La Comisión Europea estimó que la cifra de personas que llegarán al continente desde Medio Oriente y África en los próximos dos años podría ser hasta cuatro veces superior a la cantidad recibida en lo que va de 2015. Incluso, este número es relativo, ya que el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) espera que el flujo de migrantes que a través del Mediterráneo sea de 600 mil hasta febrero de 2016.
Juan Carlos Mohr
Una alfombra de chalecos salvavidas esparcidos por una playa de Lesbos / Juan Carlos Mohr
Un socorrista catalán de la organziación Pro activa atiende a un joven enfermo a su llegada a la costa / Juan Carlos Mohr
Gritos, lloros y desesperación es lo que se oye al llegar una balsa a la orilla. El miedo y el pánico de la situación hacen que muchos refugiados se lancen al mar antes de llegar, poniendo en peligro sus vidas. Los socorristas tienen claro que el primer objetivo del salvamento son los niños, que vienen muchos y muy pequeños. Los niños, con sus manguitos y chalecos de juguete, se abrazan llorando a los voluntarios y son colocados entre cientos de chalecos que cubren las playas. Son momentos terroríficos donde todos quieren pisar tierra cuanto antes y finalizar la pesadilla de estos 9 kilómetros de travesía entre la costa turca y Lesbos.
Los gritos quedan en un segundo plano al estallar las balsas. Un sonido detonador como el de un disparo, hace que muchos de ellos se asusten más si cabe. Las balsas son acuchilladas, unas veces por los buscavidas que hay en la zona tratando de sacar tajada económica de semejante situación y otras por los mismos refugiados, a los que los traficantes mienten al salir de Turquía diciéndoles que si son interceptados por la policía serán reportados. Muchas veces, ante este temor, las pinchan antes de llegar a tierra provocando escenas de peligro y miedo.
Estos primeros momentos son los más dramáticos, donde los socorristas de Proactiva se lanzan al mar para intentar dirigir las balsas hacia zonas menos peligrosas y parar los motores antes de la evacuación, ya que corren peligro de lesionarse con las hélices. Y es cuando voluntarios, médicos y en muchos casos fotógrafos comienzan a sacar a gente desesperada, derrotada, totalmente empapada y muchos de ellos con hipotermias.
Niños, jóvenes, mujeres, ancianos, enfermos, llenan la playa y los que se encuentran en peor situación son atendidos por voluntarios y médicos de Free Palestina. Personas en estado de shock, crisis de ansiedad, hipotermia o vomitando se mezclan con gente que busca sus pocas pertenencias entre un mar de chalecos. Muchos otros aprovechan, incluso desde la balsa o al salir de ella, para llamar a sus familiares y comunicarles su llegada.
Y mientras que son cubiertos con mantas térmicas, recibiendo abrazos y muestras de cariño por parte de los voluntarios que allí están ayudando, entran en acción ‘las ratas’. Así se llama a toda una tribu de buscavidas que se mueven por toda la costa en busca de beneficio a costa de las desgracias, incluso antes de que los refugiados lleguen a la orilla.
Un socorrista catalán de Proactiva toma en brazos a un niño refugiado a su llegada a Lesbos / Juan Carlos Mohr
Cuando se ven las balsas en el horizonte, los voluntarios comienzan a agitar chalecos para dirigirlos hacia lugares seguros y si es de noche, se colocan coches enfocando sus luces hacia el mar para que estos tengan una guía y no vayan a zonas peligrosas de rocas y barrancos. Muchas veces ‘las ratas’ realizan estas señales en cualquier zona de la playa, para atraer a los refugiados hacia ellos y poder sacar su botín. Hay diferentes grupos: unos recogen las balsas, otros las mochilas perdidas y otros se llevan los motores. No sabemos muy bien si son una mafia o simplemente buscavidas, al menos no son violentos como son los traficantes turcos que, en algunas ocasiones a punta de pistola, obligan a los refugiados a zarpar solos habiéndoles cobrado unos 1200 euros por persona. Cuando el mar está revuelto y difícil para navegar, hacen ofertas a mitad de precio, poniendo más en peligro sus vidas.
El calvario para los refugiados comienza de nuevo al llegar a tierra. Dependiendo de los coches de voluntarios que haya, son trasladados hacia el primer punto de ayuda, priorizando a enfermos, niños y a ancianos. Se traslada a familias enteras, sin separarlas, para que no se pierdan en el camino.
La mayoría de las veces no hay coches para todos y tienen que caminar kilómetros, empapados, hasta el primer punto de ayuda, donde se les da ropa, agua, comida y los que llegan en peores condiciones reciben atención médic. A 3 kilómetros del primer punto hay un campamento de ACNUR donde esperan autobuses para llevarlos a los campos de Kara Tepe y Moria, para ser registrados y poder salir de Grecia. Ese es el periplo que diariamente viven y sufren los miles de refugiados que llegan a Lesbos.
Las autoridades de la Unión Europea estimaron la llegada de 3 millones de migrantes hasta 2017 basándose en los datos de la agencia de protección de fronteras Frontex, que cifra en 710 mil migrantes los llegados al viejo continente entre enero y finales de septiembre. La cifra es muy superior a los 282.000 que llegaron en el conjunto de 2014. Y también para 2016 y 2017 espera un número mayor.
Ante esta situación, ACNUR ha solicitado 96 millones de dólares (88 millones de euros) adicionales para adaptar los refugios de tránsito, los pabellones de espera o los puestos de suministro en esa ruta a la llegada del invierno. El dinero se necesita para poder evitar "tragedias humanitarias y la pérdida de vidas humanas".
Por ejemplo, para acondicionar las tiendas de campaña con calefacción o distribuir ropa de invierno y mantas. Con los medios adicionales la necesidad financiera de ACNUR para el invierno se eleva a unos 173 millones de dólares (158 millones de euros).
Ante esta situación, ACNUR ha solicitado 96 millones de dólares (88 millones de euros) adicionales para adaptar los refugios de tránsito, los pabellones de espera o los puestos de suministro en esa ruta a la llegada del invierno. El dinero se necesita para poder evitar "tragedias humanitarias y la pérdida de vidas humanas".
Por ejemplo, para acondicionar las tiendas de campaña con calefacción o distribuir ropa de invierno y mantas. Con los medios adicionales la necesidad financiera de ACNUR para el invierno se eleva a unos 173 millones de dólares (158 millones de euros).
Un día cualquiera en Lesbos, punto de llegada de refugiados
Con el aviso de "balsa a la vista" los socorristas voluntarios saltan hacia sus coches. La distancia entre los puntos de llegada de las barcas es de unos 14 kilómetros que recorren por un camino sin asfaltar al borde del mar.
Una tribu de buscavidas se mueve por toda la costa en busca de beneficio a costa de los refugiados que llegan
Los niños se abrazan llorando a los voluntarios. Personas en estado de shock, crisis de ansiedad o hipotermia se mezclan con gente que busca sus escasas pertenencias entre un mar de chalecos esparcido por la playa.
Un socorrista saca a un niño de la embarcación neumática en la que ha viajado con otros refugiados desde Turquía / Juan Carlos Mohr
Amanece en Lesbos, aunque las noches no se diferencien mucho de los días. A primeras horas de la mañana comienza un trasiego de fotógrafos, periodistas y voluntarios por To Kyma, un pequeño hotel familiar regentado por Paris, donde trabaja él y su familia a escasos metros de la playa de Skala Skamineas, a 9 kilómetros de las costas turcas donde llega la mayor parte de los refugiados a Lesbos.
To Kyma se ha convertido en el centro de operaciones de Proactiva Open Arms (ONG de Badalona de socorristas que se dedican a salvar vidas). Allí comen, duermen y viven el poco tiempo que están fuera del agua ayudando a los refugiados. ‘Kalimera’, es la primera palabra que decimos antes de preguntar cómo ha sido la noche anterior. Cafés, huevos y tostadas comparten espacios en mesas llenas de ordenadores, cables y cámaras de los periodistas que desde allí hacen sus crónicas. Este lugar se ha convertido en centro de operaciones, porque estos seis socorristas de Proactiva participan en casi todos los salvamentos.
Un padre con sus hijos sale del mar tras cruzar de Turquía a Lesbos / Juan Carlos Mohr
Con sus walkies-talkies y teléfonos son requeridos constantemente por todos los grupos de voluntarios que operan en la isla cada vez que una balsa es avistada en el horizonte. ¿Y por qué se han convertido unos socorristas en los referentes de los salvamentos en Lesbos? Porque, a falta de acción por parte de Frontex, de las autoridades, y de los guardacostas griegos y turcos -cuya intervención es claramente insuficiente- son los diferentes grupos de voluntarios los que han asumido el grueso de las tareas de rescate, a pesar de la descoordinación que existe entre ellos.
A cualquier hora del día los socorristas voluntarios reciben el aviso de “balsa a la vista”, que inmediatamente activa un protocolo no establecido. Con la comida recién servida, los ordenadores encendidos y todos los equipos en las mesas, el aviso de “balsa a la vista” provoca una desbandada hacia los coches, que a toda velocidad, forman una caravana para acudir a los lugares de llegada de las balsas. La distancia entre Skala Skamineas y Molyvos (los puntos de llegada) es de unos 14 kms. que se hacen por un camino angosto, sin asfaltar, lleno de baches y piedras, con muchas curvas y cuestas al borde del mar. Esto hace complicado el tránsito en algunos momentos, y sobre todo por la noche, pero a pesar de todo, casi siempre se consigue llegar a tiempo para ayudar a los refugiados.
Con el aviso de "balsa a la vista" los socorristas voluntarios saltan hacia sus coches. La distancia entre los puntos de llegada de las barcas es de unos 14 kilómetros que recorren por un camino sin asfaltar al borde del mar.
Una tribu de buscavidas se mueve por toda la costa en busca de beneficio a costa de los refugiados que llegan
Los niños se abrazan llorando a los voluntarios. Personas en estado de shock, crisis de ansiedad o hipotermia se mezclan con gente que busca sus escasas pertenencias entre un mar de chalecos esparcido por la playa.
Un socorrista saca a un niño de la embarcación neumática en la que ha viajado con otros refugiados desde Turquía / Juan Carlos Mohr
Amanece en Lesbos, aunque las noches no se diferencien mucho de los días. A primeras horas de la mañana comienza un trasiego de fotógrafos, periodistas y voluntarios por To Kyma, un pequeño hotel familiar regentado por Paris, donde trabaja él y su familia a escasos metros de la playa de Skala Skamineas, a 9 kilómetros de las costas turcas donde llega la mayor parte de los refugiados a Lesbos.
To Kyma se ha convertido en el centro de operaciones de Proactiva Open Arms (ONG de Badalona de socorristas que se dedican a salvar vidas). Allí comen, duermen y viven el poco tiempo que están fuera del agua ayudando a los refugiados. ‘Kalimera’, es la primera palabra que decimos antes de preguntar cómo ha sido la noche anterior. Cafés, huevos y tostadas comparten espacios en mesas llenas de ordenadores, cables y cámaras de los periodistas que desde allí hacen sus crónicas. Este lugar se ha convertido en centro de operaciones, porque estos seis socorristas de Proactiva participan en casi todos los salvamentos.
Un padre con sus hijos sale del mar tras cruzar de Turquía a Lesbos / Juan Carlos Mohr
Con sus walkies-talkies y teléfonos son requeridos constantemente por todos los grupos de voluntarios que operan en la isla cada vez que una balsa es avistada en el horizonte. ¿Y por qué se han convertido unos socorristas en los referentes de los salvamentos en Lesbos? Porque, a falta de acción por parte de Frontex, de las autoridades, y de los guardacostas griegos y turcos -cuya intervención es claramente insuficiente- son los diferentes grupos de voluntarios los que han asumido el grueso de las tareas de rescate, a pesar de la descoordinación que existe entre ellos.
A cualquier hora del día los socorristas voluntarios reciben el aviso de “balsa a la vista”, que inmediatamente activa un protocolo no establecido. Con la comida recién servida, los ordenadores encendidos y todos los equipos en las mesas, el aviso de “balsa a la vista” provoca una desbandada hacia los coches, que a toda velocidad, forman una caravana para acudir a los lugares de llegada de las balsas. La distancia entre Skala Skamineas y Molyvos (los puntos de llegada) es de unos 14 kms. que se hacen por un camino angosto, sin asfaltar, lleno de baches y piedras, con muchas curvas y cuestas al borde del mar. Esto hace complicado el tránsito en algunos momentos, y sobre todo por la noche, pero a pesar de todo, casi siempre se consigue llegar a tiempo para ayudar a los refugiados.
Un socorrista catalán de la organziación Pro activa atiende a un joven enfermo a su llegada a la costa / Juan Carlos Mohr
Gritos, lloros y desesperación es lo que se oye al llegar una balsa a la orilla. El miedo y el pánico de la situación hacen que muchos refugiados se lancen al mar antes de llegar, poniendo en peligro sus vidas. Los socorristas tienen claro que el primer objetivo del salvamento son los niños, que vienen muchos y muy pequeños. Los niños, con sus manguitos y chalecos de juguete, se abrazan llorando a los voluntarios y son colocados entre cientos de chalecos que cubren las playas. Son momentos terroríficos donde todos quieren pisar tierra cuanto antes y finalizar la pesadilla de estos 9 kilómetros de travesía entre la costa turca y Lesbos.
Los gritos quedan en un segundo plano al estallar las balsas. Un sonido detonador como el de un disparo, hace que muchos de ellos se asusten más si cabe. Las balsas son acuchilladas, unas veces por los buscavidas que hay en la zona tratando de sacar tajada económica de semejante situación y otras por los mismos refugiados, a los que los traficantes mienten al salir de Turquía diciéndoles que si son interceptados por la policía serán reportados. Muchas veces, ante este temor, las pinchan antes de llegar a tierra provocando escenas de peligro y miedo.
Estos primeros momentos son los más dramáticos, donde los socorristas de Proactiva se lanzan al mar para intentar dirigir las balsas hacia zonas menos peligrosas y parar los motores antes de la evacuación, ya que corren peligro de lesionarse con las hélices. Y es cuando voluntarios, médicos y en muchos casos fotógrafos comienzan a sacar a gente desesperada, derrotada, totalmente empapada y muchos de ellos con hipotermias.
Niños, jóvenes, mujeres, ancianos, enfermos, llenan la playa y los que se encuentran en peor situación son atendidos por voluntarios y médicos de Free Palestina. Personas en estado de shock, crisis de ansiedad, hipotermia o vomitando se mezclan con gente que busca sus pocas pertenencias entre un mar de chalecos. Muchos otros aprovechan, incluso desde la balsa o al salir de ella, para llamar a sus familiares y comunicarles su llegada.
Y mientras que son cubiertos con mantas térmicas, recibiendo abrazos y muestras de cariño por parte de los voluntarios que allí están ayudando, entran en acción ‘las ratas’. Así se llama a toda una tribu de buscavidas que se mueven por toda la costa en busca de beneficio a costa de las desgracias, incluso antes de que los refugiados lleguen a la orilla.
Un socorrista catalán de Proactiva toma en brazos a un niño refugiado a su llegada a Lesbos / Juan Carlos Mohr
Cuando se ven las balsas en el horizonte, los voluntarios comienzan a agitar chalecos para dirigirlos hacia lugares seguros y si es de noche, se colocan coches enfocando sus luces hacia el mar para que estos tengan una guía y no vayan a zonas peligrosas de rocas y barrancos. Muchas veces ‘las ratas’ realizan estas señales en cualquier zona de la playa, para atraer a los refugiados hacia ellos y poder sacar su botín. Hay diferentes grupos: unos recogen las balsas, otros las mochilas perdidas y otros se llevan los motores. No sabemos muy bien si son una mafia o simplemente buscavidas, al menos no son violentos como son los traficantes turcos que, en algunas ocasiones a punta de pistola, obligan a los refugiados a zarpar solos habiéndoles cobrado unos 1200 euros por persona. Cuando el mar está revuelto y difícil para navegar, hacen ofertas a mitad de precio, poniendo más en peligro sus vidas.
El calvario para los refugiados comienza de nuevo al llegar a tierra. Dependiendo de los coches de voluntarios que haya, son trasladados hacia el primer punto de ayuda, priorizando a enfermos, niños y a ancianos. Se traslada a familias enteras, sin separarlas, para que no se pierdan en el camino.
La mayoría de las veces no hay coches para todos y tienen que caminar kilómetros, empapados, hasta el primer punto de ayuda, donde se les da ropa, agua, comida y los que llegan en peores condiciones reciben atención médic. A 3 kilómetros del primer punto hay un campamento de ACNUR donde esperan autobuses para llevarlos a los campos de Kara Tepe y Moria, para ser registrados y poder salir de Grecia. Ese es el periplo que diariamente viven y sufren los miles de refugiados que llegan a Lesbos.