24 sept 2014

Una historia contada en presente




Las hermanas Esquivel: Brenda (izquierda) y Marlene. Foto: Cortesía del entrevistado
CARACAS.— Pedirles que rememoren su pasado es doloroso. Mas su historia merece ser contada una y otra vez. Marlene y Brenda Es­quivel retienen en sus manos uno de los periodos más oscuros de la historia venezolana y contar su pa­sado es la manera que han hallado para no olvidar.
Los detalles de ese día de junio de 1972 inician una conversación que dura unas dos horas. “Estábamos en la casa cuando tocan a la puerta unos hombres. Al darnos cuenta que eran agentes de la policía secreta nos demoramos en abrir y fue entonces que comenzaron a disparar”, narra Brenda, quien en aquel en­tonces estaba embarazada de ocho meses y tenía 20 años.
Su hermana Marlene, un año mayor que ella, cargaba a su niña de apenas 24 días de nacida cuando los sujetos armados les gritaron que salieran. La orden era matar y averiguar después.

Marlene con su niña de 24 días de nacida en brazos. 

“Un muchacho nos agarró de las manos bien fuerte y ondeó un pañal de la bebé como símbolo de paz para que no nos dispararan, pero en cuanto salió a la calle el jefe de la operación, un hombre alto y con manos gruesas al que todos nombraban comisario Basilio, le voló los sesos de un disparo en la cabeza. Ahí comenzó nuestra historia de terror”, relata Marlene con la mirada perdida en el pasado.
Ambas jóvenes pertenecían a un grupo de izquierda que se oponía a los desmanes de la dictadura de Ra­fael Caldera en su primer periodo de 1969 a 1974. Junto a otros con sus mismos ideales de justicia formaban parte del grupo Punto Cero y eran perseguidas por la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Pre­vención (Disip). Uno de los jefes de la Disip, conocida también como policía política, era el terrorista Luis Posada Carriles, quien por orientación de la CIA vivió en Venezuela por esa época.
Él era el tal comisario Basilio que tanto nombraban sus captores, mas no fue hasta 1976 que las hermanas Esquivel lo reconocieron cuando lo vincularon con la voladura de un avión cubano con 73 personas a bordo.
Al ser apresadas fueron llevadas al sótano de la Disip en Maracaibo primero y luego las trasladaron a la sede en Caracas. Durante los seis meses que estuvieron tras las rejas sufrieron las vejaciones más aberrantes que cualquier ser humano puede soportar.
Fueron torturadas para que filtraran información sobre la organización Punto Cero. Cuarenta y dos años después Brenda afirma que las primeras 72 horas fueron las peores.
Así, describe cómo le patearon su vientre por órdenes de Posada Carriles, hasta que perdió su barriga. Ella recuerda que escuchó a uno de los guardias acercarse y preguntarle: “¿qué hacemos con la barrigona?”, a lo que este respondió: “sá­quenle la semilla, que es co­mu­nista como los padres”. “Lle­gó un mo­­mento en el que creo me acostumbré al dolor. Ya no sentía na­da y eso me enajenó de la situación. Estuve 17 días con el feto muerto dentro de mí, sin recibir atención médica. Pen­sé que iba a morir”, narra.
En una celda cercana se encontraba Marlene, quien nunca soltó a su niña recién nacida por miedo a no volver a verla. Con la bebé en brazos sufrió el interrogatorio. Al ver que no iba a delatar a sus compañeros, Posada ordenó al guardia que la custodiaba que le quemara las piernitas a la pequeña con el cigarro mientras trataba de asfixiarla. “Me daba golpes tratando de quitármela para meterla en una bañadera y ahogarla. Pero una fuerza interna que no conocía no dejó que me la arrebatara”, narra.
La situación más crítica duró esos primeros días y no mer­mó??has­ta que el caso llegó a manos de la Comisión de Derechos Hu­manos liderada por el entonces diputado José Vicente Rangel. “Él nos salvó la vida. A mí me trasladaron a la Maternidad Concepción Palacios y mi hermana Brenda recibió atención médica”, refiere Mar­lene.
Lejos de amedrentarse, ellas continuaron su labor por una Ve­ne­zuela más justa. Pasaron a la clandestinidad y fueron apresadas en otras ocasiones. Con la salida de Caldera intentaron llevar por la vía legal su caso para ajusticiar a los culpables. Sin embargo, todo esfuerzo resultó en vano. Estaban indignadas al ver que su captor se fugaba de una cárcel venezolana en 1985. No fue hasta la llegada de Chávez al Palacio de Miraflores en 1998 que se decidieron nuevamente a sacar su historia a la luz pública y demandar a Posada Carriles.
Su historia ha sido contada una y otra vez como ejemplo de la valentía de estas dos mujeres que fueron víctimas de este hombre que continúa libre. “Es una ironía de la vida ver cómo Posada Carriles, un terrorista confeso, goza de plena libertad, mientras tres de Los Cinco continúan presos por combatir precisamente a tipos como el comisario Ba­silio”, finaliza Brenda y asegura que no pierde la fe de que se haga justicia.