3 ago 2014

Solo botones de muestra

Quizás sea hora ya de que un tribunal internacional juzgue y condene al menos a los mandatarios y otros máximos responsables en los gobiernos de Estados Unidos de la última década y media, por las guerras de agresión, invasiones y ocupaciones de países; la muerte de más de un millón de personas en Irak, Afganistán, Libia y Siria, así como por el apoyo en armas, dinero y político a estados como Israel que realizan un genocidio contra la población palestina.
¿En qué mundo estamos viviendo? Podría ser esta la interrogante que sintetice la situación actual, donde las heridas abiertas por las guerras impuestas y desarrolladas por potencias hegemónicas, siguen sin cicatrizar y sin la seguridad de que otras nuevas no puedan abrirse en esos u otros países.
¿A qué nos referimos?
Algunos ejemplos. Como botones de muestra, parecen ser suficientes. Y en todos los casos la responsabilidad total recae sobre los gobiernos de Estados Unidos, que a sangre y fuego se han encaprichado en que el mundo sea unipolar y que sean ellos quienes decidan su destino.
Durante los últimos 13 años desde Washington se ha dictado la orden, aportado las armas y los militares, encargados de atacar, masacrar y destruir a países. Son tropas que llevaban como bandera la lucha contra el terrorismo, esa letal y célebre frase acuñada por George W. Bush y que a Obama le ha resultado familiar como para mantenerla y hasta ampliarla.
El recuento que se pueda hacer al respecto, lógicamente será inconcluso. Las cifras cambian cada día y generalmente para sumar más muertos, heridos y mutilados a causa de la metralla de las tropas de Estados Unidos, la OTAN, o de grupos armados por Washington o formados por sus oficiales de la CIA.
En este recorrido podemos hacer una breve parada en Irak. Allí, bajo un pretexto irreal, se enviaron verdaderas hordas que rápidamente y sin resistencia local, se apoderaron del país, principalmente de sus enormes reservas de petróleo y gas.
Decepcionó el presidente que en vez de movilizar a sus fuerzas armadas y a su pueblo y ponerse al frente de ellas, optó por meterse en un hueco, donde fue apresado y ejecutado como si se tratase de un animal y no de un ser humano.
De todas formas, ni el hecho mismo de que Bush tuvo que reconocer la no existencia de las armas de destrucción masiva y que el presidente iraquí no tuviera ninguna relación con Al Qaeda, pararon la masacre, que se extendió por una década  y ?—según reportes de instituciones internacionales— ha dejado más de un millón de muertos, heridos y mutilados.
Luego vino aquella decisión de Obama —más mediática que real— de retirarse de Irak. Allí dejó una cifra superior a los 25 000 militares, para cuidar la embajada (la mayor del mundo), proteger sus intereses económicos —léase pozos petroleros— y  preparar a las fuerzas locales para enfrentar cualquier contingencia.
Como resultado de la ocupación norteamericana, Al Qaeda entró en Irak; los enfrentamientos interétnicos y religiosos se han incrementado; la inestabilidad es total; y las fuerzas militares locales, preparadas por los asesores norteamericanos, son incapaces de enfrentarse a los grupos radicales armados que se han apoderado de una buena parte del país.
Lo que es igual: Irak está mucho peor hoy que antes de la invasión y ocupación norteamericanas.
Afganistán, refugio, según Bush, de Osama bin Laden y el grupo terrorista que lanzó sus aviones contra las Torres Gemelas en septiembre del 2001, ha vivido una pesadilla letal de gran envergadura, la que se suma a la histórica pobreza que ha caracterizado a uno de los países más afectados por ese flagelo.
¿Cuántos afganos han muerto o han sido heridos en estos años de ocupación norteamericana? Cientos de miles según algunas fuentes locales, aunque se carece del reporte de los que a diario son abatidos por las fuerzas foráneas o en medio del terror de los coches bomba y otras acciones de grupos armados.
Las imágenes que hoy muestran las grandes televisoras que de vez en vez envían a alguno de sus reporteros a Kabul o a otras provincias afganas, no se diferencian en nada de las que podía exhibir ese mismo país en tan lejana fecha como la del feudalismo.
Ahora, cuando Obama ha decidido retirar las tropas acantonadas allí, Afganistán se presenta al mundo como una nación más marchita que hace 10 años; la ingobernabilidad e inestabilidad parecen copia al papel carbón a lo dejado por Washington en Irak; y pocos se atreverían a vaticinar un futuro menos violento y más reconciliador entre los grupos humanos que se disputan un lugar o un pedazo de vida en un país agobiado por la guerra y la muerte.
Una tercera nación ejemplo de los males dejados por la agresión norteamericana es Libia. Era, antes del 2011, uno de los estados africanos con mayor nivel de vida, educación y salud. Existían problemas como en todos; había diferencias entre una y otra tribu, pero la paz predominaba.
Estados Unidos se empeñó en bombardear Libia y matar a Kadaffi y así lo hizo, sin justificación alguna y acompañado de aviones de la OTAN, fuerza esta última ansiosa de guerras aunque cuesten miles de vidas de seres humanos inocentes.
¿Qué es Libia hoy?
El paraíso de la inestabilidad; un país sin gobierno; donde tribus y clanes han visto exacerbadas sus diferencias y se disputan el poder, sea de una ciudad, un pueblo, un pozo petrolero o un aeropuerto.
Este último fin de semana el gobierno libio alertó a la comunidad internacional, especialmente a Estados Unidos, que “el Estado podía hundirse”, lo que hizo que Washington cerrara su misión diplomática y trasladara de inmediato a su personal hacia Túnez.
El Departamento de Estado recomendó, asimismo, que sus ciudadanos no viajen a Libia y urgió a todos aquellos que estén en el país a salir “de inmediato”, según reportes de AFP.
Igualmente se informó la muerte de 47 personas y heridas otras 120, durante combates entre milicias rivales que tratan de controlar el aeropuerto de Trípoli, cerrado desde el 13 de julio cuando fue atacado por grupos armados.
A estos tres botones de muestra —Irak, Afganistán y Libia— podrían agregarse otros muchos donde la injerencia de Estados Unidos es la responsable de que la sangre de miles de civiles sea derramada en Siria o en Gaza, y persista en el ambiente la incertidumbre de cuál puede ser la próxima víctima