Por Eduardo Camin
Una serie de artículos destinados a analizar la situación de la izquierda latinoamericana han surgido en estas páginas y despertado mi curiosidad. En efecto desde hace algún tiempo diferentes autores han comenzado a esbozar inquietudes, sobre las muchas promesas no cumplidas y diluidas entre nieblas que se espesan y disipan en el torbellino de los tiempos.
Como tantos otros debates en el marco de las ciencias sociales, el “giro a la izquierda” de gran parte de los gobiernos latinoamericanos durante el siglo XXI suscitó junto con muchas expectativas incansables discusiones académicas y diversas querellas políticas en distintas partes del globo. La emergencia de experiencias políticas progresistas en países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela colocó a la academia frente al desafío de pensar y analizar los rasgos y especificidades que asumieron los procesos políticos contemporáneos. Desde hace algunos años, once de los dieciocho países latinoamericanos eran gobernados por presidentes de centro-izquierda o izquierda.
En este sentido, infinita cantidad de artículos y diversas teorías fueron destinadas a reconstruir, analizar y comprender las múltiples y complejas experiencias políticas de buena parte de los países gobernados por coaliciones, movimientos o partidos políticos progresistas. No obstante, y si bien la idea del “giro a la izquierda” constituye ya un “lugar común” como marco general de cualquier debate y discusión preocupados por el estudio de los gobiernos latinoamericanos contemporáneos, pocos trabajos sistematizaron la copiosa literatura desarrollada a propósito de esta temática
Pero para apreciar en toda su dimensión este nuevo proceso de control social y político con izquierda, urnas y elecciones, es preciso contar con un marco referencial de la nueva estrategia que Washington comenzó a implementar tras la derrota de los movimientos revolucionarios armados en América Latina.
Con la desaparición de la guerra por áreas de influencia con la URSS, las viejas consignas “anticomunistas” de las dictaduras militares formadas en la Escuela de las Américas fueron sustituidas gradualmente por las banderas de la lucha contra el terrorismo, las drogas y el crimen organizado con las que hoy EE.UU. justifica su injerencia intervencionista militar en la región latinoamericana.
¿Cómo entender que los Estados Unidos ‑ potencia regente unipolar del sistema capitalista- se haya apoderado del discurso del enemigo para construir una alternativa a su decadencia económica, política, social y cultural ? Esto es, aprovechar políticamente el discurso revolucionario de la izquierda, vaciado de contenidos, para crear una nueva alternativa de “gobernabilidad” con el antiguo enemigo convertido en gerente “por izquierda” del Estado burgués.
Hay un principio estratégico proveniente del campo militar que el sistema capitalista aplica en todos los niveles: al enemigo hay que destruirlo, neutralizarlo o asimilarlo.
Por lo tanto, a una izquierda solo “revolucionaria” en el plano del discurso, sin referencias organizativas, doctrinarias y operativas de “toma del poder para cambiar el sistema”, ya no hay que destruirla sino reciclarla, asimilarla, y convertirla en alternativa de poder dentro de las reglas y los contenidos del sistema capitalista.
El capitalismo asimiló al discurso de la izquierda, lo vació de contenidos transformadores y revolucionarios, y lo convirtió en marketing electoral alternativo a su propio engendro político : el neoliberalismo.
Despojada de todo contenido revolucionario la “nueva izquierda” (solo preocupada por el “poder formal” ejecutivo y parlamentarista del Estado burgués) se convirtió en útil y funcional al sistema que antes combatió con la idea de transformarlo y cambiarlo de raíz.
El sistema capitalista tomó el discurso “antiimperialista y revolucionario” de la izquierda y lo adaptó a sus propias necesidades de sustituir a la derecha por la izquierda manteniendo la “gobernabilidad” del sistema.
Los presidentes “progresistas”
Los presidentes “progresistas”, que hablan por izquierda con una orientación de perspectiva hacia la superación de la sociedad capitalista o como se dice en muchos de sus programas hacia “una estructura social, en la cual los intereses del capital son subordinados a los intereses de la humanidad “ en la cual la predominancia del lucro esta refrenada es decir un capitalismo con” rostro humano” De esta manera, la izquierda, se ha convertido en la “cara alternativa” de dominio del Imperio en América Latina, pero ejecutan los programas económicos y la estrategia regional de Washington por derecha, son el nuevo producto del marketing vendido con urnas y elecciones. Así nació el distintivo axiomático que guía a los gobiernos “progresistas” en la región : hacer discursos con la izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.
Al abandonar sus postulados setentistas de “toma del poder” y adoptar los esquemas de la democracia burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de gobierno, la “nueva izquierda” se convirtió en una opción válida para administrar el “Estado trasnacional” del capitalismo en cualquier país de América Latina.
La asociación beneficiosa entre la “izquierda civilizada” y el establishment del poder capitalista es obvia : el sistema (por medio de la izquierda) crea una “alternativa de gobernabilidad” a la “derecha neoliberal”, y la izquierda (y los izquierdistas) pueden acceder al control administrativo del Estado burgués sin haber hecho ninguna revolución.
Tiempos de malestar e indiferencia, pero aun no formulados de manera que permitan el trabajo de la razón.
En lugar de inquietudes definidas en términos de valores y amenazas hay un malestar vago, una inquietud, un desalentado sentimiento que nada marcha bien. Pero llama la atención el alto grado de conformismo con él responde la sociedad ante los postulados y principios provenientes del mundo académico, en fin preocupa que esta comunidad de saberes asuma este comportamiento conformista y complaciente como un logro positivo del fin de las incertidumbres históricas. Tal vez ¿se haya agotado el tiempo para la crítica, para la imaginación, para la historia?