1 ago 2014

Enfermiza geopolítica




Tras el incidente del avión MH17 de Ma­laysia Airlines derribado en territorio ucraniano, un verdadero abejero mediático parece olvidar que en la nave siniestrada perdieron la vida casi 300 seres humanos, ajenos todos al conflicto en esa zona, por demás utilizada por la aviación internacional como corredor aéreo.
La manipulación informativa y las declaraciones irresponsables de jefes de Estado como Barack Obama culpando a Moscú de lo ocurrido cuando ni siquiera cuenta con una prueba sobre ello, han predominado por encima del dolor de las familias de las víctimas.
De acuerdo con las normas de la Orga­­­­ni­zación Internacional de Aviación Civil (ICAO, por sus siglas en inglés), la responsabilidad de una investigación sobre estos accidentes aéreos le corresponde al Estado en el que ocurrió el mismo.
En el análisis de lo ocurrido, vale la pena insertarse aunque someramente en la situación ucraniana de hoy y sus ramificaciones en la geopolítica de un mundo que se debate entre la unipolaridad obstinada y obsoleta defendida por Estados Unidos, y la multipolaridad im­prescindible si es que queremos vivir en un planeta de paz y respeto mutuo.
Ya suman más de mil las personas muertas y miles los heridos, a consecuencia de la empecinada acción occidental, alejada de la búsqueda de cualquier solución negociada entre Kiev y los habitantes de poblaciones cercanas a la frontera con Rusia, que hoy están siendo literalmente borradas del mapa por la acción de los bombardeos de los militares ucranianos.
No resulta ocioso recordar que un día antes de la tragedia aérea, la noticia vinculada con el tema ucraniano se centraba en las nuevas sanciones de Washington y Europa contra Rusia, a la que acusan —sin fundamento alguno— de tener responsabilidad con lo que ocurre en Ucrania.
En Occidente, mucho más espacio ocuparon en los medios estas nuevas medidas punitivas, que la gira del mandatario ruso por América Latina o la cumbre de los países emergentes BRICS realizada exitosamente en Brasil y donde, entre otros acuerdos, se creó un Ban­co que apoyará las acciones del Grupo en su consolidación y desarrollo.
De “inaceptables e indignantes” calificó Moscú las nuevas sanciones adoptadas bajo un pretexto inventado. “Para Rusia es obvia la ilegitimidad e ilegalidad de las medidas adoptadas por la parte estadounidense. Estamos seguros de que esta decisión no hará más que empeorar las relaciones ruso-estadounidenses y generar un ambiente negativo en los asuntos internacionales”, subrayó la cancillería rusa.
Washington decidió aplicar sanciones eco­n­ómicas contra algunas de las empresas más importantes de Rusia, entre ellas los bancos Gazprombank y Vnesheconombank y las compañías energéticas Rosneft y Novatek.
El presidente ruso Vladimir Putin apuntó que las sanciones norteamericanas pueden llevar las relaciones entre Washington y Moscú a un “punto muerto” y se mostró “convencido de que irán en detrimento de intereses estratégicos a largo plazo de Estados Unidos y del pueblo estadounidense”.
Por su parte la Unión Europea, especialista en eso de imitar y cumplir con las decisiones de la Casa Blanca, también se ha sumado a aplicar sanciones, a sabiendas del efecto contrario que tendrán.
Líderes de la UE, reunidos en Bruselas, dijeron que anunciarán los detalles de sus sanciones a fines de julio, aunque especificaron que sus bancos de inversión ya no financiarán proyectos rusos.
Mientras las amenazas y castigos, basados en diatribas, son una especie de palanca de Occidente para mover un terreno geopolítico muy peligroso, Ucrania se enfrenta a un conflicto interno sin que se vislumbre solución a corto o mediano plazos.
Entre las más claras consecuencias de la inestabilidad ucraniana, se prevé que este otoño se batirá récord en la subida del precio del combustible, lo que provocará, de igual forma, un alza en el precio de los alimentos, unido a la ya intolerable deuda de salarios con los empleados públicos. No debe olvidar Kiev que ahora el gas que llega de Rusia —y que durante muchos años recibió a precios preferenciales y acumulando una gran deuda— tendrá que ser abonado por adelantado, luego del rompimiento que hicieran las nuevas autoridades ucranianas en cuanto a sus relaciones económicas y comerciales con Moscú.
En lo interno, también Ucrania pasa por momentos de desestabilización política y de gobierno, con un presidente cuyos poderes están en función de su gran capital y un consejo de ministros encabezado por Arseni Yatseniuk, de tendencia fascista, y dueño del poder real en el tema económico.
En ese contexto, los grandes oligarcas locales —sean cercanos al presidente Poroshenko o al primer ministro Yat­seniuk—, no sacrificarán ni un ápice de su capital por la búsqueda de consenso entre fuerzas que con distintos nombres tienen el común objetivo de una Ucrania pro occidental, sin vínculos con Rusia y dominada por el dios dinero, ya con el sabor a cacao del gran magnate autoproclamado rey del chocolate, o por el incoloro premier y su alianza que recuerda los peores momentos de una Europa dominada por el fascismo.
Ucrania vive hoy las consecuencias de una geopolítica enfermiza, en un Occidente em­pecinado por cumplir el mandato hegemónico de Estados Unidos, aunque sumen millones los que mueran o resulten mutilados en esa irracional aven­tura.