Por Medios CC/CL
-20/10/2016
-20/10/2016
La ciudad de Alepo en Siria ©Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Martin Chulov, theguardian
En la distancia, la silueta de Alepo surgía entre el humo y el polvo de la guerra y se divisaba la sombra de los edificios que se alzaban sobre la planicie. Una neblina de calor flotaba sobre el camino y envolvía un cuartel del ejército abandonado y también un conjunto de fábricas saqueadas, un cruce de caminos desierto y, finalmente, la ciudad.
Esta era la atmósfera que se respiraba entonces, días después de que un grupo de sirios armados hubiesen sitiado el Este de Alepo para mostrar que se oponían a Bachar al Asad. De hecho, muchos de los habitantes de Alepo ya habían huido. Las tiendas estaban cerradas. Los tanques y los autobuses derribados bloqueaban las intersecciones y los pocos habitantes que todavía se atrevían a salir a la calle lo hacían corriendo y con la cabeza gacha.
Así era el ambiente a principios de agosto de 2012; un momento clave en una guerra civil que acababa de ver cómo un grupo de hombres de clase obrera se alzaba en armas y se hacía con el control del lado Este de la segunda ciudad más importante de Siria, del corazón industrial del país.
Fue la primera vez que entramos en la ciudad. Antes habíamos visitado localidades cercanas donde ya era evidente el avance de las fuerzas rebeldes hacia el norte del país. Estos viajes allanaron el camino para que the Guardianpudiera seguir informando sobre un conflicto que no parece tener fin.
Martin Chulov, theguardian
En la distancia, la silueta de Alepo surgía entre el humo y el polvo de la guerra y se divisaba la sombra de los edificios que se alzaban sobre la planicie. Una neblina de calor flotaba sobre el camino y envolvía un cuartel del ejército abandonado y también un conjunto de fábricas saqueadas, un cruce de caminos desierto y, finalmente, la ciudad.
Esta era la atmósfera que se respiraba entonces, días después de que un grupo de sirios armados hubiesen sitiado el Este de Alepo para mostrar que se oponían a Bachar al Asad. De hecho, muchos de los habitantes de Alepo ya habían huido. Las tiendas estaban cerradas. Los tanques y los autobuses derribados bloqueaban las intersecciones y los pocos habitantes que todavía se atrevían a salir a la calle lo hacían corriendo y con la cabeza gacha.
Así era el ambiente a principios de agosto de 2012; un momento clave en una guerra civil que acababa de ver cómo un grupo de hombres de clase obrera se alzaba en armas y se hacía con el control del lado Este de la segunda ciudad más importante de Siria, del corazón industrial del país.
Fue la primera vez que entramos en la ciudad. Antes habíamos visitado localidades cercanas donde ya era evidente el avance de las fuerzas rebeldes hacia el norte del país. Estos viajes allanaron el camino para que the Guardianpudiera seguir informando sobre un conflicto que no parece tener fin.
Un hombre llora entre los escombros causados por la violencia armada en Alepo, Siria. / Amnesty International (Photo: Mujahid Abu al-Joud).
Desde nuestro primer viaje a Alepo en 2012, hemos regresado a la ciudad en más de diez ocasiones. La última, en diciembre de 2014. Esto nos ha permitido informar sobre el proceso de deterioro de una de las primeras ciudades habitadas en el mundo y que ahora ha sido tomada por la barbarie. A lo largo de la historia, Alepo vivió invasiones y rebeliones, pero había conseguido resistir. Sin embargo, el conflicto actual ha llevado la ciudad al límite y ha puesto en peligro su centro histórico. Conocida como “la ciudad antigua” y situada intramuros, había conseguido esquivar siglos de conflicto e incluso un terremoto devastador.
Algunos habitantes han optado por quedarse y luchan por seguir adelante en el contexto de una guerra cuyos efectos van más allá de las fronteras de Siria. Desde la antigüedad, Alepo ha sido un punto de encuentro para el comercio y el transporte y el epicentro de un imperio. Ahora, la ciudad vuelve a ser determinante para el futuro de la región, a pesar de que los bombarderos rusos la atacan constantemente y han conseguido que en el último año el Este de Alepo sea inhabitable.
Eso en el lado Este. Mientras, en la parte Oeste de la ciudad, la vida sigue y se encuentra fuera del alcance de los rebeldes y bajo el firme control del régimen sirio, que no concede visados de entrada.
Desde nuestro primer viaje a Alepo en 2012, hemos regresado a la ciudad en más de diez ocasiones. La última, en diciembre de 2014. Esto nos ha permitido informar sobre el proceso de deterioro de una de las primeras ciudades habitadas en el mundo y que ahora ha sido tomada por la barbarie. A lo largo de la historia, Alepo vivió invasiones y rebeliones, pero había conseguido resistir. Sin embargo, el conflicto actual ha llevado la ciudad al límite y ha puesto en peligro su centro histórico. Conocida como “la ciudad antigua” y situada intramuros, había conseguido esquivar siglos de conflicto e incluso un terremoto devastador.
Algunos habitantes han optado por quedarse y luchan por seguir adelante en el contexto de una guerra cuyos efectos van más allá de las fronteras de Siria. Desde la antigüedad, Alepo ha sido un punto de encuentro para el comercio y el transporte y el epicentro de un imperio. Ahora, la ciudad vuelve a ser determinante para el futuro de la región, a pesar de que los bombarderos rusos la atacan constantemente y han conseguido que en el último año el Este de Alepo sea inhabitable.
Eso en el lado Este. Mientras, en la parte Oeste de la ciudad, la vida sigue y se encuentra fuera del alcance de los rebeldes y bajo el firme control del régimen sirio, que no concede visados de entrada.
2012. Un frente de batalla mortal
En nuestro primer viaje a esta ciudad partida en dos fuimos atravesando barricadas hasta acceder a una zona en la que se respiraba una profunda sensación de peligro desde que el levantamiento popular contra Asad se transformó en una insurrección armada. En Alepo se vivieron las primeras protestas ciudadanas; ahora es el epicentro de la ofensiva rebelde, que ha dejado cicatrices a lo largo y ancho de esta parte de la ciudad.
Las banderas pintadas en los muros de los complejos gubernamentales han quedado completamente destruidas por las ametralladoras. Las calles están llenas de escombros y en todas partes hay, como si fuera confeti, restos de hormigón y casquillos de balas de cobre. Los bidones de aceite en llamas nos guiaron entonces hacia el centro de la ciudad, que ya en ese momento estaba bastante desierto.
Nuestro vehículo pasó por delante de un hospital tomado por los rebeldes como cuartel general. Atravesamos la ciudad antigua, uno de los pocos lugares en los que se seguía respirando un ambiente de cierta normalidad, para dirigirnos al principal frente de batalla entre los soldados sirios y las fuerzas rebeldes: un suburbio situado en el suroeste de Alepo, Saif al-Dawla.
El sonido de las ametralladoras y de las armas pesadas, así como los chirridos de los neumáticos de las camionetas que transportaban a los hombres armados eran las señales más evidentes de que se libraba una batalla justo en la cima. Las familias que habitaban en ese barrio habían huido horas antes.
Los soldados sirios y los rebeldes habían abierto boquetes en las casas para escabullirse. Nosotros entramos en lo que quedaba de un hogar. En la cocina, todavía encontramos ollas encima de los fogones, algunas llenas de comida, y ropa colgada. Pasear por el universo íntimo de un extraño que poco antes ocupaba ese espacio cotidiano resultaba muy desconcertante.
Muchas de las personas que huyeron se marcharon a Turquía y se unieron a decenas de miles de refugiados cuyas vidas han quedado rotas por la guerra. En una intersección situada a poca distancia de los enfrentamientos, empezaban a llegar hombres de otras nacionalidades. Iban vestidos con la tradicional túnica, la dishdasha, se cubrían la cabeza con un pañuelo y algunos llevaban cinturones de balas. Se trataba de un reducido número de combatientes islámicos que se habían unido a las filas de lo que para ellos es una guerra santa.
De hecho, fueron la avanzadilla de los yihadistas. Estos últimos empezaron a llegar a Siria en mayo de 2012 y se asentaron en las zonas rurales. Prometieron apoyar a todos aquellos grupos rebeldes que no contaban con la preparación necesaria para vencer a Asad y que estaban dispuestos a aceptar ayuda externa.
Los recién llegados se situaron, aunque con cierto recelo, al lado de los rebeldes. Algunos se burlaron de los intentos de un grupo rebelde de un pueblo cercano por derribar un helicóptero sirio.
“Tú, ¡pedazo de animal!” gritó uno de los yihadistas: “Dame la dushka (un arma soviética). Sé cómo usarla”. Unos días más tarde, el rastro de los yihadistas se perdió en un suburbio llamado Salahedin. Durante el resto de 2012, muchos más se unieron a su grupo. Habían conseguido entrar a través de la porosa frontera con Turquía y empezaron a cambiar la naturaleza de una guerra que empezó como un levantamiento nacionalista y se transformó en un conflicto ideológico que no tiene fronteras.
Los yihadistas y la oposición prácticamente no se mezclan. “Tenemos que aceptarlos porque han venido a ayudarnos, ‘islámicamente’ hablando”, indica Sobhi Mohammed, un combatiente de la unidad islámica: “Somos conscientes de que no quieren lo mismo que nosotros”. Sobhi y su unidad, todos de origen obrero y procedentes de la ciudad satélite de al Bab, hacen guardia en la casa de un funcionario sirio.
Con el ruido de fondo de unos tanques abriendo fuego, los hombres intentan aprender a nadar en una piscina de agua verdosa y rodeada de sirenas de cerámica.
A finales de ese año, Sobhi murió en unos enfrentamientos que tuvieron lugar cerca de allí. Creció el número de combatientes yihadistas mientras que el de los rebeldes, disminuyó. También disminuyó el número de habitantes del Este de Alepo. Una lluvia de misiles Scud empezó a caer sobre la ciudad a finales de 2012 y los barrios se transformaron en territorio de cráteres. A principios del año siguiente, los barrios situados cerca de la histórica ciudadela de Alepo se quedaron desiertos. Los bombardeos eran prácticamente diarios. Las balas de los francotiradores cruzaban la línea que separaba el este del oeste. Las represalias del régimen contra el este estaban a punto de materializarse.
2013. Masacre en el río
A mediados de febrero de 2013 regresé a Alepo para investigar el hallazgo de más de 100 cadáveres en la orilla del río. Todos habían recibido un disparo en la cabeza. A medida que el caudal del agua había disminuido el cruel destino de esos hombres había quedado al descubierto. Todos ellos habían sido detenidos cuando cruzaban la línea de fuego. La mayoría se desplazaba de un lado a otro para ir a trabajar. Otros necesitaban ir al lado oeste para trámites burocráticos, ya que hacía tiempo que se habían cerrado las oficinas gubernamentales del lado Este.
Durante más de una semana, los lugareños no pararon de sacar cuerpos del río, y construyeron rejas y redes para atraparlos. Las familias de la zona de Bustan al Qasr, situada al Este, confirmaron que sus maridos, padres, hijos y primos habían desaparecido en los puestos de control. La mayoría fueron llevados a cárceles del régimen.
Todavía estaban por llegar episodios más oscuros. En abril de ese año, los yihadistas, que habían estado al acecho, anunciaron que ahora estaban a cargo de la situación, y relegaron a todos los grupos de la oposición, así como la causa que representan, en aras de la yihad mundial. El Estado Islámico mostró su verdadero rostro tras haber permanecido oculto en su particular Caballo de Troya durante más de un año. A continuación, eliminaron sin piedad las estructuras de poder de sus rivales e impusieron con rigor el orden islámico. La fachada de la clínica oftalmológica, que cuando estalló la guerra se convirtió en el cuartel central de los rebeldes, se pintó de negro. Las normas de los yihadistas estaban en todos lados. Las calles se quedaron todavía más vacías. Las mujeres dejaron de caminar por ellas.
Durante el resto de 2013, el este de Alepo pasó a ser uno de los lugares más peligrosos del planeta. En septiembre lo volví a visitar, en esa ocasión escoltado por un miembro de un grupo rebelde de al Bab que estaba convencido de que podía esquivar al Estado Islámico. La situación se había deteriorado todavía más. Los servicios públicos habían dejado de funcionar. Los voluntarios locales recogían los escombros y los quemaban en un enorme vertedero tóxico situado en el sur de la ciudad. Los hospitales seguían funcionando pero con muy pocos recursos.
Fuera del hospital, una ambulancia destartalada ocupaba un ángulo extraño en un sendero manchado de sangre y cerca de una pila sucia de mortajas blancas. En una pequeña repisa había una niña muerta, envuelta en una toalla rosa y abandonada a su suerte. Su cuerpo permaneció allí durante todo el día y el equipo médico, exhausto y desbordado, no le prestó atención hasta haber atendido primero a muchos moribundos.
Cerca de la clínica oftalmológica, un combatiente del EI estaba sentado en su camioneta y con una metralleta apuntando al cielo. Los yihadistas estaban esperando la llegada de aviones de combate de Estados Unidos. Ninguno llegó pero, en cambio, sí llegaron helicópteros sirios. Atacaron lo que quedaba de los suburbios del este de Alepo con explosivos improvisados que envasaron dentro de barriles.
2014. La ciudad bajo el régimen
A principios del año siguiente, la situación en Alepo se había deteriorado todavía más. En enero, los grupos rebeldes que durante los nueve meses anteriores habían luchado junto al EI se alzaron en armas contra los extremistas y consiguieron expulsarlos de la ciudad y también de las zonas rurales. El Estado Islámico se retiró a al Bab, que desde entonces es su posición situada más al oeste del país. Volvía a ser posible acceder a la ciudad, o lo que quedaba de ella, pero bajo la estrecha vigilancia de los soldados del régimen, que consiguieron rodear el Este.
En el norte quedó una tierra de nadie, conocida como la “Carretera de Castello”. Llevaba a una zona industrial que antaño fue un motor crucial de la economía siria pero que en la actualidad no es más que un vertedero de silos destruidos y fábricas que han sido bombardeadas en repetidas ocasiones. Este viaje en carretera es uno de los más peligrosos del país.
En las afueras de la ciudad, prácticamente ya no quedaba nadie, salvo reducidos grupos rebeldes equipados con radios y cuya misión era hacer un seguimiento de los milicianos partidarios del régimen de Asad que patrullan por esa zona. Tres hospitales que estaban operativos durante nuestro viaje anterior, ahora habían sido destruidos por los bombardeos. Gran parte de la ciudad estaba desierta. En las grandes avenidas, que en el pasado canalizaron el intenso ir y venir de trabajadores de la periferia, ahora reinaba un siniestro silencio.
En cambio, la Ciudad Antigua había conseguido mantenerse al margen de los combates. Los mercados seguían funcionando. Los carniceros colgaban las carcasas fuera del alcance de los gatos hambrientos, y la repostería turca se apilaba al lado de los dulces tradicionales sirios.
Las empedradas calles eran una zona bastante segura para los combatientes y aquellos residentes del lado Este de Alepo que habían optado por quedarse. Seguían juntándose en esta parte de la ciudad, ajenos al hecho de que las bombas seguían cayendo en todos los otros barrios.
Esta percepción de seguridad terminaba unos metros más abajo, donde se situaba una enorme pila de escombros que marcaba el frente de batalla. Abu Assad, un rebelde de la zona rural, dirigía a un equipo que excavaba túneles y que consiguió hacer volar por los aires un hotel situado justo al lado de la Ciudadela. El edificio quedó reducido a cenizas y la explosión dañó los muros de la Ciudadela. La guerra que hasta ese momento había respetado el casco antiguo de la ciudad, ahora estaba más cerca que nunca de allí.
En nuestro primer viaje a esta ciudad partida en dos fuimos atravesando barricadas hasta acceder a una zona en la que se respiraba una profunda sensación de peligro desde que el levantamiento popular contra Asad se transformó en una insurrección armada. En Alepo se vivieron las primeras protestas ciudadanas; ahora es el epicentro de la ofensiva rebelde, que ha dejado cicatrices a lo largo y ancho de esta parte de la ciudad.
Las banderas pintadas en los muros de los complejos gubernamentales han quedado completamente destruidas por las ametralladoras. Las calles están llenas de escombros y en todas partes hay, como si fuera confeti, restos de hormigón y casquillos de balas de cobre. Los bidones de aceite en llamas nos guiaron entonces hacia el centro de la ciudad, que ya en ese momento estaba bastante desierto.
Nuestro vehículo pasó por delante de un hospital tomado por los rebeldes como cuartel general. Atravesamos la ciudad antigua, uno de los pocos lugares en los que se seguía respirando un ambiente de cierta normalidad, para dirigirnos al principal frente de batalla entre los soldados sirios y las fuerzas rebeldes: un suburbio situado en el suroeste de Alepo, Saif al-Dawla.
El sonido de las ametralladoras y de las armas pesadas, así como los chirridos de los neumáticos de las camionetas que transportaban a los hombres armados eran las señales más evidentes de que se libraba una batalla justo en la cima. Las familias que habitaban en ese barrio habían huido horas antes.
Los soldados sirios y los rebeldes habían abierto boquetes en las casas para escabullirse. Nosotros entramos en lo que quedaba de un hogar. En la cocina, todavía encontramos ollas encima de los fogones, algunas llenas de comida, y ropa colgada. Pasear por el universo íntimo de un extraño que poco antes ocupaba ese espacio cotidiano resultaba muy desconcertante.
Muchas de las personas que huyeron se marcharon a Turquía y se unieron a decenas de miles de refugiados cuyas vidas han quedado rotas por la guerra. En una intersección situada a poca distancia de los enfrentamientos, empezaban a llegar hombres de otras nacionalidades. Iban vestidos con la tradicional túnica, la dishdasha, se cubrían la cabeza con un pañuelo y algunos llevaban cinturones de balas. Se trataba de un reducido número de combatientes islámicos que se habían unido a las filas de lo que para ellos es una guerra santa.
De hecho, fueron la avanzadilla de los yihadistas. Estos últimos empezaron a llegar a Siria en mayo de 2012 y se asentaron en las zonas rurales. Prometieron apoyar a todos aquellos grupos rebeldes que no contaban con la preparación necesaria para vencer a Asad y que estaban dispuestos a aceptar ayuda externa.
Los recién llegados se situaron, aunque con cierto recelo, al lado de los rebeldes. Algunos se burlaron de los intentos de un grupo rebelde de un pueblo cercano por derribar un helicóptero sirio.
“Tú, ¡pedazo de animal!” gritó uno de los yihadistas: “Dame la dushka (un arma soviética). Sé cómo usarla”. Unos días más tarde, el rastro de los yihadistas se perdió en un suburbio llamado Salahedin. Durante el resto de 2012, muchos más se unieron a su grupo. Habían conseguido entrar a través de la porosa frontera con Turquía y empezaron a cambiar la naturaleza de una guerra que empezó como un levantamiento nacionalista y se transformó en un conflicto ideológico que no tiene fronteras.
Los yihadistas y la oposición prácticamente no se mezclan. “Tenemos que aceptarlos porque han venido a ayudarnos, ‘islámicamente’ hablando”, indica Sobhi Mohammed, un combatiente de la unidad islámica: “Somos conscientes de que no quieren lo mismo que nosotros”. Sobhi y su unidad, todos de origen obrero y procedentes de la ciudad satélite de al Bab, hacen guardia en la casa de un funcionario sirio.
Con el ruido de fondo de unos tanques abriendo fuego, los hombres intentan aprender a nadar en una piscina de agua verdosa y rodeada de sirenas de cerámica.
A finales de ese año, Sobhi murió en unos enfrentamientos que tuvieron lugar cerca de allí. Creció el número de combatientes yihadistas mientras que el de los rebeldes, disminuyó. También disminuyó el número de habitantes del Este de Alepo. Una lluvia de misiles Scud empezó a caer sobre la ciudad a finales de 2012 y los barrios se transformaron en territorio de cráteres. A principios del año siguiente, los barrios situados cerca de la histórica ciudadela de Alepo se quedaron desiertos. Los bombardeos eran prácticamente diarios. Las balas de los francotiradores cruzaban la línea que separaba el este del oeste. Las represalias del régimen contra el este estaban a punto de materializarse.
2013. Masacre en el río
A mediados de febrero de 2013 regresé a Alepo para investigar el hallazgo de más de 100 cadáveres en la orilla del río. Todos habían recibido un disparo en la cabeza. A medida que el caudal del agua había disminuido el cruel destino de esos hombres había quedado al descubierto. Todos ellos habían sido detenidos cuando cruzaban la línea de fuego. La mayoría se desplazaba de un lado a otro para ir a trabajar. Otros necesitaban ir al lado oeste para trámites burocráticos, ya que hacía tiempo que se habían cerrado las oficinas gubernamentales del lado Este.
Durante más de una semana, los lugareños no pararon de sacar cuerpos del río, y construyeron rejas y redes para atraparlos. Las familias de la zona de Bustan al Qasr, situada al Este, confirmaron que sus maridos, padres, hijos y primos habían desaparecido en los puestos de control. La mayoría fueron llevados a cárceles del régimen.
Todavía estaban por llegar episodios más oscuros. En abril de ese año, los yihadistas, que habían estado al acecho, anunciaron que ahora estaban a cargo de la situación, y relegaron a todos los grupos de la oposición, así como la causa que representan, en aras de la yihad mundial. El Estado Islámico mostró su verdadero rostro tras haber permanecido oculto en su particular Caballo de Troya durante más de un año. A continuación, eliminaron sin piedad las estructuras de poder de sus rivales e impusieron con rigor el orden islámico. La fachada de la clínica oftalmológica, que cuando estalló la guerra se convirtió en el cuartel central de los rebeldes, se pintó de negro. Las normas de los yihadistas estaban en todos lados. Las calles se quedaron todavía más vacías. Las mujeres dejaron de caminar por ellas.
Durante el resto de 2013, el este de Alepo pasó a ser uno de los lugares más peligrosos del planeta. En septiembre lo volví a visitar, en esa ocasión escoltado por un miembro de un grupo rebelde de al Bab que estaba convencido de que podía esquivar al Estado Islámico. La situación se había deteriorado todavía más. Los servicios públicos habían dejado de funcionar. Los voluntarios locales recogían los escombros y los quemaban en un enorme vertedero tóxico situado en el sur de la ciudad. Los hospitales seguían funcionando pero con muy pocos recursos.
Fuera del hospital, una ambulancia destartalada ocupaba un ángulo extraño en un sendero manchado de sangre y cerca de una pila sucia de mortajas blancas. En una pequeña repisa había una niña muerta, envuelta en una toalla rosa y abandonada a su suerte. Su cuerpo permaneció allí durante todo el día y el equipo médico, exhausto y desbordado, no le prestó atención hasta haber atendido primero a muchos moribundos.
Cerca de la clínica oftalmológica, un combatiente del EI estaba sentado en su camioneta y con una metralleta apuntando al cielo. Los yihadistas estaban esperando la llegada de aviones de combate de Estados Unidos. Ninguno llegó pero, en cambio, sí llegaron helicópteros sirios. Atacaron lo que quedaba de los suburbios del este de Alepo con explosivos improvisados que envasaron dentro de barriles.
2014. La ciudad bajo el régimen
A principios del año siguiente, la situación en Alepo se había deteriorado todavía más. En enero, los grupos rebeldes que durante los nueve meses anteriores habían luchado junto al EI se alzaron en armas contra los extremistas y consiguieron expulsarlos de la ciudad y también de las zonas rurales. El Estado Islámico se retiró a al Bab, que desde entonces es su posición situada más al oeste del país. Volvía a ser posible acceder a la ciudad, o lo que quedaba de ella, pero bajo la estrecha vigilancia de los soldados del régimen, que consiguieron rodear el Este.
En el norte quedó una tierra de nadie, conocida como la “Carretera de Castello”. Llevaba a una zona industrial que antaño fue un motor crucial de la economía siria pero que en la actualidad no es más que un vertedero de silos destruidos y fábricas que han sido bombardeadas en repetidas ocasiones. Este viaje en carretera es uno de los más peligrosos del país.
En las afueras de la ciudad, prácticamente ya no quedaba nadie, salvo reducidos grupos rebeldes equipados con radios y cuya misión era hacer un seguimiento de los milicianos partidarios del régimen de Asad que patrullan por esa zona. Tres hospitales que estaban operativos durante nuestro viaje anterior, ahora habían sido destruidos por los bombardeos. Gran parte de la ciudad estaba desierta. En las grandes avenidas, que en el pasado canalizaron el intenso ir y venir de trabajadores de la periferia, ahora reinaba un siniestro silencio.
En cambio, la Ciudad Antigua había conseguido mantenerse al margen de los combates. Los mercados seguían funcionando. Los carniceros colgaban las carcasas fuera del alcance de los gatos hambrientos, y la repostería turca se apilaba al lado de los dulces tradicionales sirios.
Las empedradas calles eran una zona bastante segura para los combatientes y aquellos residentes del lado Este de Alepo que habían optado por quedarse. Seguían juntándose en esta parte de la ciudad, ajenos al hecho de que las bombas seguían cayendo en todos los otros barrios.
Esta percepción de seguridad terminaba unos metros más abajo, donde se situaba una enorme pila de escombros que marcaba el frente de batalla. Abu Assad, un rebelde de la zona rural, dirigía a un equipo que excavaba túneles y que consiguió hacer volar por los aires un hotel situado justo al lado de la Ciudadela. El edificio quedó reducido a cenizas y la explosión dañó los muros de la Ciudadela. La guerra que hasta ese momento había respetado el casco antiguo de la ciudad, ahora estaba más cerca que nunca de allí.
Los aviones de guerra sobrevuelan el cielo
En diciembre de 2014, visité la ciudad por última vez. Me costó mucho encontrar a personas que vivieran en el lado Este. Las que habían resistido todos estos meses, querían permanecer en sus casas hasta el final. Umm Abdu, una modista que en el pasado hacía vestidos de novia y que ahora trabajaba como enfermera, era una de ellas. Se desplazaba desde el casco antiguo hasta un hospital cercano, con una pistola atada a su cintura, para atender a combatientes y civiles. Su marido y uno de sus hijos habían muerto en la guerra. Todos sus conocidos tenían alguna historia trágica que contar. El Este de Alepo se había quedado sin electricidad y sin suministro de agua. La carretera para ir a las afueras de la ciudad estaba cubierta de barro. Un muro de arena protegía la carretera del ataque de los francotiradores y los aviones de guerra sobrevolaban el cielo.
En el último año y medio ha sido imposible acceder al lado Este de Alepo y durante ese tiempo la agonía en esta ciudad dividida se ha intensificado. Las fuerzas rusas han destruido los servicios básicos. Solo dos hospitales y dos clínicas minúsculas siguen funcionando, con tan solo 11 ambulancias operativas.
Umm Abdu ha huido de Alepo. De hecho, muy pocas personas que conocí en viajes anteriores se quedaron en la ciudad. La ofensiva liderada por Rusia ha arrasado el Este y las milicias progubernamentales se preparan para entrar.
Tras 3.000 años resistiendo de pie, Alepo finalmente se rinde, de rodillas.
Traducido por Emma Reverter
En diciembre de 2014, visité la ciudad por última vez. Me costó mucho encontrar a personas que vivieran en el lado Este. Las que habían resistido todos estos meses, querían permanecer en sus casas hasta el final. Umm Abdu, una modista que en el pasado hacía vestidos de novia y que ahora trabajaba como enfermera, era una de ellas. Se desplazaba desde el casco antiguo hasta un hospital cercano, con una pistola atada a su cintura, para atender a combatientes y civiles. Su marido y uno de sus hijos habían muerto en la guerra. Todos sus conocidos tenían alguna historia trágica que contar. El Este de Alepo se había quedado sin electricidad y sin suministro de agua. La carretera para ir a las afueras de la ciudad estaba cubierta de barro. Un muro de arena protegía la carretera del ataque de los francotiradores y los aviones de guerra sobrevolaban el cielo.
En el último año y medio ha sido imposible acceder al lado Este de Alepo y durante ese tiempo la agonía en esta ciudad dividida se ha intensificado. Las fuerzas rusas han destruido los servicios básicos. Solo dos hospitales y dos clínicas minúsculas siguen funcionando, con tan solo 11 ambulancias operativas.
Umm Abdu ha huido de Alepo. De hecho, muy pocas personas que conocí en viajes anteriores se quedaron en la ciudad. La ofensiva liderada por Rusia ha arrasado el Este y las milicias progubernamentales se preparan para entrar.
Tras 3.000 años resistiendo de pie, Alepo finalmente se rinde, de rodillas.
Traducido por Emma Reverter