1 mar 2015

El populismo de la discordia

La sociedad argentina está dividida. Está partida en dos y es poco probable que pueda reconciliarse si una de las partes no cede. Esta es la conclusión de los medios de comunicación dominantes (que son desde luego parte interesada en la pugna y no observadores neutrales, como afirman ser). Y en este diagnóstico no están equivocados: la sociedad argentina está profundamente dividida.


Si bien el diagnóstico es correcto, como decíamos, presenta igualmente un serio problema: el de no historizar. Aplicada a un presente sin pasado, a una coyuntura fuera de contexto, la división de la sociedad argentina se presenta como un fenómeno nuevo. Así mirada la cosa la sociedad argentina está dividida hoy, aquí y ahora. En una palabra, una perfecta unidad nacional supuesta del pasado habría sido desplazada por un presente de amarga discordia y los responsables serían los dirigentes políticos de la hora, más precisamente los de una determinada fuerza. El culpable es el kirchnerismo. El kirchnerismo “populista” (como si el calificativo fuera despectivo) es el que promueve el enfrentamiento entre los argentinos, de acuerdo con el relato de los medios.

No obstante, la perfecta unidad nacional pretendida por el relato del poder hegemónico no resiste al análisis más superficial. Siempre hubo ―al interior de esta y de otras sociedades, las del presente y también las del pasado― intereses contradictorios. En ninguna parte tienen los mismos intereses el banquero multinacional y el obrero metalúrgico; el especulador financiero y el maestro mayor de obras no pueden querer lo mismo; no hay consenso posible, sobre todo, entre el que lucra con la venta de la Patria y el que depende de su soberanía para vivir dignamente.

Los intelectuales orgánicos del poder, los que ejercen en sociedad el rol de periodistas y llevan el relato dominante, lo saben muy bien: la sociedad siempre estuvo dividida por intereses que confluyen en modelos de país opuestos. Lo saben pero no pueden decirlo, se lo impide su condición de orgánicos al poder que intenta imponer uno de esos modelos. Entonces el intelectual periodista debe repetir como un loro que la división de la sociedad es obra del kirchnerismo. Debe achacarle todo los males porque representa al modelo de país opuesto, al que sus patrones necesitan derrotar.

El kirchnerismo no genera las divisiones, las pone de manifiesto. Los intereses de las clases populares siempre fueron, por su misma naturaleza, opuestos a los intereses de las élites. Nunca hubo “consenso” entre los sectores populares y las élites o dicho consenso, en todo caso, se dio desde la caída del peronismo y antes del advenimiento del kirchnerismo entre el poder político y los poderes fácticos (económico, mediático) con lo que las divisiones sociales se invisibilizaban. No dejaban de existir, sino que simplemente no se podían expresar.

Una parte (mayoritaria) de esta sociedad dividida y enfrentada marchará hoy al Congreso a respaldar un modelo de país, el que está políticamente representado en el kirchnerismo. La otra parte (minoritaria) deseará que el acto fracase, que llueva granizo o que haya un tornado. La división seguirá, como siempre, y la cuestión no es tratar de que cese el enfrentamiento sino de que ningún modelo quede invisibilizado. La democracia, mediante el voto popular, se encargará de dirimir las cuestiones y de encontrar el camino que mejor les convenga a las mayorías.
Ya lo decía Daniel Viglietti en ‘Nuestra bandera’:

Fíjese que el poderoso suele vestirse de peón,
Hablar de escudo y bandera y a la patria hacer traición.
La igualdad de mi bandera en la tierra hay que lograr,
Y el que se oponga que caiga, nadie lo va a disculpar.


No hay consenso, hay divergencia de opiniones. Esto es la democracia.



http://www.labatallacultural.org/2015/02/el-populismo-de-la-discordia.html