Por Claudio Della Croce
Todavía hay muchos fuegos artificiales en la campaña que intenta ser puramente mediática, donde a ningún candidato se le cae ni se le pega una idea, o prefiere guardársela para no ahuyentar al electorado. Mientras, el llamado establishment, el poder factual, las grandes corporaciones y las trasnacionales, la banca financiera globalizada y los buitres y sus repetidoras de caranchos locales, prepara sus armas.
Nadie puede dejar de reconocer todos los logros que este proyecto político ha alcanzado en términos de igualdad, de reconocimiento de derechos civiles y sociales, de unidad latinoamericana, por ejemplo. Pero el kirchnerismo, en estos 12 años, no le ha propinado una derrota estratégica a los sectores neoliberales, que permita pensar una nueva Argentina bajo un bloque hegemónico nacional y popular.
El establishment sabe que ya no puede contar con tanques y represión para imponer su modelo político, económico y social. Para hacerlo necesitan de las nuevas armas de persuasión –los medios de comunicación comerciales, cartelizados-, pero quien pueda manejar el aparato del Estado, para aplicar los remedios milagrosos que llevan a la muerte segura a la soberanía, la justicia social y la equidad. Y quien puede manejar el Estado es el justicialismo.
Y aparecen dos candidatos, supuestamente enfrentados: Mauricio Macri y Daniel Scioli, ambos expertos en frases vacías y en abstenerse de dar opiniones para no perder la oportunidad de quedar bien acomodados de cara a la próximas situaciones. En 2011 el eje del discurso kirchnerista se encontraba en la idea de la “profundización del proyecto”, pero hoy se plantea “defender lo conseguido”. El único sector que habla de consolidación y profundización del proyecto, de las conquistas sociales de 12 años de gobierno, es el que aglutina el Movimiento Evita
Podemos hablar de un reacomodamiento del partido Justicialista tradicional: el opusdéico Urtubey ganó en Salta, Perotti en Santa Fe, Bermejo en Mendoza. No cabe duda que todos ellos estuvieron coqueteando con el kirchnerismo, pero todos vienen o son la médula del justicialismo, que es el que rodea esencialmente a Scioli.
Tanto los intelectuales kirchneristas (Carta Abierta) como el progresismo dentro del kirchnerismo (lo que quizá podamos llamar la izquierda peronista) fueron muy críticos durante los últimos 12 años no solo a la figura de Scioli sino a su praxis. Es más, llamaban la atención por la similitud de los discursos y de los proyectos inmediatos que tiene con Macri.
Pero hay que tener en cuenta dos niveles: uno lo quieren poner en práctica y el otro, si lo van a poder cumplir. Los sectores progresistas del progresismo no bajaron las banderas, pero se dispone a votar por Scioli. Habrá que ver si la lucha popular les permite hacer el ajuste que planean.
El kirchnerismo cree que la solución es rodear a Scioli con los “leales” –al proyecto, a Cristina, a Máximo-, colocando la mayor cantidad posible de diputados de La Cámpora en las listas… y en Congreso. La idea es que Cristina sea la conducción, con Scioli en el gobierno. Pero si uno lee un poco de histoira reciente sabe que quien llega a la presidencia se olvida y desplaza a sus adversarios (Menem-Cafiero, Kirchner-Duhalde, ¿Scioli-Cristina?)
Poco tiene que ver Scioli con el proyecto nacional del kirchnerismo, aunque jure por él. Sus ideas (o las de sus asesores) están en consonancia con las de Macri: ajuste, fuerte endeudamiento externo para financiar la devaluación, reducción del déficit fiscal, salarios deprimidos, aplicar fuertes aumentos a las tarifas de la energía y el transporte. ¡Pobres los sectores populares con estos programas!
Los economistas ortodoxos que rodean a los principales candidatos saben que el tipo del eventual ajuste dependerá de las condiciones económicas y sobre todo políticas del momento. Por un lado, el clima local es de una primavera económica. Habrá que esperar unos meses para saber si el panorama económico internacional es muy desfavorable para la Argentina o no.
Cualquier ajuste que se programe desde la derecha depende de un pacto social. Algunos asesores de Macri hablan de gabinete de coalición y no porque son dadivosos, sino que saben que no podrán imponer un ajuste y una reducción salarial sin negociar con la burocracia sindical, que sigue en la cima de un movimiento sindical aún combativo, con un pueblo que recuperó su conciencia social (nada se logra sin lucha).
¿Qué puede alentar a un votante? ¿Que este o el otro candidato sepan bailar mejor? Ninguno de los candidatos supervivientes puede catalogarse como expresiones de un proceso de cambio que rompa con el sistema neoliberal impuesto tras el golpe de estado de 1976, incluidos los que asumen la conducción de Cristina. En términos más precisos, todos están a la derecha de la presidenta.
Existe una incapacidad histórica, tradicional, que no es solo argentina: la de formar cuadros políticos, gerenciales, administrativos, capaz de seguir un proyecto. Casi siempre los grandes proyectos nacionales quedan sin continuidad. Y en Argentina, ¿por qué después de varios años de avance de los sectores populares no se ha podido generar un escenario ciertamente más favorable para la disputa político-institucional de cara a las elecciones?
Podemos remontarnos a la dictadura genocida o a la consolidación neoliberal en la reforma constitucional de 1994 y en el sistema legal ((LFE, LES, Código minero, Tratados Bilaterales de Inversión, CIADI, aceptación de semillas transgénicas, por nombrar sólo algunos).
Luego, la ley de reforma política incorporó como novedad la realización de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), con la idea de reconstruir la legitimidad de los partidos sostenedores del sistema, ordenadores del sistema político-institucional. Parece difícil, entonces, pesar que en este marco sea posible impulsar un proceso de cambio que derrote al proyecto neoliberal, proceso que es reivindicado por varios grupos dentro del kirchnerismo. ¿Se puede acometer tareas de cambio con el instrumental del status quo, y sin el impulso desde el centro del gobierno?
El PJ es la gran y eficiente maquinaria electoral, donde el debate de proyecto político queda postergada por la dinámica de la discusión y repartija de cargos y puestos.
Hoy, tenemos patria, dice la consigna oficial. Mantenemos nuestros reclamos por las Malvinas, nacionalizamos YPF y Aerolíneas Argentinas, luchamos contra el trabajo esclavo y la discriminación. Hemos ganado en autoestima, dignidad, hasta en orgullo de ser argentinos. Fue una tarea del gobierno, y del pueblo que lo acompañó con sus reivindicaciones históricas y sectoriales, con la lucha, con la alegría de las victorias políticas. ¿Estamos dispuestos a perderlo todo?
Dos frases para el final: Una, ningún proyecto de transformación estructural de una sociedad ha alcanzado duración histórica hegemónica sin imponerle una derrota fundamental al anterior bloque dominante. Dos, habrá que ver si la lucha popular les permitirá hacer el ajuste que planean, volviendo letra muerta los logros en materia de inclusión, de equidad, de derechos civiles y sociales, de unidad latinoamericana.