17 mar 2015

“No es fácil desmontar el modelo neoliberal”

Nidia Díaz, dirigente salvadoreña y fundadora del FMLN


La dirigente salvadoreña Nidia Díaz, una de las fundadoras del emblemático Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, habla sobre los desafíos del gobierno de su país, analiza la coyuntura regional y se muestra optimista ante los diálogos de paz en Colombia.
Por Cecilia Escudero
Apenas Nidia Díaz se sienta en una silla del bar del Hotel Panamericano en Buenos Aires, donde acordamos la entrevista para Nodal.am, se puede entrever a través de su camisa el comienzo de una cicatriz en su brazo izquierdo. Ante la pregunta, Díaz descubre la manga y muestra que la marca en su piel se extiende hasta casi el hombro. “Es de una quemadura, ya me hice tres operaciones.
Es de 1985, cuando fui capturada por el Ejército. Pronto van a ser 30 años”, explica la ex comandante guerrillera, co-fundadora del histórico Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y hoy una de las dirigentes políticas más importantes del partido, en el gobierno de El Salvador desde 2009. “Ese día me dispararon cuatro balazos, caí desmayada y me quemé el brazo por las bombas que habían tirado y estaban ardiendo”,continúa.
Para entonces tenía 33 años, y ya habían transcurrido cinco desde el comienzo de la guerra civil, que se extendió hasta 1992, cuando el FMLN y el gobierno del país firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec, en cuyas negociaciones Díaz asumió un papel clave.
Durante su paso por la Argentina para participar del Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad, esta política salvadoreña revisa su historia personal, las cuentas pendientes en la gestión, el devenir del progresismo en América Latina, la metodología de los “golpes suaves” y el vínculo con Estados Unidos.
¿Cómo se involucró en la lucha popular y militar en su país?
Ya a los 13 años adquirí cierta conciencia social cuando comencé con tareas de alfabetización con las monjas de mi colegio. Más tarde, me impactó la revolución vietnamita, el colombiano Camilo Torres, la Revolución Cubana… A los 17, me involucré en actividades de la guerrilla urbana, de resistencia frente a la dictadura militar. En la universidad rápidamente asumí liderazgos estudiantiles, pero en 1972 fue intervenida por el Ejército. La masacre estudiantil del 30 de julio de 1975 fue clave. Murieron compañeros que estaban a lado mío. Me afectó mucho y me incorporé a la guerrilla tiempo completo. Durante toda la década del setenta, se gestaron diversas organizaciones en El Salvador, se conformaron poderosos movimientos populares, que más tarde, cuando estalló la guerra civil en 1981, se unieron en el Ejército Guerrillero del FMLN. Aunque, la historia del movimiento revolucionario nacional comenzó en los años treinta, con la fundación de Partido Comunista Salvadoreño, uno de cuyos artífices fuenuestro antecesor y fundador ideológico Farabundo Martí.
El presidente de su país, Salvador Sánchez Cerén, comparte con usted la experiencia de la lucha armada. Así como ocurrió con José Mujica en Uruguay, o con Dilma Rousseff en Brasil.
¿Cómo cree que se reelabora ese pasado cuando se está en el poder?
Ante todo, éramos luchadores sociales, que nos rebelamos ante la injusticia, la dictadura. El presidente Sánchez Cerén era maestro y estaba involucrado con las luchas de los magisterios.
El costo de pelear por los derechos de los docentes se tradujo en muertes y desapariciones. Nosotros no queríamos la guerra. Él explica esto en su libro La guerra que no quisimos. Habíamos creado una comisión diplomática para el diálogo, pero la oligarquía salvadoreña la rechazó. El esfuerzo insurreccional del 10 de enero de 1981 quiso obligar a la junta cívico-militar al diálogo, pero fue en vano. Ese mismo día estalló la guerra civil. Era el contexto de la Revolución Sandinista, y en El Salvador también se estaba gestando una revolución. El pueblo luchaba en las calles por democratizar el país. Ronald Reagan había restituido la ayuda económica y militar, la que Jimmy Carter había eliminado por las violaciones a los derechos humanos que cometía el gobierno. Reagan apostó a derrotarnos, a aniquilarnos. Y lo que se podía resolver en doce horas, se convirtió en una guerra de doce años. Cuando comenzó todo, yo estaba embarazada. Nunca me hubiera embarazado si hubiera sabido lo que nos esperaba. Por suerte, hoy tengo a mi hijo a mi lado. Al final del proceso, usted fue una de las firmantes de los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto.
Sí. En Ginebra, se desarrolló el formato de la negociación con cuatro propósitos principales, que fueron superar el conflicto armado por la vía política, iniciar la democratización del país, alcanzar la plena vigencia de los derechos humanos y reunificar a la sociedad salvadoreña, que estaba tremendamente dividida por la guerra. Hermanos con hermanos estábamos separados. La polarización que se observó en las últimas elecciones, tanto las presidenciales como legislativas y municipales
¿es una continuación de esa división entre dos modelos de país?
Sí. Más aún porque, en nuestro caso, el fin de la guerra civil no arrojó ni vencedores ni vencidos. Ambas partes seguíamos vivas y teníamos que convivir. El gran logro fue haber derrotado la dictadura, el Ejército se depuró y se redujo en un 52 por ciento, así como la guerrilla se desmovilizó bajo la verificación de la ONU. Pero, cuando se comenzaron a implementar los acuerdos de paz, se avanzó fuertemente en la democratización e inclusión política, pero prácticamente no hubo reformas económicas. Era la época del auge del neoliberalismo, un rumbo que se profundizó durante los veinte años que siguieron gobiernos de la derecha, el partido ARENA, donde el pobre se hizo más pobre y el rico más rico, como sucedió en la mayoría de los países. Entonces, sí persiste la pelea entre ambos proyectos de país. Nosotros transitamos nuestro segundo gobierno, avanzamos mucho, pero no es fácil desmontar toda esa estructura económica.
¿Qué características similares observa con la experiencia de otros países de la región?
El fracaso rotundo del modelo neoliberal. La desactivación de la base productiva, que en nuestro país expulsó fuertemente la mano de obra. Hay tres millones de inmigrantes en Estados Unidos, cuando la población del país tiene poco más de seis millones. Las remesas han mantenido, y aún lo hacen, a la economía de consumo de mi país, casi con el mismo peso que el presupuesto nacional. Nos volvimos un país importador de alimentos, cuando éramos un país productor de granos. Nuestro proyecto, en cambio, es incluyente, tiene el fin de lograr la igualdad.
En ese camino, ¿cómo evalúa iniciativas como Petrocaribe?
Nosotros ingresamos formalmente en esa alianza en 2014. Hugo Chávez propuso al FMLN impulsar Petrocaribe en El Salvador en 2004, durante el gobierno de Antonio Saca, pero éste se negó, pese a las condiciones favorables que nos brindaba. ARENA decía que no cambiaría petróleo por ideología. Entonces, le propusimos a Chávez ingresar en Petrocaribe mediante las alcaldías en las que gobernaba el FMLN. Así, se impulsó Alba petróleos, con las mismas condiciones de pago que Petrocaribe. Hoy, la iniciativa se extendió a otros ámbitos, como en el área de la producción de alimentos, fertilizantes, sistema de distribución, proyectos educativos, todos derivados de Alba petróleos.
Con relación a Venezuela, ¿qué opina de la orden ejecutiva de Barack Obama en la que declara a este país como una amenaza extraordinaria a la seguridad nacional?
Una vez que el ALCA fue derrotada, aquí en Argentina, junto a Lula da Silva y Néstor Kirchner, Estados Unidos no ha podido tener nuevamente hegemonía dentro de la región. Y la principal amenaza, en vistas de recuperar ese espacio, es Venezuela. Desde que Chávez ganó por primera vez las elecciones, en 1998, se han venido sucediendo diferentes procesos políticos, ya sea en Ecuador, en Bolivia, en Uruguay, en Argentina, entre otros, que ejercen soberanía política, sin intervención de Estados Unidos. Por supuesto, Washington no está de acuerdo con esto.
El mal ejemplo sigue siendo Venezuela, que además fue el propiciador de la integración regional al rescatar el pensamiento de Simón Bolívar. El proyecto de integración derrotó la dependencia. Al morir Chávez, pensaron que este ciclo se caía. Como no ocurrió así, desde que ganó Nicolás Maduro, se produce una serie de intentos de desestabilización para sacarlo del poder. Primero con las guarimbas, luego con la guerra económica y ahora con la amenaza de intervención.
¿Piensa que se puede haber una intervención militar?
Sí, claro. La declaración de Obama representa un aviso, una preparación, como ha sucedido con otros países.

¿Qué papel juega el petróleo?
En el fondo, este tipo de medidas se explica por razones geopolíticas y económicas. Como sabemos, en Venezuela está la reserva más importante de petróleo. Washington quiere adueñarse de ese recurso. Y en paralelo, está la cuestión de la hegemonía política. La cuestión se juega en esos dos niveles.
¿Cómo se vinculan estos fenómenos con la metodología de los “golpes suaves o blandos”?
Bueno, a los 27 días de que el FMLN accedió por primera vez en la historia a la presidencia del país, se produjo el golpe en nuestro país vecino Honduras, en el que fue derrocado el presidente Manuel Zelaya. Significó una enorme campanada. Fue como un aviso, una amenaza en cierta medida. A nosotros también nos han tratado de desestabilizar con este tipo de golpes de nuevo tipo. Por ejemplo, las Acciones de la Corte Suprema, a través de la Sala de lo Constitucional, que trata de cambiar las reglas político-electorales para perjudicarnos, van en este sentido. Hasta quiso impedir la candidatura de Sánchez Cerén. En este contexto, desde la CELAC impulsamos fortalecer los lazos con el Sur, entre Mercosur y Centroamérica. Queremos que se incremente el comercio.
La embajadora Mari Carmen Aponte tiene un perfil bastante alto en la escena pública de su país. ¿Cómo es la relación con Estados Unidos actualmente?
Bueno, siempre nos han visto como el patio trasero. Tratamos de tener cierta autonomía. Pero los sectores de poder en El Salvador ven a Estados Unidos como la guía de la democracia. Asimismo, la relación con ellos tiene que ser buena, por lo inmigrantes que están en ese país. No todo es malo. Estados Unidos está ayudando a la Alianza para la Prosperidad del Triángulo del Norte, Honduras, Guatemala y El Salvador, para tratar principalmente el tema migratorio. Los centroamericanos son víctimas de delitos en su recorrido hacia al Norte, como la trata de personas, entre otros.
Cambiando de tema, y en función de su experiencia en los acuerdos de paz en su país, ¿cómo analiza el proceso de diálogo para la finalización del conflicto armado en Colombia?
Ellos tienen su propia realidad y circunstancias. Una guerra de más de sesenta años, donde han existido paramilitares y algunos procesos de diálogo interrumpidos, aunque nunca habían llegado a estos niveles de precisión en una negociación. Está claro que seguir apostando a la salida militar del conflicto no conduce a ninguna parte. La paz se resuelve con acuerdos políticos. Por lo tanto, creo que si hay voluntad política, se va a poder resolver. Tengo fe. Sí observo cierta tendencia a culpar a la guerrilla. Ellos serían los delincuentes, y no el Ejército. Sin embargo, frente a la violación de los derechos humanos es el Estado el que debe responder ante la comunidad internacional, ya que el gobierno es el garante de la protección de sus ciudadanos. Y el Ejército abusó de su poder, hubo desapariciones, asesinatos, presos políticos, delitos de lesa humanidad. Se deben investigar estos abusos. Por otro lado, hay que desmontar la estructura de guerra cuando llegue la paz, a la par de la desmovilización de la guerrilla.