Las respuestas en el mundo frente a la ola de refugiados huyendo de Siria y otros países no solo son “insuficientes” sino que son contrarias a la historia y a las obligaciones internacionales. Crisis parecidas de flujos masivos de refugiados se han vivido en varios momentos en diferentes lugares pero, pese a que siempre las respuestas quedaron rebasadas por la realidad, hoy la brecha parecería ser mayor.
En el manejo de la crisis actual hay varias responsabilidades pero una especial de Europa que es insoslayable. Hay al menos tres factores que sería bueno que los demócratas en Europa y del resto del planeta tuvieran en cuenta para tomar mejores decisiones de protección y enfrentar, a la vez, a las corrientes xenófobas y racistas que emergen con fuerzas en varios países.
Lo primero es que olas de refugiados huyendo de guerras o de gobiernos totalitarios no son algo nuevo.
En el manejo de la crisis actual hay varias responsabilidades pero una especial de Europa que es insoslayable. Hay al menos tres factores que sería bueno que los demócratas en Europa y del resto del planeta tuvieran en cuenta para tomar mejores decisiones de protección y enfrentar, a la vez, a las corrientes xenófobas y racistas que emergen con fuerzas en varios países.
Lo primero es que olas de refugiados huyendo de guerras o de gobiernos totalitarios no son algo nuevo.
En varias de esas ocasiones los países concernidos sí estuvieron a la altura de las circunstancias. América Latina, por ejemplo. Desde condiciones económicas abrumadoramente menos ventajosas que las de la actual Europa de bienestar, durante la década de los ochenta del siglo pasado cientos de miles de refugiados centroamericanos fueron acogidos en México, Honduras, Costa Rica y Guatemala cuando escapaban de los conflictos internos en sus países. Ahora mismo, más de 60.000 refugiados colombianos están asentados en Ecuador y el país no ha colapsado ni amenaza volverse fascistoide o xenófobo.
También se impulsaron desde Latinoamérica reglas internacionales más protectoras de los refugiados. En 1984 se dio en Cartagena de Indias un paso fundamental para aggiornar la definición de refugiado, antes centrada en el individuo que huía de persecución para pasar a criterios más amplios que permitieran proteger a masas de personas “amenazadas por la violencia generalizada” o “los conflictos internos”. Esos conceptos hoy amparan jurídicamente a los millones que huyen de Siria o Afganistán.
También se impulsaron desde Latinoamérica reglas internacionales más protectoras de los refugiados. En 1984 se dio en Cartagena de Indias un paso fundamental para aggiornar la definición de refugiado, antes centrada en el individuo que huía de persecución para pasar a criterios más amplios que permitieran proteger a masas de personas “amenazadas por la violencia generalizada” o “los conflictos internos”. Esos conceptos hoy amparan jurídicamente a los millones que huyen de Siria o Afganistán.
Lo segundo es que hay obligaciones internacionales que cumplir.
Europa, continente en el que se gestó la Convención sobre refugiados en 1951, no sólo tiene la obligación de acoger a quienes huyen por el “temor fundado” —como dice la Convención— de las guerras, sino porque ha sufrido directamente la tragedia. Fue precisamente en Europa en donde se vivió el drama más grande de refugiados y desplazados del siglo XX. Nadie debería sorprenderse que hoy haya millones que, desde otro punto de la geografía, sufren un calvario semejante y huyen buscando protección.
Pero no se está avanzando bien. Con las cuotas asignadas en estos días, no sólo la carga reposa básicamente en tres países, en una Europa de 28 socios, sino que la cifra total protegida es ínfima. Europa está institucional y económicamente en condiciones de acoger a los solicitantes de refugio y no lo está haciendo. Cierto que las 310.000 personas que el ACNUR calcula optimistamente que llegarían este año (serán más), es mucha gente, pero distribuidas entre 28 países europeos sería más que manejable. Menos de un asilado potencial para cada 1.900 europeos.
De este drama humanitario se están encargando desproporcionadamente, mientras tanto, países con muchísimo menos recursos
En el Líbano hay más de un millón de sirios, Turquía ha acogido más de 1.700.000 y Tanzania a cientos de miles de Burundi y del Congo. En el otro lado de la balanza, los ricos Estados del Golfo y Arabia Saudita, que tienen las manos metidas en la guerra en Siria, que se sepa no han acogido a ningún refugiado. Los EE UU y Canadá, por su parte, parecería que se han quedado muy cortos recibiendo poco más de 1.000 sirios cada uno. Mientras, varios países latinoamericanos han recibido ya a sirios y otros anuncian que lo harán próximamente.
El mundo debe reaccionar. Hacerlo más temprano que tarde significará para millones la diferencia brutal entre la vida y la muerte.