Viernes de terror por los ataques jihadistas
Tres atentados en el mismo día y en tres continentes: una decapitación en Francia, una masacre de turistas extranjeros en Túnez y el asalto a una mezquita chiíta en Kuwait. El “gran enemigo” de los tiempos de Bush se reencarnó con una eficacia letal.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Un hilo de sangre de origen jihadista dejó su primera huella en Francia, se expandió en Túnez y terminó en Kuwait. Europa, el Mediterráneo, el Golfo Pérsico, en total, la jornada de viernes dejó un saldo de 63 muertos. El horror irrumpió durante la mañana en la localidad de Saint-Quentin-Fallavier, cerca de la ciudad de Lyon. Yassin Salhi, un hombre de 35 años, señalado por su inclinación a la radicalización islamista, ingresó en la empresa transportadora de gas donde trabajaba, Air Products, y decapitó al gerente. El atacante habría también intentado hacer explotar el auto con el cual accedió al establecimiento. Otras tres personas resultaron heridas durante este operativo al que el presidente francés, François Hollande, calificó de “ataque de naturaleza terrorista”. Dentro de la empresa, las autoridades encontraron banderas islamistas y, sobre el cuerpo de la víctima, una serie de inscripciones aún no reveladas.
Las circunstancias completas de lo que, por ahora, parece ser un acto solitario, no se conocen totalmente. Yassin Salhi fue detenido de inmediato por un bombero. Según reveló el ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, el supuesto terrorista había sido fichado y catalogado en 2006 con la mención “S”, es decir, proclive a la radicalización. La mención “S” desapareció de su legajo a pesar de que, en 2011, se lo vinculó con los círculos salafistas de la región de Lyon. Por esta razón, Yassin Salhi fue objeto de vigilancia entre 2011 y 2014. Según el diario L’Est Républicain, el individuo se habría radicalizado tras entrar en relación con un predicador híper virulento de la mezquita de Pontarlier, en la región de Doubs. El ministro del Interior precisó no obstante que el hombre “no era conocido por mantener lazos con actores terroristas”. En la localidad de Saint-Priest, donde vivía el agresor, nadie puede creer que ese vecino “sin historias, amable y con hijos muy educados”, haya podido cometer un acto semejante. Hasta ahora hay cuatro personas detenidas: Yassin Salhi, su esposa, su hermana y una persona más sobre la cual no se ha suministrado información.
Después de Francia, el horror eligió el Mediterráneo como región y Túnez como objetivo. El único país que después de las revueltas árabes de 2011 logró construir una alternativa democrática fue atacado por segunda vez en lo que va del año. El pasado 18 de marzo, un operativo contra el Museo Bardo, situado en la capital, terminó con la muerte de 21 turistas. Ayer, 26 de julio, a las 11 de la mañana, un individuo abrió fuego contra los huéspedes de dos hoteles ubicados en la región de Susa, junto al puerto de El-Kantaui. Treinta y siete personas, entre ellas varios turistas alemanes, belgas y noruegos, resultaron muertas y hay decenas de heridos. Uno de los hoteles, el Imperial Marhaba, pertenece al grupo español Riu. La información de que se dispone es muy imprecisa. Las agencias de prensa hablan de un comando de tres individuos que desembarcó en la playa antes de abrir fuego. Uno de ellos, el asaltante, murió en el tiroteo mientras que otros dos sospechosos fueron detenidos. El principal protagonista no estaba señalado por los servicios de seguridad. Se trataría de un estudiante oriundo de la región de Kariouan, una de las ciudades santas del Islam, ubicada en el centro del país, que escapó a los radares de los servicios secretos.
Para Túnez es una catástrofe y un golpe mortal al turismo, un sector del que depende la economía tunecina y ya muy afectado por el atentado de marzo pasado. En 2011, el derrocamiento popular del dictador Zine Al Abidine Ben Ali, que dio lugar a las demás revueltas árabes, abrió un período de esperanzas. Túnez fue la única nación de las que se sublevaron contra sus dictaduras que logró salir airosa de la Primavera Arabe. Después de un período de inestabilidad, el país organizó elecciones libres donde participaron todos los grupos políticos y las tendencias confesionales. Túnez se convirtió en un modelo de reconstrucción democrática para todo el mundo árabe. En diciembre de 2014, Túnez eligió al laico Béji Caïd Essebsi como presidente de la república. El jefe del Estado incluyó en su gobierno al movimiento islamista moderado Ennahda y el modelo mostró signos de mucha eficacia y tolerancia mutua. Pero el terrorismo lo sentenció. En los últimos cuatro años este país perdió casi el 50 por ciento del turismo –21 por ciento de enero a junio de este año con un pico de menos 62 por ciento de turistas franceses–. El presidente tunecino dijo ayer que Túnez no podía luchar sola contra el terrorismo e interpeló a la comunidad internacional para que se adoptara una “estrategia global”. “Estamos ante un movimiento internacional. Túnez no puede enfrentar solo a los jihadistas. El mismo día, a la misma hora, Francia fue blanco de una acción paralela. Y Kuwait, también. Esa es la prueba de que necesitamos una estrategia global, donde todos los países democráticos unamos nuestras fuerzas.” Túnez tiene, además, otro problema, representado por un núcleo muy duro de islamistas radicales. Con 3000 combatientes en el terreno es, por ejemplo, el país de donde proviene el mayor número de combatientes extranjeros que pelean en Siria e Irak junto al Estado Islámico, EI.
Si el atentado en Francia parecía hasta ayer un acto aislado, el de Túnez y el de Kuwait tienen características similares: son blancos emblemáticos y atentados de masa.
En Kuwait, un grupo ultrarradical que se presenta como una rama del Estado Islámico reivindicó el atentado perpetrado dentro de la mezquita Al-Imam al-Sadeq, en Kuwait City. El día, la hora y el lugar no podían ser más simbólicos: el segundo viernes del mes de ayuno del Ramadán, el día y el momento en que los fieles participaban en la plegaria de los viernes. El atentado terrorista fue reivindicado por una extensión del Estado Islámico en Arabia Saudita, la Provincia de Najd. La reivindicación alega que se trataba de atacar un “templo de los renegados”. Ese el término con el cual los radicales sunnitas califican a los chiítas.
La extensión de la influencia del Estado islámico, su objetivo declarado de castigar a los chiítas, está desembocando en un trastorno mayor en las regiones de Medio Oriente y del Golfo Pérsico. A diferencia de lo que ocurre en Arabia Saudita, los chiítas de Kuwait (un millón y medio) tienen relaciones tranquilas con el poder central. El Islam sunnita, mayoritario en Arabia Saudita, y el chiíta, de peso global en Irán e Irak, se están ahora confrontando con, como telón de fondo, la guerra sosegada y costosa entre dos potencias regionales y confesionales que son Irán y Arabia Saudita. El salafismo más radical está conduciendo la región a un escenario de sangre y horror.
Tres atentados en el mismo día y en tres continentes distintos y durante la jornada de la plegaria musulmana es enorme. El impacto no puede más que multiplicarse. Aunque nada dice que exista una coordinación previa a estos ataques. Desde hace ya muchos años, el jihadismo no responde más a una estructura vertical ordenada sino a un modo desestructurado de pasar a la acción. La organización de Al Qaida dio lugar a células aisladas o a individuos que protagonizan los ataques, cuando quieren y según el blanco que les resulta más apto. En 2004, uno de los dirigentes de Al Qaida conceptualizó este tipo de operativos con el nombre de “la tercera jihad”. En ese documento de 1600 páginas escrito por Abu Mussab al-Souri se preconiza una guerra total, desprendida de toda coordinación operativa central. La realidad muestra la eficacia de esa teoría. Los responsables del atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo operaron así. Al Qaida antes, el Estado Islámico ahora. El “gran enemigo” designado por el ex presidente norteamericano George Bush y sus aliados occidentales se reencarnó con una eficacia decisiva, alimentado por los errores garrafales de Occidente y sus “aliados” regionales de las monarquías del Golfo Pérsico, que los financian y alientan mientras las grandes potencias les venden a esos aliados armas, tecnología, clubes de fútbol y hoteles de lujo. La gran cruzada contra el terrorismo ha dejado miles de muertos inocentes y fructuosos contratos en las arcas de Occidente.
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