Por Rafael Freire Neto
7 OCT, 2016
Los movimientos sociales de nuestro hemisferio están en un momento crucial. Las fuerzas conservadoras y reaccionarias del continente han lanzado una ofensiva de derechas en toda América, incluyendo fórmulas electorales como en Argentina, golpe de Estado en Honduras, Paraguay y Brasil, y desestabilización y rupturas de las instituciones en otros países. Sobre ese nuevo escenario quieren imponer al sindicalismo y a los movimientos sociales la lógica de “negociar para perder menos”. Ese sería un camino totalmente equivocado para los sectores populares. La resistencia debe ser parte del relanzamiento del ciclo progresista, superando sus límites. Tenemos mucho para defender y aún mucho más para conquistar.
En noviembre del 2005, en Mar del Plata, Argentina, culminó una larga jornada de luchas contra el proyecto del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) impulsado por el gobierno de los EE.UU. En torno al ALCA, los 34 países involucrados negociaban un conjunto de cláusulas que llevarían a la precarización de las condiciones de trabajo, a la privatización de servicios, al bloqueo de políticas de desarrollo en los países de América Latina y a la profundización de su dependencia en relación a Washington.
7 OCT, 2016
Los movimientos sociales de nuestro hemisferio están en un momento crucial. Las fuerzas conservadoras y reaccionarias del continente han lanzado una ofensiva de derechas en toda América, incluyendo fórmulas electorales como en Argentina, golpe de Estado en Honduras, Paraguay y Brasil, y desestabilización y rupturas de las instituciones en otros países. Sobre ese nuevo escenario quieren imponer al sindicalismo y a los movimientos sociales la lógica de “negociar para perder menos”. Ese sería un camino totalmente equivocado para los sectores populares. La resistencia debe ser parte del relanzamiento del ciclo progresista, superando sus límites. Tenemos mucho para defender y aún mucho más para conquistar.
En noviembre del 2005, en Mar del Plata, Argentina, culminó una larga jornada de luchas contra el proyecto del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) impulsado por el gobierno de los EE.UU. En torno al ALCA, los 34 países involucrados negociaban un conjunto de cláusulas que llevarían a la precarización de las condiciones de trabajo, a la privatización de servicios, al bloqueo de políticas de desarrollo en los países de América Latina y a la profundización de su dependencia en relación a Washington.
Con el ALCA, el gobierno estadunidense quería extender el TLCAN (el tratado de libre comercio que abarca EE.UU., Canadá y México) a todo el Continente. Con ese antecedente, teníamos una experiencia clara en pleno desarrollo que mostraba que el libre comercio era negativo para los trabajadores de los tres países involucrados.
Por eso, el sindicalismo del Continente se movilizó tempranamente para cuestionar lo que estaba siendo negociado. Realizamos la primera manifestación cuando se produjo una ronda de negociaciones en Belo Horizonte, Brasil, en 1997. En 2005, esa lucha llegó a su punto más alto y salimos victoriosos. Para llegar a ese resultado fue fundamental que en muchos países avanzaran las posiciones progresistas en la sociedad civil y en espacios gubernamentales. La derrota del ALCA reflejó el ascenso social y político de posiciones progresistas.
Paramos el ALCA y eso permitió un ambiente de iniciativas de integración regional como UNASUR, CELAC y ALBA y un renovado Mercosur. Finalmente, la presión de nuestros pueblos hizo que el propio gobierno de los EE.UU. reconociera el fracaso de su política de bloqueo a Cuba e iniciara un proceso para restablecer las relaciones. Fue también la presión regional la que en 2009 rechazó la intención del gobierno colombiano, bajo presidencia de Álvaro Uribe, de ampliar la presencia militar estadunidense; y fue la acción regional la que creó las condiciones para que una nueva negociación entre el gobierno y las FARC llegase ahora a buen término, después de cuatro años de tentativas.
En varios países vimos avanzar la negociación colectiva y fortalecerse la organización sindical. En algunos hubo mejoras sustanciales en el salario mínimo y en la formalización del mercado de trabajo, recuperando incluso la seguridad social. En varios casos se dieron políticas agrarias y agrícolas que fortalecieron al campesinado. Políticas sociales de nuevo cuño permitieron retirar a grandes contingentes del hambre y de la pobreza. En varios países hubo avances en los derechos de la mujer, de los afrodescendientes y de los pueblos originarios, de la juventud y de la población LGTB.
No es momento de repliegue
Mirado desde esa perspectiva, la impresión era de estar en una fase muy diferente a la de los años 1990. Sea en términos geopolíticos o de política regional, sea en términos de cohesión de las sociedades, sea en términos de derechos sociales y civiles. Y de hecho lo estuvimos, pero no de forma plena. Expliquemos por qué.
En primer lugar, aunque en muchos países verificamos avances, en otros la coyuntura continuó dominada por la agenda anterior, del neoliberalismo y el libre comercio. En Mar del Plata el ALCA fue derrotado, sin embargo, en los años sucesivos, esa estrategia avanzó en los países donde encontró eco en acuerdos bilaterales de libre comercio (Chile, Colombia, Perú) o sub-regionales (América Central y República Dominicana).
Pero hubo un segundo aspecto que nos cuestionó mucho. En el nuevo escenario, en el que varios países ensayaron la superación del neoliberalismo, las fuerzas gubernamentales, para garantizar la gobernabilidad institucional, desvirtuaron el papel de los sectores sociales y, en particular, del movimiento sindical. Es decir, había avances sociales en algunos aspectos y estancamientos, e incluso retrocesos, en otros.
Esa estrategia de gobernabilidad hizo que fueran quedándose por el camino un conjunto importante de reivindicaciones sociales muy caras a los sectores populares. Fueron pocos los países donde se avanzó en el reconocimiento y promoción de las libertades sindicales. En general, los gobiernos buscaron la sustentación económica de sus modelos post neoliberales en una profundización de estrategias que se enfrentaban a reivindicaciones sociales de los pueblos originarios o entraban en contradicciones con cuestiones ambientales sensibles.
Y, si mejoraron en varios países los indicadores sociales, no hubo grandes transformaciones estructurales que garantizaran la permanencia de esas conquistas. Es así que, cuando las fuerzas conservadoras y reaccionarias consiguieron retomar la iniciativa, se encontraron frente a experiencias con grandes contradicciones, con muchos flancos por los que ser atacadas, y que, en varios casos, el pueblo tenía dificultad de defender como suyas.
Pero, la coyuntura de la lucha contra el neoliberalismo y por la democracia, que tuvo su punto alto en la derrota del ALCA en el 2005 y tuvo efectos positivos en varios países, no está cerrada.
Lo afirmamos porque, por un lado, esas fuerzas políticas de la derecha no tienen un programa económico y social que puedan contraponer a la agenda de los pueblos, tal como lo hicieron en los años 1980/90 con el auge del neoliberalismo. Ahora buscan aprovechar las contradicciones y debilidades del campo popular.
Y al mismo tiempo, por el otro lado, las fuerzas sociales y sindicales están hoy mucho más organizadas, cohesionadas y movilizadas que en los años 1990. Es más, grandes contingentes de la población vienen de experimentar conquistas reales en sus condiciones de vida y trabajo. Saben que es posible mejorar los niveles sociales, que no es una utopía. Tienen conquistas para defender y se les ha generado nuevas expectativas de mejoras.
Por eso, a pesar de la ofensiva de la derecha económica y política en nuestros países, no es momento de retirada, ni de repliegue, ni de una táctica – como la que vemos en otras latitudes en el sindicalismo internacional– de “negociar para perder menos”. Atravesamos una coyuntura que mostró que hay condiciones de tener conquistas sociales y políticas importantes para el pueblo.
El gran desafío que nos pusimos en el Encuentro Hemisférico a 10 Años de la Derrota del ALCA en La Habana, Cuba, a finales del 2015, fue justamente el de crear las condiciones organizativas y programáticas para una amplia unidad popular continental en defensa de la democracia y contra el neoliberalismo, en sus facetas más agresivas, los nuevos tratados de libre comercio y el accionar de las empresas multinacionales.
Lo conseguimos a comienzos de este siglo y lo podemos conseguir nuevamente, siempre que superemos las limitaciones y las deformaciones que sufrieron los avances progresistas de la coyuntura regional.
Por eso, trabajaremos con todas nuestras fuerzas y energía, junto con otros movimientos y organizaciones sociales, por la Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo.
El día 4 de noviembre de 2016, gritemos a una sola voz: ¡Ni un paso atrás! ¡Los pueblos seguimos en lucha por nuestra integración, autodeterminación y soberanía, contra el libre comercio y las transnacionales!
Rafael Freire Neto es secretario de Política Económica y Desarrollo Sustentable de la Confederación Sindical de Trabajadores y Trabajadoras de las Américas (CSA).
Por eso, el sindicalismo del Continente se movilizó tempranamente para cuestionar lo que estaba siendo negociado. Realizamos la primera manifestación cuando se produjo una ronda de negociaciones en Belo Horizonte, Brasil, en 1997. En 2005, esa lucha llegó a su punto más alto y salimos victoriosos. Para llegar a ese resultado fue fundamental que en muchos países avanzaran las posiciones progresistas en la sociedad civil y en espacios gubernamentales. La derrota del ALCA reflejó el ascenso social y político de posiciones progresistas.
Paramos el ALCA y eso permitió un ambiente de iniciativas de integración regional como UNASUR, CELAC y ALBA y un renovado Mercosur. Finalmente, la presión de nuestros pueblos hizo que el propio gobierno de los EE.UU. reconociera el fracaso de su política de bloqueo a Cuba e iniciara un proceso para restablecer las relaciones. Fue también la presión regional la que en 2009 rechazó la intención del gobierno colombiano, bajo presidencia de Álvaro Uribe, de ampliar la presencia militar estadunidense; y fue la acción regional la que creó las condiciones para que una nueva negociación entre el gobierno y las FARC llegase ahora a buen término, después de cuatro años de tentativas.
En varios países vimos avanzar la negociación colectiva y fortalecerse la organización sindical. En algunos hubo mejoras sustanciales en el salario mínimo y en la formalización del mercado de trabajo, recuperando incluso la seguridad social. En varios casos se dieron políticas agrarias y agrícolas que fortalecieron al campesinado. Políticas sociales de nuevo cuño permitieron retirar a grandes contingentes del hambre y de la pobreza. En varios países hubo avances en los derechos de la mujer, de los afrodescendientes y de los pueblos originarios, de la juventud y de la población LGTB.
No es momento de repliegue
Mirado desde esa perspectiva, la impresión era de estar en una fase muy diferente a la de los años 1990. Sea en términos geopolíticos o de política regional, sea en términos de cohesión de las sociedades, sea en términos de derechos sociales y civiles. Y de hecho lo estuvimos, pero no de forma plena. Expliquemos por qué.
En primer lugar, aunque en muchos países verificamos avances, en otros la coyuntura continuó dominada por la agenda anterior, del neoliberalismo y el libre comercio. En Mar del Plata el ALCA fue derrotado, sin embargo, en los años sucesivos, esa estrategia avanzó en los países donde encontró eco en acuerdos bilaterales de libre comercio (Chile, Colombia, Perú) o sub-regionales (América Central y República Dominicana).
Pero hubo un segundo aspecto que nos cuestionó mucho. En el nuevo escenario, en el que varios países ensayaron la superación del neoliberalismo, las fuerzas gubernamentales, para garantizar la gobernabilidad institucional, desvirtuaron el papel de los sectores sociales y, en particular, del movimiento sindical. Es decir, había avances sociales en algunos aspectos y estancamientos, e incluso retrocesos, en otros.
Esa estrategia de gobernabilidad hizo que fueran quedándose por el camino un conjunto importante de reivindicaciones sociales muy caras a los sectores populares. Fueron pocos los países donde se avanzó en el reconocimiento y promoción de las libertades sindicales. En general, los gobiernos buscaron la sustentación económica de sus modelos post neoliberales en una profundización de estrategias que se enfrentaban a reivindicaciones sociales de los pueblos originarios o entraban en contradicciones con cuestiones ambientales sensibles.
Y, si mejoraron en varios países los indicadores sociales, no hubo grandes transformaciones estructurales que garantizaran la permanencia de esas conquistas. Es así que, cuando las fuerzas conservadoras y reaccionarias consiguieron retomar la iniciativa, se encontraron frente a experiencias con grandes contradicciones, con muchos flancos por los que ser atacadas, y que, en varios casos, el pueblo tenía dificultad de defender como suyas.
Pero, la coyuntura de la lucha contra el neoliberalismo y por la democracia, que tuvo su punto alto en la derrota del ALCA en el 2005 y tuvo efectos positivos en varios países, no está cerrada.
Lo afirmamos porque, por un lado, esas fuerzas políticas de la derecha no tienen un programa económico y social que puedan contraponer a la agenda de los pueblos, tal como lo hicieron en los años 1980/90 con el auge del neoliberalismo. Ahora buscan aprovechar las contradicciones y debilidades del campo popular.
Y al mismo tiempo, por el otro lado, las fuerzas sociales y sindicales están hoy mucho más organizadas, cohesionadas y movilizadas que en los años 1990. Es más, grandes contingentes de la población vienen de experimentar conquistas reales en sus condiciones de vida y trabajo. Saben que es posible mejorar los niveles sociales, que no es una utopía. Tienen conquistas para defender y se les ha generado nuevas expectativas de mejoras.
Por eso, a pesar de la ofensiva de la derecha económica y política en nuestros países, no es momento de retirada, ni de repliegue, ni de una táctica – como la que vemos en otras latitudes en el sindicalismo internacional– de “negociar para perder menos”. Atravesamos una coyuntura que mostró que hay condiciones de tener conquistas sociales y políticas importantes para el pueblo.
El gran desafío que nos pusimos en el Encuentro Hemisférico a 10 Años de la Derrota del ALCA en La Habana, Cuba, a finales del 2015, fue justamente el de crear las condiciones organizativas y programáticas para una amplia unidad popular continental en defensa de la democracia y contra el neoliberalismo, en sus facetas más agresivas, los nuevos tratados de libre comercio y el accionar de las empresas multinacionales.
Lo conseguimos a comienzos de este siglo y lo podemos conseguir nuevamente, siempre que superemos las limitaciones y las deformaciones que sufrieron los avances progresistas de la coyuntura regional.
Por eso, trabajaremos con todas nuestras fuerzas y energía, junto con otros movimientos y organizaciones sociales, por la Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo.
El día 4 de noviembre de 2016, gritemos a una sola voz: ¡Ni un paso atrás! ¡Los pueblos seguimos en lucha por nuestra integración, autodeterminación y soberanía, contra el libre comercio y las transnacionales!
Rafael Freire Neto es secretario de Política Económica y Desarrollo Sustentable de la Confederación Sindical de Trabajadores y Trabajadoras de las Américas (CSA).