6 nov 2014

¿Derrota (electoral) de la derecha?

Por Aram Aharonian

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En los procesos electorales que se vienen dando en Sudamérica, se juega bastante más que el cambio o la continuidad del proyecto político de un gobierno, se juega la definición del mapa geopolítico regional, y es parte de un proceso en el que debe incluirse la contundente victoria de Evo Morales en Bolivia, la segunda vuelta electoral en Uruguay dentro de un mes, y las elecciones presidenciales en Argentina el año próximo.
Días atrás, el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay no solo derrotaron el intento de restauración neoliberal, sino también al terror y la manipulación mediáticas del poder empresarial-comunicacional. Hoy, ambos partidos se quejan de la manipulación mediática (incluyendo su colateral, las encuestadoras), pero hete aquí que en 12 años de gobierno el PT no logró aprobar una Ley de Medios que rompiera el monopolio y fue precisamente Tabaré Vázquez quien pidió al Congreso uruguayo que pospusiera su aprobación hasta después de las elecciones… Es más, Dilma acaba de prometer que no lo hará.
Y  siguen presentes las presiones de las  desgastadas ideas e inciativas retrógradas para  avanzar en acuerdos rápidos de liberalización económica con países desarrollados, sin contemplar la necesidad prioritaria de revertir asimetrías  y  promover  la  diversificación  productiva  para ampliar la inclusión laboral  y evitar ahondar la condicionalidad a mercados mundiales inestables que provoca la dependencia  en el mercado mundial a   la oferta de productos primarios a las que condenan los tratados de libre comercio. Pareciera que alguno quieren exhumar el cadáver del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), sepultado por los presidentes americanos (con Chávez, Lula, Kirchner como motores) en Mar del Plata en 2005.
Quizá más importante que resaltar un triunfo de la izquierda, debiéramos hablar de una derrota de la derecha nacional y global. Poco antes, la aplastante victoria de Evo Morales, hablaba del triunfo del modelo de estado plurinacional, que desterró  la Bolivia, racista, colonial y colonizada, clasista, invisibilizadora de las grandes mayorías, hoy convertidas en sujetos (y no meros objetos) de política, de la construcción de una nueva democracia ya no declamativa sino participativa.
En América latina estamos construyendo nuevas democracias, nuevas sociedades. Y no hay un modelo a imitar, sino a crear, de acuerdo a la historia, idiosincrasia, realidad de cada país. Más allá de las presiones para la restauración neoliberal (en nombre de la modernidad y el pragmatismo, muletillas que se pronuncian traición), sino de la socialdemocracia europea (en especial francesa), para abandonar “la locura” del camino al socialismo, más allá de la presión por una mayor injerencia de la diplomacia vaticana entre los movimientos populares.
Quizá sea cierto que las políticas de Lula y Dilma en Brasil y sobre todo las de Tabaré Vázquez en Uruguay hayan sido de las más tímidas de los proyectos transformadores en Latinoamérica, y algunas políticas neoliberales de sus gobiernos progresistas han desilusionado a muchos de sus antiguos simpatizantes y desmoralizado y desmovilizado a otros.
En realidad no hay ya una fuerte izquierda en el PT ni el FA, partidos que pagaron el precio de la burocratización, la demovilización popular y la cooptación de los dirigentes sociales para la gestión gubernamental. En Brasil, los movimientos sociales, que llevaron a Lula y a Dilma al poder, perdieron la calle ante la ofensiva social de una derecha fortalecida principalmente por el apoyo del gran capital extranjero y los medios comerciales de comunicación endógenos y extranjeros. Pero hay algo más grave y es el vacío de ideas y propuestas desde la izquierda para salir de la crisis capitalista.
El triunfo de Dilma se debe a varios factores: a) logró recordar a las clases menos pudientes que los gobiernos del PT lograron importantes transformaciones: sacó a 40 millones de personas de la pobreza, redujo el desempleo a mínimos históricos, benefició a la clases medias y logró significativos avances contra el hambre en el país, aún uno de los de mayor desigualdad del mundo. b) el liderazgo incuestionable de Lula y su compromiso con Dilma y, especialmente, c) la gran movilización de la militancia joven del PT y de los otros partidos de izquierda (incluido el Psol), de los movimientos sociales, culturales y populares, los medios (¿es esa hoy la izquerda brasileña?.
El aumento tremendo de la bancada de diputados de la derecha más retrógrada (¿giro conservador?) y la movilización de una clase media histérica e histerizada continuamente por los medios comerciales de comunicación, jaquean el segundo mandato de Dilma. A en su primer discurso tras las elecciones, prometió diálogo… como si alguna vez la derecha hubiera siquiera dejado opinar.
El triunfo del FA se debe a la movilización casa por casa hecha por sectores juveniles y de los movimientos sociales, ninguneados casi siempre en sus partidos, para impedir el retorno de la derecha “pituca”. Esa movilización inorgánica logró también impedir –en otra gesta popular- que se bajara la edad de inimputabilidad judicial de los menores. Y la derrota, dentro del FA, fue para el sector másneoliberal del zar de la política económica, Danilo Astori.
A Dilma le queda ahora no solo medir bien cuál es la situación y abandonar la resistencia a la ofensiva de la derecha para avanzar en la construcción no solo de una alternativa, sino del poder popular que impida estos sustos. Estaríamos más tranquilos si el PT, en su cuarta administración consecutiva, logra no solo avanzar en las transformaciones que aún le debe a su pueblo, construyendo un verdadero poder popular, con el apoyo de los movimientos sociales, los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, los jóvenes, que hicieron posible este triunfo.
Estas experiencias quedan para ser analizadas en Argentina, de cara a las elecciones del año próximo. ¿No le parece?