Por Modesto Emilio Guerrero
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
En medio de las dificultades económicas, las tensiones sociales y el acoso de la derecha al proceso bolivariano, una nueva ola de cambios de figuras en realidad confirma el rumbo general del gobierno.
En medio de las dificultades económicas, las tensiones sociales y el acoso de la derecha al proceso bolivariano, una nueva ola de cambios de figuras en realidad confirma el rumbo general del gobierno.
Tal como ocurrió varias veces en los gobiernos sucesivos del comandante Chávez, el anunciado sacudón político-económico del pasado 18 de septiembre despertó mucha expectación entre chavistas, antichavistas y observadores de la política venezolana.
En medio de una realidad tan peliaguda, especialmente dentro del chavismo, no hay duda de que el interés se correspondió con la agudización de problemas, crisis segmentarias, tensiones, demandas sociales y presiones externas que sufre el país caribeño desde hace algunos años, todo ello acelerado por la muerte del comandante.
El presidente Nicolás Maduro definió como “revoluciones” los cinco ajustes o tareas prometidas: “Las cinco revoluciones” se harán en materia económica, del conocimiento, en las misiones sociales, en la política del Estado, y la del “socialismo en lo territorial”.
Tanto la movida ministerial y sus previsibles efectos económicos, como lo producido en el estado de ánimo del movimiento bolivariano, verificado en múltiples expresiones, han convertido al sacudón, que también podría interpretarse como un revolcón en la política nacional, en el más quebradizo modo de adaptarse a una transición que no soporta medias tintas. No definió nada radical en ningún sentido. Ni fue un giro a la derecha ni fue un giro a la izquierda. Simplemente un reacomodo de piezas de poder en el sistema político heredado, para administrar un Estado en crisis y sin remedio.
Las condiciones del sacudón. La breve crónica del sacudón de Maduro comenzó el 9 de enero de este año cuando una parte de su gabinete se puso a la orden para facilitar cambios y reformas, luego del triunfo en las elecciones municipales de diciembre. Ese proceso fue alterado por el levantamiento derechista de febrero-marzo-abril. El 3 de julio, ya derrotada la “revuelta de ricos” liderada por Leopoldo López, el presidente anunció cambios bruscos. Como Hugo Chávez, habló de “una revolución en la revolución”, en su programa de radio y TV.
El anuncio no apareció en la fecha anunciada. La clave es que estaba condicionado por dos pruebas sociales crujientes en la gobernabilidad: las Mesas de Negociación, un espacio donde la derecha opositora le arrancó al gobierno dólares, cupos de importación y nuevos precios comerciales, y simultáneamente, las nuevas demandas de un movimiento obrero que desde la devaluación de enero y por la dislocante inflación, siente la reducción fatal de su capacidad de compra y su peso social y sindical.
Este cruce de presiones y exigencias políticas, sociales y económicas, se potenció en términos de debilidad gubernamental desde junio. Las concesiones a los empresarios opositores, en medio de un ambiente de creciente molestia por las góndolas vaciadas, la secuela psíquica por la violencia sufrida desde febrero, una parálisis sustantiva en la producción y circulación de bienes ligeros e intermedios, los recortes al salario y la polarización política, comenzaron a agriar el humor del pueblo chavista de una manera desconocida.
Por primera vez en quince años, la gente trabajadora y de clase media profesional, bolivariana o contra, comenzó a manifestar estados de angustia social. Este es el dato sensible del proceso en marcha. El sacudón es una manera de responder a esa base social fragilizada.
La sociedad venezolana disfrutó, desde mediados del año 2003, de una expansión de consumo, bienestar y regocijo, excepto durante los nerviosos meses que mediaron entre el golpe de abril de 2002 y el paro patronal petrolero derrotado a finales de febrero de 2003. Fue su década más estable y jugosa en el último siglo.
La sociedad venezolana disfrutó, desde mediados del año 2003, de una expansión de consumo, bienestar y regocijo, excepto durante los nerviosos meses que mediaron entre el golpe de abril de 2002 y el paro patronal petrolero derrotado a finales de febrero de 2003. Fue su década más estable y jugosa en el último siglo.
En julio se manifestó un debilitamiento en términos relativos en el poder político y económico del gobierno. La complejidad de este tipo de tendencia no la retratan las encuestas de opinión, basadas casi siempre en preguntas simplonas y vaciadas de las múltiples determinaciones en realidades riesgosas como la bolivariana. Una encuesta de la empresa Hinterlaces le dio al presidente un buen porcentaje de imagen positiva. Esto era comprensible, luego de ser derrotada la revuelta y superada la crisis político-militar.
Pero esa buena imagen instantánea, siendo cierta, apenas representó un filón en la marcha de una crisis demasiado seria para ser reducida a un solo dato.
Ningún gobierno estabilizado y seguro anuncia un sacudón para cambiar el gabinete y hacer revisiones tan profundas en su funcionamiento institucional. El presidente venezolano dijo: “Haremos en Miraflores y del gobierno de calle un proceso de revisión, de todos los mecanismos de trabajo, consulta, de toma de decisiones, de todo el gobierno”.
Ningún gobierno estabilizado y seguro anuncia un sacudón para cambiar el gabinete y hacer revisiones tan profundas en su funcionamiento institucional. El presidente venezolano dijo: “Haremos en Miraflores y del gobierno de calle un proceso de revisión, de todos los mecanismos de trabajo, consulta, de toma de decisiones, de todo el gobierno”.
Antes del 18 de agosto, las expectativas se dividieron en dos. El chavismo esperaba un sacudón hacia la izquierda para salir del embotellamiento del proceso revolucionario. La oposición esperaba lo mismo, pero hacia el lado opuesto, o sea, una profundización del retroceso parcial logrado en las mesas de negociación. Merryll Lynch, la firma imperialista que visitó Caracas en junio, dijo en su informe que esperaba lo mismo “tras la remoción de los ministros marxistas”, Héctor Navarro y Jorge Giordani. (Ver en Miradas al Sur: La ruptura en el gabinete de Maduro sacude a los chavistas, 13 de julio de 2014).
Para las vanguardias y el pueblo más consciente del chavismo, el sacudón podía llamarse revolución si radicalizaba las medidas contra los especuladores comerciales, los ladrones de la banca, los corruptos del gobierno, los acaparadores de la industria, las mafias del sindicalismo corporativo, los traficantes del dólar y los ministros y funcionarios inservibles. Para ellos, no habrá sacudón mientras no sean penados los directores del Banco Central que migraron entre 22 y 29 mil millones de dólares a la banca privada en dos años, y concedieron desde Cadivi, la entidad reguladora del dólar, otras decenas de miles de millones en diez años, a una veintena de empresas privadas locales, multinacionales de autos, celulares y servicios.
Para el chavismo militante y los movimientos de base, el sacudón debe parecerse al Golpe de Timón. Así se llama el encargo del comandante Chávez a su gabinete, y a Maduro en persona, el 29 de octubre de 2012. Con acertada ironía, el economista venezolano Manuel Sutherland escribió el 5 de septiembre que el promocionado sacudón resultó en un adiós al Golpe de Timón (“El sacudón de Maduro: adiós al giro de timón. Todo lo que se pudo hacer y no se quiso.” Tribuna Popular, Caracas, 5 de septiembre 2014).
La militante chavista y escritora de Aporrea, Elizabeth Valdivieso, lo dijo en otros términos: “El sacudón no debe ser sólo un cambio de nombres… Es decir, mi querido presidente, el SACUDON, debe ir adentro, en las instituciones, no cambie a nadie, pero el que deba pagar que pague sus errores.” (E. Valdivieso, “¿Qué esperábamos del sacudón?”. Aporrea, 07/09/2014.)
En cambio, la derecha esperaba un sacudón contra las conquistas del chavismo, expresado políticamente como un retroceso en el tipo de gobierno, en el tipo de economía y en los representantes en el gabinete.
Ni lo uno ni lo otro, aunque tampoco es neutro. El “sacudón” del 18 de agosto tiene como objetivo reafirmar la economía estatal-burocrática de tipo capitalista, centrada en la renta petrolera improductiva. La institución correspondiente a ese tipo de Estado y economía es un sistema político reordenado, más equilibrado, entre las cuatro partes componentes del chavismo en el poder después de Chávez.
La burguesía externa al gobierno no obtuvo un cambio de gabinete que los incluya o represente en forma directa, ni una des-expropiación masiva de empresas y tierras, o una derogación de la nueva Ley del Trabajo.
En cambio, el sacudón le permitió blindar sus mecanismos comerciales y bancarios mediante los cuales fisuró, desde 2003, el control estatal de Pdvsa y le permitió apropiarse de pedazos de la renta petrolera.
Como advierte Valdivieso, la militante chavista, “el sacudón no debe ser sólo un cambio de nombres”.
En política como en cualquier ciencia, el nombre de la cosa debe parecerse a la cosa. No se debe llamar sacudón a un paquete de medidas que no producen sacudidas allí donde deben producirlas. Y menos debe usarse la palabra-concepto revolución para cambios tan comedidos, mesuraditos y calculados en un gabinete que siguió funcionando al día siguiente como si nada hubiera cambiado.
En las condiciones de la Venezuela actual, no hay ni habrá sacudón político, social y económico, que no tenga como punto de partida el Golpe de Timón legado por el comandante Chávez, y como perspectiva transicional la estrategia del Programa de la Patria, un instrumento programático que puede servir para abrir el camino al poscapitalismo.