Conforme Europa ha forcejeado con el trauma de una devastadora crisis financiera y económica, los formuladores de políticas han dependido sistemáticamente de un enfoque para manejar los daños: la austeridad presupuestaria.
THE NEW YORK TIMES
24 oct 2016
Foto: Pixabay
Si se reduce el gasto gubernamental por medio del recorte de las pensiones y de los programas sociales, sostiene la lógica, los mercados tendrán confianza en la gente de mentalidad dura que está a cargo. Entrará el dinero y llegarán los tiempos buenos. Aun cuando la prosperidad ha seguido siendo dolorosamente elusiva en la mayor parte de Europa, los dirigentes han renovado una y otra vez su fe en las virtudes de esta dura medicina.Hasta ahora.
Algunos formuladores de políticas están exhibiendo signos tentativos de que podrían estar preparados para aflojar su control sobre las arcas públicas para impulsar el crecimiento y mejorar a muchas personas comunes que padecen desempleo y menor riqueza. En el signo más claro de este cambio, la sumamente endeudada Italia está inclinada, cada vez más, a desafiar a Alemania —la guardiana de la austeridad— para aflojar las cintas de la bolsa europea.
Esto surge después del asombroso voto británico para abandonar a la Unión Europea, un enojado reproche de la elite económica dentro de las comunidades que están batallando y cuando ganan impulso los movimientos populistas, en contra de la inmigración, en todo el continente. Sobre todo, el cambio podría ser un antídoto a los años de políticas europeas dogmáticas que reemplazaron un fallido esfuerzo por generar el crecimiento económico por medio del recorte al gasto con el centro puesto en reforzar la inversión.
El lugar más obvio donde se está desarrollando la nueva dinámica es Gran Bretaña. Antes del voto del 23 de junio por el "Brexit", el hombre a cargo del presupuesto, el canciller de la hacienda pública, George Osborne, buscaba públicamente el objetivo de entregar un excedente presupuestario para el 2020. El objetivo requería recortes.
Sin embargo, a medida que la clase política absorbió el resultado del referendo, y lo interpretó como una demanda para compensar a las comunidades que padecen un desempleo elevado y un estancamiento en los salarios, Osborne reconoció que ya no se podría alcanzar su objetivo. Su sucesor, Philip Hammond, ha subido la apuesta. En un discurso reciente, durante una reunión anual del gobernante Partido Conservador, el nuevo canciller declaró que el gobierno pediría prestado más para financiar nuevos proyectos de infraestructura, con lo que, presumiblemente, se crearían empleos en la construcción y las manufacturas.
El recorte presupuestario ha dado lugar a un gasto nuevo en gran parte por los temores de las consecuencias económicas de un proceso potencialmente tortuoso en el divorcio de Gran Bretaña y Europa.
Se espera que se reduzca la inversión lo cual refleja una incertidumbre grave. Las exportaciones británicas podrían estar amenazadas. Los empleos altamente remunerados en las finanzas podrían cambiar de Gran Bretaña a otros países del continente.
Cualquier alteración a la política económica europea involucra, inevitablemente, a Alemania. La economía más grande de la región, ejerce una influencia descomunal en las palancas de la política económica.
La Unión Europea mantiene normas que limitan los déficit presupuestarios y las cargas de la deuda pública. Los países que exceden los límites están sujetos a negociaciones sobre las consecuencias. Para Alemania, esas normas son inmutables (a menos que Alemania sea la que está pidiendo tolerancia). Al punto de vista económico de Alemania, dicen los analistas, lo dominan juicios moralistas y un temor grave a la inflación. Los déficit reflejan debilidad en la voluntad y socaban el valor del dinero. La prosperidad surge de la disciplina y el sacrificio.
Alemania, dicen los economistas, está, realmente combatiendo a un fantasma: la verdadera amenaza no es la inflación, sino lo contrario, la deflación, o la caída de los precios. Cuando están cayendo los precios, eso significa que la demanda de bienes y servicios es débil y eso reduce el incentivo para que los negocios se expandan y haya contrataciones.
Foto: Pixabay
Si se reduce el gasto gubernamental por medio del recorte de las pensiones y de los programas sociales, sostiene la lógica, los mercados tendrán confianza en la gente de mentalidad dura que está a cargo. Entrará el dinero y llegarán los tiempos buenos. Aun cuando la prosperidad ha seguido siendo dolorosamente elusiva en la mayor parte de Europa, los dirigentes han renovado una y otra vez su fe en las virtudes de esta dura medicina.Hasta ahora.
Algunos formuladores de políticas están exhibiendo signos tentativos de que podrían estar preparados para aflojar su control sobre las arcas públicas para impulsar el crecimiento y mejorar a muchas personas comunes que padecen desempleo y menor riqueza. En el signo más claro de este cambio, la sumamente endeudada Italia está inclinada, cada vez más, a desafiar a Alemania —la guardiana de la austeridad— para aflojar las cintas de la bolsa europea.
Esto surge después del asombroso voto británico para abandonar a la Unión Europea, un enojado reproche de la elite económica dentro de las comunidades que están batallando y cuando ganan impulso los movimientos populistas, en contra de la inmigración, en todo el continente. Sobre todo, el cambio podría ser un antídoto a los años de políticas europeas dogmáticas que reemplazaron un fallido esfuerzo por generar el crecimiento económico por medio del recorte al gasto con el centro puesto en reforzar la inversión.
El lugar más obvio donde se está desarrollando la nueva dinámica es Gran Bretaña. Antes del voto del 23 de junio por el "Brexit", el hombre a cargo del presupuesto, el canciller de la hacienda pública, George Osborne, buscaba públicamente el objetivo de entregar un excedente presupuestario para el 2020. El objetivo requería recortes.
Sin embargo, a medida que la clase política absorbió el resultado del referendo, y lo interpretó como una demanda para compensar a las comunidades que padecen un desempleo elevado y un estancamiento en los salarios, Osborne reconoció que ya no se podría alcanzar su objetivo. Su sucesor, Philip Hammond, ha subido la apuesta. En un discurso reciente, durante una reunión anual del gobernante Partido Conservador, el nuevo canciller declaró que el gobierno pediría prestado más para financiar nuevos proyectos de infraestructura, con lo que, presumiblemente, se crearían empleos en la construcción y las manufacturas.
El recorte presupuestario ha dado lugar a un gasto nuevo en gran parte por los temores de las consecuencias económicas de un proceso potencialmente tortuoso en el divorcio de Gran Bretaña y Europa.
Se espera que se reduzca la inversión lo cual refleja una incertidumbre grave. Las exportaciones británicas podrían estar amenazadas. Los empleos altamente remunerados en las finanzas podrían cambiar de Gran Bretaña a otros países del continente.
Cualquier alteración a la política económica europea involucra, inevitablemente, a Alemania. La economía más grande de la región, ejerce una influencia descomunal en las palancas de la política económica.
La Unión Europea mantiene normas que limitan los déficit presupuestarios y las cargas de la deuda pública. Los países que exceden los límites están sujetos a negociaciones sobre las consecuencias. Para Alemania, esas normas son inmutables (a menos que Alemania sea la que está pidiendo tolerancia). Al punto de vista económico de Alemania, dicen los analistas, lo dominan juicios moralistas y un temor grave a la inflación. Los déficit reflejan debilidad en la voluntad y socaban el valor del dinero. La prosperidad surge de la disciplina y el sacrificio.
Alemania, dicen los economistas, está, realmente combatiendo a un fantasma: la verdadera amenaza no es la inflación, sino lo contrario, la deflación, o la caída de los precios. Cuando están cayendo los precios, eso significa que la demanda de bienes y servicios es débil y eso reduce el incentivo para que los negocios se expandan y haya contrataciones.