20 nov 2014
China quiere reemplazar a Estados Unidos
El Confidencial
Fareed Zakaria
© AP Xi Jinping recibe a Obama en Pekín. (EFE)
Moscú continúa enviando tropas a Ucrania y parece evidente que la Rusia deVladimir Putin plantea un desafío frontal a Estados Unidos y al mundo occidental. Pero, a largo plazo, el mayor desafío no es un ataque militar ruso, sino los movimientos pacientes, constantes y no militares de China. Rusia es un gran poder en declive. Su economía solamente equivale al 3,4 por ciento del PIB mundial. Mientras, y de acuerdo al Banco Mundial, la de China se estima en casi un 16 por ciento y es ya casi cuatro veces el tamaño de Japón y cinco veces el de Alemania.
Los presidentes Obama y Xi Jinping merecen los elogios que están recibiendo por su acuerdo histórico sobre el cambio climático, que sugiere que los Estados Unidos y China avanzan hacia una relación nueva y productiva. Aunque resulta que, incluso mientras este acuerdo se está negociando, el gobierno de Xi ha estado realizando planes para una política exterior muy diferente, una política que busca reemplazar el sistema estadounidense internacional construido luego de 1945 por uno propio. Si China continúa por este camino, constituiría el cambio más significativo y peligroso en la política internacional que haya tenido lugar en los últimos 25 años.
Se ha reconocido abiertamente que Xi dirigió el aumento de la retórica nacionalista en los últimos años, retórica que en gran parte fue antiestadounidense. En realidad, dicha retórica nunca había desaparecido. Incluso en los años mucho más apacibles de Hu Jintao, se percibió un incremento en libros como The China Dream: Great Power Thinking and Strategic Posture in the Post-American Era, que explícitamente apelaba a Pekín a buscar la supremacía mundial, reemplazando la de los Estados Unidos, y así ofrecer al mundo un liderazgo más inteligente y benevolente.
Aunque la retórica nacionalista ha estado circulando en China durante mucho tiempo, su intensidad parece haber aumentado bruscamente. En un recuento realizado por el periódico internacional Christian Science Monitor, se encontró que el número de polémicas anti-occidentales publicadas en el periódico People's Daily en el año 2014, se ha triplicado en comparación con el mismo período del año pasado. Tal vez resulta aún más importante que China ha dado comienzo a una campaña paciente, discreta pero persistente, para proponer alternativas a los acuerdos internacionales en Asia y más allá. Hay algunos en Pekín que desean pasar de ser antiestadounidenses a post-estadounidenses.
El verano pasado, China encabezó un acuerdo con Brasil, Rusia, India y Sudáfrica (el resto de países que conforman el club BRICS) para crear una organización financiera que presentaría un desafío al Fondo Monetario Internacional. En octubre, Pekín creó un Banco Asiático de Inversión para infraestructura, de 50 mil millones, específicamente como una alternativa al Banco Mundial. Y la semana pasada, Xi declaró que China invertiría 40 mil millones para “restablecer” la antigua ruta comercial de la Ruta de la Seda para fomentar el desarrollo en la región. “Mientras crezca la fuerza nacional” dijo Xi, “China se encontrará más preparada y dispuesta para proporcionar más bienes de interés público para la región de Asia y del Pacífico y del mundo entero”.
Sería un gran paso adelante si China produjese una mayor cantidad de “bienes de interés público” (en referencia a las cosas que las personas necesitamos y disfrutamos pero no pagamos, como por ejemplo, parques nacionales o el aire limpio). Pero, aparentemente Pekín quiere financiar bienes de una manera que reemplaza el sistema internacional existente, en vez de reforzarlo. En los últimos años, China ha realizado serios esfuerzos para excluir a una nación en particular de todos sus planes: los Estados Unidos.
Fue defensora de una “Cumbre del Asia Oriental”, un foro asiático que estaría libre de la influencia estadounidense y que no funcionó. Xi dio un importante discurso en mayo acerca de la seguridad asiática, en la conferencia sobre la interacción y las medidas de fomento de la confianza en Asia, un grupo poco conocido del cual Pekín es devoto y cuyo mayor mérito parece ser la ausencia de la participación norteamericana. Xi dijo en este discurso: “Los pueblos de Asia tienen la responsabilidad de ocuparse de los asuntos de Asia... y de defender la seguridad en Asia”. Obviamente, hay solo un país fuera de Asia que claramente juega un rol central en el mantenimiento de la seguridad de la región.
Que China encaje en un sistema existente, va en contra de sus tradiciones históricas más profundas. En su reciente libro World Order, Henry Kissinger menta que China nunca ha estado a gusto con la idea de un sistema global con estados igualitarios. “[Históricamente] China se consideraba a sí misma, de alguna manera, el único gobierno soberano del mundo... La diplomacia no era un proceso de negociación entre múltiples intereses soberanos, sino una serie de ceremonias ideadas cuidadosamente, en las cuales se otorgaba la oportunidad a las sociedades extranjeras de afirmar su lugar asignado en la jerarquía mundial”. Aquella en la que China ocupaba el primer lugar.
Estos son indicios preocupantes, no porque haya indicios de que los esfuerzos de Pekín vayan a triunfar. Tal vez no lo hagan. Muchos de sus planes han despertado oposición. Sin embargo, si China utiliza su creciente influencia para continuar pidiendo a los países que elijan entre los acuerdos existentes o los nuevos, se podrían crear las condiciones para un nuevo tipo de Guerra Fría en Asia. Ciertamente ayudará a socavar y destruir el orden internacional actual, que había sido una base sobre la cual la paz y prosperidad han avanzado en Asia durante siete décadas.
© 2014, The Washington Post Writers Group