7 mar 2015

¿QUÉ SE JUEGA EN VENEZUELA?


Jaime Secco

04.03.2015

Lo que está pasando en Venezuela es de la mayor gravedad para América Latina, y la discusión en si su ordenamiento constitucional admite o no la detención prolongada u otros actos de gobierno, es obviamente importante, pero no roza el centro del problema político ni las consecuencias para Uruguay.

No soy experto en temas internacionales, pero quiero ensayar una visión más redondeada; es decir desde más puntos de vista. Para comenzar por algún lado, la vocinglería no permite conocer el sustento legal de la detención del alcalde de Caracas Antonio Ledezma. Y es lógico que se discuta y analice. Está claro, al menos, que al alcalde fue tan electo como el presidente Nicolás Maduro.
En segundo lugar, es cierto que la democracia es un problema de principios, aunque puede discutirse mucho sin salir de esa definición, puesto que el propio liberalismo tiene, desde hace siglos, al menos dos versiones contradictorias sobre ella. Es cierto también que la peor definición de democracia es la que se limita a la legitimidad de origen; también el dictador Alfredo Stroessner en Paraguay era elegido y reelegido.
Pero quedarse ahí corre el riesgo de limitarse a meras lamentaciones sobre obviedades de principio; de asumir la posición del alma bella y desentenderse de la feroz lucha política que se desarrolla.  

¿Quién aísla a quién?

Así que, en tercer lugar, hay que poner sobre la mesa que el gobierno venezolano se enfrenta a una derecha golpista, revanchista, inescrupulosa e ignorante, De lo peor. No es necesario argumentar mucho. El propio Henrique Carriles, al candidato que en 2013 perdió las elecciones por 1,3%, se abrió de esos socios. El año pasado, durante meses, cortaban árboles del ornato público para hacer barricadas y apostaban francotiradores para matar a quien quisiera correrlos. La naturaleza de esa derecha no hay que discutirla. Pero sí hay que evitar caer en la teoría de los dos demonios.
El Estado es responsable de sus actos independientemente de que haya otros que violan las leyes. La existencia de estos no redime los errores ni absuelve eventuales desmanes del poder.
En quinto lugar, entonces, hay que evaluar la justeza de la política del oficialismo venezolano. Y el medidor más clásico es preguntarse quién aísla a quién. Si el porcentaje de quien se define "chavista" bajó de 44% en octubre de 2012 a 22% en diciembre de 2014, si la aprobación de Maduro ronda el 20%, si la oposición -en la hipótesis de que pudiera ir unida este año- aventaja al PSUV en 20% (Datanálisis), y si el 85,6% considera que la situación del país es negativa y el 79% cree que Maduro no está preparado para enfrentar la crisis económica, hay que hacer algo. Pero es difícil pensar que encarcelar a un alcalde por acusaciones vagas sea una medida política que dé otros resultados que el que se ha visto: que el Copei, Miquelena, Petkoff y demás se unan a lo peor de lo peor e incluso firmen el manifiesto de la ultraderecha más ultra. Identificar un buen enemigo puede dar resultado, en el sentido de separar a la derecha de la ultraderecha y atraer el centro a la izquierda. Pero hay que saber hacerlo. La mera brutalidad del poder no es una habilidad.
Sexto. Hay que dejar claras un par de cosas. El párrafo anterior no es un ejemplo de maquiavelismo en el peor sentido de la palabra; no pretende convencer de que el éxito justifica cualquier política. Los párrafos que lo anteceden lo ubican en un contexto. Séptimo. Todo lo anterior sobre el respeto a la ley y la búsqueda de aliados no implica que no haya veces en que es necesario partirle la cabeza a alguien. No vivimos en Disneylandia. Por eso, por ejemplo, se dice que el Estado tiene el monopolio de la violencia y las constituciones prevén estados de sitio e institutos similares.  
Chavismo e imperialismo
Octavo. Gran lástima por un proceso que fue esperanzador, que siempre nos desestabilizó los esquemas, que comenzó con el peor de los pronósticos, que nunca pareció tener un camino estratégico muy claro ni un manejo económico razonable, pero que derrochó energía popular, organización, entusiasmo y dignidad. Mucha dignidad. El hecho de que en medio de presunta escasez las manifestaciones no se contagien a los barrios populares, que no haya saqueos, es un dato fuerte. Y que hoy está en serios problemas sin saber reaccionar, quizá por tensiones internas.
Criticaron que diga que la ultraderecha venezolana es ignorante. Quizá no sea la mejor palabra, pero no parece tener más programa que el revanchismo de clase, por lo que su eventual triunfo puede conducir a la descomposición económica y política del país. Y eso nos lleva al último aspecto.
Noveno. No cabe duda que Estados Unidos está interviniendo en Venezuela. Lo evidencian a cada momento y practican la ingerencia con declaraciones oficiales un día sí y otro también. El problema es preguntarse qué ganan, si ya ni siquiera es vital el petróleo -que nunca les faltó-, porque ahora son exportadores de energía.
Para contestar esto hay que ensayar una mirada global. Las resistencias de cualquier tipo están recibiendo respuestas militares generalizadas de EEUU -y socios de la OTAN-, ya en docenas de países. ¿Y para qué esto, si ninguna intervención logra los objetivos declarados? Pues, para terminar con las resistencias. Ya no hay márgenes. El objetivo no es siquiera la conquista o el dominio; por eso un resultado aceptable suele ser dejar los países convertidos una bolsas de gatos perpetua. El negocio se hace igual; quizá mejor.
En la zona, América del Sur creó la Unasur y es gobernada en general por países afines y de política independiente. No es una amenaza urgente, pero puede ser una incomodidad si el objetivo es un dominio global. Estados Unidos, que debió desmantelar casi todas sus bases militares en la zona y siente la presión de Brasil que en el terreno militar no deja pasar una, no pierde nada si alienta una travesura que deje a Venezuela en estado de guerra civil y complique el panorama del subcontinente.
Tiene los métodos afinados. Con las décadas la potencia del Norte ha aumentado el menú de opciones de intervención, sin abandonar las herramientas anteriores. A las invasiones directas se sumó el golpe inducido (la teoría está en Coup d'État: A Practical Handbook -Golpe de Estado, un manual práctico) de Edward Luttwak (1968). Y luego la batería de mecanismos de "desestabilización" creados a medida para Chile en 1973. Luego volvió a funcionar varias veces; por ejemplo en Portugal luego de la Revolución de los Claveles de 1975, con huelga de camioneros y todo. Ahora han puesto a punto mecanismos de "protestas pacíficas" armadas, que usaron, alentaron y asesoraron en tantos países que han recibido el nombre genérico de "revoluciones de colores". Su gurú público es Gene Sharp.
Ojalá pudiera creer que esto es solo una loca teoría conspirativa. Pero haya o no una mano negra, el panorama que se abre es similar. Por supuesto, todo lo dicho antes sigue vigente; la gravedad del ataque no justifica ningún desmán, y mucho menos ningún error. El objetivo debe ser, precisamente, no empujar hacia la pendiente.
La Unasur ha tomado el tema con la debida atención. Justo para eso ha sido creada.

http://www.uypress.net/uc_58503_1.html