Por Amílcar Salas Oroño
Tan sólo 48 horas después de que Dilma Rousseff fuera reelecta para un nuevo período, la Cámara de Diputados decidió no convalidar el Decreto 8243 de este año que establecía la Política Nacional de Participación Social, una serie de mecanismos participativos – muchos de los cuales ya se implementan- que requerían de ciertas reglamentaciones. Componiendo la votación contraria al Decreto, sectores opositores y, al mismo tiempo, sectores aliados al gobierno, especialmente una parte del PMDB. El dato viene a sintetizar un problema mediato que deberá encarar Dilma en su próximo gobierno: el juego de intercambios y dinámicas del sistema político y la relación con los aliados. Esto mismo a lo que apuntó la Presidenta en su primer mensaje una vez confirmada su reelección: la Reforma Política.
Mayorías gubernamentales y dispersión política
Desde el punto de vista de sus resultados, el Partido dos Trabalhadores ha sido un exitoso constructor de mayorías desde que accedió al gobierno en el 2003. La progresiva ampliación de su coalición presidencial – pasó de 5 a 9 partidos durante los mandatos de Lula a Dilma – ha permitido dos objetivos básicos: vehiculizar una “agenda de cambios” y, según las circunstancias, lograr frenar los “climas destituyentes” que oportunamente se instalaron. Sin embargo, esta última elección presidencial puso de manifiesto ciertas circunstancias que colocan al PT frente a la necesidad de realizar algunos reajustes respecto de su “política de alianzas”, si es que no quiere continuar reforzando una tendencia que viene proyectándose desde hace tiempo: la descaracterización ideológica de la coalición gubernamental, algo advertido e indicado desde las calles en las movilizaciones de junio del 2013 y que se expresa, también, en la fragmentación y dispersión política del próximo Congreso Nacional.
En ese sentido, se torna necesaria para el PT una substantiva modificación en lo que respecta a la “política de alianzas”. Sobre todo porque la actuación (en todos estos años) de ciertos partidos aliados y los discursos públicos de algunos de sus líderes han desdibujando los contornos programáticos de lo que el propio PT le viene a proponer a la sociedad. Más allá de los acompañamientos institucionales, buena parte de los aliados, subidos a los efectos beneficiosos de mantenerse al interior del lulismo(como expresión genérica de articulación política, transferible también a Dilma), desde un punto de vista discursivo no han articulado una visión política común con la agenda gubernamental y, más de las veces, han simplemente adaptado sus perfiles específicos y locales a los formatos de la ideología dominante, sin forzar una mínima crítica con las representaciones sociales establecidas. Esta separación y desacople ideológico es lo que explica la expansión cada vez mayor de candidaturas vinculadas con intereses puntuales – seguridad, agronegocio, etc.- dentro de la propia coalición gubernamental, a contramano de reforzar un punto de vista más general, político.
De allí también un número importante de distorsiones respecto de la correspondencia entre las elecciones estaduales y los resultados para Presidente. De un lado, aliados del PT que lograron votaciones contundentes para sus cargos a gobernadores o diputados mientras que, por otro lado, en esos mismos distritos Dilma Rousseff quedó muy por debajo de Aecio Neves. Es el caso, por ejemplo, de lo ocurrido en Santa Catarina, donde el PSD (aliado del PT) obtuvo con comodidad la gobernación mientras que allí Aecio Neves sacó su porcentaje más alto (64,59%) respecto de Dilma (35,41%), incluso más que en San Pablo. Un fenómeno de desmarcarse que tuvo, quizás, a varios líderes del PMDB como principales protagonistas
Marchas y contramarchas para Dilma Rousseff
No había transcurrido una semana de la victoria de Dilma Rosseff para su segundo mandato que en la Av. Paulista se convocaron el sábado 1 de noviembre sectores que, sin ningún tipo de mediaciones, volvieron a expresar su vehemencia antidemocrática. Como prolongación de los exabruptos que se verbalizaron durante la última campaña, se trató de un reducido grupo – aunque hubo otros “actos” de la misma convocatoria en Brasilia, Manaus y Curitiba- pidiendo desde el impeachment a Dilma a un nuevo recuento de los votos – negado por el Tribunal Supremo Electoral, por falta de argumentos- o la intervención directa de los militares, bajo la exaltación permanente de quienes condujeron el acto en relación a lo que representa la Policía Militar (esa misma Policía Militar que unos días después fue indicada por la muerte alevosa y planificada de 9 personas en los barrios periféricos de Belén, en Pará). Estos actos y expresiones no son algo inaudito ni en la historia brasileña ni en la latinoamericana, pero aparecen bajo los nuevos ropajes de los tiempos: derechas no convencionales y reaccionarias que en determinados momentos quiebran los límites de sus silencios y salen a publicitarse. Ocurrió en los últimos años en Venezuela, en Bolivia – al momento de los conflictos por las autonomías regionales- y en Argentina, según el discurso de ciertos núcleos duros de los “cacerolazos” a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Dos factores impulsan a la aparición de estas posiciones antidemocráticas. De un lado, los medios de comunicación hegemónicos, decididos a continuar en la misma secuencia de informaciones tendenciosas y “espectacularizadas” de crítica al gobierno. Del otro, una “ideología de mercado” (que Aecio Neves logró expresar y extender) y que se ha convertido en una plataforma cognitiva para amplios sectores de la ciudadanía y que minimiza – y, por momentos, desprecia- la injerencia que puede llegar a tener el Estado en la reconstrucción de la dialéctica social, sobre la base de reforzar la autoafirmación que supone el privatismo para las relaciones sociales. Una “ideología de mercado” que se ha extendido durante estos años como un efecto indirecto – y podría decirse, indeseado- de los cambios progresivos en la estructura social y el crecimiento económico. Que se localiza principalmente en las grandes ciudades brasileñas; a la manera de un soporte, junto con otros aspectos, de la victoria del PSDB en la mayoría de las capitales en el segundo turno: Porto Alegre, Brasilia, Florianópolis, Curitiba, Sao Paulo y Belo Horizonte (siendo que el PT venció en el Estado de Minas Gerais). No es casualidad que sea en la Av. Paulista donde se volvieran a expresar estos sectores antidemocráticos: corresponde a un distrito electoral en el que Aecio Neves obtuvo el 86,68% de los votos, frente al 13,33% de Dilma Rousseff.
Para las próximas semanas son esperables nuevas marchas y contramarchas (a la acción del 1 de noviembre le correspondió su respuesta, unos días después en el mismo lugar, organizada por el MST, la CUT, la Central de Movimientos Populares y O Levante Popular da Juventude, entre otros) porque todavía no ha cesado la intensidad de la politización de los últimos meses. Los problemas de las alianzas y de los imaginarios colectivos están allí, en señales de alarma. La Reforma Política puede ser un vector que las resignifique. Habrá que ver los ritmos en los que se desarrolle.
* Politólogo. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA)