a pesar de que sus líderes neonazis están en prisión. Pero desde el comienzo de la recesión los extranjeros ya no son la emergencia de Médicos del Mundo: “Hoy en día los griegos son los más necesitados. En nuestra sede en Parama, en la zona del puerto del Pireo, una de las más desfavorecidas y pobres de la ciudad, el 90 por ciento de los pacientes son nacionales. Vienen a hacerse las pruebas de laboratorio, pap test, cirugía menor, vacunas. En 2013 nuestro departamento de pediatría visitó a 16 mil niños y realizó 9 mil vacunaciones”.
Anastasios Yfantis, colega de Nancy, destaca, sin embargo, un aspecto particular de la salud helénica: “Antes de 2008, a pesar de que los hospitales funcionaban, el 95 por ciento de los griegos prefería acudir a médicos privados”. Hoy no pueden.
RECONSTRUIR EL CUERPO. Athanasios Christopoulos es cirujano plástico. “En Grecia no es como en otros países –dice–, no se puede trabajar en el sector público y tener un estudio propio, se tiene que elegir.” Él eligió. “De hecho, la cirugía plástica también está involucrada en la reconstrucción, defectos de nacimiento, quemaduras –explica–. Pero la mayoría de las personas que vienen a mí lo hacen por razones estéticas.”
Athanasios inició sus actividades en Atenas hace 17 años, después de haber completado sus estudios de medicina en Bolonia, y hablando un animado italiano explica las razones del crecimiento constante de la demanda en su sector, a pesar de las dificultades económicas. “En Grecia siempre ha sido alta, así como en todos los países del Mediterráneo, y no sólo las mujeres quieren mantenerse hermosas, también los hombres. Hay que considerar que muchos extranjeros viven en Grecia y ganan bien, por ejemplo los armadores. O hay griegos que se fueron, mejoraron sus condiciones y cuando regresan aprovechan el tiempo para hacer un pequeño tratamiento.”
Grecia es famosa, de hecho, por tener una atención de calidad y precios asequibles en esta materia. Entre las intervenciones más solicitadas están los trasplantes de cabello, que en países como Italia pueden costar 10 mil euros, mientras que en Grecia no superen los 2.500 y con la crisis se han vuelto incluso más baratos. Christopoulos y su estudio parecen vivir en una Atenas sin dificultades, pero a pesar de los cuadros en las paredes y su voto aparentemente conservador, el médico capta inteligentemente la realidad que lo rodea: “Muchos médicos jóvenes se han ido, ahora trabajan en hospitales alemanes, ¡qué irónico! Lo que estamos combatiendo es una guerra económica que no necesita armas. La gente está deprimida, el número de suicidios ha aumentado de manera alarmante (véase recuadro). Quien viene a mí lo hace para sentirse un poco mejor. En los últimos años, mis clientes han aumentado, pero tengo que decir que he bajado los precios, y a veces hago algunos pequeños ajustes de forma gratuita”.
“Es cierto, el doctor nos ayuda”, admite Siadima Panagiota, una hermosa mujer de 45 años, recepcionista en una multinacional, que habla inglés y asiste al estudio de Christopoulos desde que tenía 30 años. “Acudí a él antes de comenzar a envejecer.” Antes de la crisis Siadima ni siquiera llevaba la cuenta de los tratamientos: “Cuatro peelings, tres mesoterapias y al menos un par de botox por año…”. Pero como las cosas han cambiado se vio obligada a reducir costos: “La primera persona que veo en la mañana es a mí misma en el espejo, y si me miro y no sonrío es un problema, por eso nunca voy a dejar mis inyecciones de botox. Cuidar de mí me da la fuerza para hacerme cargo también de los demás, de mis tres hijos que todavía son pequeños, de mi marido, que hasta hace unos meses estaba en el paro, y del trabajo que tengo y no quiero perder”.
RED SOLIDARIA. Entre quienes perdieron el trabajo y durante ocho largos meses vivieron junto con sus colegas acampados frente al Ministerio de Economía de la capital griega está Antonia Lampropoulau, 46 años, ex empleada pública de limpieza. “Cortaron los gastos y nos despidieron hace un año y medio. Somos 595 en todo el país, mujeres de 40 o 50 años, la mayoría solas y con niños que mantener.” Desde que Syriza ganó, al rostro de Antonia volvió la sonrisa. Si el nuevo primer ministro concreta lo que prometió, ella y sus compañeras podrán regresar a sus puestos de trabajo, con la esperanza de un mejor salario, considerando que el mínimo anunciado por Alexis Tsipras será de 751 euros brutos, 300 más de lo que sacaban antes.
En estos largos años de crisis económica –que comenzó en 2009 y aún está lejos de terminar–, si hay una cosa que Syriza hizo fue crear una red de solidaridad, Solidarity for All, que trata de dar respuestas a las necesidades reales y a menudo desesperadas de la gente. Gracias a esta red las diferentes clínicas pueden intercambiar medicamentos, las familias endeudadas logran encontrar asistencia legal gratuita para contrarrestar las demandas de los bancos, y aquellos que no tienen ni siquiera para comer pueden conseguir una comida caliente o una bolsa llena de alimentos. Y así en Grecia ha surgido un nuevo tipo de economía social basada en la solidaridad. Una economía que no querrá volver atrás, sometiéndose de nuevo a las leyes frías del mercado y la austeridad impuestas por Bruselas y que han arrastrado a todo el país.
Vio.Me es una antigua fábrica de Tesalónica que producía valiosos materiales de construcción antes de que el antiguo propietario se declarase en bancarrota y abandonara el barco. Los trabajadores decidieron ocuparla, subastar la maquinaria y empezar a producir jabones orgánicos y detergentes. Para aquellos que recuerdan o han vivido de cerca la crisis argentina, o incluso la uruguaya, este tipo de experiencia no es nueva, pero en Grecia Vio.Me ha sentado un precedente: “Somos los únicos embarcados en un camino de este tipo, hemos viajado a contarle al mundo nuestra historia y esperamos que pueda ser un ejemplo para otros aquí”, dice el trabajador Dimitris Koutsioulis.
Elefteria Farantaki, periodista de Ert3, que trasmite desde Tesalónica, ha descubierto con la crisis una nueva forma de hacer su trabajo. El 12 de junio de 2013 el ex presidente Antonio Samaras decidió cerrar el servicio de información pública, compuesto por tres canales de televisión, varias estaciones de radio y sitios web, dejando a 2.600 personas desempleadas. Un gesto antidemocrático, justificado por la falta de dinero y la necesidad de una reestructuración más eficaz de la empresa, que sin embargo hizo que la población bajara inmediatamente a la calle a mostrar su apoyo a los damnificados.
En estos dos años un grupo de periodistas de radio y televisión han seguido trabajando en los estudios de radio en Atenas y otras 16 ciudades, y en la televisión de Tesalónica preparando lo que pronto se convertirá en la nueva cadena pública, sin interferencias y basada en la libertad de información, dispuesta también a criticar, si es necesario, a los nuevos gobernantes: “Para ser honestos, todavía no hemos tenido nada que decir sobre el trabajo de Syriza, pero si discrepáramos no tendremos problemas en decirlo”, apunta Farantaki.
Stavros Messinis no votó por Tsipras y tiene algunas dudas sobre el futuro: “La situación sigue siendo dramática. Va a haber más protestas, sin duda. ¿Qué va a hacer Syriza si fuera necesario reprimir a las mismas personas que lo eligieron?”. Además de tener un gran sentido del humor, Stavros es pragmático, y ha sido capaz de beneficiarse de los acontecimientos que incendiaron su ciudad: “Iba a la plaza Syntagma, donde estaban los periodistas, y les decía: ‘!Cuidado, no se queden bajo los cócteles molotov, vengan conmigo!’”. Y los llevaba a The Cube, su criatura, una incubadora de start up tecnológicas en el centro de Atenas que Stavros abrió gracias a la liquidación que cobró por su anterior trabajo. A pesar de que no votó a Tsipras, Messinis ha contribuido a su campaña electoral: “Dejé a jóvenes candidatos de diferentes partidos unas oficinas y lancé el hashtag #voteforonlyunder40 (voten sólo por alguien menor de 40). Stavros cree en el futuro y en los jóvenes de una manera que aparentemente parece chirriar con lo que Grecia enfrenta en estos momentos. Sin embargo, durante el fin de semana de las elecciones The Cube acogió a una global game jam de video juegos, y grupos de adolescentes trabajaron durante tres días y dos noches sin parar, en competencia con otros equipos conectados de todo el mundo.
Mientras las votaciones se cerraban con la victoria de Alexis Tsipras, Harry, Vasili, Theodoros y Antonis entregaban su juego a un jurado: “Es la historia de un chico y su hermana pequeña que han perdido a sus padres y tienen que huir de su ciudad en guerra”. La estética es hermosa, nada de superhéroes, sólo dos pequeñas siluetas negras que se toman las manos y corren en búsqueda de una salida superando adversidad y trampas. “Lo llamamos: Now what?, ¿Y ahora qué?”. Exactamente la pregunta que Europa le está planteando, con una mezcla de rabia, resentimiento, miedo y respeto, a Atenas. Si los griegos lograran dar una respuesta nueva, todos habremos ganado la guerra.
Pulseada
Cuando asumió el gobierno, uno de los primeros actos públicos del líder de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza) Alexis Tsipras fue visitar el memorial a los resistentes griegos asesinados durante la ocupación nazi. No escapó a nadie que el gesto era de doble filo. El domingo pasado quedó en claro, negro sobre blanco, el alcance actual del gesto, cuando Tsipras le recordó a la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel, tan inflexible a la hora de reclamarle a Atenas el pago de una deuda que los griegos estiman en parte ilegítima, que Alemania jamás le entregó un dracma, un marco, y menos aun un euro a Grecia por sus deudas de guerra. El líder de la izquierda griega dijo entonces que el parlamento de su país reclamará a Berlín que le devuelva el préstamo forzoso que los nazis impusieron a Atenas durante la ocupación, que en 2012 una comisión del parlamento alemán evaluó en 7.000 millones de euros actuales, y otra, del parlamento griego, calculó en 11.000 millones. Además, dijo Tsipras, Grecia fue el único de los países ocupado por los nazis que no recibió compensación alguna de parte de Alemania por la devastación causada: más de 250 mil muertos y la destrucción de todo el aparato industrial nacional. Expertos independientes estimaron que Alemania debería pagar a Grecia unos 162.000 millones de euros como reparación de guerra. En su momento, un gobierno fascistoide griego le condonó esa deuda a Alemania. Tsipras no reconoce ese gesto. Y Alemania se ha negado sistemáticamente a pagarles un centavo a los griegos, ni siquiera por el préstamo forzoso que jamás devolvió. La deuda griega con Alemania se elevaría hoy a su vez a unos 245.000 millones de euros. Parte de ella, dice Tsipras, se contrajo de manera ilegítima, cuando Grecia estaba en plena crisis y se sabía que no iba a poder jamás pagarla. “Se la impusieron a autoridades” genuflexas, dijo Tsipras. Daniel Cohn Bendit, uno de los referentes del 68 francés que durante años fue diputado en el parlamento alemán por los Verdes, recordaba en 2010 cómo Grecia era sistemáticamente esquilmada por la Alemania de Merkel y por la Francia de Nicolas Sarkozy cuando se le exigían draconianos programas de recortes sociales a cambio de recibir préstamos a tasas de 5 o 6 por ciento, el doble de lo que París y Berlín pagan cuando piden un crédito. “Estamos haciendo negocios a costa de los griegos”, decía.
Durante varios días, la semana pasada, Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, recorrieron Europa buscando ayuda para su plan de negociar el pago de la deuda. “No vamos a seguir haciendo los ajustes ni aplicando la política de austeridad que se nos pide. Eso es innegociable. Sobre el resto nos podemos sentar a conversar”, dijeron ambos. En Francia, en Italia, encontraron una actitud más o menos receptiva. Todo lo contrario en Alemania y en el Banco Central Europeo, una de las patas de la troika (junto al Fmi y la Comisión Europea) que administra de hecho la economía griega desde hace al menos cinco años y a la que el gobierno de Syriza le niega legitimidad (“¿Quién los eligió’”, pregunta constantemente Tsipras). El martes 10 Tsipras logró el respaldo del parlamento de su país para su plan de negociación, que consiste en obtener un acuerdo puente con Bruselas que le permita a Atenas “asumir sus obligaciones hasta que se logre un acuerdo global sobre la deuda”. Mientras tanto, Grecia financiará el plan de “rescate social” prometido por Syriza y ratificado por Tsipras (aumento sustancial del salario mínimo, reposición de funcionarios públicos despedidos, nacionalizaciones de empresas privatizadas, gratuidad de la atención médica y subvención de las tarifas de electricidad a los más pobres), en parte, con los 1.900 millones de euros que debe pagarle el Banco Central Europeo por el rendimiento de los bonos griegos. Si lo dejan.
http://brecha.com.uy/