Creer o reventar
La denuncia del gobierno y el antecedente de la conspiración política en 1989, que se animó a revelar Rodolfo Terragno. El rol de los cómplices de adentro que, por supuesto, siempre están disponibles.
Las conspiraciones políticas no existen, pero que las hay...
Esta semana el gobierno denunció una relación entre la pulseada que el país libra con los fondos buitre, las insólitas declaraciones del encargado interino de la Embajada de EE UU, la difundida decisión de American Airlines de no vender pasajes a un plazo mayor de 90 días por un supuesto temor a una inminente devaluación, y la meneada suba del dólar ilegal.
Como era de esperar, dirigentes y medios afines a la diplomacia estadounidense salieron a ridiculizar la denuncia. Se sabe: el mayor mérito de los conspiradores políticos es haber inseminado la idea de que las confabulaciones no existen, que son inventos de gobernantes ahogados por su propia impericia. Puede que en algunos casos ocurra así, pero no siempre. Y América Latina lleva décadas acumulando pruebas de eso.
Agobiada por sus urgencias cotidianas, es natural que la población elija creer que las conspiraciones sólo existen en el cine y las series de tevé. Pero cualquier político más o menos entrenado sabe que los complots existen y son habituales en las alturas del poder real.
Uno de los pocos que se animó a romper la omertá que digita la política global fue Rodolfo Terragno, al revelar una impactante experiencia de sus días como ministro de Raúl Alfonsín. El encuentro ocurrió en Manhattan, en una fría noche de enero de 1989. El país era un polvorín: el Plan Austral había fracasado y el peso de la deuda externa aplastaba al gobierno, que se jugó su última ficha al pleno de un salvataje financiero auspiciado por EE UU. Con esa misión viajó Terragno a Nueva York.Allí sus contactos lo pusieron frente a Stephen Yeo, un asesor de la Reserva Federal con finos contactos en los países latinoamericanos. A principios de los '80, el entonces presidente Ronald Reagan se lo había presentado a Alfonsín en el Salón Oval de la Casa Blanca como "el nexo entre nosotros dos".
Terragno no conocía personalmente a su anfitrión, pero sabía mucho sobre él. Entre otras cosas, que había sido uno de los autores del Pacto de Rambouillet, mediante el cual Francia y EE UU acordaron utilizar un tipo de cambio flotante en el mercado financiero global. El argentino también había leído un artículo donde periodistas ingleses describían a Yeo como un hombre "diestro, regordete y vigoroso", pero cuando le estrechó la diestra tuvo la impresión de estar frente a un personaje rústico, desagradable y maniqueo.
Confirmó su percepción apenas Yeo soltó su mano y le descerrajó: "Tenemos que unirnos para hacer que fracase el plan del Citibank. El Citi no ve la deuda latinoamericana como un problema sino como una oportunidad. Quiere aprovecharla para quedarse con todas las empresas de la región –dijo, y aclaró–: No sólo de sus empresas públicas. Su idea es apoderarse de consorcios privados, en la Argentina y en otros países."
Más desconfiado que intrigado, Terragno le preguntó cómo pensaban hacerlo. Tiempo después el radical reconstruyó el relato de Yeo de modo textual:
"(David) Mulford siempre trabajó para los árabes. A fines de los sesenta ya era asesor de Saudi Arabian Monetary Agency (SAMA), y es el nexo del gobierno norteamericano con dictaduras militares y gobiernos corruptos, tanto en América Latina como en otras regiones del mundo. Él consigue que les presten todo el dinero que quieran, incluso sin pedirles garantías. Los gobiernos reciben lo que ustedes llaman "plata dulce". Los banqueros saben que tal vez no recuperen nunca el capital, pero no les importa: el proyecto es cobrarse en especies. Ahora esta empezando a descubrirse la estrategia. Ahí lo tiene al Citi presidiendo el Steering Committee (club de acreedores, entonces presidido por William Rhodes). Y a Mulford, que está en el Departamento del Tesoro. Rhodes y Mulford quieren que todos los países deudores conviertan toda su deuda en bonos de largo plazo, con un interés muy alto. Ellos mismos los van a ayudar a colocarlos en Fondos de Inversión, que manejan la plata de pequeños ahorristas diseminados por todo el mundo. Con eso, ustedes no van a poder negociar nunca más con sus acreedores, porque no van a poder reunir a millones de acreedores. La Argentina tendrá que pagar o se quedará aislada. Y si no tiene dinero, tendrá que pagar con empresas. Para resolverle el problema de la deuda le van a exigir que venda hasta la última empresa pública y que abran el mercado interno de golpe, una situacion que las empresas argentinas no pueden resistir. Entonce ellos van a comprar las empresas que quieran. No va a pasar el siglo que viene, ya está ocurriendo", concluyó Yeo.
Terragno se fue de esa cena convencido de que había estado frente a un fabulador. Pero, por alguna razón, apenas llegó a su hotel tomó nota de lo que había escuchado.
Publiqué esta historia en el libro Banqueros, los dueños del poder, que se editó en 2003. Para entonces, las advertencias de Yeo se habían cumplido al pie de la letra, provocando un incendio político, económico y social que aún humea.
Por cierto: la advertencia de Yeo no se habría concretado sin la complicidad de políticos, empresarios, banqueros, comunicadores, economistas y medios locales que colaboraron para hacerlo realidad. Por ideología, ignorancia y/o corrupción, muchos de los que favorecieron a los conspiradores de los '90, hoy colaboran con los ataques buitres que revolotean sobre una economía herida.
"Nada es casual –dijo esta semana el ministro Axel Kicillof–. Hay un plan de los buitres de cinco puntos: un ataque a la moneda, un ataque especulativo para forzar una devaluación; el ataque contra la presidenta; impedir el pago local de los próximos vencimientos; bloquear el financiamiento de la Argentina en cualquier otro mercado y un quinto punto era esperar al 2016 para arreglar al cuestión." A través de Twitter, la presidenta Cristina Fernández identificó al ex secretario de Comercio de EE UU, el conservador Carlos Gutiérrez, como uno de los líderes de la confabulación. Quizá exagere. Pero hace bien en prevenir. En materia de complots políticos es cuestión de creer o reventar.
Literalmente. -
Esta semana el gobierno denunció una relación entre la pulseada que el país libra con los fondos buitre, las insólitas declaraciones del encargado interino de la Embajada de EE UU, la difundida decisión de American Airlines de no vender pasajes a un plazo mayor de 90 días por un supuesto temor a una inminente devaluación, y la meneada suba del dólar ilegal.
Como era de esperar, dirigentes y medios afines a la diplomacia estadounidense salieron a ridiculizar la denuncia. Se sabe: el mayor mérito de los conspiradores políticos es haber inseminado la idea de que las confabulaciones no existen, que son inventos de gobernantes ahogados por su propia impericia. Puede que en algunos casos ocurra así, pero no siempre. Y América Latina lleva décadas acumulando pruebas de eso.
Agobiada por sus urgencias cotidianas, es natural que la población elija creer que las conspiraciones sólo existen en el cine y las series de tevé. Pero cualquier político más o menos entrenado sabe que los complots existen y son habituales en las alturas del poder real.
Uno de los pocos que se animó a romper la omertá que digita la política global fue Rodolfo Terragno, al revelar una impactante experiencia de sus días como ministro de Raúl Alfonsín. El encuentro ocurrió en Manhattan, en una fría noche de enero de 1989. El país era un polvorín: el Plan Austral había fracasado y el peso de la deuda externa aplastaba al gobierno, que se jugó su última ficha al pleno de un salvataje financiero auspiciado por EE UU. Con esa misión viajó Terragno a Nueva York.Allí sus contactos lo pusieron frente a Stephen Yeo, un asesor de la Reserva Federal con finos contactos en los países latinoamericanos. A principios de los '80, el entonces presidente Ronald Reagan se lo había presentado a Alfonsín en el Salón Oval de la Casa Blanca como "el nexo entre nosotros dos".
Terragno no conocía personalmente a su anfitrión, pero sabía mucho sobre él. Entre otras cosas, que había sido uno de los autores del Pacto de Rambouillet, mediante el cual Francia y EE UU acordaron utilizar un tipo de cambio flotante en el mercado financiero global. El argentino también había leído un artículo donde periodistas ingleses describían a Yeo como un hombre "diestro, regordete y vigoroso", pero cuando le estrechó la diestra tuvo la impresión de estar frente a un personaje rústico, desagradable y maniqueo.
Confirmó su percepción apenas Yeo soltó su mano y le descerrajó: "Tenemos que unirnos para hacer que fracase el plan del Citibank. El Citi no ve la deuda latinoamericana como un problema sino como una oportunidad. Quiere aprovecharla para quedarse con todas las empresas de la región –dijo, y aclaró–: No sólo de sus empresas públicas. Su idea es apoderarse de consorcios privados, en la Argentina y en otros países."
Más desconfiado que intrigado, Terragno le preguntó cómo pensaban hacerlo. Tiempo después el radical reconstruyó el relato de Yeo de modo textual:
"(David) Mulford siempre trabajó para los árabes. A fines de los sesenta ya era asesor de Saudi Arabian Monetary Agency (SAMA), y es el nexo del gobierno norteamericano con dictaduras militares y gobiernos corruptos, tanto en América Latina como en otras regiones del mundo. Él consigue que les presten todo el dinero que quieran, incluso sin pedirles garantías. Los gobiernos reciben lo que ustedes llaman "plata dulce". Los banqueros saben que tal vez no recuperen nunca el capital, pero no les importa: el proyecto es cobrarse en especies. Ahora esta empezando a descubrirse la estrategia. Ahí lo tiene al Citi presidiendo el Steering Committee (club de acreedores, entonces presidido por William Rhodes). Y a Mulford, que está en el Departamento del Tesoro. Rhodes y Mulford quieren que todos los países deudores conviertan toda su deuda en bonos de largo plazo, con un interés muy alto. Ellos mismos los van a ayudar a colocarlos en Fondos de Inversión, que manejan la plata de pequeños ahorristas diseminados por todo el mundo. Con eso, ustedes no van a poder negociar nunca más con sus acreedores, porque no van a poder reunir a millones de acreedores. La Argentina tendrá que pagar o se quedará aislada. Y si no tiene dinero, tendrá que pagar con empresas. Para resolverle el problema de la deuda le van a exigir que venda hasta la última empresa pública y que abran el mercado interno de golpe, una situacion que las empresas argentinas no pueden resistir. Entonce ellos van a comprar las empresas que quieran. No va a pasar el siglo que viene, ya está ocurriendo", concluyó Yeo.
Terragno se fue de esa cena convencido de que había estado frente a un fabulador. Pero, por alguna razón, apenas llegó a su hotel tomó nota de lo que había escuchado.
Publiqué esta historia en el libro Banqueros, los dueños del poder, que se editó en 2003. Para entonces, las advertencias de Yeo se habían cumplido al pie de la letra, provocando un incendio político, económico y social que aún humea.
Por cierto: la advertencia de Yeo no se habría concretado sin la complicidad de políticos, empresarios, banqueros, comunicadores, economistas y medios locales que colaboraron para hacerlo realidad. Por ideología, ignorancia y/o corrupción, muchos de los que favorecieron a los conspiradores de los '90, hoy colaboran con los ataques buitres que revolotean sobre una economía herida.
"Nada es casual –dijo esta semana el ministro Axel Kicillof–. Hay un plan de los buitres de cinco puntos: un ataque a la moneda, un ataque especulativo para forzar una devaluación; el ataque contra la presidenta; impedir el pago local de los próximos vencimientos; bloquear el financiamiento de la Argentina en cualquier otro mercado y un quinto punto era esperar al 2016 para arreglar al cuestión." A través de Twitter, la presidenta Cristina Fernández identificó al ex secretario de Comercio de EE UU, el conservador Carlos Gutiérrez, como uno de los líderes de la confabulación. Quizá exagere. Pero hace bien en prevenir. En materia de complots políticos es cuestión de creer o reventar.
Literalmente. -