3 nov 2014

Los malos augurios

¿OTRA CRISIS GLOBAL?


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En un alarde de honestidad intelectual, la revista del FMI que conmemoró los 70 años del organismo preguntó a cinco premios Nobel de Economía cuál será el mayor problema en el futuro. Los temas señalados se superponen y constituyen un cóctel alarmante que, necesariamente, influye en nuestra región, ya amenazada por los cambios de política económica en Estados Unidos, la eurozona y China.
por Carlos Luppi
PUBLICADO hace 22 horas
Guardado en: Economía
Finanzas & Desarrollo, la revista trimestral del Fondo Monetario Internacional (FMI), preguntó a cinco premios Nobel de Economía sobre cuál es el mayor problema que la economía global enfrentará en el futuro cercano. Los consultados fueron Robert Solow, ganador en 1987 por su aporte a la teoría del crecimiento económico; George Akerlof, Michael Spence y Joseph Stiglitz, que obtuvieron el premio en 2001 por su análisis del comportamiento de los mercados con información asimétrica; y Paul Krugman, premiado en 2008 por sus estudios sobre teorías del comercio internacional y sus consecuencias.

Akerlof: la segunda verdad incómoda
Haciendo referencia al conocido trabajo del ex presidente demócrata Al Gore (quien, dicho sea de paso, no sólo perdió la elección en el recuento de votos, sino también al no animarse a defender como correspondía al entonces presidente Bill Clinton, víctima de una conspiración de ultraderecha basada en una conducta impropia), George Akerlof señala al calentamiento global como uno de los grandes problemas del futuro inmediato. Comienza señalando que “la mención de calentamiento global no motiva ni a los particulares ni a los gobiernos a actuar ya mismo” y aclara que “una narración simple es convincente y veraz: la atmósfera es como una manta que protege el planeta. Esa manta permite que la energía solar penetre y caliente la Tierra, y que luego ese calor se pierda con más lentitud. Colectivamente, los seres humanos tenemos un bebé: la Tierra. Año tras año, inexorablemente, la manta con que la atmósfera envuelve nuestro bebé se vuelve más y más pesada”. Akerlof calcula que un simple auto familiar agrega 816 kg por semana a la manta, y concluye que es claro que el mundo se está volviendo más y más caliente, y que, en esas circunstancias, todo padre correría a alivianar el peso que soporta su bebé. Cabe recordar que numerosos “científicos” y el grueso del Partido Republicano niegan el calentamiento global. Akerlof enfatiza que ningún padre le toma la temperatura al bebé para saber si su habitación está demasiado caliente. “La dinámica económica del calentamiento global no podría estar más clara: la mejor manera de combatirlo –aunque a un costo considerable– es fijar un impuesto uniforme sobre las emisiones de dióxido de carbono y subirlo hasta que las emanaciones caigan a niveles aconsejables. [...] pero es un problema mundial, así que los impuestos y los subsidios a la investigación deberían ser mundiales”. Concluye que “hay dos verdades incómodas. La primera es el calentamiento global en sí. La segunda es que la narración que escuchamos todavía no nos lleva a combatirlo”.

Krugman: el estímulo de la demanda, una crisis no resuelta
El economista más perspicaz y valiente (en 2001 renunció a sus cátedras de Princeton para dedicarse a escribir en The New York Times sobre lo que llamó “la peor amenaza para la Humanidad: George W. Bush”) nunca anda con vueltas. Paul Krugman comienza diciendo que “en la mitad de la segunda década del siglo XXI, el problema más grande que enfrenta la economía mundial –o al menos los países relativamente ricos– es que [...] por primera vez desde los años treinta el mundo parece estar sufriendo una falta persistente de demanda adecuada; simplemente, la gente no está gastando lo suficiente como para usar la capacidad productiva que tenemos. Supuestamente estaba resuelto: había aquejado a nuestros abuelos y no se iba a repetir. Pero se repitió y la solución no está clara”. Afirma que el problema de controlar la demanda se dejó en manos de tecnócratas de bancos centrales supuestamente autónomos, en tanto la política fiscal se enfocaba a largo plazo y en forma contractiva. Todo ello empeoró el panorama y, según Krugman, la falta de una demanda adecuada impide poner en marcha la capacidad productiva global. Enfatiza que los gobiernos deben actuar: “Haber permitido que echara raíz una recesión mundial profunda parece haber conducido, con el paso del tiempo, a un enorme deterioro de las perspectivas económicas a más largo plazo. [...] Es tremendamente importante estimular la demanda, que debería ser una prioridad urgente. Lamentablemente, lo que hemos aprendido desde 2007 es que las instituciones encargadas de formular la política económica no están en absoluto bien preparadas para enfrentar déficits de demanda grandes y sostenidos”. La insuficiencia de demanda para consumir toda la oferta es un problema que Krugman califica de “muy grave”, aunque “es un problema que se puede solucionar, pero que da la impresión de que se perpetuará durante mucho tiempo”. Y concluye con sarcasmo: “A veces digo en broma que Europa y Estados Unidos están compitiendo para ver quién maneja peor la crisis actual. Por ahora Europa está a la cabeza, pero no por mucho tiempo, así que tenemos que encontrar una forma de resolver esta situación”, obviamente con las medidas de expansión monetaria de cuño keynesiano que siempre ha recomendado.

Solow: evitar el “estancamiento secular”
El notable Robert Solow –otro combativo, profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)– comienza su artículo titulado ‘Estancamiento secular/Economías prósperas en un punto muerto’ afirmando: “El mundo no tiene posibilidades de librarse de los problemas económicos apremiantes de los próximos cincuenta años. La lista de ellos incluye lidiar con las causas y consecuencias del cambio climático, responder –o no– al aumento de la desigualdad [...], y en el caso de las economías prósperas, adaptarse a la aparente tendencia de la conjunción de tecnología y demanda a crear empleo en los extremos superiores del espectro de capacidades y sueldos, pero ni por lejos, lo suficiente en el medio”. Solow interroga: “¿Están las economías desarrolladas, Estados Unidos, Europa y Japón, en un estancamiento que no es transitorio? El concepto de estancamiento secular, que proviene de los trabajos de Hansen en los años treinta del siglo pasado, señala la tendencia persistente en una economía a crecer lentamente, por las dificultades para usar plenamente su potencial productivo”. Analiza argumentos relativos a esta tesis y finaliza señalando que, si bien el “estancamiento secular” no es inevitable, “tendríamos que comenzar a plantearnos ya una política de respuesta adecuada”.
Michael Spence, muy conocido por su modelo de educación en el mercado de trabajo, en su artículo titulado ‘Promover y adaptarse al crecimiento de las economías en desarrollo’ señala que “los retos apremiantes para la economía mundial abundan, pero en mi opinión el más destacado es dar espacio al crecimiento de economías en desarrollo y llevar a buen término el proceso de convergencia que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial”, en los años cincuenta. Así piensan y escriben en la revista del FMI, aunque el lector no lo crea, los economistas demócratas y keynesianos de Estados Unidos. “Este proceso puede reducir la pobreza masiva, ampliando las oportunidades de vidas sanas y productivas para 85% de la población. [...] Se trata de lograr una expansión de la inclusión que podría ser la característica definitoria del siglo XXI. [...] Nuestros hijos y nietos podrían vivir en un mundo más grande, interconectado y que distribuya mejor los resultados de su trabajo. Encontrar la manera de hacerlo sustentable, estable y justo es el mayor desafío económico para los países y sus ciudadanos”.

Stiglitz: la economía debe estar al servicio de la sociedad
Finalmente, nuestro viejo amigo Joseph Stiglitz (entrevistado por Caras y Caretas la última vez que estuvo en Uruguay), acaso el enemigo más acérrimo que tienen en la academia el FMI y el Banco Mundial, historia brevemente la Guerra Fría como enfrentamiento de modelos económicos, pasa rasante sobre su odiado Consenso de Washington (al que vuelve a aplastar, recordando sus resultados) y llega a la gran recesión 2007-2010. Vuelve entonces sobre la desigualdad, tema en el que fue pionero con su libro El precio de la desigualdad: el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita (2011), retoma los trabajos de Thomas Piketty y plantea que el dilema actual es “¿cuál forma de economía de mercado funciona mejor?”. Señala que “El falso capitalismo surgido en Estados Unidos y otros países es el producto previsible de una democracia fallida que permite a la desigualdad económica traducirse con facilidad en desigualdad política” en un círculo vicioso que se retroalimenta. Concluye que “el reto principal que enfrenta el sistema político a nivel mundial es asegurar que los procesos democráticos representen verdaderamente los intereses del ciudadano de a pie. Quebrantar el poder que tiene el dinero en la política no será fácil. Pero si no lo hacemos, afrontaremos decepciones en nuestras economías y nuestras democracias”. Una vez más, como en los restantes, el tratamiento de la economía deriva en temas morales de primer nivel. Todos son ejemplos a imitar.

Reflexiones finales
Sería bueno que algunas instituciones de Uruguay tuvieran la amplitud que tuvo el FMI en la revista que celebró su 70º aniversario, para citar economistas disidentes, algo que no suele ocurrir. Pero a los problemas globales que señalan estos expertos debemos agregar los que sabemos de memoria: la influencia negativa que tendrán en la región las nuevas políticas económicas de Estados Unidos y Europa, el peligro renacido de apreciación de la moneda nacional –no hay peor mal que el atraso cambiario, y ya deberíamos haberlo aprendido– y la baja en el precio de los commodities que Uruguay exporta. Todo esto reafirma la necesidad de continuidad de políticas económicas sólidas y estables, que a su vez introduzcan las modificaciones necesarias para beneficiar cada vez más a trabajadores y jubilados y hacer que los muy ricos contribuyan más, en la medida de su capacidad contributiva, como señalan los fundamentos de toda política fiscal sana, al sostén del crecimiento y del bienestar general.

* Publicado en Caras y Caretas el viernes 31 de octubre de 2014