Por Andrés Mora Ramírez
No cabe duda que la esfera de la comunicación social representa un campo de intensas disputas, en el que no sería aventurado afirmar que se libran batallas decisivas para el futuro de los proyectos nacionales y regionales que se pusieron en marcha en los últimos 15 años.
La sede académica de FLACSO en Quito, Ecuador, albergó durante los días 26, 27 y 28 de agosto el III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales, un evento que contó con la participación de más de mil investigadores y estudiantes que se abocaron al estudio de los principales problemas y desafíos de nuestro continente. Uno de los ejes temáticos analizó el complejo entramado de intereses y relaciones entre medios de comunicación, poder y procesos políticos en la actual coyuntura de nuestra América. Tres dimensiones de análisis, en las que convergen los enfoques de la investigación en nuestros países, permiten caracterizar y comprender las transformaciones que tienen lugar en nuestras sociedades, y las tensiones que animan los debates y discusiones en foros institucionales, en la academia y en los espacios de acción propios de los movimientos sociales.
La primera dimensión es la cultural, que se expresa en la paulatina constitución de lo que algunos autores definen como sociedades tecno-mediáticas, en las que la omnipresencia de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en prácticamente todos los órdenes de la vida, ha favorecido la emergencia de un nuevo sujeto tecno-mediatizado: ese cuya posibilidad de ejercer ciudadanía en el nuevo contexto, va a depender de su capacidad de consumo de productos y contenidos mediados por las TIC (y, en realidad, por los agentes económicos que controlan su producción). Un sujeto, además, cuya forma de ser y estar en el mundo –su identidad cultural- se define en función de experiencias vinculadas, por un lado, a una percepción del tiempo diferente: el eterno presente, la instantaneidad de los inmensos flujos de información y entretenimiento que viajan sin descanso de la red internet a los dispositivos móviles; y por el otro lado, a la normalización o incorporación del sentido común dominante a través del consumo narrativas mediáticas –implícitas en todos los productos de consumo cultural- que naturalizan el orden hegemónico, desmovilizan políticamente y, en el peor de los casos, “inmunizan” al ser humano frente al dolor de sus semejantes y frente a la barbarie de nuestro tiempo.
Si bien este fenómeno ocurre a escala global, las formas específicas que adquiere en América Latina son claves para explicar los procesos de despolitización propios de aquella sociedad neoliberales avanzadas, que poco a poco van abandonando la acción política emancipadora y el horizonte utópico a cambio de participar –aunque sea solo marginalmente- de las fantasías del mercado y del consumo.
La segunda dimensión es la política, que nos remite a los diversos escenarios de confrontación entre los gobiernos posneoliberales (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela), con su apuesta social, de redistribución de la riqueza y de forja de nuevas alianzas sociales, y los poderosos grupos económicos de la comunicación, cuyo control oligopólico de los medios tradicionales y los emergentes (vinculados a las nuevas TIC) en varios países suramericanos ha sido cuestionado y sometido a nuevas regulaciones que, en su afán de democratización de las comunicaciones, tocaron delicados intereses políticos relacionados con la custodia del statu quo neoliberal. Asimismo, afectaron intereses económicos vinculados a las condiciones que hacían posible –hasta hace pocos años- el desarrollo de un capitalismo informacional que no seguía más leyes que las de la oferta y la demanda, aunque en ello se cometieran atropellos a derechos sociales y culturales de pueblos originarios y de sectores de la población que eran prácticamente invisibilizados en la construcción de los relatos o narrativas sobre la realidad que difunden los medios hegemónicos.
A diferencia de lo que pasó en el sur de nuestra América, más al norte, en México y Centroamérica, los grupos mediáticos lograron apuntalar su dominación sobre los sistemas de medios de comunicación y, desde allí, sobre los sistemas políticos y las llamadas instituciones democráticas, haciendo de los procesos electorales, por ejemplo, un mercado de compra y venta de votos (que garantiza el acceso al poder de partidos y dirigentes leales al poder económico-mediático), imágenes y discursos, que vacían de sentido las prácticas propias de la democracia liberal burguesa. En efecto, desde la campaña electoral del 2006 en México, en la que los poderosos grupos Televisa y TV Azteca se empeñaron en derrotar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, apelando a procedimientos espurios, vacíos legales e interpretaciones jurídicas leoninas; hasta las recientes campañas sucias que presenciamos en Honduras, El Salvador y Costa Rica, en los comicios celebrados entre 2013 y 2014, se va configurando un modus operandi de complicidad entre clases dominantes y grupos mediáticos, que pretende blindar a esta región de la eventual llegada al poder de partidos y líderes que supongan un cuestionamiento al modelo neoliberal, a sus formas de acumulación y, en definitiva, que impida que fuerzas sociales por largo tiempo constreñidas eventualmente exploren alternativas de cambio político y económico.
Finalmente, con respecto de la dimensión de la integración latinoamericana, parece existir un acuerdo en torno a la necesidad de potenciar el desarrollo de nuevos paradigmas de la comunicación, que consideren los aportes originales de nuestra región (la comunicación popular, la comunicación comunitaria, la comunicación participativa), desde las distintas iniciativas de integración construidas en el siglo XXI. Si bien los empeños puestos por los gobiernos posneoliberales en la aprobación de leyes que regulan temas como propiedad de los medios, concentración, cuotas de producción, participación de actores sociales, reconocimiento de la diversidad cultural y la pluralidad, entre otros, representan un avance sustancial en esta materia, no se puede negar que resta mucho por hacer a escala regional para forjar sistemas soberanos de medios, cada vez menos dependientes de los grupos mediáticos nacionales y extranjeros, y a la vez, para dotar de mayor presencia ciudadana, desde el espacio de la comunicación, al proceso complejo, diverso y multipolar de la integración nuestroamericana de los últimos lustros. Iniciativas de la importancia y calibre de TeleSur, la Radio del Sur o Unión Latinoamericana de Agencias de Noticias, que se consolidaron en los últimos diez años, demuestran la urgencia de articular estos y otros proyectos a los espacios de integración, como una prenda de garantía de continuidad y sobrevivencia ante la ofensiva de la derecha continental, y lo que se ha dado en llamar la restauración neoliberal conservadora.
Para quienes optamos por pensar a América Latina desde acá, desde nuestras historias, trayectorias y aspiraciones comunes, no cabe duda que la esfera de la comunicación social representa un campo de intensas disputas, en el que no sería aventurado afirmar que se libran batallas decisivas para el futuro de los proyectos nacionales y regionales que se pusieron en marcha en los últimos 15 años. Y en esa medida, debemos estar presentes, posicionarnos y actuar por la construcción de nuevos conocimientos que nos ayuden a develar los entramados del poder, la dominación y los caminos posibles de la liberación comunicacional.
*Académico e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro de Investigación y Docencia en Educación, de la Universidad Nacional de Costa Rica.